EL PROGRESISMO ARGENTINO (UN CORSO A CONTRAMANO) . por Patricio Mircovich.

“Todos los sectores sociales deben estar unidos verticalmente por el destino común de la Nación.

Se hace imposible pensar la política social sin una política nacional” Arturo Jauretche

Ensayando una definición de una palabra tan interesadamente divulgada por sus propios actores como lo es “progresista” nos zambullimos a descifrar su significación a través de nuestra interpretación. Una más, la nuestra. No por ello es única. Es una más que sirve de aporte a la definitiva reconstrucción de la Patria que entendemos no se realiza sin un debido y respetuoso debate, reconociendo e incluyendo a TODOS sus actores pero que coincidan en un objetivo innegociable: la felicidad del pueblo.

Podríamos señalar que dentro del amplio espectro de indefinición y “libertad” de pensamiento que dicha palabra admite, no es erróneo definirla como al individuo que promulga y defiende el progreso del ser humano fundamentalmente en lo social. Hasta acá muchos subimos a este bondi.

Es fácil detectarlos, resaltan públicamente por su delicada y cuidadosa prosa mediática que les abre infinidad de puertas. Les gusta vestirse de periodista, de político, de intelectual, de analista, de profesional, hasta suelen ser muy sensitivos con problemas tan profundos y enervantes como la injusticia social. Suelen entreverarse hábilmente en el poder de turno, en muchos casos ni siquiera coincidiendo ideológicamente con él, muy por el contrario posicionadnos en la antípodas se dan el lujo de retomar rencillas internas históricas de las que formaron parte en lugares no muy agradables..

La contradicción se acrecienta cuando haciendo gala de su indefinible posición se cuelgan al único partido que demuestra, cada vez que es necesario, que tiene las herramientas para sacar el país adelante, de una situación del que muy posiblemente no es responsable. Y ese movimiento cuando llega al poder no lo hace obtusa o sectariamente, sino que muy por el contrario envuelve a todos los sectores que quieran participar en la reconstrucción social. Primer problema para ellos, una vez más el peronismo se transforma, por sus meritos y también por sus desaciertos quizás, en una herramienta política popular, de masas.

Ahora bien, hasta aquí todo dentro de lo normal. Las trabas mentales empiezan cuando deben calzar un desgastado y engrasado mameluco. La empatía se disuelve por completo cuando de trabajadores se trata y estos tienen un profundo sentimiento surgido en las periferias del 45. El militante peronista los incomoda. Mucho más, las diferencias se agudizan si los trabajadores están encolumnados en históricas organizaciones sindicales que representan sus intereses económicos, sanitarios, de recreación, formación, etc. Ni hablar si la conduce un dirigente que proclama que es la hora de los trabajadores. Las diferencias se extienden, pero se transforman en ataques.

Muy posiblemente algún dirigente sindical haya equivocado el camino, para eso está la justicia. Para investigarlos y si se reconoce su culpabilidad recibir un justa sentencia. Pero cierto es que muchos otro tantos no. Son más de 4800 organizaciones gremiales a lo largo y a lo ancho del país que deberían de usufructuar el poder natural que les otorga el trabajo realizado por la organización sanitaria más grande del mundo, como son las obras sociales en argentina. Ellas brindan salud a más de 20 millones de argentinos, no es poco decir. Investigar 10, 20, 100 obras sociales y encontrar que son culpables de algún hecho ilícito no les da ningún derecho a defenestrar al Movimiento Obrero en su conjunto. Esto el progresismo lo hace.

Sin error a equivocarme este inconveniente suele ser contagioso a bastas regiones de Latinoamérica. Los trabajadores sirven solo para hacer de su trabajo y esfuerzo solo meros elementos de consumo. No piensan, ni pueden, ni les corresponde ocupar puestos en las listas. Somos en definitiva los negros peronistas.

Lo cierto es que obreros los hubo universal e históricamente: revolucionarios, nacionalistas, pacifistas, socialistas, comunistas, anarquistas, sindicalistas;  progresistas no. La característica que resalta al progresista, es decir indefinición política, siempre estuvo ausente en el movimiento obrero.

Muchos presidentes ha habido en el mundo, profesionales ellos, intelectuales, etc. Trabajadores no muchos. Y al progresista le incomoda que el movimiento obrero haya llegado al poder en Bolivia con Evo, o bien en Brasil, con Lula, ¡no vaya a ser que los argentinos se contagien! Eso sí, aceptan el ajeno, no al propio. Nada más gorila que la importación de lo supuestamente bueno, y la repulsión de lo burdamente nativo. Para ello deben ocultar lo bueno que representan nuestras organizaciones gremiales, denostarlo por sus errores, o bien proscribirlo. Esta “intelligentzia” se aflige más por el derecho en las antípodas que en su propio país, siempre dispuesta a participar en todas las luchas por el derecho de las multitudes lejanas y tan constantemente ajena en la lucha por el derecho de los nuestros. (Arturo Jauretche)

La legitimidad del progresismo

La “potencial” originalidad del progresismo recae en atender y defender posiciones que llegan al irrisorio abstracto, o bien a utopías difícilmente llevadas a la realidad mediante el uso natural y racional que otorga el innegociable poder democrático. El surrealismo político invade sus mentes cebadas. Dirá de ellos el padre de un subcomandante del norte “Viven en una masturbación mental pero nunca llegan al orgasmo”.

Ahora bien, qué legitimación tienen estos supuestos progresistas en defender determinadas posiciones políticas. Según Weber hablaba sobre tres tipos de legitimación. Legitimación tradicional: la autoridad está en ideas o valores históricos y tradicionales del pasado, en la herencia histórica. Legitimación racional: la autoridad está en las normas, reglas, leyes gracias a las cuales funciona el sistema o Legitimación carismática: la autoridad está en las características y cualidades de una persona: liderazgo, virtudes. Por consiguiente ninguna de ellas es fundamento para legitimar en argentina su posición política. No tienen tradición, no tienen carisma y habitualmente son muy irracionales. Tal el caso de Susana Rinaldi una de reciente filiación a lo “nacional y popular” en la revista por excelencia del progresismo enarbolado, “Noticias” le recomienda a la presidenta: “Cristina tendría que salir del peronismo”. Terrible gorilada. Son tan gorilas que necesitan arrogarse un inexistente apoyo popular o bien el asentimiento a sus ideas por parte de las masas, y en realidad no creo que el pueblo quiera que Cristina “salga del peronismo”. Sin legitimación deben utilizar como único combustible que alimenta sus acelerados y profundos pensamientos, la atribución del pensamiento popular. Y no son pocos los casos donde resultan ir contra la doctrina que sus mismos representantes políticos utilizaron para “entrar”. Su trampolín es el entrismo, y la realidad es que un potus llamado “intelectualidad” no les deja ver el frondoso, variado, delicado, rico en algunos sectores hasta corroído, bosque peronista. En definitiva, los enceguece su propia repulsión al peronista.

La biaba intelectual que los retroalimenta diariamente los lleva a creerse tener la voz del pueblo sobre sus espaldas,  que los respalda y los invita a seguir avanzando en su supuesto pensamiento popular. Nada más alejado de la realidad. Más bien y muy por el contrario, las urnas que son en definitiva el arma que tiene el pueblo en varios ámbitos sociales de nuestra argentina les demuestra en infinidad de ocasiones todo lo contrario.

Historia del Progresismo

La historia mundial del progresismo muestra un gran abanico multifacético que surge fundamentalmente en las periferias de la historiografía romanticista que se origina con  proceso revolucionario francés (1789).  Es decir la revolución francesa a la que nuestros progresistas aman con pasión, marca el puntapié inicial a un nuevo camino hacia la liberación individual del yugo burgués. Ellos enfrentan a la injusticia desde ese ideario, con un simple problema, están bastante alejados de nuestra realidad e idiosincrasia pero rozando la torpeza.

Su primer y más fiel expositor, ambicionaba manejar el poder de toda la región: el “distinguido” Bernardito, quien al igual que el actual bigotón de capital invitaba a “Copiar, y si sale mal es creación” como doctrina a seguir. Del mismo Rivadavia dirá San Martin haciendo una diagnostico profundo del progresismo que se venía y hasta hoy nos vislumbra con sus viciados análisis, “…este “visionario” queriendo improvisar en Buenos Aires la civilización europea con solo decretos que diariamente llenaban lo que se llama Archivo Oficial”.

Para llegar al poder Bernardino elimino los Cabildos, estableció una ley electoral con sufragio universal. Obviamente vastos sectores del subsuelo de entonces estaban excluidos. Surgió ahí el primer dirigente popular del Movimiento Obrero, Manuel Dorrego quien alzará la voz : “…Y si se excluye (del voto) a los jornaleros, domésticos y empleados también ¡entonces quien queda? Queda cifrada en un corto número de comerciantes y capitalistas la suerte del país. He aquí la aristocracia del dinero, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro en el Banco, y entonces el Banco sería el que ganaría las elecciones, porque él tiene relación con todas las provincias”. Terminó fusilado. Hoy no fusilan, basta operar con la prensa.

Justamente retoma con más fuerza ese pensamiento de libertades individuales en los procesos históricos de Revolución Industrial que van desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta principios del XIX. La solución propuesta por el marxismo resucitaría una vez más la ideas progresistas “supuestamente marxista (para ellos)” pero con democracia en los últimos tiempos en Latinoamérica. Este renacer progresista es consecuencia del más recalcitrante capitalismo, y lo podemos ver más marcadamente en Latinoamérica, luego del paso de las más virulentas dictaduras que comenzaran a mediados de los 50.

El progresismo en argentina tiene larga data. El inicio en la formalidad es la conformación del Partido Socialista en 1896 a partir de allí comienza un largo camino de infortunios y desencuentro con el poder. Siempre a contramano los camaradas. La única arma que esgrimen es haberle dejado preparada las leyes para que Perón sencillamente las ejecute, las defienda, las popularice y las transforme en Constitución en 1949. Tarea fácil la de Juancito. En definitiva las haga realidad. Hoy hacen lo mismo. Se arrogan como propias las solicitudes de justica, inclusión y equidad que llevara adelante una vez más un gobierno de tilde peronista.

La fuerza locomotora que alimentaba el peronismo, su columna vertebral, los llevó a plantearse seriamente en competir, del mismo modo que lo hacen intelectualmente, con los gremios pensados y creados por Perón. Crearon así la combativa, pulcra, intelectual e intachable CTA.

El supuesto progresismo de la Central Obrera es en verdad un intento para zambullirse en la lucha por el poder político ambicionando. Como no lo pudieron hacer por la puerta de los negros peronistas, intentan que los trabajadores ingresen al poder por la ventana, con todos los vicios del progresismo. Varios ensayos de conformación político-partidaria ya se han sumado a la “reconocida trayectoria del Movimiento Obrero Progresista”. El PO, la Unión Popular, el Frente Grande, Proyecto Sur, Nuevo Encuentro Popular y Solidario, etc. Todos ellos, ensayos progresistas con patas en el movimiento obrero no peronista.

Eso son, y a eso apuntan, ser un partido político con trabajadores, con intereses políticos en juego de origen difuso. No un partido “de trabajadores”, que sería el problema, porque eso en argentina se llama lisa y llanamente peronismo. Pero el problema radica en que esos intereses no concuerdan con los del trabajador argentino -y la historia así lo ratifica-. -Siempre actuaron como los tordos, empollando en nidos ajenos y responsabilizando a los demás de la destrucción, corrupción o bien criticando con quien hacer o no la reconstrucción. Influenciados por ideas foráneas enfrentan cualquier tipo de legitimación ya corroborada, como decía Weber, tradicional, carismática o racionalmente. Y sus actitudes así lo remarcan.

Siempre que juzgaron posiciones políticas lo hicieron sabiendo bien para qué y con qué actores jugaban. Obviando el sentir popular que otorga la legitimación. Porque de eso se trata. Legitimar una idea es interpretar el deseo del pueblo y transformarlo en realidad. Así podemos ver a figuras del progresismo sindical intentar en el congreso de la nación derribar una centenaria legitimación tradicional como lo es, fue y será nuestra virgen de Lujan. Un potus les vuelve a tapar el bosque. El potus de la intolerancia no les permite separar la lucha histórica del pueblo contra el poder clerical de la iglesia. Separar las autoridades del sentir popular que se manifiesta masivamente a través de infinidad de expresiones de fe. No lo entienden ellos son anti.

No entrar en el juego que propone este supuesto progresismo y desenmascararlo es la tarea fundamental. Ello no quiere decir que no discutamos con estos personajes que tipo de país queremos, sino todo lo contrario, enfrentarlos es la tarea. Descubrir cuáles son sus objetivos y con quienes tienen pensado llevarlos adelante es fundamental.

Les tiraron la ley del orsai, y quedaron muchos fuera de juego

Desde la irrupción de la ya mítica MTA a la conducción de la CGT no hubo conducción gremial que definiera tan claramente su posición política con respecto a un gobierno, y lo haga tan firme, moderada y responsablemente como lo hiciera esta CGT, tanto en los 90 como ahora. Para mas cabe recordar que llega a la conducción de la CGT, luego de varios años de silencio turco, la combativa central conducida por un secretario general del por entonces creciente gremio de camioneros. La coherencia política de esta central catapulto a Hugo Moyano a conducir el Movimiento Obrero Argentino. No muchos progres discutían al combatiente MTA. Esa coherencia que lo llevó a conducir es la misma que mantiene hoy, pero genera en los progresistas rechazo.

El problema surge, y las reacciones se multiplican cuando su secretario general declara que “Es la hora de los trabajadores”. Tan incuestionable es dicha afirmación que ante el constante ataque que sufre el actual secretario general de la CGT no se le permite siquiera reaccionar con uno de los pocos mecanismos que tiene el sindicalismo para alzar su voz, y mas este sindicalismo peronista. No me van a decir que este sindicalismo cuenta con todos los medios de comunicación a su favor para revertir una falsa operación de prensa. Esto es negar una realidad y por consiguiente imposible realizar un justo análisis de la situación. Ni siquiera el combativo Saúl tuvo tanta prensa en contra como lo tiene hoy Moyano. La realidad es que Saúl jamás podía plantear la profundización de un proyecto que por entonces era básicamente la ruina del país.

Es así que cuando los trabajadores comienzan a tener protagonismo en la sociedad argentina, consumen, producen, opinan, participan, se forman, comienzan a pedir lo que naturalmente les podría corresponder, se le cierran bruscamente las puertas.

Muchos cuestionan ¿Cómo puede Moyano “reclamarle” a Cristina mas para los trabajadores? Y a quien se lo va a pedir a Macri, a Cobos, a Alfonsín. Por favor. Lo que realmente molesta es lisa y llanamente que el Movimiento Obrero pida. Y es auténtico y sincero que pida, porque son los propios trabajadores quienes también forman parte importante en el gran engranaje que saca adelante la situación en la cual nos encontrábamos.

Solo me resta preguntarles algo a estos progresistas que difunden este comportamiento: ¿Por qué no alzaron la voz en la 125 con los supuestos representantes del campo del mismo modo que lo hacen cuando Moyano reclama simplemente que no le peguen más al movimiento obrero o más participación para los trabajadores?

“Desalojemos de nuestra inteligencia la idea de la facilidad.
No es tarea fácil la que hemos acometido.
Pero no es tarea ingrata.
Luchar por un alto fin es el goce mayor que se ofrece a la perspectiva del hombre.

Luchar es, en cierta manera, sinónimo de vivir.
Se lucha con la gleba para extraer un puñado de trigo.

Se lucha con el mar para transportar de un extremo a otro del planeta mercaderías y ansiedades.
Se lucha con la pluma.
Se lucha con la espada.

El que no lucha, se estanca, como el agua.
El que se estanca se pudre.”

Raúl Scalabrini Ortiz

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