“Voces de ultratumba” . Por José Luis Muñoz Azpiri (h)

Los lectores de “La Nación” suelen escandalizarse, a menudo, con las demoras de los vuelos de Aerolíneas, los embotellamientos de tránsito y las declaraciones de algún funcionario. Muchas veces no les falta la razón, pero nos preguntamos por qué no manifiestan similar susceptibilidad cuando en las páginas principales se publican los libelos de algunos publicistas; auto referenciados como “profesionales de las historia” – que manifiestan desdén por sus colegas con un leguaje descalificatorio y provocativo – quienes porfían en reiterar inexactitudes sepultadas en el basural de la historia. Ahora baten el parche con el éxodo de pilotos y la pauperización presupuestaria de las FF.AA. que pondrían a nuestro país en un estado de indefensión. La preocupación sería legítima si se considera al sector castrense como el brazo armado de la sociedad, para la defensa de su integridad territorial y la defensa de sus recursos. Pero al parecer “La Nación” no lo entiende de esta forma, según se desprende de sendos artículos publicados el 6 del cte., en relación con la conmemoración de la Batalla de Obligado, donde se considera a la misma, junto con Malvinas, el fruto de un nacionalismo de características patológicas, pues hablar de soberanía, en estos tiempos globalizados, es un anacronismo y un desatino. En realidad, para la mentalidad de los tenderos, nunca fueron cuerdas las luchas anticoloniales.

En uno de ellos, un tal Ernesto Poblet, columnista de la Fundación Atlas, rescata todos los lugares comunes de la mitología liberal de los manuales de Grosso, hasiendo uso y abuso de paralelismos histórico anacrónicos y extemporáneos, con el avieso propósito de utilizar la historia como instrumento político. Es destacar que la “politización de la historia” fue la principal crítica que se les enrostró a los escritores revisionistas. Afirmaciones tales como “No había nación en tiempos de Rosas” (¿Qué éramos?), “Lo lamentable fue gastar tantas vidas, entre argentinos y extranjeros, en dos frustradas hazañas bélicas (Obligado y Malvinas)” (extranjeros que venían del otro extremo del mundo a matarnos), “Durante los veintidós años de la supremacía de don Juan Manuel de Rosas aquel país vivió alejado del mundo de la Revolución Industrial” (¿la que llegaba en vapores acorazados para imponer el libre comercio?), o “La soberanía no se emblematiza con proclamas encendidas de patriotismo vocinglero festejadas con fuegos artificiales, o acumulando días sin producir”, por citar uno de tantos dislates, no merecen, siquiera, el comentario de una charla de café.

Pero hay otro más meduloso, debido a la pluma del inefable David Rock, cuya fobia al nacionalismo (argentino, no al propio) y al revisionismo, es suficientemente conocida. Este historiador británico, orlado de gloria entre la intellingentzia vernácula, que lo recibió en su seno como uno de sus hijos predilectos; intercede en la polémica suscitada entre Pacho O´Donnell y Luis Alberto Romero, no sabemos si por voluntad propia o por expresa solicitud del segundo. Lo cierto es que en “La otra Vuelta de Obligado” si bien le concede “pese a su lenguaje exagerado” cierto rigor analítico a Pacho O’Donnell, no deja de condenar el anacronismo de la terminología empleada: “democracia popular”, “soberanía nacional” y “nacionalismo”, por ejemplo. Esto, en boca de un súbdito de una monarquía que en nombre de la “autodeterminación”, la democracia y los derechos del hombre, justifica aún hoy sus aventuras coloniales y su alianza con regímenes fundamentalistas como los de los Emiratos, ya es una ironía de mal gusto, aunque hay que reconocerle que evita los eufemismos: “La batalla de la Vuelta de Obligado fue una masacre de “nativos” típica de su tiempo” (sic).

En realidad, lo que está en discusión no es la interpretación del 20 de noviembre de 1845, suerte de Termópilas argentina, ni siquiera el gobierno de Rosas o los caudillos, sino de toda una visión de la historia argentina que debe ser revisada desde la llegada de Solís al Plata. Una historia falsificada, al decir de Ernesto Palacio, que desde Caseros a hoy a hegemonizado el manejo de la prensa, la docencia primaria y secundaria, las cátedras universitarias, los sillones académicos, los institutos de investigación, los congresos, las becas y los subsidios y cuyos últimos exponentes, asisten con estupor, no exenta de rabia, a la retirada de la misma gracias a la consolidación de una nueva corriente de pensamiento crítica, veraz y profundamente nacional.

Decía el recordado Jorge B. Rivera: “No se trata, por cierto, de predicar la guerra santa contra el Olimpo liberal para erigir en su lugar una nueva casta de inmortales revisionistas y de “estampitas” nacionales, sino de recuperar (sin recortes excluyentes ni imputaciones prejuiciosas, como las que hemos padecido) el conjunto del campo histórico y cultural, en todos aquellos aspectos que hagan de forma profunda y efectiva a nuestro proceso de descolonización, de reidentificación y de reivindicación de los propios patrimonios”.

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