EL YO EN EL NOSOTROS. Por Pablo Yurman*

El 9 de abril de 1949 concluía en Mendoza, con un discurso del Presidente Juan Domingo Perón, el Primer Congreso Nacional de Filosofía, ámbito de reflexión al que concurrió buena parte de los filósofos nacionales e internacionales del momento, como así también el grueso de los estudiantes universitarios no sólo de dicha disciplina sino también de aquellas que le son conexas.

Al respecto, dijo Monseñor Octavio Derisi (quien diez años después sería el mentor de la Universidad Católica Argentina) que “Pese a una propaganda de mala ley llevada a cabo contra el Congreso, desde el exterior, por elementos sectarios y contrarios a nuestro gobierno, y que logró restar la concurrencia al mismo de algunos pensadores extranjeros, el hecho es que las principales naciones han estado representadas por filósofos de significación, y en algunos casos por verdaderas eminencias mundiales.”

Y añadió: “Baste recordar, entre otros y con el peligro de alguna omisión injusta a Spirito, Abbagnano, Pareyson y Fabro de Italia; a Rintelen, Bolnow, Fink, Gadamer y Landgrebe, de Alemania; a Brikmann y Szilasi, de Suiza; a De Koeninck, de Canadá; a Vaconcelos, Robles y Larroyo, de Méjico; a Tavares y Santos, de Portugal; a Aron y Berger de Francia; a Mueller, Kuhn y Bernard, de Estados Unidos; a Magalahes, Washington, Steffens y Carneiro Leao, de Brasil; a Llambías de Azevedo, del Uruguay; a Iberico, Delgado y Wagner de Reyna, del Perú; a Finlayson, de Venezuela; y a la magnífica embajada intelectual de España, constituida por los PP. Ceñal, Iturrioz y Todolí, y por los profesores Corts Grau, González Alvarez, Muñoz Alonso, Víctor Hoz y Millán Puelles. En algunos casos (como el de Heidegger y Hartmann), su ausencia fue a pesar de su deseo de asistir, motivada por razones internas de su país, que no pudieron ser superadas por los esfuerzos del Comité y de la vía diplomática de nuestro gobierno.“ (Revista Sapientia nº 12, segundo trimestre de 1949).

En efecto, la ausencia de Heidegger y Hartmann por obstáculos políticos en su país de origen, pese a no hacer mella en la calidad del Congreso, era quizás síntoma de que las dos ideologías materialistas que rivalizaban ya en plena Guerra Fría, no admitían una tercera posición filosófica.

LA AUTORÍA INTELECTUAL

El discurso de Perón fue editado como libro y se conoce con el sugestivo título de “Comunidad Organizada” y constituye, junto con otras obras y discursos, la esencia y fundamento de la doctrina justicialista. Así dicho por el propio Perón y por sus enemigos políticos.

Algunos han puesto en duda que el ex mandatario hubiera sido el verdadero autor del discurso de 1949, insinuando que se habría limitado a su sola lectura al clausurar el congreso. Varios indicios sugieren lo contrario: en primer lugar, la sola lectura “de corrido” de la obra, en la que no sólo se menciona a los principales filósofos y escuelas, sino que se hace de ellos una somera referencia conceptual (salvo excepciones en las que adrede el autor se detiene y hace un análisis más detallado, como el caso de Aristóteles o Descartes) difícilmente pueda ser siquiera leído adecuadamente por quien, quizás sin ser especialista, no esté al menos fuertemente familiarizado con la filosofía clásica.

En segundo lugar, el contenido de ese discurso guarda plena sintonía, aunque en otro plano, con la Reforma Constitucional de ese mismo año, también inspirada por Perón y, en forma más genérica, con toda la línea discursiva de éste hasta su muerte en 1974. Quien lee el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional con el que el 1º de mayo de 1974 Perón abrió las sesiones ordinarias del Congreso Nacional, no puede menos que reconocer la misma pluma que décadas atrás se dirigió a la concurrencia en el auditorio cuyano. O Perón contó siempre con un único amanuense que lo siguió hasta en los años de exilio, o fue el único autor de sus discursos.

Por último y respecto de esta cuestión si se quiere secundaria con relación al contenido, lo que importa es que el presidente de la Nación Argentina, con su firma al pie del documento, se hacía cargo del contenido y hacía suyas las ideas esbozadas en Comunidad Organizada, comprometiéndose a llevarlas a la práctica en lo que a la realidad argentina refería.

Pero indudablemente las pruebas e indicios autorizan a suponer que fue Perón quien escribió ese discurso. No fue un plagio, como ha habido tantos en la historia. Piénsese por caso en que aún al día de hoy los monarcas británicos ostentan entre sus muchos títulos el de “Defensor de la Fe”, el cual fuera concedido en 1521 a Enrique VIII por el Papa León X (y luego retirado por su sucesor el Papa Pablo III, aunque la monarquía británica no se diera por aludida). ¿Y cuál fue el mérito de Enrique VIII para merecer tal título? El haber “escrito” el libro “En defensa de los siete sacramentos” por el cual refutaba hábilmente la herejía de Lutero y defendía con ahínco la autoridad papal y el sacramento del matrimonio. Pues bien, no hace falta ser experto en historia inglesa para darse cuenta que el buen Enrique, casi un analfabeto, siendo un avezado cazador y jinete, era incapaz de retrucar por sus propios medios una sola de las 91 tesis de Lutero. Es un secreto a voces que el autor intelectual de dicha refutación no fue otro que Tomás Moro, canciller del reino y luego ejecutado por alta traición.

EL HOMBRE Y LA COMUNIDAD

Analicemos parte del rico contenido conceptual que surge de la lectura de Comunidad Organizada. No con el ánimo del arqueólogo que busca restos de antiguas civilizaciones, sino con el afán deliberado de reflexionar sobre la vigencia de la propuesta justicialista. Perón rescata desde el comienzo el ideal filosófico por la verdad, y en especial, por la verdad en cuanto a la naturaleza humana. Se declara partidario del ideal griego de armonía y proporción, entre los derechos y obligaciones del individuo y la comunidad, y entre los valores espirituales y materiales. Reconoce que, en definitiva, desde los griegos hasta el presente siempre se ha tratado de una cuestión de acentuación entre tales extremos.

Asegura que la más perfecta realización de la vida en el plano político pasa por “la comprensión de la propia personalidad y del medio circundante que define sus relaciones y sus obligaciones privadas y públicas”. Y añade, respecto de la vivencia de las virtudes, que: “Virtuoso para Sócrates era el obrero que entiende en su trabajo, por oposición al demagogo o a la masa inconsciente. Virtuoso era el sabedor de que el trabajo jamás deshonra, frente al ocioso y al politiquero.”

No elude Perón la referencia a la libertad individual, a la que considera como uno de los logros de la humanidad en los últimos siglos, el cual no haya sido acompañado quizá de una adecuada comprensión por parte del individuo de su propia jerarquía.

Al respecto expresa que “la libertad fue primariamente sustancia del contenido ético de la vida. Pero, por lo mismo, nos es imposible imaginarnos una vida libre sin principios éticos, como tampoco pueden darse por supuestas acciones morales en un régimen de irreflexión o de inconsciencia.” Y añade: “Libre no es un obrar según la propia gana, sino una elección entre varias posibilidades profundamente conocidas.”

Descree profundamente del liberalismo individualista que deriva peligrosamente –decía ya en 1949- a un egoísmo atomizador de toda idea de comunidad, como así también de cualquier colectivismo social que, autoproclamándose remedio para el mal anterior, ahogue los genuinos derechos individuales en pos de un todo siempre irrealizable (Estado, clase social, raza, etc.). Nos dice: “Si hay algo que ilumine nuestros pensamientos, que haga perseverar en nuestra alma la alegría de vivir  y de actuar, es nuestra fe en los valores individuales como base de redención y, al mismo tiempo, nuestra confianza de que no está lejano el día en que sea una persuasión vital el principio filosófico de que la plena realización del ‘yo’, se halla en el bien general.”

ESPÍRITU Y MATERIA

Pero además Perón señala otro peligro que se cierne frente a la humanidad, entendiendo que del predominio absoluto del espíritu, esto es, de la preeminencia de los valores espirituales sobre los materiales propia de siglos pasados, se ha pasado pendularmente y por obra del mal llamado Iluminismo, a lo opuesto, es decir, a la absolutización de lo material a costa del sacrificio de los bienes espirituales. Al respecto asegura que tras la síntesis perfecta entre la intuición racional de Aristóteles, enriquecida por el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, “hemos pasado de la comunión de materia y espíritu al imperio pleno de alma, a su disociación y a su anulación final. Ciertamente, pese al flujo y reflujo de las teorías, el hombre, compuesto de alma y cuerpo, de vocaciones, esperanzas, necesidades y tendencias, sigue siendo el mismo. Lo que ha variado es el sentido de su existencia.”

Concluye proponiendo la vuelta a la idea de una “comunidad organizada” como el mejor antídoto contra los extremismos y, a la vez, como el mejor ámbito posible de realización más plena del individuo y la sociedad. Es misión del político lograr la armonía en la conjunción, por un lado, de los valores espirituales y materiales, y por otro, de los intereses individuales y comunitarios. Alguien diría que los muchachos “del bombo” hicieron suyos estos conceptos abstractos con la frase, maravillosamente simple pero clara: “Ni yanquis ni marxistas, peronistas”. Frase que sugestivamente no se oye en los actos políticos desde hace décadas.

Es posible que los cuerpos doctrinarios (el justicialismo lo es) deban aggiornarse a fin de dar cuenta de nuevas realidades. Pero la actualización supone siempre partir de determinados principios rectores que permanecen inalterables. De lo contrario, más que una actualización precedida por una genuina y sincera reflexión, la faena tiene más de transplante o sustitución, o de cómplice silencio.


* Abogado, docente de la Cátedra de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario.

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