CARTA DE JUAN PERON AL PADRE HERNAN BENITEZ (19-05-1957)

fuente: www.peronvencealtiempo.com.ar

Querido amigo:

Al recibo de su carta del 14 de abril comienzo por pre­guntarme si ha recibido usted mi contestación a su anterior, que le remitiera por el conducto indicado en ella, de la cual menciona nada en la que ahora contesto. Le agradezco la información que me remite que en general coinci­de, en muchas partes, con la que poseo y con la situación que he vivido du­rante este año y ocho meses que llevo en el exilio.

Parece inferirse de su carta, que usted no tiene conexión con las orga­nizaciones clandestinas que actualmente trabajan en toda la República, de las cuales recibo a menudo informaciones directas o indirectas, pues su apreciación objetiva y sincera, parece prescindir de este factor para ceñirse mas al clásico concepto político. Desde que se produjo la “Revolución de los Gorilas” en 1955, he ido persuadiéndome cada día más que “nuestro cur­so” no obedece tanto a las formas locales y circunstanciales de la política clásica, sino que representa un “hecho nuevo” en la historia política nativa. Existen dos horizontes que es menester analizar: el primero, constituido por numerosos dirigentes que se esfuerzan en sobrevivir, superados por los acontecimientos. Ellos recurren naturalmente a enroscarse en las maniobras políticas, como la única forma de lograr su objeto. El segundo, formado por las organizaciones clandestinas insurreccionales, que resisten bien y con éxi­to, encuadradas por nuevos dirigentes que han surgido de la masa adoctrina­da y politizada por la acción del Justicialismo que, en este campo, ha hecho más de lo que muchos creen. La primera tanda de dirigentes, muchos exi­lados, otros presos, algunos sueltos, han tratado de mantener lo que ellos creen que es su predicamento político, actuando aleatoriamente en los movi­mientos y sucesos ocurridos. La segunda, ha tratado de mantener la cohe­sión de las fuerzas peronistas, mediante la organización clandestina y la re­sistencia. Numerosas organizaciones inconexas entre sí constituyen hoy esa fuerza de la insurrección. Sin embargo ya en muchas partes comienza a ac­tuarse con más unidad.

Aparte de estas fuerzas, que podríamos considerar políticas, actúan las organizaciones gremiales, que también han cambiado de dirigentes y que se agrupan disimuladamente en los gremios tendiendo a formar la CGT Unica o Intransigente.

Fuera de la acción, se mueven los que, constituyendo una inmensa ma­sa, peronista en el fondo, no están embanderados en la lucha activa de la re­sistencia, ni pertenecen efectivamente a organizaciones insurreccionales. En cambio, esta masa, interviene en hacer presente todos los días en todas las circunstancias, en cada lugar de la República, su protesta por las calamida­des que comienza a sufrir. Así colabora, muchas veces sin saberlo, en la re­sistencia. A esta masa pertenecen además de los peronistas no activos, los arrepentidos, que antes también protestaron por natural y por costumbre, pe­ro que hoy ante las realidades que les brinda la tiranía se comienzan a poner frenéticos.

Hay todavía, dentro del bando enemigo de la dictadura, los que inicial- mente estuvieron con ella, abierta o encubiertamente, que porque no consi­guieron lo que anhelaban o fueron vencidos en las contiendas palaciegas, se alistan ahora en la legión de los resentidos y echando mano a nuevas forma­ciones Azules, Blancas, Populistas, Neoperonistas, etc., tratan de mantener­se para no morir olvidados y despreciados. Colocados de frente a la dictadu­ra que los aguanta, se han apoderado de la oposición legal, al margen de la ilegal desarrollada por los peronistas.

En el bando gorila quedan sólo los marinos, militares, aeronautas, po­líticos y oligarcas empeñados en defender su vida, más que en insistir en las
orientaciones y barbaridades que vienen cometiendo. Estos individuos que forman los elencos gubernativos y encabezan las fuerzas “leales a ta ^ volución Libertadora” saben que han fracasado pero forcejean por agotar los medios aun fueran reemplazados en el Gobierno por un Frondizi que cuenta también con el apoyo de algunos de ellos. La oligarquía cree que aun es po­sible “salvar la ropa” mediante un subterfugio político, haciendo una alianza con sus eternos socios: los radicales.

Fuera de este panorama, que podríamos considerar exclusivamente po­lítico, están los argentinos y extranjeros que por ideales o intereses se man­tienen ligados a los acontecimientos pero que, por razones de idiosincrasia se mantienen en el limbo o en la estratósfera, llámense comerciantes, pro­ductores, industriales, intelectuales, independientes, etc., que cada día que pasa están más en oposición a la dictadura porque no pueden negar sus ho­rrores, sin que ello signifique que se han pasado al peronismo, del que fue­ron enemigos. Entre éstos están también la mayoría de los curas que siguen pensando más en los problemas intrínsecos que en las necesidades conve­nientes de la Patria. Todo este sector que, afortunadamente, no es muy nu­meroso en la actualidad, porque la violenta crisis los ha impulsado a tomar partido, representa ese sector despreciable que Licurgo sancionó como el delito más infamante para el ciudadano: “que en una contienda en la que se juega la suerte de la Nación, no estuviera en ninguno de los bandos o estu­viera en los dos”.

Este panorama conforma sintéticamente la situación que yo veo desde acá, sin entrar en el fárrago de los acontecimientos secundarios que se esca­lonan en la lucha interna subsidiaria entre los gorilas ambiciosos por dominar o entre los peronistas que comienzan ya a vender la liebre, antes de cazarla.

Es indudable que, aun dentro de esta situación se mueven, tejen y des­tejen, los intereses, las pasiones y aun los ideales, pero es necesario prescin­dir de lo subjetivo, que cualquier imaginación puede inferir, para someter­nos a lo objetivo, que es lo único seguro y fehaciente. En estos casos la ima­ginación suele ser mala consejera.

Todo este proceso, está demostrando que, como dije hace un año, la dictadura por naturaleza misma de su procedencia, está irremisiblemente perdida y “después que uno está perdido, no lo salvan ni los santos”, según dice Martín Fierro. Pero el proceso está indicando que mientras nuestros enemigos se descomponen, nosotros nos componemos. Lo que me afirma en las convicciones que sostuve cuando, también hace un año, afirmaba: “La fuerza del Peronismo radica en que, su línea intransigente, frente a unos y a otros, está en la propia naturaleza del desarrollo histórico, en tonto que las otras tendencias sólo viven y pueden actuar en el plano estrictamente políti­co. Sus éxitos sólo pueden ser éxitos políticos, sin la gravitación ni la tras­cendencia del quehacer histórico. Y, por ser éxitos meramente políticos, su signo en el tiempo y en el espacio, es la fugacidad. El quehacer político sólo puede adquirir vivencia cuando tiene como sustento la línea histórica. En épocas de normalidad, es fácil confundir la importancia del hecho político que adquiere así falsamente categoría permanente, pero existen períodos de la vida nacional, en los que está en juego su propio destino, en los que el quehacer histórico es el dominante. Estos períodos están siempre señalados por la presencia de los ‘hechos nuevos'”.

El Pueblo Argentino no difiere de los demás pueblos: está formado por hombres y mujeres con las mismas virtudes y los mismos defectos y, en con­secuencia, no se le puede pedir que esté formado de santos y héroes. Frente al ataque de la reacción y a la traición y defección de las fuerzas armadas, hi­zo lo único que podía hacer: no hacer nada. Los dirigentes, es indudable, no estuvimos a la altura de nuestra misión y un Pueblo sin dirigentes tarda en re­accionar. Ahora, los Pueblos reaccionan por ideales y cuando no lo hacen por ideales, lo hacen después por desesperación. Eso es lo que está pasando. El perro y el gato son dos ejemplos magníficos de esto. Si son atacados reaccio­nan de distinto modo: el perro contraataca inmediatamente y hay que matarlo para sacárselo de encima: es un idealista, sin gran instinto de conservación. El gato procede de distinto modo: atacado dispara, si usted lo encierra en una habitación y comienza a pegarle, trata primero de meterse debajo de los mue­bles pero, si el látigo le alcanza aun allí, trata de subirse por las paredes y cuando se persuade que no lo puede hacer, se prepara a resistir, lo enfrente al agresor y, después, que le pegue si puede: es un materialista con dominante instinto de conservación. El Pueblo se parece mas al gato que al perro.

Nuestro Pueblo justicialista animado de un ideal, nos viene demostran­do que esa fuerza que es el ideal, da permanencia al esfuerzo, pero no le da intensidad. Sólo el odio, que engendra otra fuerza, es el que arrima esa in­tensidad en la lucha. A nosotros, dominados por el ideal patriótico, nos faltó odio y por eso no peleamos. La tiranía con la cadena de sus crímenes y fe­chorías, nos ha dado odio por toneladas. La próxima lucha va a ser de distin­ta naturaleza. Lo más peligroso de los pueblos está en su reacción por deses­peración cuando el odio intensifica su lucha.

Esto también es preparación para acciones futuras. Yo siempre he cre­ído que el estado anímico de las masas tiene una importancia preponderante aun sobre las formas materiales de la organización y preparación para la lu­cha. Cuando apreciamos los factores determinantes de esa organización y preparación cometeríamos un tremendo error si, por tratarse de materialis­mo, no considerarámos el hambre, la miseria y el dolor, como aglutinantes y comburentes para la acción. Todo cuenta en la lucha. Por eso digo a me­nudo que, mientras nuestros enemigos se descomponen, nosotros nos com­ponemos.

Nosotros debemos ahora bregar sin descanso por alcanzar una organi­zación y preparación adecuada del Pueblo en el mismo camino que llevamos. El Justicialismo ha nacido al influjo de una misión que es su razón de ser: la defensa del Pueblo. Eso es lo que ningún peronista debe olvidar. Durante diez años, desde el Gobierno Constitucional, hemos cumplido fielmente esa misión y el Pueblo lo entiende así. El día que no la cumpliéramos, el peronis­mo no tendría razón de existir. Una malhadada aventura de marinos y milita­res, al servicio de la reacción y mercenarios de intereses foráneos, han sumi­do al Pueblo nuevamente en la miseria y el coloniaje. Para el Movimiento Peronista el deber de la hora no puede ser otro que devolver al Pueblo lo que se le ha quitado y a la Nación la dignidad de que ha sido despojada. Toda otra consideración pasa a segundo término. Los que piensan que el deber de este momento puede ser el de pacificar a la Nación y complicarse en solucio­nes a espaldas y en perjuicio del Pueblo, están traicionando esa misión.

Establecido con toda claridad el objetivo que perseguimos, lo que sur­ge de las Directivas e Instrucciones del Comando Superior Peronista que es­tablecen que vamos a la revolución justicialista con todas sus consecuencias, que se impone porque la dictadura nos ha cerrado el camino de toda posibi­lidad pacífica. Vale decir que luchamos por devolver al Pueblo todo lo que se le ha quitado, consolidarlo y extenderlo. No luchamos por soluciones pa­ra los dirigentes ni para entronizar un partido en el poder, como sucede con nuestros enemigos.

De eso se infiere que, para nosotros, el tiempo no es un factor que in­terese, sino secundariamente. Lo que interesa primordialmente es la misión. Lo haremos cuanto antes podamos, pero si no también lo haremos. En con­secuencia, la acción que debemos desarrollar en busca de una decisión no depende sólo de nuestra voluntad sino también de la del enemigo, como asi­mismo, fundamentalmente, de la situación propicia para lograrlo. Esta situa­ción propicia depende de numerosas circunstancias entre las cuales está nuestra organización, preparación, grado de intensidad de la resistencia, des­gaste de nuestros enemigos, descomposición de la dictadura, caos económi­co y social, anarquía política, putrefacción de las fuerzas que respaldan a la dictadura, cansancio del pueblo, etc., etc.

Es conveniente también considerar que la dictadura también tiene su plan para asegurar el continuismo mediante las combinaciones políticas y subterfugios de la misma naturaleza, como asimismo sus aliados para influir en nuestra masa peronista a través de los dirigentes que, olvidando su misión, entran en soluciones personales y que la masa puede ser influenciada en una dirección contraria a nuestros designios justicialistas por engaño, por cansan­cio o simplemente porque anhele una solución a sus tremendos males.

Sin embargo, nosotros no debemos ser influenciados en nuestras deci­siones fundamentales por meros hechos políticos circunstanciales, desde que sólo deben interesarnos aquellos que realmente tengan trascendencia y sean permanentes y dominantes. En ese sentido, pueden formarse partidos, puede llamarse a elecciones, elegirse constituyentes, reformarse la Constitución y aun constituirse nuevo gobierno, sin que nosotros tengamos por ello necesi­dad de cambiar nuestras decisiones iniciales, ni alterar nuestra acción, ni nuestros planes. Sea ahora, sea dentro de poco o sea dentro de mucho, noso­tros tenemos objetivos que alcanzar y, luchando tesonera y perseverante- mente hemos de lograrlos. Quiero decir que todo lo que se está produciendo en el país, forma parte de un panorama que es interesante conocer y contem­plar, pero que no debe serlo para que nos sometamos a la voluntad de nues­tros enemigos, sino para luchar neutralizando unas, destruyendo otras, y do­minando a las demás para imponer nuestra voluntad, mediante el aniquila­miento de la dictadura reaccionaria militar. De ello fluye que nuestro objetivo inmediato es el aniquilamiento del enemigo, base para imponer nuestra voluntad y realizar los objetivos.

Para decidir ese aniquilamiento hemos decidido ya la organización clandestina, la resistencia y un plan que se ajusta a las necesidades cambian­tes de la situación. El tiempo, las ayudas de nuestros enemigos y el ajuste de nuestra preparación, deben hacer el resto. En situaciones como la nuestra, nada ha de ser preconcebido, sino la misión que surge de los objetivos fija­dos. Todo lo demás depende exclusivamente de las circunstancias, no sólo porque la lucha es entre dos voluntades (la nuestra y la del enemigo) sino también porque es muy difícil prever los hechos cuando intervienen factores tan imponderables, como son, en este caso, las macanas que hacen los del provisariato o las circunstancias nuevas y cambiantes que se desencadenan por la acción del Pueblo o de las fuerzas organizadas o inorgánicas. Estable­cer preconcebidamente una línea táctica, fijando fechas y formas de ejecu­ción, es marchar a la ventura, porque bien puede darse la circunstancia de coincidir allí las peores condiciones y verse obligado a seguir en una situa­ción desfavorable.

Ello impone otro sistema: alcanzar una organización y preparación adecuada para todas las circunstancias y mantener buenos enlaces y comuni­caciones, para aprovechar el momento más oportuno que se presentará quizá cuando menos lo esperemos o, por lo menos, para estar en condiciones de hacer frente a cualquier situación en las mejores condiciones de apresto. Es natural que tendremos que enfrentar el apuro de los dirigentes que ya están listos con sus organizaciones y que sienten ansiedad por “largarse”, pero es siempre menos importante eso, que tener que soportar después las conse­cuencias de un fracaso que puede ser definitivo.

Los acontecimientos políticos generales están siendo cada día más fa­vorables y lo serán aun más en el futuro especialmente si, como se va vien­do, el Pueblo comienza a desbordarse y obrar por su cuenta, demostración que está patente en los mitines que se han realizado últimamente. Todo el abigarrado maremagnum de hechos, provocados por las agrupaciones polí­ticas caotizadas por la resistencia, por las disenciones internas de los gori­las, por la defección de las fuerzas, por las ambiciones gorilas, por los inte­reses en juego, por las penurias del Pueblo, por la decadencia de los pro­ductores, industriales y comerciantes, por el derrotismo ya imperante. Mientras ellos se descomponen nosotros debemos componernos. El tiempo trabaja para nosotros ¿a qué entonces pretender reemplazar al tiempo?, hay que ayudarlo.

Nosotros no debemos considerar que la mala conducta de algunos diri­gentes peronistas, como los que han tratado de constituir nuevos partidos o buscar arreglos con nuestros enemigos, pueda influenciar la posición de la masa, porque sabemos bien que ni el engaño ni las promesas, ni las simula­ciones, harán que esos dirigentes que nunca representaron nada en el pero­nismo, puedan ahora representar algo en la traición. Una masa adoctrinada y “politizada” como la nuestra no es de las que ceden a las maniobras políticas tan conocidas. A ello se suma que ya no se trata sólo de devolver conquistas obreras, sino que hay un profundo odio que saciar y las masas masacradas y escarnecidas, los dirigentes torturados, fusilados y encarcelados, las organi­zaciones destruidas y robadas, los hogares atropellados, los muertos, etc., no se arreglan ya con devolver algunas conquistas materiales. El Pueblo quiere “sentir tronar el escarmiento” y nada se arreglará hasta que esto se haya pro­ducido.

El estado insurreccional de nuestra gente es excelente y espiritualmen- te está todo listo, sólo nos falta la organización y preparación indispensable para poner en potencia real a la preparación anímica que, es muy importan­te, pero no es todo. Pero ya estamos en marcha para lograrlo. Mucha de nuestra misma gente comete el error de creer que es necesario presentar una gran batalla a la tiranía que, disponiendo aún de una fuerza considerable, no puede ser batida en esas condiciones. Nosotros no debemos presentar esa batalla con que sueña la dictadura, porque allí ella podría ser más fuerte y nos llevaría al campo que le conviene. Debemos, en cambio, batirla median­te millones de pequeños combates en todas partes para que, a pesar de su fuerza, sea impotente para concurrir. Esa es la razón de ser de la resistencia y ése es el camino para aniquilar a la dictadura, sin que ésta no tenga ni si­quiera la posibilidad de defenderse.

Esta es la situación como yo la veo y las líneas generales de acción es­tablecidas para encararla y en base de lo cual se ha comenzado ya hace mu­cho tiempo a trabajar. Mis noticias son optimistas en cuanto a la marcha de la organización. No es suficiente que la dictadura caiga, es menester tener con qué recibirla en la caída.

He leído y releído la situación que me pinta y me confirma mis ante­riores informaciones, que me han permitido vivir la situación a cinco mil quilómetros de distancia material pero muy cerca con el pensamiento de lo que se está decidiendo allí. Todo para mí es natural porque conozco bien a los hombres que actúan y tengo una gran experiencia del oficio. Ya en 1955 en mi libro “La Fuerza es el Derecho de las Bestias” pude decir lo que los hechos han ido confirmando después. Lo que no conozco me lo imagino.

Comparto la necesidad de la autocrítica y la he compartido siempre, sino que usted no imagina siquiera lo difícil que es hacer lo que se piensa en el Gobierno. Usted ve que estos que todo lo veían mal lo han hecho peor. Que nuestros hombres cargados injustamente con las ignominias de la false­dad de estos bandidos han sido ángeles en comparación a los sátrapas que los reemplazaron. Que nosotros podemos haber cometido errores pero éstos los han transformado en horrores. El único que no se equivoca ni se ha equi­vocado es el Pueblo que, cada una de estas ocasiones, demuestra que tiene una nariz superior a la de todos y huele lejos. Lo importante por ahora es sa­ber que ese Pueblo está con nosotros, no es tan importante saber por qué.

Sobre las responsabilidades que aún usted quiere cargar sobre las es­paldas de Perón en el futuro, no estamos de acuerdo. El primer “peronista sin Perón” he sido y sigo siendo yo. Ya en 1946, en la primera reunión de dirigentes en el Gobierno, hice una conferencia en el Salón de Y.P.F. y re­cuerdo que les dije: hay que tomar la doctrina y las banderas, entregarlas al Pueblo y luego hay que tirar a Perón por la ventana. El único inconveniente que hasta ahora se ha presentado para hacer eso ha sido la falta de un hom­bre con suficiente predicamento para encargarse de llevarlo adelante. En es­ta encrucijada actual, creo que muchos hombres del peronismo han acumu­lado experiencia, como para intentar la metamorfosis y realizar el milagro. Si en este momento apareciera ese peronista, estoy listo para entregarle la bandera, que ya comienza a pesarme, para que la lleve al triunfo. Pero, des­graciadamente, todavía no lo veo. Pero, es menester pensar que nosotros no vencemos al tiempo y que éste nos vence a nosotros. Lo único que vence al tiempo es la doctrina y la organización y nosotros tenemos las dos cosas, aunque algunos no lo crean.

La superación del viejo justicialismo ha de venir sin duda, pero ya no será obra mía, sino de los que me sigan y del Pueblo. A mí no me interesa la gloria, ni el poder, ni siquiera la historia, porque sé cómo se la escribe y cómo se la elabora. Me basta con haberla hecho. No estoy ni amargado por lo que ha sucedido, ni eufórico por lo que está sucediendo, porque nunca trabajé para mí, sino para el Pueblo. Por eso ni me dolió la derrota, ni me halaga el fracaso de mis enemigos, sino en la medida que las ha de sufrir el Pueblo.

Creo ahora que el Pueblo debe hacer su parte en el esfuerzo y en el sa­crificio y que su liberación ha de ser obra de él. Por eso he propugnado las formas que antes le indico, como norma para su acción futura. Si yo, por ar­te de un sortilegio, pudiera hoy resolverle la situación, no lo haría, porque creo que sería el mas flaco servicio que pudiera prestarle. ¿De qué vale dar a los pueblos lo que ellos no son capaces de defender? De esta tiranía el Pue­blo debe salir fortalecido y capacitado como lo anhela el Justicialismo y, eso, sólo se producirá cuando el sacrificio lo haya ennoblecido y purificado. Está en camino de hacerlo, las cosas pintan ya como seguras y todo hace prever que estamos cerca de las primeras victorias, que escalonarán el sen­dero del éxito. Hay que dejarlo hacer: sólo así sabremos si lo merece. LosPueblos merecen la libertad y la justicia, cuando son capaces de conquistar­la, si no merecen la esclavitud.

Sobre lo que me dice que debo comenzar a hablar, creo que aún no ha llegado el momento, sino para hacer la lucha. Lo que hable estará dirigido a los que sostienen la defensa y realizan la resistencia. Para los demás no con­viene aún decir nada. Ya el Pueblo lo dice todo. A mí me conviene ahora ca­llar, porque el hombre sucumbe más por lo que dice que por lo que no dice. Ahora es hora de que hable la tiranía, que mucho lo necesita. Por mí, hablan más los hechos, con su elocuencia irrefutable, ¿para qué agregar el escarnio a una ignominia que todos ven claramente?, porque yo no podría hablar sino de eso. Prefiero callar por ahora. Ya llegará la hora de hablar y, si Dios, quiere, cuando lo haga será “con toda la voz que tengo”.

Yo volveré como usted quiere: “renunciador, visionario, magnánimo y humilde” no por cálculo, sino por naturaleza y por costumbre, como asimis­mo, porque ése es mi estado de ánimo. El que ha vivido lo que yo y ha pasa­do por lo que yo he pasado, si no es un estúpido, no puede pensar ni sentir de otra manera.

El diferendo sobre la iglesia, para mí, no tiene la importancia que mu­chos le han atribuido, porque se trata de una falsedad más, inventada por la satrapía política, de la cual no han escapado muchos de mis hombres, ni ha estado ausente gran parte de nuestros ilustres prelados. Para mí sigue no ha­biendo habido conflicto con la Iglesia, sino con algunos sacerdotes que vio­lando sus más elementales deberes no sólo entraron en las intrigas políticas sino que azuzaron una lucha que estaban en la obligación de evitar. Yo no he tenido, ni tengo nada con la Iglesia, de modo que nada tengo que explicar en este sentido. Los hechos ocurridos, por lamentables que ellos sean, no pue­den ponerme a mí en la obligación de dar una explicación que corresponde hacer a los culpables de esos hechos. Yo no estuve en el bando de los malos sacerdotes que dieron lugar a la reacción popular, como tampoco estuve en el bando de los que reaccionaron, porque estoy seguro que no fueron pero­nistas. A su hora condené los hechos y, para mí el asunto ha terminado.

Quizá, una explicación que saliera de esto, que es lo natural, que es lo real, que es la verdad, me hiciera aparecer como participante de una cosa en la que nada tuve que ver. Yo, que construí un montón de iglesias, no iba a te­ner la idea de quemar cuatro de ellas.

Esto se ha aclarado mucho y se ha de aclarar aun más con el tiempo. ¿A qué pretender reemplazar al tiempo? Los hechos actuales están demos­trando quién es quién, dejemos un poco a los hechos, que luego tendremos mucho menos que hablar para persuadir.

He leído su carta con gran satisfacción y se la agradezco mucho. No todos los hombres escriben lo que piensan, ni lo que sienten. Nada de cuanto usted dice deja de ser la verdad y yo estoy ya acostumbrado a que la verdad no me moleste.

Muchos me han de haber juzgado por las calumnias y las mentiras de los que aún creen que se puede hacer una realidad con falsedades, sin perca­tarse que la realidad es siempre la verdad y que los hombres pueden decir una mentira pero no la pueden hacer. Ello me ha persuadido de que mis hombres, salvo excepciones, han sido también objeto de la vil calumnia de nuestros enemigos y mantengo mi fe en ellos hasta que se me demuestre lo contrario. No soy de los que creen que todos han sido malos porque lo dice la gente y menos aún la gente interesada. Yo no tengo derecho a dudar de ellos ahora y no me siento ecuánime para establecer un juicio que podría ser aventurado e indigno de mí. La autocrítica reside en esa ecuanimidad, por­que de lo contrario se convierte en calumnia o murmuración. Yo he aprendi­do en la vida a tener fe en los hombres hasta que me engañan y no puedo probar que mis hombres me hayan engañado. Si muchos de ellos han defec­cionado en la hora de la prueba, ni siquiera eso puede probar que antes ha­yan sido malos.

El tiempo suele ser a menudo nuestro mejor juez, porque la verdad y la justicia como todos los alumbramientos, necesitan su tiempo de gestación. Yo no le temo ni al tiempo ni a la verdad. Dios quiera que todos mis compa­ñeros se sientan así, porque los que les teman, recibirán su castigo en ese mismo temor. Pero yo no quiero cargar con el peso de mi temeridad de juz­garlos antes que el tiempo y la verdad lo hayan hecho, porque nada adelanta­ría con su desgracia. Yo siempre he entendido la lealtad como mutua, porque cuando es unilateral deja de ser lealtad para convertirse en servilismo.

Si yo no me atrevo a juzgar aún a mis hombres, cuando he vivido con ellos y los conozco como nadie puede conocerlos, cómo podría aceptar el juicio superficial y aventurado de los que los condenan sin conocerlos. Entre los mil peligros que tiene el Gobierno, uno hay que es el más terrible: la in­gratitud. Ello se produce por la facilidad con que somos juzgados los que trabajamos de buena fe, frente a la injusticia y la mala fe de los demás. Por eso no me atrevo a juzgar, aun con la extraordinaria experiencia que me dan los años, los éxitos y los fracasos.

Sé que muchos habrán procedido mal pero de su conciencia responden ellos, en tanto de la mía respondo yo. Con eso me basta por ahora. La selec­ción de los que me han de suceder ya no es de mi incumbencia. Ya la extra­ordinaria dialéctica de los hechos con su elocuencia indeformable se encar­gará de todo. El nuevo justicialismo podrá montarse sobre los fundamentos de nuestra labor, de nuestro sacrificio y de nuestra experiencia. Nosotros he­mos mostrado el camino para los que lo quieran recorrer, pero no es menes­ter que los llevemos en brazos.

A mí y a mis hombres se nos ha acusado de todo pero no han podido probar nada. Entonces se han ensañado con la calumnia sobre nuestra vida privada, lo que, en el mejor de los casos, probaría que somos malas perso­nas, pero excelentes funcionarios. Y, no creo que ellos sean los encargados de juzgar nuestra conducta privada, ni tampoco los más autorizados a hacer­lo. Por lo pronto, como funcionarios, han resultado mucho peor que noso­tros, según surge claramente de los hechos presenciados y como personas, tampoco han resultado más calificados, desde que han asesinado, robado y delinquido en cuanto un hombre pueda tener de más despreciable.

Ni la venganza, ni el perdón están en mis manos, sino en las del Pue­blo. Sólo él será el encargado de aplicarlos y estoy seguro que lo hará de distintas maneras. Por eso poco valdrá cuanto yo pudiera hacer a ese repec- to. Aun cuando anhelo regresar a la Patria, no me ilusiona hacerlo como ídolo, porque yo ya he superado esa etapa. Me interesa en cambio, poder hacer el bien al Pueblo, que lo veo en manos mercenarias y deleznables. La oligarquía está muerta y lo estará cada día mas. Nosotros ya terminamos con ella, aunque reaccione ahora y ponga en juego sus artimañas conocidas, podrán vegetar, pero poco. La comunidad argentina ya se ha librado de ese flagelo.

Nuestra intransigencia y la lucha que llevaremos adelante ahora y siempre, se debe deducir de la actitud de nuestros enemigos: cuando a un Pueblo se le cierran todos los caminos, no tiene otro remedio que abrir nue­vos a la fuerza. Eso haremos. Si, en los actuales momentos, la alcahuetería política consigue llenar de incertidumbre a la masa y desviar a muchos de su deber y de su fe, llegará el día en que no lo pueda hacer y ése será nuestro día. En el peor de los casos, si el Pueblo llegara a conformarse con la escla­vitud, la ignominia y la explotación, allá él, no somos nosotros los encarga­dos de hacerlo feliz a la fuerza. Como yo no quiero nada para mí, sino para él, mi deber termina cuando empieza su deber. Si el Pueblo lo quiere me ten­drá siempre a su lado, si no ya ha terminado mi misión. Yo no necesito, ni quiero nada del Pueblo. No sé si él necesitará y querrá algo de mí. “That is the question.”

Le ruego transmita mis afectuosos saludos a los compañeros.

Un gran abrazo

Juan Perón

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