FRAGMENTO DE LA CARTA DEL PADRE HERNAN BENITEZ A JUAN PERON: 14 de abril de 1957

Gentileza de Iciar y Aritz Recalde.

Para una epopeya del momento actual

El país, en las vísperas de la reacción proletaria que se alumbra, reviste -a mi entender- las siguientes características espirituales. Las materiales son archisabidas. Mientras mejor cobremos conciencia de estas características espirituales, mejor orientaremos nuestra acción.

  1. Pérdida de todo prestigio de los partidos políticos. Sus dirigentes no sólo están horros de pueblo sino enconados contra el pueblo, precisamente por el desprecio en que el pueblo los envuelve. En las elecciones internas los demócratas de la Capital sumaron sólo tres mil votos. Los radicales, diez mil. Cualquier club de barrio decupla el número. No hablemos de las elecciones gremiales. Las concentraciones políticas en Constitución y Once recuerdan las reuniones dominicales de los evangelistas. Sólo falta la rubia del armonium. Si yo fuera presidente – ¡absit! – bregaba porque en las Cámaras ocuparan bancas los delegados de los clubes y de los gremios. Estos representan sectores reales de pueblo. No los políticos. Aun el peronismo como fuerza política nunca, ni en sus mejores tiempos, valió gran cosa. Se impuso como fuerza social. Las unidades básicas y sus dirigentes le hacían más mal que bien. Ahuyentaban la gente más que atraerla. Creaban problemas en vez de solventarlos. Por eso los dirigentes han brillado por su ausencia en la borrasca. A no pocos se los ve ahora buscando acomodo en los partidos opositores. Frondizi y los azuliblancos trabajan afanosos por dar a sus campañas contenido social. Agitan las mismas banderas del peronismo. Hablan el mismo idioma. Claro que el amor del pueblo no se conquista sólo con palabras. Obras son amores. Y los maricones sociales son más repelentes que los maricones sexuales. El oligarca que se presenta vestido de overol no engaña a nadie. Menos, al pueblo. Este huele a mil leguas de su inversión social. ¡Qué no darían Frondizi y los nacionalistas por raer de la memoria del pueblo sus pasados insultos al peronismo y sus alianzas con la oligarquía!
  2. Fracaso de las elites. En el libro que le envié ya cargué las tintas sobre varios aspectos de este fracaso. Pero estos meses de heroica resistencia popular a losinvasores han descubierto otras caras. En los doce años del justicialismo intelectual y peronista parecían términos irreconciliables. Mis colegas de la Universidad, muchos de ellos por lo menos, decían que no podían ser peronistas que más no fuera “por estética”. Los habituales de la “intelligentzia” todos eran opositores. Hasta las costureras cuando querían darse pistos de cultas se hacían las opositoras por fuera, aunque por dentro les saltara a chorros un rabioso peronismo. Hoy, no. Hoy todo argentino con un poquito de amor a su patria y un poquito de vergüenza entre la “tiranía” de ayer o la “libertad” de hoy se queda con la primera. Ha dejado de ser una vergüenza para el intelectual ser peronista. Y está siendo cada vez más una vergüenza para el intelectual no serlo. La juventud sana de los partidos políticos opositores envidia la suerte de los peronistas. Cada día se inclina más a nosotros. Busca una entrada decorosa. Y para esto trata de estrechar amistad con alguna de las principales figuras del peronismo. No faltan viejos y tenaces políticos opositores, los que, aunque tarde, reconocen ahora su error. Envidian nuestra posición. Es todo una gloria para nosotros ser perseguidos y proscriptos por los entregadores de la patria. ¡Qué no darían por pertenecer a nuestro bando! DamonteTaborda, Martínez Estrada y otros libelistas, ¡oh si pudieran hacer desaparecer sus alocados brulotes! Se lo dicen a quienes les quieran oír. Con esta “libertadora” el papelón de los políticos y de los “intelectuales” ha sido soberano. No les queda otra salida -¡lo ven clarito!- que desaparecer amortajados con un sudario de ignominia.

“La Nación” publicó el 6 de Enero un número extraordinario dedicado a exaltar el alto nivel cultural alcanzado por la “libertadora” en el campo de la cultura. No contenta con falsificar, como acostumbra, la historia del pasado trata de fraguar piezas documentales para falsificar la historia del futuro. Quiero decir: la que se haga en lo futuro sobre el momento presente. Pero basta con no ser ciegos para ver que el país se ha ido culturalmente barranca abajo. El espectáculo dado por los carcamales en las universidades es deplorable. Más de tres mil artistas no tiene trabajo. Mi Facultad ha sido literalmente asaltada por tres o cuatro familias. Las de los Romero, Ghioldi, Mantovani. Cobran hasta 18 y 20 mil pesos. Ningún profesor antes llegaba a los cuatro mil. Ahora 20 mil por gangosear vulgacherías de escuela primaria. Por cincuenta publicaciones que sacábamos nosotros, nuestros adversarios no han sacado ni cinco. Las academias son un muestrario de memez. Ud., desde lejos, no puede darse ni idea de esto. Los discursos de Freire eran ingenuos pero sabían a lo nuestro. Las payasadas de Palacios, Bergalli, el Capitán Gangi no saben nada más que a estupidez sin atenuantes. En estos instantes apesta en las calles la basura amontonada por la huelga de los municipales, pero apesta más la literatura farragosa del Intendente que aprovecha la bolada para declamar ditirambos a la democracia y a la libertad. Es un tipo de chaleco. Yo me pregunto ¿qué dirán a solas los Borges, Mallea, Victoria Ocampo y toda esa crema de craneocúmenos que asqueaba del peronismo “siquiera sea por estética” ante esta suelta de locos y este desenfreno de botarates? ¡Triste el espectáculo de nuestras elites en esta hora de liquidación de un pasado al que el triunfo episódico de la reacción le ha permitido asomarse al escenario para dar su canto de cisne, pero a precio de dejar ver toda su podredumbre y vaciedad!

  1. Necesidad de severa autocrítica dentro del justicialismo. La falta de libertad de prensa durante el peronismo, no permitió la menor autocrítica pero permitió a los jerarcas del régimen aburguesarse y adormilarse en sus cargos dando un tristísimo espécimen de incompetencia y mediocridad. Los ministros corrían todos tras la pelota como chicos de arrabal. Carecían de personalidad. No daban un paso sin consultar al “papi”, como incapaces. Y el día entero se los veía atrás de Perón o de Evita como huérfanos de orfanatorio. Ello no implica el reconocimiento de autocrítica en tiempos de la oligarquía. Ya hemos dicho que ésta puso en práctica el más cruel totalitarismo. Ningún diario poseía libertad para atacar los grandes consorcios y desenmascarar los negociados porque los trusts financieros compraban los diarios que más no fuera con los grandes avisos y los suprimían quitándoselos. Quede esto claro.

La autocrítica fue imposible en los años peronistas, sobre todo en los últimos, por el exceso de “sectarismo” que ahogó el idealismo revolucionario fosilizando al justicialismo. Todo el movimiento cuenta con: sectarios, idealistas y oportunistas. Los primeros se niegan a reconocer error alguno. Son enemigos de la autocrítica. Dicen que ésta confunde a la masa. Culpan a los idealistas de heterodoxos si no ya de opositores. No les interesa para nada los principios ni la doctrina. Les interesa enquistarse en las posiciones alcanzadas, conservar el puesto y cobrar el sueldo o los sueldos. Desconfían de los idealistas, que son siempre revolucionarios, porque éstos pueden patearles el nido y desplazarlos de sus puestos por inoperantes. Los sectarios arbolan la bandera de su fanatismo peronista creyendo hacer patria cuando en realidad no hacen sino egoísmo.

En estos años de resistencia al invasor se ha patentizado la diferencia fundamental entre los sectarios y los idealistas. Ambos propugnan intransigentemente la vuelta de Perón. Pero los primeros para seguir ocupando sus bancas en el Parlamento y su antiguo rango en el escenario político. Apunta más al propio bienestar que al del pueblo. No comprenderán jamás que, aunque hayan sido honestos y eficientes, se han gastado y deben dejar paso a los héroes de la resistencia. Los segundos buscan más el triunfo del pueblo que su propio triunfo. Anhelan que el justicialismo no se quede a medio camino. Debe llevar las reformas sociales hasta sus últimas consecuencias. Debe corregir sus muchos errores accidentales en aras de sus aciertos substanciales. A diferencia de los sectarios que buscan la conservación de lo ya alcanzado, los idealistas buscan la superación. Aquellos adulan a Perón y merced a esto se ubican bien formando camarillas para sostenerse los unos a los otros. Los idealistas critican lo criticable de Perón y esto les ha valido ser radiados de en medio, perdiendo con esto el movimiento sus mejores hombres.

Los sectarios son amigos de los nombramientos digitados en las cámaras, en las unidades básicas, en los sindicatos, en todo. Porque sólo digitados llegan a estos puestos. Los idealistas desean que surjan los más capaces de las entrañas mismas del pueblo. El pueblo debe darle sus comandos sin mandato de arriba, ni siquiera la media palabra del Jefe. Este a lo más podrá vetar a un candidato por sus razones, que dará o no dará, pero jamás debe señalarlo. Si en el pasado esto se toleró por razones dialécticas (en el sentido comunista de la palabra) de ninguna manera debe tolerarse en el futuro. Se ha constatado que los sectarios, que tanto cacarearon su peronismo en las vacas gordas, que tanto gritaron “la vida por Perón”, han sido ineficaces, en las vacas flacas; han dividido a las masas, han dado un pésimo espectáculo de fatuidad y falta de camaradería. se creen la “élite” del peronismo. Si ellos no rodean a Perón, “pobre Perón”. Cuando no han hecho sino aprovecharse descaradamente del peronismo. Muy poco edificante ha sido el espectáculo de los sectarios en las cárceles, en el destierro, en la resistencia. Han dividido al peronismo y son grave obstáculo para el ingreso en nuestras filas de lo mejor de la ciudadanía que ve nostálgica arriadas las banderas justicialistas.

Lo más grave es que los sectarios no quisieran evolución ninguna en Perón. No quieren que aprenda la lección del destierro. No quieren que reflexione. Desearían fosilizarlo. Las masas, en estos años trágicos, lo han idealizado creando, ya en vida de él, el mito Perón. El más eficaz enemigo del Perón mito sería el Perón de carne y hueso si éste se estancara, permitiendo así que las masas lo superen. Porque es realmente maravilloso cómo el pueblo obrero ha madurado su conciencia social, cómo ha evolucionado, cómo ha captado la realidad nacional. La persecución es una lección magistral de experiencia política. Y el pueblo ha aprendido. Se ha politizado.Lo dejaría muy atrás a Perón por poco que éste pusiera de “rélachement” en el desarrollo de las virtualidades político-sociales que depotencia. Lo único que puede librar a Perón, tras su vuelta, del fracaso de los “cien días” es la implantación de un justicialismo de nuevo cuño que supere en cien codos al pasado. No hemos derramado nuestra sangre, no hemos sufrido y hambreado para volver a las andadas. La masa peronista necesita una palabra de Perón, en estos momentos que le exhiba un Perón nuevo, un Perón superado, un Perón más allá de todo el pasado. No puede demorarse más Perón en mirar a los tiranos entreguistas. Frente a los programas, repeticiones descaradas del justicialismo, arbolados por Frondizi, Solano Lima, Amadeo, etc. quienes pretenden aprovechar la extinción del peronismo, debe soltar un canto nuevo, revolucionario, inédito que estremezca a toda América. ¿Va a perder el escenario magnífico que le brinda el destierro para hablar por sobre los tejados de América? ¿Va a malograr la popularidad inmensa que ha logrado en todo el continente? ¿No sabe que éste tiene atento el radar de su sensibilidad ansiando de él palabras de futuro?

  1. Más allá del justicialismo. La superación del viejo justicialismo es un reclamo imperioso del pueblo argentino. Y superación en cuanto tenía de bueno y de mejor. No digamos de sus vicios. El pueblo, tras esta sangrienta experiencia, exige la liquidación radical del oligarquismo, de la politiquería profesional, del entreguismo. Basta de medias tintas justicialistas. O todo o nada. No vamos a iniciar un nuevo ciclo de tira y afloja. Ni mucho menos de traiciones a los ideales del pueblo. Perón ejerce hoy un hechizo místico en la masa. Pone frío pensar en lo que va a pasar el día de su retorno. El país entero se pondrá de pie. Será el retorno del pueblo mismo a la Patria, a la Patria de los sueños. Él es el único que puede exigirle al pueblo sacrificios heroicos para salvar al país del desastre económico en que le ha sumido la tiranía. ¡Hay de Perón si defrauda al pueblo! ¡Si no vuelve renunciador, visionario, magnánimo y humilde! Sobre todo humilde. Porque la humildad es la limpieza espiritual del hombre en cuya cara el sufrimiento o la santidad han encendido un reflejo de la majestad de Dios. Ser el hombre más amado y más odiado de América, cargar con la inquina de la oligarquía internacional y capitalizar la esperanza de las masas trabajadoras no de un país sino de veinte configura una vocación de heroísmo, al cual renunciar sería traicionar al propio destino. El “todo o nada” del Braden de Ibsen es la única ejecutoria condigna de un auténtico reformador social. La mediocridad atenta contra la esencia misma de aquel a quien Dios eligió para que cabalgara sobre la mediocridad. Como reformador social, tanto en su vida pública como en su vida privada, Perón debe ser espejo en que se mire y a quien calque la inmensa masa que le sigue. Porque un reformador social -como he dicho en otra parte- se acerca más a un fundador de religiones que a un político y que a un conductor de pueblos.

En su primera presidencia Perón dejó una impresión, aun en sus más enconados enemigos, de sorprendente capacidad creadora, agilidad mental, sensibilidad de masas, laboriosidad y austeridad de vida. En este marco de virtudes su genio, su indiscutible genio, brillaba aun ante la faz de sus enemigos sin que nada lo opacara. ¡Qué grande la andaba a sus enemigos! ¡Y qué chicos le andaban sus enemigos! Hizo una reforma social. Dióle al obrero hegemonía. Fue fiel a su vocación de pueblos. Pudo, buscando su comodidad, acostarse a la oligarquía internacional y nacional. Este le habría cubierto de halagos. Le habría convertido en un héroe, pero, por fidelidad a su vocación y destino, prefirió vivir en perpetua zozobra y en perpetua lucha.

En su segunda presidencia su personalidad fue perdiendo vuelo cada vez más. Por su culpa y por culpa sobre todo del coro de mediocridades que le rodeaba. Se anemió su garra revolucionaria ante la desesperación de su pueblo. Se desconectó de la realidad. Se aburguesó y aburguesó a sus equipos. Coqueteó con su alcanzado prestigio gastando su prestigio. Desestimó a sus enemigos como si su buena estrella, sólo porque sí, hubiera de volverle invulnerable. Para peor, no quiso crearse problemas ni menos que nadie de los suyos se los creara. Estos, en las antesalas de la Casa Rosada prevenían a los visitantes de todo lo que no debían hablarle a Perón. “No le venga con problemas”. En esas antesalas se le cortaron las alas a la revolución.

Un verdadero diluvio de fotografías y documentales volcó sobre el pueblo su vida íntima vaciándola de la reserva y del elemento mítico que, Platón decía, coloca al mandatario ante el pueblo en la perspectiva de lo divino. Cuando se aproxima el santo a las narices de sus devotos éstos le pierden la fe; cuando lo ven por dentro exclaman: “Te conocí manzano”. Una buena dosis de misteriosidad conserva la autoridad. Perón se obstinó en conservar un cuadro de hombres gastados. No sé si fueron ladrones. ¡Creo que no! Ni siquiera si fueron torpes. ¡Creo que tampoco! Pero ciertamente no colaboraron a la grandeza de Perón. No fueron digno marco de él. Con su vulgaridad lo avulgacharon. Confundieron lo popular con lo populachero. Y le brindaron un plato diario de vulgacherías y populacherías babosas, que eran la desesperación de los hombres conscientes de la verdadera grandeza de Perón. Los actos partidarios fueron perdiendo el fuerte acento popular y criollo de la primera época, substituido por tonalidades de arrabal. El subproletariado suplantó al proletariado y sopló en la ciudad un fuerte vaho de oclocracia. El “más allá del justicialismo” no fue superación sino degeneración. El pequeño pero terrible libro de Spengler “Años decisivos” cobró trágica realidad entre nosotros. Habíamos desestimado demasiado al hombre-calidad y dado exagerado valor al hombre-cantidad. Así, si no perdimos, anestesiamos el pueblo confiando nuestra suerte al populacho. En la hora de la lucha el pueblo contempló desesperado nuestro derrumbe moral.

Lo más grave de la crítica implacable, insultante y canallesca de la oligarquía contra Perón y Eva Perón fue el haber provocado, por lógica reacción, en el peronismo una explosión de elogios cuya desmesura se enderezaba más a herir a los enemigos que a exaltar a los amigos. Y lo peor de todo, habernos inhibido de la autocrítica. Esta, la que ni podían ni sabrán hacerla jamás los enemigos, habría evitado que vicios y errores extrínsecos ahogaran la vitalidad interna del sistema. La oligarquía cae, y cae por decrepitud interna, por desentonar con los tiempos, como la farmacopea de los galenos o la piedra filosofal de los alquimistas medievales. Tras la experiencia inmensa de estos años, empecatarnos en una terca terca defensa de nuestros errores, de métodos ineficaces y de hombres gastados probaría que no creemos en el dinamismo interno del justicialismo, cuya defensa no necesita de nuestras mentiras. Probaría nuestra ceguera política; porque dicha autocrítica veraz y aun cruel, en estos momentos de liquidación del oligarquismo, resulta a todas luces el método más eficaz para conquistar todo lo sano y progresista del país. Probaría en fin, que nuestra doctrina es superior a nosotros y que hemos dejado de merecer ser sus pregoneros y defensores.

No, no caímos vencidos por las armas. La rebelión estaba militarmente sofocada en todos sus focos. Caímos bajo el cúmulo inmenso de nuestros errores políticos, y de nuestra traición a una doctrina cuya vitalidad juvenil era aval de éxito frente al caduco liberalismo individualista. Sólo Perón pudo acabar con el peronismo en plazo tan perentorio. Pero, he aquí que cuando la personalidad de Perón pudo parecer definitivamente perimida, cuando pudo creerse sepultado para siempre a Perón, el genial y magnífico de otros tiempos, en el último Perón, sólo cenizas del primero, hace explosión el odio oligárquico acumulado en doce años, triunfo efímero de ideas muertas y el ocaso del último Perón se convierte en aurora radiante de un Perón nuevo que nace en la conciencia popular como al conjuro de portentosos avatares. La vitalidad interna de la doctrina salva al hombre. El justicialismo redime al peronismo. Y queda probado, por millonésima vez en el mundo, que hombres viejos con ideas nuevas vencen a hombres nuevos con ideas viejas.

No, no podía desaparecer ahogado en odios, en calumnias, en vejámenes el creador de una nación socialmente justa, económicamente libre, políticamente soberana. Este estribillo, que no sólo había perdido todo sentido por repetirlo implacable la propaganda oficial sino se había convertido en tormento, recuperó de repente su vida y su prestigio, y se vuelve sagrada consigna de todo hombre digno. Lo repito una vez más. Las toneladas de calumnias, acusaciones e insultos y una ley, sin precedentes históricos, que prohíbe toda defensa del acusado bajo penas severísimas, redimen a Perón en la conciencia popular, le agrandan, le transfiguran en mito, en bandera, en la conciencia popular, le agrandan, le transfiguran en mito, en bandera, en ideal. Aparece ahora con toda nitidez su magnitud de primer orden dentro del proceso histórico. La masa no tiene ya que aceptar la imagen oficial del Perón que le impone la propaganda. Ella la hace. Y la hace inmensamente superior a la propaganda… De la discusión surge un Perón verdadero, más allá de las calumnias y de las adulaciones. El hombre de overol reconoce ahora los excesos egolátricos de Perón, que llenó al país de toponomásticas monocordes; reconoce su proclividad a rodearse de los peores, como si padeciera alergia a los hombres de valor; reconoce su infantil inclinación a la espectacularidad; reconoce uno a uno todos sus errores… pero, pero es el hacedor de la Argentina Justicialista de la hegemonía popular, de una nación libre y soberana, Cualesquiera sean sus errores no traicionó al pueblo ni traicionó su vocación fundamental y su destino. Nada más injusto que exigirle a un gran hombre las virtudes del mediocre. Y Ortega y Gasset en su ensayo “Mirabeau o el Político” (Obras Completas, III, p. 607) ha escrito y no sin causa: “Es un hecho universal que no hay grande hombre con virtud, se entiende con las pequeñas virtudes de los mediocres”. Tiene Perón derecho a un buen cúmulo de defectos, acaso intolerables en los hombres medianos, los que compensa y sobrepasa su innegable genialidad.

Ahora el pueblo pregunta apremiante: ¿Cómo está Perón? ¿No es cierto que le ha agigantado la persecución y el destierro? ¿No es cierto que no ha renunciado a su vocación y a su destino? Si para gruesos sectores ciudadanos particularmente de las clases superior y media la actual personalidad de Perón es un enigma, la masa obrera no duda de que Perón ha evolucionado como ha evolucionado ella misma al calor de la persecución. Todo permite presagiar que el gran dolor de esta hora engendrará una Argentina y un Perón de los que aquellos de 1945 no fueron sino un pregusto y un esbozo.

El inmediato quehacer

A lo largo de esta carta quedan esbozadas algunas medidas prácticas en consonancia con el estado del país, pero para terminar permítame insista en dos más.

  1. I. Mucha gente opositora, sobre todo del frondizismo y nacionalismo católico recién ahora, en la derrota del justicialismo, ha conseguido ver lo nuevo y magnífico que éste incorporó en nuestra historia. No lograron verlo, acaso por envidia acaso por ceguera, en los años del triunfo. ¡Cómo lucen nuestras tres banderas en medio del entreguismo actual! ¡Cómo contrasta la política económica interior y exterior (¡verdadera obra maestra!) de Perón con la de los craneocúmenos del entreguismo! ¡Qué grande la Argentina de ayer frente a la de hoy hambrienta, pordiosera, quemada de odios!

Ahora bien. ¿Cómo incorporar a nuestras filas los gruesos sectores juveniles de la oposición quienes ven ahora meridianamente que arriar las banderas justicialistas es hacerle el juego a la oligarquía y a la antipatria? ¿Cómo incorporarlos a nuestros enemigos sin forzar a pasar vergonzosamente por las horcas caudinas?

1) Esclareciendo que poco importan las diferencias políticas (reducidas a meras simpatías por unos y otros hombres) cuando se coincide en un mismo ideal social. Poco importan precisamente porque la lucha se libra en el terreno de lo social. Duelan la oligarquía y el pueblo.

2) El peronismo si no necesita formar con los otros partidos obreristas un frente único popular contra el contubernio de los partidos oligárquicos, necesita ciertamente de la colaboración que aquellos partidos, compañeros en la lucha social. Colaboración que debería implicar el acceso de sus hombres capaces a altas funciones públicas, incluso a ministerios; la unión en las cámaras, en los sindicatos, en la integración de milicias obreras, imprescindibles tras lo ocurrido. En una palabra, sin que el radical frondizista deje de ser radical, por su decoro, debe considerársele verdadero compañero de lucha y debe entrar con todos los honores en la conducción del país.

  1. La conciliación del peronismo con la iglesia es no sólo posible sino fácil. Y la reclaman inmensos sectores católicos y peronistas. Los siguientes hechos aconsejarán el temperamento a seguir.

1) Nadie en los amplios sectores adonde alcanza la influencia del clero está por la tiranía imperante, antes la detesta.

2) El alto clero, el curialesco, los religiosos y religiosos educadores de aristócratas católicos, a fuerza de leer “Azul y Blanco”, se han forjado una mentalidad azuliblanquesca, mezcla de utopismos políticos, paternalismo social y religiosidad ventajera. Hay en estos sectores altos valores intelectuales. Tejen muy bien la intriga política. Son los enemigos más eficaces del liberalismo. Les han llevado una lucha sin cuartel a los gorilas. El descrédito galopante de éstos es obra: de sus disparates y de las acometidas de “Azul y Blanco” y de “Qué”. Con la misma viveza con que han golpeado al gobierno tratan de dividir al peronismo y sacar tajada. Su principal argumento contra nosotros sigue siendo el diferendo de Perón con el clero, la amenaza de represalias a la Iglesia a la vuelta del peronismo, el marxismo que – ¡según ellos! – entraña el peronismo, aunque saben que mienten.

3) El clero humilde y la inmensa masa católica influida por él, aunque lee “Azul y Blanco” y acepta su ataque al gobierno, no acepta su oligarquismo indisimulado. Entre Perón y éstos se quedarían mil veces con Perón de saber que ha oreado su alma de resentimientos con la Iglesia, no se tomará disimuladas venganzas ni desatará innecesarios conflictos.

4) Frondizi hace cantatorias al clero, al Ejército, a los obreros, a todos. No es santo de la devoción de los católicas por su marcado corte izquierdista. Está atrayendo a no pocos obreros. Pese a su aparente oposición a los gorilas sería la solución de éstos. Por algo le han dado medio millón para su campaña, según mis informes. Se lo darán a Bramuglia y a quien quiera dividir al peronismo pues ésta es su gran preocupación.

En suma: la masa peronista más o menos católica, si no quiere ver a Perón en Canosa – ¡no! – tampoco quiere que sus sentimientos cristianos entren en conflicto, antes armonicen con sus ideales políticos. Desearía un acto de reparación hacia inmensos sectores del clero, más de ochenta por ciento y hacia peronistas que son militantes católicos a los que alcanzó injustamente la acometida a la Iglesia de 1955, hecha sin distingos. El Sr. Nuncio no puede haberse mostrado mejor dispuesto ni más afecto a Perón, aun después de su caída. Los gorilas le tienen catalogado como Peronista y le mantienen en cuarentena, como Perón a Mons. Fietta, por no escuchar éste nada más que a los antiperonistas y por informar adversamente al Vaticano. El Cardenal Copello está padeciendo implacable persecución, “por colaboracionista con la dictadura”. Todo obispo y sacerdote obrerista de su contacto con los trabajadores no puede no sacar que la salida del caos económico y de la contienda civil requiere de un modo o de otro a Perón. La acometida de ésta a la Iglesia -también lo saben todos- no le salió a Perón del alma. Fue cosa postiza. Se la fabricaron. Lo embalaron. El fondo cristiano de Perón no ha sufrido mellas y, por debajo de su enojo contra el clero oligarca mantiene vivas las brasas de su fe en Dios y de su devoción a la Virgen.

Y no crea que le escribo esto haciendo un hábil trabajito, muy jesuítico ( es decir, súbdolo). Nada de esto. Le digo la verdad tal cual yo la veo. La dureza con que escribo me nace del amor hacia Ud. Mis conceptos los subscribirán el 90 por 100 de los peronistas, quienes mal o bien son cristianos y se sienten lastimados por el conflicto del 55. Aun los que no tienen fe y están hartos de los curas, como mi amigo Puiggrós, comunista, quien lo quiere a Ud. como pocos. piensa igual. Ud. aliviaría al país como no se lo imagina con mostrar, en cualquier declaración de prensa, su preocupación por el golpe que pudiera haber sufrido el cristianismo en el alma del pueblo porque éste es el problema de fondo.

El país entero se estremecería de gozo si le oyera decir a Ud. “El diferendo entre la Iglesia y el Estado, los incendios de los templos, la acometida al clero, con ser hechos tan lamentables, me han preocupado menos que el quebrantamiento que pudieran haber sufrido en su fe cristiana nuestros trabajadores. Para evitar esto, en cuanto ha estado de mi parte, he repetido constantemente que soy católico y no tengo respeto humano de mostrar a todo el mundo la imagen de la Virgen de Luján que me acompaña en el destierro. Algún día se sabrá que fue la oligarquía ateo-liberal la principal responsable de los incendios de los templos. Un templo derruido se puede reparar. Yo ofrecí a la Iglesia doscientos millones para esto. Fuimos los peronistas quienes verdaderamente sentimos ese execrable sacrilegio. Nuestros opositores se llenaron de satisfacción hallando en ello un arma contra nosotros.

“Sé que el clero argentino ha comprendido muy bien que nuestro diferendo con la Iglesia no le rozó ni la piel. Los clérigos posaron de héroes y de mártires ante el mundo porque la prensa oligárquica, de ordinario anticlerical, se hizo entonces la escandalizada y magnificó los hechos, pintándolos como perseguidores de la Iglesia. Pero el ataque que ahora le llevan a la Iglesia los liberales, ateos y masones encaramados al gobierno va contra el alma de la Iglesia. Siembra materialismo, ateíza y corrompe las conciencias juveniles. Son estos señores muy hábiles para hacer clericalismo, homenajeando al Sumo Pontífice y a las autoridades eclesiásticas, y anticristianismo, arrasando con los principios de las Encíclicas sociales y con la tradición cristiana de nuestro pueblo.

“Mi preocupación fundamental al implantar en mi país la justicia social que rodeó al pueblo humilde del indispensable confort no fue crear animales gordos, bien comidos y bien bebidos. Fue elevar el standar moral y espiritual del trabajador. Fue facilitarles que pudieran cultivarse religiosamente si libremente querían hacerlo, respetando siempre el fuero íntimo de las personas. Y esto es lo que más me duele ahora, que al reducirlos la oligarquía a la miseria y el hambre no gocen los obreros de las facilidades que nosotros les dimos para practicar su religión cristiana y para cultivarse espiritual y moralmente.

Perdóneme esta carta descomunal. Créame que me sale desde el fondo del alma. No me tenga ni por un utopista ni por un angelito caído de las estrellas. No sé si con algún concepto le puedo haber molestado. Si viera Ud. mi intención y leyera en mi corazón me tendría -no lo dudo- por el amigo más grande que Dios le puso en su camino. Es mucho decir. Pero lo digo. Prefiero perder su amistad por decirle la verdad que no conservarla halagándole con mentiras. Creo firmemente que su estrella no tardará en amanecer, tras esta breve eclipse tan llena de enseñanzas, y que acrecentará su merecimientos con la Patria y con el pueblo humilde. Creo que el sufrimiento le ha unido íntimamente a Dios. Y no puedo menos de estremecerme de júbilo al ver que la lucha con la Iglesia no ha dejado la menor mella en sus sentimientos cristianos. ¡Cuántas cosas me gustaría decirle de corazón a corazón, que se habrían de llenar su alma de satisfacción! Espero que muy pronto nos hemos de ver. Reciba un fuerte abrazo.

Hernán Benítez

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