La historia falsificada, la academia y la oligarquía. Por Fabián D’Antonio

Para enseñar a los demás,
primero has de hacer tú algo muy duro:
has de enderezarte a ti mismo.
– Buda

El maestro Arturo Jauretche, en un reportaje hecho en setiembre de 1973 dijo: “No me haga ser ejemplo de nada, por favor. Y especialmente no me busquen reclamando fueros de intelectual, no estoy con aquellos que creen que el intelectual, debe tener una consideración especial, un status, un consenso aprobatorio especial… No quiero, no admito ser definido como un intelectual. Sí, en cambio, me basta y estoy cumplido si alguien cree que soy un hombre con ideas nacionales…”

Es sabido que don Arturo, conservador en su adolescencia, luego radical yrigoyenista y devenido peronista inmediatamente después del 17 de octubre de 1945, dedicó toda su vida a la relación con el país real y en combinación colindante con los intereses populares.

Dedicado a los golpistas en “El paso de los libres”, escribió:

“Así anda el pueblo de pobre;
como milico en derrota;
le dicen que sea patriota
que no se baje del pingo:
pero ellos con oro gringo
se están poniendo las botas.”

Jauretche ya había intuido, después del golpe de 1955, que se planteaba una disyuntiva entre el Pueblo y la oligarquía. De hecho escribe en el “El plan Presbich”: “Bajo el falso pretexto de una crisis económica sin precedentes, está por consumarse la gran estafa a los intereses y aspiraciones de la nacionalidad.” Hace una denuncia a los enemigos de la patria, a esos que están a favor de los intereses del imperio en detrimento de nuestro pueblo. Les habla de la transferencia de nuestra riqueza y de nuestra renta hacia tierras de ultramar. Y al final del libro escribe: “Ha llegado la hora en que, por encima de los transitorios rencores internos, cada argentino asuma la responsabilidad que le compite. La historia es despiadada y no excusa a los hombres por la buena fe y la ignorancia que les hizo pasible del engaño.”

Es evidente que para la comprensión del mañana, no podemos tener dudas en el presente y menos un pasado oscuro y lleno de incertidumbres producto de ocultamientos deliberados. Para Arturo Jauretche “la revisión de la historia significa la cancelación de los mitos utilizados por la ‘intelligentzia’ liberal para justificar la dependencia. Desmitologizar la historia supone liberarla de las zonceras. Y nos habla de la primera de ellas “Civilización y barbarie”. Al respecto nos dice: “La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna. Se intentó crear Europa en América. La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o mejor dicho, en entenderlo como hecho anticultural: todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Por medio de la abstracción conceptual (ideología) se suplanta la concreta y circunstanciada realidad nacional.” Estos temas son denunciados por Jauretche en sus libros y en “Filo, contrafilo y punta” continúa su relato: “La recurrente falsificación de la historia presentó un conflicto entre la civilización y la barbarie, desestimando el conflicto real entre lo nacional (país dependiente) y lo extranjero (imperialismo). Es así como nuestra historia oficial se fue cargando de arquetipos paradójicos que prefieren la idea de lo argentino a la realidad del argentino. Prefieren la sociedad imaginada a la sociedad contingente. Se avienen con lo externo y no con lo interno. Adoptan lo adjetivo y desdeñan lo sustantivo.”

Estos señores que salen a denostar a la presidenta por la creación del “Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego” y a sus miembros, son parte de lo que Jauretche llamaba “el medio pelo”, que no es otra cosa que transitar por la sociedad en un lugar que no corresponde; un escenario forzado de quien trata de fingir un status superior al que en realidad posee. Se considera más que el resto y trata de eludir una situación real para mimetizarse en un sector que no es el suyo.

El libro “El medio pelo en la Sociedad Argentina. (Apuntes para una sociología nacional) de Arturo Jauretche es una fresca, clara y rebelde resistencia contra la sociología académica y que, justamente en los años sesenta, comenzó a llenar todos los espacios del aparato de dominación cultural. Y esta dominación es denunciada por él, en otra gran obra “Los profetas del odio y la yapa. La colonización pedagógica”, donde nos habla de las proscripciones y otras vejaciones sufridas por el pueblo, a la cual gran parte de la prensa y la oligarquía permanecieron inmunes.

Decía respecto de la colonización pedagógica: “unida a la penetración cultural de los centros de poder mundial, constituye uno de los más formidables instrumentos de dominación.” Continuaba: “la palabra cultura pierde su acepción aséptica para transformarse en una política cultural opuesta a la política cultural que se nos presenta como ‘cultura’. En la Argentina, el establecimiento de una verdadera cultura lleva necesariamente a combatir la “cultura” ordenada por la dependencia colonial. Implica, por lo pronto, una revisión respecto del pasado nacida de la búsqueda de las propias raíces que obliga a restaurar el prestigio de quienes fueron sumergidos por no ingresar en las jerarquías oficializadas; el impulso que destruye los falsos héroes consagra paralelamente a otros que responden a las exigencias de una verdadera cultura nacional. Es una especie de fe en la genuinidad de lo nacional. Es una especie de fe en la genuinidad de lo nacional que vertebra la violenta crítica a la ‘intelligentzia’ colonizada, que sólo tiene un valor sucedáneo, carente de originalidad como simple repetición de ajenos repertorios. El combate contra la superestructura establecida abre nuevos rumbos a la indagación, otorga otro sentido creador a la tarea intelectual, ofrece desconocidos horizontes, en fin, enriquece la cultura al proveerla de otro punto de vista brindado por las peculiaridades nacionales.”

Y termina diciendo: “sólo por la victoria en esa contienda evitaremos que bajo la apariencia de los valores universales se sigan introduciendo como tales, los valores relativos correspondientes sólo a un momento histórico o lugar geográfico, cuya apariencia universal surge exclusivamente del poder de expansión universal que les dan los centros donde nacen, con la irradiación de su carácter metropolitano. Tomar como absolutos esos valores es un defecto que está en la génesis de nuestra ‘intelligentzia’ y de ahí su colonialismo.”

En la nota del diario Clarín del día 8 de diciembre, Marcela Ternavasio dice “que la práctica política está cargada de símbolos, con ellos se crean y recrean visiones del pasado con el objeto de inscribir el presente y orientar el futuro.” Esto es, justamente, lo que los liberales vienen haciendo sistemáticamente desde hace casi ciento cincuenta años. Ellos son los “dueños” de las enseñanzas en las escuelas y en las universidades. Hablan de justificaciones científicas como si para hablar de historia habría que ser egresado de las universidades de Princeton, Oxford o Columbia. ¿Pero por qué en nuestras universidades no se habla de Jauretche, de Scalabrini Ortiz, de Manuel Ugarte, de José María Rosa, de Fermín Chávez, y de tantos otros que hicieron grandes aportes para la recomposición de la Patria, cuando ésta estaba en manos de los cipayos exógenos, con la anuencia de los endógenos?

Por estos días, se levantó una tremenda polvareda a causa de la creación del Instituto Manuel Dorrego, mencionado anteriormente, como si esto significara el fin del mundo. ¿Cuál es el miedo de los liberales? Nosotros sólo queremos difundir la “otra historia” y que el sentido común del pueblo pueda interpretarla. Como simple ciudadano siento que los de la historia oficial me han falseado durante toda mi vida y es hora de develar la otra parte. Así de simple.

Los que venimos del campo nacional y popular hemos soportado todo este tiempo ostracismos, humillaciones varias y exclusión total en muchos ámbitos. Y no sólo en el campo de la historia, también en lo que nos atañe, que es el campo editorial. Históricamente los escritores nacionales no han tenido lugar para sus obras. Sólo algunos pocos hombres como Manuel Gleizer, Juan Carlos Torrendell y por supuesto Arturo Peña Lillo, tuvieron la entereza y la visión para editar a los grandes hombres de nuestra cultura popular, esos que eran relegados por las grandes editoriales.

Seguiremos dando la batalla cultural, contra quienes dicen que sólo se hace historia desde la academia, contra quienes nos han falseado y ocultado la “otra historia” durante todo este tiempo y contra quienes estén en contra de la cultura nacional y popular.

El gran filósofo, político y escritor romano Lucio Anneo Séneca, decía que “nuestro defecto es aprender más por la escuela que por la vida”.

Fabián D’Antonio

Titular de Ediciones Fabro

Miembro del Instituto Nacional de Revisionismo
Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego

1 Comment

  1. Qué bueno es leer que la gente de Ediciones Fabro, que tenía la bandera AZUL y BLANCA cubriendo su stand en la Feria del Libro, nos representa en el Instituto del Revisionismo Histórico.
    Un gusto poder seguir en contacto con ellos!!!

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