¿Los intelectuales de su majestad?. Por César González Trejo *

Grahan Green, D. H. Lawrence, Rudyard Kipling fueron grandes novelistas, a la vez que fieles empleados del servicio exterior británico. En nada disminuye su calidad intelectual esa circunstancia; tratándose de ciudadanos británicos, incluso los enaltece.

Pero que Jorge Lanata, Beatriz Sarlo, Juan José Sebrelli, Vicente Palermo, Luis Alberto Romero, Santiago Kovadloff, Emilio de Ipola, Hilda Sábato, etc., resulten funcionales a la posición británica es inadmisible.

Nadie puede ignorar –y menos los mencionados intelectuales–, que el argumento sobre la “autodeterminación” de los kelpers, es una falacia concebida por los británicos para contrarrestar los sólidos argumentos jurídicos e históricos argentinos en nuestro reclamo de soberanía sobre el archipiélago.

Tampoco es admisible sostener que la estrategia argentina debe ir dirigida a ganar la voluntad de los habitantes de las Islas. A esta altura no se puede tratar de ingenuidad, sino sencillamente de colaboración con los intereses británicos.

La llamada política de “seducción” de los kelpers se popularizó durante la conducción de la Cancillería por parte de Guido Di Tella, con los grotescos gestos de enviar a los habitantes de las Islas ositos Winnie Pooh. Pero tiene su génesis durante la última  dictadura cívico-militar, cuando el superministro José Alfredo Martínez de Hoz, además de la titularidad del Ministerio de Economía, ejerció en los hechos la representación diplomática ante el Foreign Office.

Allí es cuando se afianzó la estrategia británica de disminuir los costos de mantenimiento de su territorio colonial, imponiendo al país que sufre el despojo la tarea de financiar gran parte de los servicios que ello entrañaba. De esta manera, y con el mismo argumento que hoy nuestros preclaros intelectuales recomiendan, los dictadores decidieron abastecer de gas, servicios telepostales, de salud, vuelos gratuitos, escolaridad secundaria bilingüe en el continente y hasta el envío de sarmientinas maestras de primaria a las Islas, lo que supuestamente supondría un camino largo pero seguro de generación de confianza, condición sine que non (brotan dixit) para discutir a futuro la soberanía de las Islas.

Una burda mentira, tan grande, como que la Argentina comenzó la guerra en 1982. Sin embargo, estos son los dos supuestos principales sobre los cuales nuestra intelligencia se pronunció hoy en su documento “Malvinas, una visión alternativa”.

Por el contrario, el camino iniciado con prudencia y pragmatismo por el Gobierno Nacional de encarecer los costos de la operatoria unilateral británica de exploración petrolera en las aguas adyacentes a Malvinas, y de potenciar el reclamo a través de la solidaridad de los países de Suramérica, sin abandonar la formalidad de los organismos multilaterales (ONU), es la estrategia que está dando verdaderos resultados. Y que, de persistir en ellos, más tarde o más temprano, los británicos se verán obligados a sentarse a negociar.

La reciente decisión de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT), expresando desde la más importante organización social de nuestro país, que es el movimiento obrero, la firme y pacífica voluntad de impedir cualquier colaboración con el sostenimiento del enclave colonial, promete trascender el mundo de las declaraciones, para llevarlo al universo de los hechos.

Decía el General Juan Domingo Perón que la víscera más sensible es el bolsillo. Es la única razón que los británicos entenderán, si es que realmente queremos recuperar las Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y espacios adyacentes.

Por primera vez en nuestra historia, se dan todas las condiciones favorables para ello. En primer lugar, el proceso de integración regional ha dejado de ser un sueño de románticos intelectuales, y ha pasado a ser parte de la agenda permanente de los gobiernos.

En segundo lugar, los ingresos principales de nuestras economías no provienen de las metrópolis (Gran Bretaña, EE.UU., Europa continental), sino del comercio con China o del espacio interregional.

Por el contrario, la relación económica con el Reino Unido de Gran Bretaña, o con las empresas vinculadas a la Comunidad Británica de Naciones (Canadá, Australia), no suponen ninguna complementación, sino pura expoliación, al tratarse de actividades exclusivamente extractivas (minería, hidrocarburos), o de especulación financiera.

La relación económica con esos capitales, es para nuestros países de pura pérdida, a diferencia de lo que ocurría en el siglo XIX o principios del XX, donde hubo complementación económica –injusta, desigual, pero complementación al fin–.

Y en tercer lugar, la crisis del capitalismo financiero en los grandes centros hegemónicos, que si bien los impulsan a la búsqueda desesperada de recursos –y ello explica en gran parte la ejecución de este nuevo impulso colonialista–, los deja en vulnerabilidad ante la presencia de un bloque suramericano coherente.

En consecuencia, es ahora o nunca para nuestros países. En ese sentido, la Causa de Malvinas no sólo se constituye en un verdadero vértice geopolítico suramericano, en términos muy concretos, sino que adquiere una dimensión simbólica como ninguna otra circunstancia, de convocatoria a profundizar los esfuerzos de unidad de nuestros países.

Esto es lo que más desespera a los británicos, y lo que les ha hecho perder el rumbo, tomando medidas desatinadas como la escalada militarista en el Atlántico Sur, o las desopilantes declaraciones del premier David Cameron.

Ojalá esta época sea fecunda en parir verdaderos intelectuales argentinos, a los que no los avergüence servir a su Patria. Y dejemos atrás el oprobio de los pseudo-intelectuales que hoy han desnudado su vocación servil a Gran Bretaña.

* Ex soldado combatiente en Malvinas

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