El pueblo en tiempos de una nueva oleada individualista*. Por Francisco José Pestanha**

PUBLICADO EN LA REVISTA ESCENARIOS. UNION PERSONAL CIVIL DE LA NACION.

 

El concepto de pueblo ha sido tematizado por numerosos autoras y autores inscriptos en el “Pensamiento Nacional”, tradición reflexiva de inspiración nativista que en nuestro país se ha caracterizado por un auténtico proceso de reelaboración y sistematización conceptual. Dicha tradición, para Alcira Argumedo, se instituirá en una matriz teórico-política constituida a partir de “la articulación de un conjunto de categorías y valores constitutivos que conformaron una trama lógico-conceptual básica específica y establecieron los fundamentos de una determinada corriente de pensamiento”[1].

Por su parte, para Gerardo Oviedo[2], la idea un pensamiento nacional implicará el desarrollo de un estado crítico de autorreflexión sobre los destinos emancipatorios de la Argentina y del resto de las naciones nuestroamericanas, circunstancia que implico entre otros factores […] una cierta conciencia de sí […] una autorreflexión histórico-intelectual […] no ya solo como un modo de encarar la prosecución de una tradición, sino como práctica para esbozar un horizonte de comprensión sobre nuestras expectativas vitales como mundo cultural y comunidad política.

Formuladas tales reflexiones y desde dicha perspectiva teórica, un primer acercamiento a la noción de pueblo nos induce a asociarlo con un complejo de personas humanas mutuamente comprometidas e identificadas entre sí mediante una amalgama de prácticas y significaciones comunes, que a su vez, las constituyen como tales. El producto de esa común unión erigirá una realidad cultural específica (dotada de un hálito particular) que presupone algo más que la simple anexión de lo producido individualmente por cada uno de sus integrantes.

Percibimos de esta forma a un pueblo determinado  como una entidad compleja que empieza a cimentarse cuando el producto de lo aportado al común por cada uno de sus integrantes constituye un algo más, y ese algo más (ser extra, será además distribuido entre las partes que componen el todo.

Desde una mirada antropológica, un pueblo es un grupo cultural diferenciado cuya particularidad emerge de la articulación compleja entre una “dimensión externa, compuesta por un conjunto de productos materiales (instrumentos, edificios, vestidos, obras de arte) y […]  sistemas de relación y comunicación (lenguaje, costumbres, instituciones), y una dimensión interna, que es condición de posibilidad y da sentido a la dimensión externa, y que se concreta en el conjunto de creencias, intenciones y actitudes colectivas que la animan.[3]

Oscar Ponferrada[4] (1907–1990) sostendrá en su tiempo que la cultura popular que representa esa especificidad formaliza algo así como el patrimonio común de un pueblo. La naturaleza social (y compleja) de toda vida humana                 –agregará– determina en parte el derrotero y las creaciones de artistas y pensadores, pero sobre todo, el carácter de los pueblos en sí. Armando Poratti (1944–2012) incluirá en el concepto de pueblo “a aquellos elementos que, en el seno de una comunidad encarnan su voluntad cultural y su proyecto, esto es, la afirmación de su existencia y de una dirección en conjunto”[5]. El pueblo será entonces el encargado de llevar adelante, aun en condiciones desfavorables, ese producir en común, es decir, esa cultura. Para el filósofo, llevar adelante una cultura específica es un hecho político en el sentido más esencial de la palabra, de modo tal que, si la cultura “es el modo de instalación del hombre en el mundo”, entonces “el quién de la cultura, su sujeto, es una comunidad –una comunidad histórica y concreta–, y la comunidad toda, la comunidad como tal, no un sector de ella”[6].

Para que un pueblo cobre existencia vital se requerirá una conciencia de sí como entidad cultural específica. En palabras de Charles Chaumont: un pueblo “(…) que no lucha por su existencia no es más que un aglomerado de clases o personas, incluso si […] la comunidad territorial, de lengua, de cultura, etc., es indiscutible. […] El afloramiento en el ámbito de la percepción colectiva del carácter intolerable de las apropiaciones y alienaciones inmediatas [puede denominarse] la “toma de conciencia” de un pueblo. Esta toma de conciencia es inherente al combate, en el sentido de que sin combate no hay toma de conciencia, y sin toma de conciencia no hay combate. Estos son dos aspectos del mecanismo de la ideología. Así, la toma de conciencia y el combate tienen necesariamente un contenido político, pero la ideología política no es un fin en sí. La libertad es el objetivo de la liberación, única explicación posible de los cambios o [distanciamientos] políticos de algunas naciones tras la liberación.[7]

Carlos Astrada (1894-1970) concebirá a un pueblo auténtico  como: “una unidad de destino prospectiva, dinámica que deviene en pos de estructuras que lo interpreten y le den forma consistente de comunidad histórica de fines claramente marcados y de medios excogitados con acierto. El pueblo, cuando existe políticamente de verdad, es siempre la evolución o la revolución económica, social y política, y así crea sus propias estructuras, dentro de las que ha de encauzar su vida y sus realizaciones”[8]. Su colega Coriolano Alberini (1886-1960)[9], sostendrá que los pueblos “poseen una manera propia y espontánea de sentir la vida”, plasmada “en creencias que llegan a expresar, intuitivamente, una ‘axiología colectiva’”

Por su parte nuestro maestro Fermín Chávez (1924–2006)[10]  compartirá la idea del pueblo como comunidad con autoconciencia de sí (podríamos añadir para sí). Chávez sostendrá que el pueblo es un producto histórico particular, distinto de otros, constituido por los lazos del devenir común, la memoria, la tradición y la cultura: es “un continuum de componentes que interactúan y de valores que determinan conductas”. Para el pensador entrerriano, ser pueblo como cultura implicará un enlace no del todo disciplinado entre la percepción (campo de lo empírico que involucra lo científico) y la apercepción (plano de la conciencia, en el sentido que le otorga Leibniz: “cultura no es solamente percepción, sino también apercepción; esto es, conciencia de lo propio, que es particular y no universal”. Habrá pueblo para Juan Domingo Perón (1895 – 1974) cuando un sujeto colectivo produce ese salto cualitativo mediante el cual se trasmuta de masa inorgánica en comunidad organizada.

Huelga enunciar finalmente que en todo pueblo coexisten tensiones resultantes de fuerzas a veces contrapuestas. Las unas, como la competencia, promoverán la disociación. Las otras, como la cooperación, la articulación. Para que un pueblo pueda alcanzar su bienestar, será preciso que estas fuerzas divergentes encuentren un punto de equilibrio (armonía).

Con lo expuesto hasta aquí, podemos ensayar una definición de pueblo como un complejo dinámico de personas humanas que están entrelazadas por un vivir en común donde las fuerzas a veces convergen y otras veces divergen, y cuyo particular devenir histórico constituye una cultura específica, compuesta de prácticas, significaciones y creencias. Sus integrantes tienen conciencia de ellas y a la vez son constituidos parcialmente por ellas, e intentan proyectarlas hacia adelante en una unidad de destino, aún en las condiciones más desfavorables.

Para quien escribe, el debate sobre la noción de pueblo recobra vital importancia en tiempos donde nuevos impulsos económicos, ideológicos y simbólicos teñidos por antiguos preconceptos emergentes de un liberalismo individualista incorporado acríticamente en nuestra región, prometen dar por tierra una concepción filosófica que – a contrario sensu – afirmaba que la realización humana solo podía concretarse excluyente, íntegra, e integralmente en una comunidad compuesta a partir de grupos y organizaciones diversos.

A aquél individualismo secular de corte liberal (liberista) que ingreso a nuestro continente en forma a-histórica, dogmática, y sesgada, caracterizado por una matriz antropocéntrica y hedonista, y  justificado en la centralidad absoluta del individuo, hubo de oponérsele una concepción orgánica – la justicialista – que anudaba estructuralmente la realización del individuo a una comunidad a la que intrínsecamente pertenece por nacimiento o elección.

Popularizada por Juan Domingo Perón mediante la sentencia nadie se realiza en una comunidad en que no se realiza, tal filosofía concebía al desarrollo evolutivo de la historia de la humanidad como un proceso donde los individuos fueron constituyendo y constituyéndose a la vez mediante formas diversas de agrupamientos, desde los más simples hasta los más complejos. La idea nos refiere indefectiblemente a “(…) fases integrativas de menor a mayor, es decir, el principio se funda antes que nada en una razón histórica, entendida en que la sociedad avanzará a través de agrupamientos y reagrupamientos cada vez mayores”[11] y sosteniendo claramente la naturaleza social del individuo.

El liberal-individualismo tal como se manifestara en nuestro país, tensionara radicalmente con la idea del sujeto comunitario, otorgando prioridad al individuo por sobre la comunidad y negando enfáticamente que la realización de éste se encuentra sujeta a un coexistir con los otros. Debe  recordarse que el fundador del peronismo, madurara intelectualmente en tiempos de profunda reacción antipositivista en los que – como otros tantos pensadores americanos –  adquirirá plena conciencia que las versiones iluminismo y el liberalismo tal como ingresaron a nuestra región, compusieron una ideología a-histórica de la dependencia que llevó a muchos intelectuales argentinos a pensar un país nacido de la razón y, a imagen y semejanza de los modelos propuestos por las teorías europeas. Esta mirada crítica de Perón se expresara tajantemente en su repulsa hacia algunas expresiones ideológicas del materialismo.

En la actualidad se observa que desde los sectores de poder ha emergido una sofisticada tentativa para reinstalar una nueva modalidad de individualismo que, asentado en la tradición ya existente y apuntalado por una melindrosa articulación entre el discurso mediático, periodístico, académico, político y virtual, induce a “retomar” las bondades del individuo rey. Conceptos como el de meritocracia, gerenciamiento y competencia, que a primera vista aparecen seductores, no esconden otra expectativa que una vuelta al Homo homini lupus (hombre lobo del hombre).

Perón como pocos en su tiempo comprendió que el liberal – individualismo filosófico y práctico, tal como se había exteriorizado exhibido en estas tierras, constituyo un dispositivo de desunión, de división, de atomización y de desorganización. De allí su formulación al país de la idea de una comunidad organizada sustentada por organizaciones libres del pueblo.

Tal vez retomando parte de ese ideario que de manera alguna fue el producto de una “mente excepcional”, sino de la reflexión colectiva de una época de la cual Perón se constituyo uno de sus catalizadores, podamos no solamente observar con la mayor precisión posible  el fenómeno que hoy acontece, sino además neutralizar algunas conductas asociales que en la actualidad encuentran justificación tacita que este nuevo “mensaje de cambio”.

**Escritor y ensayista. Es Profesor Titular Ordinario del Seminario “Pensamiento Nacional y latinoamericano” en la Universidad Nacional de Lanús, y Director del Departamento de Planificación y Políticas Públicas en la misma casa de estudios.

 

[1] Alcira ARGUMEDO, Los silencios y las voces en América Latina: Notas sobre el pensamiento nacional y popular,Buenos Aires, Colihue, 2006 (6ª reimpresión), pp. 24, 7.

[2] Gerardo OVIEDO, “Historia Autóctona de las ideas filosóficas y autonomismo intelectual: sobre la herencia del siglo XX”, en La Biblioteca, nos. 2–3: ¿Existe la filosofía argentina?, invierno de 2005, pp. 77, 78, disponible en el sitio web de la Biblioteca Nacional y en Scribd.

[3] Xabier ETXEBERRIA, “El derecho de los pueblos y de los Estados”, en Reflexión política, Universidad Autónoma de Bucaramanga (Colombia), Año 5 no. 9, pp. 21–22.

[4] Juan Oscar PONFERRADA (1907–1990): Periodista y crítico para diarios y revistas. Fue director del Instituto Nacional de Estudios de Teatro, Secretario General de ARGENTORES y creador del Seminario Dramático. Entre sus obras más conocidas se cuentan Flor Mitológica, El carnaval del diablo, Los incomunicados, Un gran nido verde y Los pastores.

[5] Armado PORATTI (1944–2012), Disertación inaugural del I Encuentro Nacional de Pensamiento Latinoamericano, San Luis, 18 de noviembre de 1988, disponible en <http://www.asofil.org>.

[6]  Armado PORATTI (1944–2012), Disertación inaugural …. Ibídem.

[7] Charles CHAUMONT, citado en Rafael CALDUCH, “El Estado, el Pueblo y la Nación”, en Relaciones Internacionales, cap. 6, Madrid, Ciencias Sociales, 1991, disponible en <https://www.ucm.es/dip-y-relaciones-internacionales/libro-rrii

[8] Carlos ASTRADA, “Ideal argentino de liberación y pueblo””, en El mito gaucho, versión de 1964 [la primera versión, de 1948, no contiene este apartado], Buenos Aires, Cruz del Sur-Devenir, 1964, citado por Gerardo Oviedo en “Historia Autóctona de las ideas filosóficas y autonomismo intelectual: sobre la herencia del siglo XX”, op. cit, p. 92.

[9] Corioliano ALBERINI, “La cultura filosófica argentina”, en Precisiones sobre la evolución del pensamiento argentino, Buenos Aires, Docencia-Proyecto CINAE, 1981, citado por Gerardo Oviedo en Ibídem, p. 80

[10] Fermín CHÁVEZ, El Pensamiento Nacional: Breviario e Itinerario, Buenos Aires, Nueva Generación, 1999.

[11] Miguel Ángel BARRIOS: “El Continentalismo de Perón en la Globalización”. Editado por el Centro   Argentino de Estudios Internacionales  www.caei.com.ar.

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