UN TESTIMONIO SOBRE EVITA: LA PEÑA EVA PERON SEGÚN FERMIN CHAVEZ. Por Francisco José Pestanha*

Por Francisco José Pestanha*

Verdaderos océanos de tinta han regado e invariablemente seguirán inundando la literatura vinculada a María Eva Duarte. Sobre su vida, sobre su obra y también sobre su prematura muerte, seguirán escribiéndose desde los poemas más humildes hasta las novelas más intrincadas, aunque indudablemente, sus misterios más recónditos, ya nunca serán revelados.

Resulta dificultoso, entonces, para quien pretenda involucrase una vez más con esta verdadera protagonista de la historia argentina, deducir algo auténticamente novedoso. Es por tal razón que, al conmemorarse un nuevo  aniversario de su desaparición física, me limitaré a relatar un acontecimiento de su vida no muy difundido, a través de las memorias de alguien que tuvo el privilegio de conocerla y tratar con ella en esa circunstancia.

Fermín Chávez, según su propio testimonio, conoció a Evita primero a través de su letra “…con patas de araña” y de sus “…palabras escritas en tinta verde”. En aquellos tiempos y a instancias de Ramón Carillo, Fermín prestaba servicios en la oficina de prensa de la Confederación General del Trabajo. Del despacho de Eva Duarte llegaban a la central obrera correcciones “… a mano alzada” que ella introducía a los proyectos de discursos de José Espejo y de Isaías Santín. Chávez tenía en ese entonces 26 años. Evita, 31.

El historiador y poeta entrerriano tomó contacto visual y personal con Eva, por primera vez, un viernes de septiembre de 1950, cuando esperaba su turno para acceder al comedor del Hogar de la Empleada, cuya sede estaba situada en Avenida de Mayo 869. En uno de los pasillos observó que Evita se acercaba intempestivamente a un grupo de actores de teatro independiente del instituto de Arte Moderno y los interrogaba respecto a su presencia allí. Los actores y actrices le explicaron que el intendente del Instituto, Sr. De Benedetti, había clausurado las salas donde presentaban una obra el fin de semana y Evita ordenó rápidamente el levantamiento de dicha medida.

Aquella misma noche, por insistencia de José María Castiñeira de Dios y José Fernández Unsaín, el joven Fermín compartió una primera velada con la esposa del primer mandatario, y según él, en tal oportunidad, sin proponérselo, quedó instituida la peña.

La peña Eva Perón “…nació en forma súbita, sin mandato de nadie” relataba Chávez. Se discutía sobre peronismo, sobre arte, sobre poesía. Evita poseía una especial predilección por este último género.

En una oportunidad Castiñeira de Dios, conmovido por las innumerables acciones humanitarias de Evita, le dedicó un poema: “Alabanza”, y a ella le pareció bien que se leyera en la cena. Este fue el primero de una serie de poemas dedicados a la abanderada de los humildes. Seguirán “Canción Elemental”, de José María Fernández Unsaín, “Nuestra Señora del Bien Hacer”, de Martínez Payva, “Poema Fiel”, de Juan Oscar Ponferrada, “La Llama”, de Héctor Villanueva, “Canto Pleno”, de Julio Ellena de la Sota, El Ángel, de Gregorio Santos Hernando, “Sumada Llama”, de María Granata, y “Canción para las madres de mi tierra”, de Julia Prilutzky Farny. Fermín por su parte, le dedicó una poesía: “Dos elogios y dos comentarios”, además de una pieza teatral para niños: “Un Árbol para subir al cielo” que Evita no pudo presenciar ya que fue estrenada recién en agosto de 1952.

En la peña Fermín solía sentarse junto a Oscar Ponferrada, Julio Ellena de la Sota y Gregorio Santos Hernando. Evita, siempre cerca de Castiñeira. El maestro entrerriano recuerda de aquellos tiempos a una Evita que era “lo contrario de toda simulación o hipocresía. Su vida brotaba de sus ojos oscuros y de su nerviosa pisada”. A los comensales solía sorprenderle su buen humor, aún cuando estaba fatigada. Recuerda, además, que a Perón en aquellas, noches no se lo aludía de otra manera que no fuese con el término “el general”.

Según testigos, Evita en sus últimos días, recordaba con muchísimo afecto aquellas jornadas junto a sus compañeros poetas.

Fermín Chávez la vio por última vez el 28 de marzo de 1952 en el teatro Enrique Santos Discépolo, donde se cerró el Congreso de Trabajadores Rurales. Estaba exangüe y “…hecha un palo de escoba”. El poeta entrerriano prometió no verla más.

Como era su costumbre, Fermín cumplió con la promesa.

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