MBORORÉ, Y LOS DILEMAS DE LA INTEGRACIÓN SURAMERICANA. Por Pablo Yurman*

Quizás como síntoma de la pérdida de memoria colectiva, palabras como “bandeira” o “bandeirantes” resultan casi por completo desconocidas para el lector. Por la primera designaban los portugueses que ocuparon, allá por el siglo XVI, lo que hoy es la ciudad de San Pablo, Brasil, a las expediciones organizadas para cazar indios guaraníes para luego venderlos como esclavos. Consecuentemente, bandeirantes eran aquellos que organizaban una bandeira y que tras un veloz enriquecimiento en tan macabra faena conformarían el núcleo de la burguesía de la ciudad de San Pablo.

Las bandeiras eran comandadas, e integradas, por portugueses, pero con el paso del tiempo, también lo serían con mamelucos, término con el que suele denominarse al tipo criollo producto del mestizaje entre portugueses e indios. No es un dato menor agregar que el grueso de la bandeira lo componían indios tupíes, aliados a los portugueses en contra de los guaraníes y otras etnias.

Hubo desde los albores mismos de la conquista, y por muy variados motivos, dos modelos diferentes según se tratara de españoles o de portugueses. Al decir del historiador Vicente Sierra “cuando los bandeirantes buscan el camino de las misiones jesuíticas del Guayrá, es obvio suponer que les guía el propósito de cazar indios domésticos. Pero no se puede descartar la idea de que aquella labor obedecía en el fondo a otros imponderables, como los de empujar el meridiano y detener el avance de los jesuitas del Paraguay hacia el Atlántico.”

En efecto, el expansionismo territorial caracterizó siempre a Portugal que se sintió perjudicada por los límites que surgieron en Indias tras la firma del Tratado de Tordesillas, a pocos años de descubrirse en Nuevo Mundo.

ESCLAVITUD: INDIOS NO, NEGROS SÍ.

Pero, ¿porqué motivo organizaban los paulistas expediciones para cazar indios y someterlos a esclavitud adentrándose en territorio español? ¿Acaso no todos los indios fueron esclavizados por los conquistadores? La leyenda negra anti-hispánica ha lavado mucho nuestros cerebros, y es por eso que el lector seguramente juraría por su honor que los indios fueron, todos ellos, sometidos a esclavitud. Una afirmación de ese tenor es un completo error. Falacia cuya repetición monocorde es sólo atribuible a la ignorancia o a la malicia. Ante la fenomenal novedad que significó el descubrimiento de un Nuevo Mundo habitado (sólo comparable a que hoy descubriéramos vida en otro planeta), las primeras disposiciones para los reinos de Indias, entiéndanse tanto decretos reales (para el orden civil) como documentos papales (en el orden religioso) consideraban a los naturales del continente como personas totalmente libres y racionales. Solamente que con afán protector se los consideraba con una capacidad disminuida, así como actualmente sucede con los menores de edad que no pueden realizar todos los actos jurídicos que sí pueden hacer los mayores. ¡Gracioso sería si dentro de algunos siglos dijeran que por ese motivo nuestra sociedad no consideraba humanos a los menores de edad por hallarse privados de ejercer actos de comercio o contraer obligaciones!

Sin embargo, al ocurrir en Europa el cisma religioso/económico propiciado por Martín Lutero, las potencias que se pasaron al protestantismo, al tiempo que desconocían la autoridad del Papa, lanzaban sus naves rumbo a América a reclamar su tajada en el continente. Al fin y al cabo no se sentían ya obligadas al laudo por el que el Papa Alejandro VI había dividido el continente entre españoles y portugueses. Hacia allí partieron naves francesas, holandesas e inglesas. En sus colonias no tendrían vigencia alguna los documentos tanto religiosos como civiles que mandaban tratar a los nativos como seres humanos y leales vasallos, procurando su mayor dignificación. Primero el arcabuz y luego el fusil Remington sustituyeron la Biblia.

Como contracara del trato dispensado a los indios en colonias inglesas y holandesas, las reales cédulas y los breves papales tuvieron aceptable vigencia en territorios sometidos a España, en donde durante los primeros dos siglos reinarían primero los Reyes Católicos y luego la casa de Habsburgo, de fuerte impronta religiosa. Pero no fue así en el Brasil ocupado por Portugal. Ante la escasa población nativa, se comenzó a importar negros africanos, a quienes sí se sometía a esclavitud. Lo que terminó de motivar las bandeiras para cazar guaraníes en territorios españoles fue la invasión y ocupación por los holandeses del nordeste brasileño, con cabecera en Pernambuco, obstaculizando el tráfico de esclavos que se venía haciendo.

LOS JESUÍTAS Y EL ESPÍRITU MISIONERO

De todas las órdenes religiosas llegadas a las Indias en el proceso de evangelización iniciado con el descubrimiento, serán los sacerdotes de la Compañía de Jesús, los Jesuitas, quienes protagonizarán el proceso de inculturación más exitoso de que se tenga noticia, en sus famosas reducciones sobre un amplio territorio que hoy se distribuye en Paraguay, Brasil, fundamentalmente al Este de los estados de Río Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná, y Argentina. Con un plus: esos territorios selváticos carecían de riquezas minerales conocidas y tornaban difícil la agricultura a escala, a excepción de la yerba mate. Por tanto, no era un afán lucrativo lo que guiaba a los jesuitas del lugar. El grado de desarrollo alcanzado en las reducciones, en las que miles de guaraníes convivieron durante siglos con pocos o a lo sumo pocas decenas de sacerdotes europeos, es algo que aún produce admiración. Digamos también que precisamente el espíritu de dichas misiones constituye un “mal ejemplo” de integración humana que desde las usinas del rencor y la avaricia no pueden mostrarse abiertamente. Salvo sus ruinas y con mero atractivo turístico.

Señala el historiador Alejandro Pandra que el mestizaje entre españoles e indios “es el principio de la nueva raza propiciado por la corona. Constituyó una revolución cultural para su época, y una verdadera apertura en el mundo de las relaciones humanas como no hizo ninguna otra nación. Al respecto podemos recordar el planteamiento inverso llevado a cabo por ingleses, holandeses y franceses.”

Producto de esa experiencia por la que los valores evangélicos se hicieron carne en miles de indios, y a su vez, se fue generando una nueva sociedad basada en el mestizaje entre españoles e indios, sea acaso Hernando Arias de Saavedra, Hernandarias, nacido en Asunción y muerto en Santa Fe la vieja, nuestro primer gran criollo, arquetipo del hidalgo idealista que como un Don Quijote resurgió en las áreas subtropicales y que disputó el modelo de sociedad, y de continente, a edificar en estas tierras, con los contrabandistas apátridas del puerto.

LOS BANDEIRANTES DE HOY

El 11 de marzo de 1641 tuvo lugar la célebre batalla de Mbororé, en el cerro cercano al actual municipio de Panambí, Provincia de Misiones, sobre el río Uruguay. De un lado, miles de indios guaraníes liderados por los padres jesuitas. Eran sus caudillos el cacique Nicolás Ñeenguirú y los curas Mola y Romero. Estaban hartos de las bandeiras que mataban y torturaban a sus pueblos, profanaban sus espléndidos templos barrocos y desmantelaban sus incipientes industrias basadas en la yerba y el tabaco. Del otro, la bandeira al mando de Jerónimo Pedroso de Barros e integrada por 400 mamelucos y 2000 indios tupíes. La suerte de las armas favoreció a los defensores de un modelo de integración social, religiosa y económica en el que no tenía cabida la esclavitud de nadie, porque sin dejar de ser una sociedad jerárquica, era más parecida a una familia, en la cual no había parias.

La victoria de Mbororé aseguró la pacificación de un amplio territorio español pero gobernado en los hechos por criollos, hasta la expulsión por causas políticas de los jesuitas un siglo después.

Pero acaso el espíritu bandeirante aún perdure, aunque haya cambiado de apariencias. Con sus más y sus menos, supuso siempre el rechazo a la integración regional y el intento por someter a los vecinos. Al respecto agrega Pandra que “El actual empuje de San Pablo, sin parangón en el mundo latinoamericano, perpetúa la vieja estirpe bandeirante hecha carne por las nuevas generaciones; éstas han podido proyectarla ahora hacia una fase de expansión industrial con el aporte de masivas inmigraciones alemanas, italianas y japonesas. En este sentido, la audacia y el espíritu de libertad de los paulistas bandeirantes merecen profundizarse, a condición de derrotar a la oligarquía de la burguesía mameluca, enferma de codicia, defensora de un mezquino nacionalismo parroquial “mitrista”, que ayer volteó a Getulio Vargas y hoy traba la construcción del gran espacio suramericano.”


* Abogado, Profesor Adjunto de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho, Universidad Nacional de Rosario.

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