Las dos muertes del general. Por | Francisco Pestanha *

Las dos muertes del general.

Por | Francisco Pestanha *

 

“Usted ve que los que ahora están trabajando en el neoperonismo son unos simuladores y unos pícaros, porque saben tan bien como yo que no podrán ellos hacer nada, pero se tiran el lance para aparecer como influyentes a fin de luego entrar en transacciones con la canalla dictatorial en busca de ventajas personales, sin importarles un rábano que para ello deban sacrificar los objetivos, los derechos y las conquistas del pueblo, alcanzadas a través de medio siglo de luchas y dolores”   (Carta de Juan Perón al compañero G.2. “Santiago”. 1° de febrero de 1957).

 

La verdadera misión de un polemista es despertar pasiones. Don Arturo Jauretche en tal sentido fue uno de los más extraordinarios. Cabe señalar que la polémica es un verdadero arte que enseña los procedimientos de ataque y defensa en el ámbito discursivo y específicamente en el campo literario, constituye una controversia por escrito sobre cualquier materia que pueda ser objeto de discusión. La polémica, en uno de sus matices, tiende a provocar un modo de debate que tiende a despabilar conciencias como enseñaba el maestro y cuando de polémicas se habla, existe una en la actualidad una que despierta particular interés y que se vincula al sentido histórico del peronismo y su vigencia.

Pretendo a partir de esta concisa introducción inmiscuirme en un probable altercado y para ello, advierto, realizaré una serie de consideraciones ligadas a los que, creo entender constituyen los fundamentos esenciales y el sentido histórico del primer peronismo para luego relacionar dichas reflexiones, con el comportamiento asumido por cierto tipo de dirigencia que aduce pertenecer al movimiento, haciendo la salvedad que no me impulsa otro motivo que la sana y afectuosa pasión que me despierta la cuestión.

La segunda década infame, es decir el período comprendido entre 1990 – 2001, se instituyó sin duda alguna en un período de nuestra historia que constituye y constituirá objeto de innumerables ensayos e investigaciones históricas a partir de los cuales las futuras generaciones intentarán ligarse o re ligarse con su propio pasado.

Más allá del debate que se ha generado con el fin de determinar la fecha específica de la culminación de éste período, estoy en condiciones de sostener que el mismo, no sólo se configuró como la etapa de nuestro país donde se consolidó el régimen especulativo – financiero más perverso del siglo XX, sino que, además, se caracterizó por la ocurrencia de un fenómeno que podría ser denominado la menemización del peronismo.

¿Que pretendo sostener con tal enunciación?

Hagamos un breve repaso por nuestra historia. La Unión Cívica Radical es un partido político fundado en junio 1891 y que se propuso cuestionar las bases políticas sobre las que se sustentaba el régimen centralista y oligárquico, conocido como ”el régimen”. Su mismísima nominación proviene y refiere a una doctrina que sostuvo principios fijos y definidos y que aspiró reformar parcialmente el orden político, científico, moral, cultural y económico de la época.

A partir de figuras legendarias como las Hipólito Yrigoyen y Leandro N. Além, se configuró un movimiento político que pretendió representar las expectativas de los sectores medios de la Argentina que pugnaban por ampliar su ciudadanía y obtener una participación efectiva en las cuestiones del gobierno, de la economía y del estado. La Unión Cívica Radical accederá al gobierno por primera vez en el período 1916 – 1922 y posteriormente en forma ininterrumpida hasta 1930.

Durante el primer mandato del peludo como se apodaba Yrigoyen, se adoptaron sin duda diversas medidas tendientes a ampliar las bases de la participación política hasta ese tiempo restringidas a las minorías de privilegio.  Además, sin cuestionarse el modelo agroexportador y el rol asignado a nuestro país dentro de la división internacional del trabajo, por razones endógenas y exógenas, se establecerán ciertos lineamientos de índole económica vinculados lo que con posterioridad se conocerá como el modelo de sustitución de las importaciones.

Más allá de las contradicciones que se plantearon en el seno de su estructura partidaria, lo cierto es que para muchos historiadores con los que coincido, el radicalismo en sus primeros años participó de ciertos rasgos de orden doctrinal que podrían ubicarlo dentro de las agrupaciones políticas situadas en el campo nacional y popular. No obstante debe reconocerse que, durante su gobierno, se produjeron una serie de luctuosos acontecimientos cuyas víctimas fueron trabajadores que pugnaban por el reconocimiento y ampliación de sus derechos.

El partido de Yrigoyen a partir del cuestionamiento de los privilegios de las oligarquías locales enquistadas en los resortes del poder público y aliadas a los sectores agro – exportador y financiero, se erigió durante siglo pasado en el primer freno político dotado de un sentido nacional que la comunidad argentina de entonces opuso a la expansión y concentración capitalista. Tal vez fue ésta la verdadera función histórica del radicalismo.

En respuesta los sectores de poder en la Argentina adoptaron contra el Yrigoyenismo las más variadas estrategias de desgaste recurriendo a métodos que abarcaron desde confrontación política obstructiva, en especial en el Senado, hasta el alistamiento de cuadros de sus propias filas a la estructura partidaria del Radicalismo. En la medida que el gobierno de Don Hipólito intentaba avanzar hacia nuevas instancias de participación política y de expansión de la acción del estado, la obstaculización a las reformas no solamente provenían de la oposición sino además de un sector del viejo orden conservador que se encontraba desde sus orígenes en el seno del “partido centenario”. Recordemos que Marcelo Torcuato de Alvear, nieto del otrora Director Supremo Carlos María de Alvear y hombre nítidamente vinculado al régimen conservador, se instituyó en el exponente de una estrategia donde progresivamente los radicales de galerita irían sustituyendo a los de boina blanca. A pesar de haber sido uno los fundadores de la Unión Cívica, Alvear representaba dentro de su partido el ala más proclive a una alianza sustentable con el establishment de entonces, estrategia que estuvo acompañada por una campaña sistemática de debilitamiento y desestabilización de la figura de Yrigoyen.

La muerte del caudillo y las discordancias existentes en el seno del partido encontraron al radicalismo —en la década de 1930— nítidamente dividido.  Por un lado, un Alvearismo que promovió una convivencia amigable con el régimen y por la otra, sectores radicales de filiación yrigoyenista entre los que se encontraron F.O.R.J.A y otros agrupamientos, quienes intentaron reencausar a la Unión Cívica en la línea nacional y popular de la que – según ellos – se había apartado vía el contubernio. Más allá del notable esfuerzo de los Yrigoyenistas, el movimiento fundado por Yrigoyen y Além nunca pudo recuperar las banderas que le dieron su sentido y su rol histórico. Al triunfo de los acuerdistas y conciliadores se lo denominó posteriormente la alvearización del radicalismo.

Quince años más tarde del golpe institucional emergerá un original e inédito fenómeno de masas que se incorporará irreductiblemente a la vida política del país para instalarse por largo tiempo. El primer peronismo se germinó como un movimiento cultural, social y político cuyo objetivo principal fue instaurar un novedoso paradigma civilizacional conocido como la Comunidad Organizada. Para ello entre otras herramientas, la acción de gobierno se concentró en promover la organización de las fuerzas productivas del país y a partir de allí, emprender un régimen sustitutivo de las importaciones que estableciera nuevas reglas de juego en la distribución de la renta nacional. Sustentado en una profunda interacción entre el conductor el pueblo (sujeto histórico) el movimiento en el poder desarrolló desde sus comienzos un nuevo orden material y simbólico en el país inclusivo de sectores de la comunidad que, hasta esa época, se encontraban marginados de todo progreso social, educativo y productivo.

No constituye mi intención a detallar aquí las medidas concretas sobre las que se asentó tal fenómeno, ni las organizaciones libres que sustentaron y garantizaron la instauración de este nuevo orden. A quienes resulte de interés recomiendo una mirada analítica de la inigualable producción del cineasta argentino Leonardo Favio “Perón, sinfonía del sentimiento” donde se describen magistral y puntillosamente todos y cada uno de los instrumentos a partir de los cuales se motorizó la nueva argentina. Más allá de tales consideraciones, la función específica del peronismo en la historia de nuestro país fue la de instrumentar un régimen cultural, social y económico que incluyera a la mayoría de los argentinos con un alto sentido reivindicativo de componentes nativistas e identitarios y bajo dos grandes premisas: la autodeterminación y la autorrealización.

El programa iniciado por el primer peronismo mantuvo su impronta, con ciertas alteraciones, hasta mediados de la década de 1970. Con la desaparición física del conductor el 1 de julio 1974 se difuminó gran parte de la inteligencia y la visión estratégica necesaria para darle continuidad histórica a una Argentina que se había propuesto encaminarse hacia una potencia. El paradigma civilizacional comunitario concebido y el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, último mensaje del conductor al pueblo argentino, desafortunadamente quedaron en agua de borrajas.

Muerto Perón solo persistirá un debilitado espíritu revolucionario forjado a partir de una resistencia que perduró durante 18 años y la actividad de las organizaciones político-sindicales modeladas a la usanza de su conducción ahora ausente.  Tiempo después la feroz dictadura militar, a sangre y fuego, demolerá todas y cada una de las cimientes sobre los cuales se hubiera podido asentar el resurgimiento del orden propuesto por el peronismo.

El período Alfonsinista, aunque transitorio y coyuntural, coincidió con una paulatina, profunda y sistemática alteración del patrón sobre el cuál se había basado la construcción de legitimidades durante el primer peronismo. El mismo, fue reemplazado por un sistema de articulación político–financiera superestructural que, en su aspecto económico, tuvo como globo de ensayo el plan austral y las tentativas privatizadoras y en lo político, con la aparición y consolidación de la figura de los operadoras y operadores políticos responsables de garantizar dicha articulación de lo político con lo financiero y de fomentar y perfeccionar el régimen de cajas políticas para sustentar el financiamiento partidario.

La llegada de Carlos Menem al gobierno marcará un punto de inflexión irremediable en la historia del movimiento político cuya función histórica había sido la de instaurar un paradigma sustentado en la Justicia Social, la Independencia económica y la Soberanía Política. Un peronismo invadido y dominado por advenedizos y apóstatas abandonará aquel espíritu revolucionario que había garantizado la distribución inédita del ingreso en la Argentina y la alianza urdida entre Menem y los representantes del capital especulativo – financiero, dará por tierra definitivamente con el proyecto diseñado por Perón: ¡La segunda muerte del general se había consumado!

Aquél peronismo de pañuelos sudorosos anudados en las cuatro puntas que representaba la solidaridad, el sacrificio, el trabajo y la dignidad nacional se había transformado en una maquinaria electoral mercantil travestida por Armani y el pañuelo del sudado, reemplazado por eventuales gorritas importadas forjadas al calor de la explotación de trabajadores de quién sabe qué lejano país de oriente. Así, la segunda muerte del general, la espiritual, filosófica y doctrinaria, fue ejecutada por un cúmulo de dirigentes que abandonando el hálito y la doctrina que le otorgó sentido histórico, condujo al movimiento político que estableció un sistema inédito de distribución del ingreso en América Latina, hacia una notoria decadencia.

Si bien a partir de la crisis del 2001 emergieron dirigentes que intentaron reencausar, aunque parcialmente, al movimiento en su destino histórico motorizando medidas que sintonizaban con dicha aspiración, la expansión patógena no pudo neutralizarse y aún hoy no solo sigue tachándose de demodé y anacrónico el paradigma gestado por el primer peronismo, sino lo que resulta tan o más dañino, se ha reproducido y extendido el sistema de legitimidades superestructurales.

Queda la esperanza en que nuevas generaciones de argentinos recuperen los “objetivos, los derechos y las conquistas del pueblo, alcanzadas a través de medio siglo de luchas y dolores”. Claro está, ello será posible si se comprende la importancia de recuperar la dimensión sacrificial de la política y la idea no perimida que, para encauzarnos hacia un futuro promisorio, es indispensable restablecer un sentido espiritual común que, durante el primer peronismo se conoció como doctrina, piedra basal para un destino justo y autosuficiente.

 

Francisco José Pestanha es escritor, ensayista y docente universitario.

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