DORREGO, PATRIOTA ARGENTINO Y AMERICANO. Por Hugo Chumbita para TELAM

Manuel Dorrego es el emblema del recién creado Instituto de Revisionismo Histórico argentino e iberoamericano, que ha asumido la misión de reivindicar su figura y la de quienes como él se jugaron en las luchas populares por la emancipación de nuestro continente.

Revolucionario de la independencia, tribuno de la plebe, gobernante democrático, defensor del federalismo y de la unión de los países americanos, el extraordinario trayecto de Dorrego muestra la continuidad entre la generación patriota de 1810 y el movimiento federal, cuyos dirigentes no casualmente se habían formado en los ejércitos libertadores.

Porteño, nacido en una familia de ascendencia portuguesa; el joven Dorrego fue a estudiar a Santiago de Chile y tuvo allí una participación destacada en la revolución de septiembre de 1810. De regreso en Buenos Aires, marchó como voluntario al Alto Perú. Recibió serias heridas en combate, y aunque sus faltas a la disciplina merecieron sanciones de Belgrano y San Martín, sus notables servicios militares le valieron ascender a coronel.

Decidido republicano, no entendió la propuesta de monarquía incaica de Belgrano, y como oficial del ejército que marchó a expulsar a los realistas de la Banda Oriental libró desafortunados combates contra las huestes de Artigas. Sin embargo, comprendió después los extravíos políticos del Directorio porteño y las razones de Artigas para reclamar la organización federal del país. Pueyrredón lo desterró por oponerse a consentir la invasión de la Provincia Oriental del Uruguay por los portugueses. Radicado en Baltimore, pudo observar las ventajas del sistema federalista norteamericano, y al retornar del exilio se vinculó con los caudillos del interior, en particular con Felipe Ibarra, Juan Bautista Bustos y Facundo Quiroga.

En los conflictos posteriores a la caída del Directorio, tras ocupar por corto tiempo la gobernación bonaerense, fue destituido y nuevamente desterrado. Volvió para promover el partido popular y federal bonaerense, junto a Manuel Moreno. Viajó al Alto Perú a entrevistarse con Bolívar, adhiriendo a sus planes de unión continental, y reclamó emprender la guerra para liberar la Banda Oriental de la ocupación brasileña.

Como legislador bonaerense y luego diputado al Congreso nacional de 1824, Dorrego se opuso al partido de Rivadavia. Éste, reiterando el mal precedente de 1819, planeaba una constitución unitaria y aristocrática, con una cláusula donde se negaba el voto y la posibilidad de ser electos a los “criados a sueldo, peones jornaleros y soldados de línea”. Dorrego protestó: “Acaso el trabajo de ellos es más productivo que el de aquellos que se ocupan en el cambio o en la exportación… ¿por qué se la ha de privar de ese derecho?” y denunció la intención de constituir una “aristocracia del dinero” (sesión del 25 de septiembre de 1826).

Consultadas las provincias sobre la forma de gobierno, la mayoría se pronunciaba por el federalismo, pero los rivadavianos manipularon y embrollaron la cuestión. Dorrego les advirtió que “nos hallamos sobre un volcán” y reclamó que no se avasallara la demanda de los pueblos. Defendió el modelo federal, comparando el planteo de los unitarios sobre la presunta incapacidad de los provincianos con el discurso colonialista europeo, “así como en la guerra de la independencia era el clamoreo del gobierno de España y de toda la Europa que no éramos capaces y que no teníamos recursos para quedar independientes”.

Rivadavia tuvo que renunciar a su efímera presidencia, por el repudio que provocó la sanción de aquella constitución y por el tratado claudicante que firmó su enviado García entregando la Banda Oriental al Imperio del Brasil.

El partido de Dorrego ganó las elecciones de la Legislatura, que lo designó gobernador de Buenos Aires, heredando una situación muy complicada en el frente de guerra. Dorrego respetó las instituciones y la libertad de prensa ?que los unitarios aprovecharon para atacarlo sin piedad? mientras se esforzaba para proseguir la contienda: solicitó la intervención de Bolívar, e incluso el regreso de San Martín para darle el mando del ejército. Pero el bloqueo del puerto de Buenos Aires por la flota imperial causaba serios trastornos, y el ministro británico Ponsonby presionaba para concluir el conflicto. En sus prepotentes amonestaciones invocó “el derecho” y amenazaba con “los medios” para “intervenir en la política de América cuando fuere necesario para la seguridad de los intereses europeos” (carta del 8 de agosto de 1827)

Al fin, Dorrego tuvo que admitir el tratado de paz propiciado por los ingleses, que convertía al Uruguay en una república separada. Proseguía así la fragmentación de las Provincias Unidas, pues Bolivia se había declara¬do independiente, con asentimiento del Congreso dominado por los unitarios.

El 1° de diciembre de 1828 Dorrego fue derrocado por el golpe de estado de Lavalle. Cuando cayó prisionero, los rivadavianos Salvador Del Carril y Juan Cruz Varela instigaron su fusilamiento, en cartas de infausta memoria. A fines de aquel año, San Martín volvía al país y se encontró ante al crimen que provocaba la guerra civil. Los unitarios habían roto las reglas del sistema político, y a juicio del libertador “uno de los dos partidos debía desaparecer”. Rosas, comandante de campaña del gobierno de Dorrego, se erigió en su vengador: restableció la Legislatura anterior, que le otorgó el poder con un régimen de excepción, y se abocó a hacer lo que había previsto San Martín.

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