AQUELLA MUJER QUE MI MADRE RECUERDA Por Darío Oscar García Pérez*

Corrían  los años 40´ del siglo XX, mis abuelos maternos hacía muy poco tiempo que habían llegado de San Miguel del Tucumán. Habían venido con esa corriente inmigratoria interna en busca de mejores oportunidades, corridos por el hambre y las pésimas condiciones laborales en los ingenios azucareros donde trabajaban de sol a sol.

Mis abuelos, junto a mi tío y a mi madre, vivían en una habitación de una pensión de la calle colonia al 300 en el barrio de Parque de los Patricios, muy cerca de la cancha de Huracán; y el único sustento de la familia eran las changas que mi abuelo conseguía como albañil, mi tío siendo un niño era operario en una fábrica de cocinas y mi abuela limpiando casas por hora.

En el país, hacía muy poco tiempo que se habían comenzado a materializar las esperanzas de prosperidad social, igualdad, dignidad y oportunidades de toda una sociedad que durante mucho tiempo había soñado con esa justicia. Sociedad que, ella misma se había manifestado colectivamente en el 45´ en un gran aluvión que al unísono pedían, gritaban, y exigían un cambio.

Por aquel entonces la Fundación Eva Perón estaba en marcha, realizando una maratónica acción social sin precedentes en la Argentina. El pueblo, a través de los medios oficiales de la época y por el boca a boca de la gente se iba enterando.

Mi abuela, tenía un sobrino que había quedado en Tucumán, y que padecía de una  invalidez a causa de haberse enfermado de poliomielitis. Por iniciativa propia, y ante la angustia sentida por las condiciones en que había quedado el resto de su familia en el interior de país, acude a la fundación Eva Perón para pedir la silla de ruedas para su sobrino.

Recuerda mi madre que durante tres largos días hicieron una extensa cola colmada de una gran multitud, hasta que por fin, llegaron al despacho de Evita y fueron atendidas por ella misma, en persona se decía.

A partir de allí, se produce un diálogo y un hecho que mi madre nunca me dejó de contar una y otra vez.

El despacho era amplio, detrás de un inmenso escritorio estaba ella, Evita, aquella mujer que mi madre la recuerda joven, bella, delgada; pero con una expresión fatigada en su rostro, aunque muy bien predispuesta con la gente con una sonrisa alegre y benevolente. Mi madre siendo muy niña, apenas llegaba al borde de su escritorio.

Evita, a pesar de ser mucho más joven que mi abuela de dice:

-Decime hija,  ¿En que te puedo ayudar?-

A lo que mi abuela le responde:

-Señora, vengo a pedirle una silla de ruedas para mi sobrino inválido que está en Tucumán-

-No me digas señora, decime Eva o Evita, como prefieras-

Evita, con una expresión de asombro en su rostro ante el pequeño y único pedido de mi abuela continúa haciéndole preguntas acerca de su composición familiar y de las condiciones en las cuales vivía, de sus medios de vida y de su historia vivida  en Tucumán.

-¿Cuántos son en tu familia?

-Cuatro Señora, mi esposo, mi hijo de 11 años, la niña y yo-

A pesar de la confianza otorgada, mi abuela no podía dejar de decirle señora, dado el gran respeto que sentía por ella.

-¿De qué viven?-

-Mi esposo es albañil y yo limpio casas, Señora,… perdón!… Evita.

-¿Por qué se vinieron de Tucumán?-

-Mi esposo trabajaba en los ingenios azucareros cortando cañas de azúcar, desde el alba hasta el anochecer, vivíamos en una casa de adobe con techo de paja y nos pagaban muy poco. A veces pasábamos días enteros chupando cañas de azúcar, era la única comida. Aquí en Buenos Aires, estamos un poco mejor-

-Decime, ¿Tenés casa?

-No Evita, vivimos todos en una habitación que alquilamos-

Inmediatamente, Evita llamó a su asistente y le dijo:

-¡Anóteme urgente, a la señora para que le sea otorgada su casa en el barrio Presidente Perón o en el barrio de Los Perales, el que se finalice primero!- Ah,… ¡No se olvide de la silla de ruedas!-

-¡Ya mismo, Señora!- Respondió su asistente.

Nuevamente Evita interrogó a mi abuela con esa actitud maternal a pesar de la diferencia de edad:

-Decime otra cosa, ¿Tenés muebles?-

-No Evita, pero ya es demasiado lo que usted me ha dado. Nunca habíamos tenido tanto. No se ofenda, pero no puedo aceptarle los muebles-

-Ay, hija… le dijo a mi abuela:

-¡Si todo el mundo fuera y pensara como vos, alcanzaría para darle a todo el pueblo!-

Luego Evita le izo una seña a mi madre para que vaya del otro lado de su escritorio. Mi madre fue saltando, y Evita la abrazó de la cintura apoyándosela contra ella, le acarició su cabeza y le dio un beso en la frente. Abrió uno de los cajones de su escritorio, sacó un billete y lo puso en el bolsillo del vestidito de mi madre.

Una vez que salieron del despacho de Evita, mi madre me recuerda que ella iba saltando por los pasillos de la Fundación gritando:

-¡Evita me dio un peso!,… ¡Evita me dio un peso!-

Tiempo después mi abuela le contaría a mi madre que aquel billete que Evita le había puesto en su bolsillo era el de mayor importe de aquel momento.

Finalmente mis abuelos se instalan en su departamento del barrio de “Los Perales”, situado en el barrio porteño de Mataderos (Se llamaba así porque en el predio donde había sido construido solía haber plantaciones de peras. Hoy dicho barrio se llama “Manuel Dorrego”), y el sobrino de mi abuela recibió su silla de ruedas.

Mi abuelo se desempeñó como oficial albañil en las obras que realizaba el gobierno del General Perón, y mi madre, en gratitud a Evita y al gobierno, trabajó “Ad Honorem” en la Fundación Eva Perón. Recuerda también mi madre, el overol color marrón claro que mi habuela usaba cuando trabajaba en el barrio, para la fundación.

Aún  hoy, cada vez que cuenta esta historia y al pasar por su mente los recuerdos de aquellas imágenes imborrables; se le llenan los ojos de lágrimas cuando habla de aquella mujer que mi madre recuerda.

*Darío Oscar García Pérez,  Escritor e Investigador, autor del libro “Vivir el Pre Bicentenario” (historia, ensayos y reflexiones radiales). Es miembro de número del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico y Estudios Iberoamericanos “Manuel Dorrego”.

1 Comment

  1. Creo que la historia de mi Bisabuela fue masomenos parecida, nosotros aun vivimos en ese departamente en el barrio de los Perales. Muy buena la historia y reafirmo cada vez mas que las unicas Revoluciones son y seran Peronistas!

    Un abrazo

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