Un segundo Ayacucho. Jorge Abelardo Ramos ante la reconquista argentina de las Islas Malvinas. Por Marcos Mele (UNLa)

Un segundo Ayacucho. Jorge Abelardo Ramos ante la reconquista argentina de las Islas Malvinas

Mg. Marcos Mele (UNLa)

 

Ahora se entendía perfectamente qué significaba en la historia viva y desgarrada la Civilización o la Barbarie. Inglaterra encarnaba la primera. Y la Argentina, la segunda.(…) La juventud podrá entender la lucha intelectual de Ugarte, Scalabrini Ortiz, Jauretche, Hernández Arregui, Irazusta, Rosa y otros ilustres argentinos sobre la naturaleza del imperialismo inglés entre el humo de los disparos.

 

Jorge Abelardo Ramos

 

Resumen

 

El objetivo de este trabajo es analizar los escritos de Jorge Abelardo Ramos, dirigente del Frente de Izquierda Popular (FIP), acerca de la causa Malvinas. Ramos, en la tradición de Manuel Ugarte y la Generación del 900, fue un permanente promotor de la unidad latinoamericana. En este sentido, Ramos consideró que la solidaridad de los pueblos de nuestra región y del Tercer Mundo con la Argentina durante el conflicto bélico con el imperialismo británico permitió debilitar la impronta anglófila de la superestructura cultural montada en la Argentina semicolonial configurada en la segunda mitad del siglo XIX. Asimismo, Ramos se convirtió en uno de los principales contendores del discurso desmalvinizador hegemónico en la posguerra.

 

Introducción

 

En las últimas décadas, los aportes políticos e historiográficos de Jorge Abelardo Ramos (1921-1994) han sido revalorizados al calor de la realidad política latinoamericana de comienzos del nuevo siglo. No obstante, el estudio de su obra en las universidades y en la enseñanza media continúa ocupando un espacio marginal, como fruto de antiguos prejuicios academicistas y la hegemonía en el campo universitario de la línea mitrista-romerista-halperiniana.

En la incipiente recuperación de la obra de Ramos, sus valiosos aportes para interpretar la Guerra de Malvinas no gozaron de difusión alguna ya que se contraponen con el relato historiográfico oficial establecido tanto por los gobiernos progresistas como por los neoliberales de la Argentina, que sitúan a la gesta del 2 de abril como un funesto episodio motorizado por el objetivo de la dictadura de mejorar su imagen interna y externa para prolongar su debilitada existencia. Desde esta lectura, la derrota de la Argentina en la guerra del Atlántico Sur sepultó los planes trazados por el régimen y abrió las puertas para el retorno a la democracia. “¡No hay mal que por bien no venga!”, parecerían exclamar los apologistas de la nueva historia falsificada.

En consecuencia, la obra político-historiográfica de Ramos solo debería ser revalorizada hasta el golpe cívico-militar de 1976, tal como refleja la reedición del libro La era del peronismo publicada por el Senado de la Nación en el año 2006, que detiene el relato en 1976 ignorando la doceava edición del libro aparecida en 1989, que abarca la dictadura oligárquica de la dupla Videla-Martínez de Hoz, la recuperación de las Malvinas y la “democracia colonial”,tal como Ramos denomina al gobierno alfonsinista.

La extirpación de este tramo de la obra de Ramos nos remite a operaciones similares realizadas en torno a otros pensadores y exponentes de la cultura nacional, que solo fueron reivindicados pagando el alto costo del cercenamiento de buena parte de su producción. Alcanza con recordar el silencio sepulcral acerca de los escritos de Alberdi sobre la Guerra del Paraguay; el escamoteo de la militancia federal de José Hernández y su folleto Vida del Chacho; Homero Manzipresentado como mero poeta del tango pero sin referencia alguna a su militancia en FORJA; y la inhumación del “joven” Jorge Luis Borges, quien fuera nacionalista, yrigoyenista, y amigo de Raúl Scalabrini Ortiz y Leopoldo Marechal.

El propósito de este trabajo es recorrer y poner en valor los aportes de Jorge Abelardo Ramos para la defensa de la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur durante la guerra de 1982 y en los años posteriores enfrentando la monolítica campaña de desmalvinización, expresión del pensamiento colonial de la intelligentzia a la que Ramos combatió desde sus años tempranos.

 

 

  1. Jorge Abelardo Ramos ante la recuperación de las Islas Malvinas

 

La talla política e intelectual de Jorge Abelardo Ramos nos exime de realizar una presentación del personaje. No obstante, es relevante señalar que, una vez producido el golpe cívico militar de 1976 -en el que fue derrocado el gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón- el Frente de Izquierda Popular manifestó una firme oposición al régimen dictatorial impuesto por la Junta Militar y recusó de forma constante las políticas económicas antinacionales del Ministro Martínez de Hoz. Por ello, Ramos fue perseguido, su domicilio allanado, padeció un intento de secuestro, fue procesado cinco veces  por violar el decreto que prohibía la actividad política, y se recluyó en Alta Gracia (Córdoba) para resguardar su integridad física.

No es ocioso recordar que, a diferencia de Ramos, relevantes dirigentes de la izquierda tradicional de la Argentina expresaron un decidido apoyo a la dictadura militar presidida por Videla. A modo de ejemplo, alcanza con mencionar al socialista AméricoGhioldi, quien ocupó el cargo de Embajador en Portugal  entre los años 1976 y 1979. En esta línea, el comunista OrestesGhioldi, hermano del anterior, afirmó que de la mano de Videla había triunfado el “ala democrática” y moderada del régimen, impidiendo el triunfo del “ala pinochetista”. Por razones de buen gusto serán obviados comentarios adicionales acerca de los contrarrevolucionarios hermanos Ghioldi.

Hacia el final de la presidencia de facto de Videla, en febrero de 1981 Jorge Abelardo Ramos y el Dr. Luis María Cabral solicitan a la Suprema Corte la aplicación de medidas cautelares en defensa de la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas. El documento presentado, se fundamenta en la secular historia del colonialismo británico sobre los pueblos del mundo periférico y recusa el derecho de “autodeterminación” de los kelpers, población invasora de las islas. En ese sentido, Ramos y Cabral sostienen:

 

Gran Bretaña que ha ignorado en los últimos 400 años de historia los derechos de todos los pueblos que expolió, pretextaba respetar la opinión de los 1700 habitantes (importados por la potencia usurpadora al territorio del Archipiélago) a fin de oponer dicha opinión a la voluntad soberana del pueblo argentino (Ramos, 1982: 173).

 

En este sentido, Ramos señala que la continuidad de la ocupación británica de las Malvinas contrasta con el franco proceso de descolonización y desintegración del extenso sistema colonial montado durante siglos por la pérfida Albión.

 

Nadie ignora que la disgregación imperial ha conducido a Gran Bretaña a una penosa situación económica y social. (…) De su vasto sistema colonial, poco o nada es lo que resta a los ingleses para proseguir su hábito de estrujar la savia vital de otros pueblos. Solo permanecen bajo soberanía británica Gibraltar, Rhodesia del Sur, Belice, Brunei, Nuevas Hébridas y nuestras Malvinas, si se deja de lado pequeñas islas del Caribe, del Atlántico y del Océano Índico (Ramos, 1982: 174).

 

Dentro del conjunto de medidas preconizadas por Ramos y Cabral en el documento elevado a la Suprema Corte se destacan el embargo preventivo del Banco de Londres y América del Sur; la incautación de todos los bienes de propiedad británica en nuestro país; la ruptura de relaciones diplomáticas, consulares y económicas con Gran Bretaña; la suspensión de todo tráfico marítimo o aéreo y de las comunicaciones telefónicas o telegráficas y la aplicación de medidas similares para las islas Malvinas; y considerar como actos inamistosos que los países vecinos autoricen la salida o llegada de barcos o aeronaves procedentes de o hacia las islas Malvinas (Ramos, 1982: 182).

A mediados de marzo de 1981, la petición de Ramos y Cabral es rechazada ya que, como era previsible, la Suprema Corte se declarara incompetente para resguardar los derechos soberanos de la Argentina.

Un año más tarde, más precisamente el 27 de marzo de 1982, Ramos envía una carta al presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri en la que afirma:

 

El día 17 de marzo de 1981 la Suprema Corte de Justicia de la Nación rechazó mi pedido de proteger judicialmente la soberanía argentina en las islas Malvinas. Envié una copia de dicho recurso al Presidente General Videla y no obtuve ni siquiera acuse de recibo del mismo. Si se considera el asunto históricamente, esperar de ese tribunal y del citado gobierno el menor síntoma de un estremecimiento patriótico era incurrir en la misma inocencia que aguardar del Dr. Alemann una defensa ardiente de nuestra soberanía económica (Ramos, 1982: 181).

 

Ante la creciente hostilidad con Gran Bretaña, Ramos exige a Galtieri la puesta en marcha de un conjunto de medidas políticas, económicas y culturales, al mismo tiempo en que exige la inmediata recuperación militar de las Islas Malvinas y sus dependencias (Ramos, 1982: 182-183).Al producirse la gesta del 2 de abril de 1982, Ramos integra el núcleo de dirigentes políticos y sindicales que vuela hacia Puerto Argentino en franca adhesión a una medida de extraordinaria dimensión patriótica. De este modo, Ramos recuerda las sensaciones que lo habitaron por aquellos días:

 

Cuando volé en un avión de la Fuerza Aérea el miércoles 7 de abril lo sentí como uno de los grandes días de mi vida. Un giro milagroso de la historia había enfrentado a las Fuerzas Armadas argentinas al imperialismo mundial. Durante siete años habían sostenido a la pandilla oligárquica y anglófila de Martínez de Hoz. Habían respaldado a los saqueadores del país y habían reprimido a los trabajadores. Ahora, mientras volábamos hacia el Atlántico Sur, las tropas argentinas se preparaban a luchar con los enemigos históricos de la patria (Ramos, 1983: 225).

 

 

Jorge Abelardo Ramos en Puerto Argentino (Islas Malvinas) junto a Saúl Ibaldini, DeolindoBittel, Julio Amoedo y América García

 

Al día siguiente de su arribo a Puerto Argentino, Ramos envía una nueva carta al General Galtieri titulada Sin el pueblo no hay guerra que pueda ganarse. En la misma, considera que la acción militar debe ser complementada indefectiblemente por acciones patrióticas en los planos político, económico y cultural (Ramos, 1982: 185). En primer lugar, Ramos propone derogar la veda política impuesta por el régimen dictatorial. En segundo término, recomienda conformar un Comité de Defensa de la Soberanía Nacional integrado por políticos, intelectuales, científicos y artistas, encargados de explicar al pueblo argentino la historia del imperialismo británico y los aspectos principales que legitiman la soberanía argentina sobre las islas.

 

Hay que recordar al país que el Ejército Nacional nació como milicia organizada para repeler victoriosamente las dos primeras invasiones inglesas y que enfrentó a las escuadras anglo-francesas coaligadas en 1845 y 1848. La reconquista de las Malvinas coronará la guerra de la Independencia (Ramos, 1982: 187).

 

Como última medida, pero no menos importante, Ramos exige el urgente reemplazo del Ministro de Economía Roberto Alemann, quien se encargó de continuar la política destructora del aparato industrial nacional iniciada por José Alfredo Martínez de Hoz (Ramos, 1982: 185-186). En síntesis, Ramos le recuerda a Galtieri que “la soberanía nacional es indivisible. No se puede ser nacionalista en las Malvinas y liberal oligárquico en Buenos Aires” (Ídem).

El 18 de mayo de 1982 el Frente de Izquierda Popular lanza el comunicado Para ganar la guerra contra el imperialismo en el que el partido sugiere que las Fuerzas Armadas asuman la plena conducción del gobierno, formando un gabinete exclusivamente militar para dar la lucha contra el imperialismo británico en los frentes económico, educativo y comunicacional (Ramos, 1982: 193).

En este documento, Ramos continúa con sus propuestas tendientes a fortalecer la posición de la Argentina durante la guerra. Por ello, exige el no pago de la deuda externa como un medio para presionar económicamente a las potencias que cooperan con Gran Bretaña en la recolonización de las Malvinas.

 

El hecho de que la Argentina tenga una deuda externa de cerca de 20.000 millones de dólares con Europa supone un poder de negociación y de presión que nuestro país no ha empleado hasta ahora (…) Si estamos en condiciones de hacer lo mayor, que es pelear y morir, podemos hacer lo menor, que es no pagar a la banca pérfida y usurera y emplear esos recursos en nuestro esfuerzo de defensa nacional y de reanimación de la economía (Ramos, 1982: 196-197).

 

Al calor de la guerra contra el imperialismo británico, Ramos desempolva la doctrina de la Nación en Armas, de especial trascendencia en la formación militar de Juan Domingo Perón. Dicha doctrina, formulada por Colmar Von der Goltz, postula que un estado carente de industria propia se encuentra inerme ante toda agresión externa. Bajo el ciclo del modelo agroexportador decimonónico, la Argentina fue reducida a mera factoría pampeana, encontrándose incapacitada para asegurar su Defensa Nacional. Por el contrario, el plan iniciado por Martínez de Hoz y prolongado por Jorge Alemann se orientó hacia el íntegro desmantelamiento de la independencia económica del país. En esta dirección, Ramos considera:

 

Esta emergencia ha demostrado que sin un Estado fuerte no puede hacerse la guerra contra el imperialismo. Hay que desarrollar las industrias de Fabricaciones Militares y reconstruir la industria de capital argentino, sostén de la Defensa Nacional. (…) Nacionalismo económico, pues, democracia política, justicia social y unidad con América Latina: tal es el programa que la historia impone con fuerza impresionante (Ramos, 1982: 198).

 

En clara sintonía con las ideas políticas abrazadas a lo largo de toda su vida, Ramos postula a la causa Malvinas como una empresa común de la Patria Grande y de todos los pueblos coloniales y semicoloniales que luchan por su liberación nacional frente a las potencias dominantes. El heroísmo de los soldados argentinos ha reverdecido el ideario bolivariano en las gélidas aguas del Atlántico Sur.

 

América Latina nos espera. A ella debemos mirar. Allí encontraremos a nuestros aliados naturales, los olvidados hermanos y también los mercados estables para un apoyo mutuo, las armas y las almas afines, la misma lengua, una cultura común, una idéntica tradición histórica, los lazos religiosos, la memoria colectiva de una gran hazaña. Tal es el resultado más trascendente de la reconquista de las Malvinas (Ramos, 1982: 194-195).

 

La Guerra de Malvinas le ha señalado a la Argentina su destino latinoamericano que, a causa del predominio espiritual de la ciudad-puerto apéndice económico y cultural de Inglaterra, fue desvirtuado desde el triunfo mitrista en Pavón y que solo pudo recobrar de la mano de los dos movimientos nacionales del siglo XX: el yrigoyenismo y el peronismo. Malvinas ha desenmascarado a las bárbaras potencias europeas, en cuyo altar se inclinaban los presidentes de la próspera semicolonia rioplatense. América Latina ahora o nunca.

 

¿Cómo no reiterar el pensamiento sanmartiniano y bolivariano de un Mercado Común Latinoamericano, capaz de terciar en el comercio mundial, defender nuestros precios, proteger las industrias propias, crear una tecnología latinoamericana, concertar un sistema militar de apoyo mutuo, desarrollar las arterias vitales del hinterland, construir la hidrovía continental concebida por el Almirante Portillo, desde el Plata al Orinoco y dejar atrás para siempre las humillaciones de ser países de tercer orden ante las jactanciosas potencias del mundo? (Ramos, 1982: 196).

 

Al producirse la derrota militar de la Argentina, en agosto de 1982 Ramoscolige que su factor principal radica en la obstinada negativa de los Generales de complementar las operaciones bélicas con medidas patrióticas como la nacionalización de las empresas de propiedad enemiga, la ruptura de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, y la declaración de la moratoria de la deuda externa (Ramos, 1982: 209).

 

Ocupadas Malvinas por 4 mil soldados británicos y un poder aéreo y naval que amenaza las costas del continente, la Argentina debía haber confiscado el Banco de Londres y América del Sud, el Lloyd, el Barclay y las demás inversiones británicas en el país; podía y debía haber embargado las 700.000 estancias de la Corona en el Sur; podía y debía someter a la libertad vigilada a los 17.000 ingleses residentes en la Argentina (en esto hay bastante práctica en el país, aunque en lo concerniente a compatriotas); en fin, podíamos y debíamos declarar a la Comunidad Económica Europea que no pagaríamos la deuda externa si no se nos devolvían antes las Malvinas. Para practicar todo lo anterior no hacía falta disparar un solo proyectil. Bastaba la voluntad política y la decisión patriótica. Es cierto que se trata, al parecer, de materiales críticos escasos en el mercado local (Ramos, 1983: 195-196).

 

Esta limitación es explicada certeramente por Ramos, quien durante décadas estudió en profundidad la naturaleza histórica de las Fuerzas Armadas en las neocolonias latinoamericanas:

 

Como todos los gobiernos militares de la América Latina semicolonial, erigidos sobre una sociedad frágil, a mitad de camino en su desenvolvimiento, los militares argentinos oscilaban entre la sumisión al patrón ideológico de la oligarquía y un nacionalismo puramente geográfico o territorial que en algún momento podía derivar hacia un nacionalismo más integral y profundo (Ramos, 1982: 208-209).

 

Los Generales, formados en el culto reverencial a Occidente y en los valores sustanciales de la Argentina oligárquica, escogieron el camino de la derrota militar antes de avanzar hacia la Revolución Nacional preconizada por el Frente de Izquierda Popular.

 

Lo decisivo de la derrota de Puerto Argentino consistió en que los generales del alto mando no querían combatir y no creyeron que irían a combatir. Esta convicción no se debía ni a cobardía ni a incompetencia. Nacía del propio carácter político social del régimen militar instaurado el 24 de marzo de 1976. Este régimen se vio bruscamente, en su ocaso, enfrentado por las circunstancias a un duelo militar con las mismas potencias en cuyo culto se había educado y cuyos valores veneraba. (…) Estos jefes no sabían que existía el imperialismo. Creían que solo existía la Civilización Occidental. Era la ideología del Proceso de 1976 (Ramos, 1983: 190-191).

 

No obstante, cuando ya se había echado a rodar la campaña de desmalvinización, Ramos realiza un balance integral sobre la guerra y expone los fundamentos de lo que para él constituyó la gran victoria de la Argentina y de la Patria Grande en las Malvinas.

 

 

  1. La desmalvinización como expresión del pensamiento colonial

 

El argentino oriental Alberto Methol Ferréen uno de sus múltiples encuentros con Jorge Abelardo Ramos, su entrañable amigo, advierte que pese a la derrota de Puerto Argentino la Guerra de Malvinas constituía para toda América Latina una imperecedera proeza patriótica. Methol Ferré plantea que en el conflicto del Atlántico Sur se había invertido el antiguo proverbio inglés que afirmaba que Inglaterra siempre perdía las batallas pero ganaba las guerras ya que, en esta ocasión, “(…) la pérfida Albión había sufrido una catástrofe política en el mundo entero y, en particular, en el Tercer Mundo” (Ramos, 1983: 189).

Frente al creciente discurso desmalvinizador que comenzó a roer el espíritu nacional al finalizar la guerra, Ramos observa:

 

La sangre argentina vertida en las Malvinas no ha sido inútil, como lo pretende esta infame campaña antinacional, sino que ha inyectado nueva energía a todos y a cada uno de los países de América Latina en su larga marcha hacia un segundo Ayacucho (Ramos, 1983: 190).

 

Ramos considera que el plan de recuperación de las islas Malvinas reposa sobre hipótesis débiles que se derrumbaron casi al instante. La colaboración represiva brindada por el régimen de facto a los Estados Unidos en la guerra contrarrevolucionaria en Nicaragua y El Salvador condujo a los Estados Mayores de las Fuerzas Armadas a confiar en la neutralidad de los yanquis ante un eventual conflicto con Gran Bretaña. Asimismo, esta última se encontraba próxima a vender su flota y, debido a su alianza con los Estados Unidos, no se esperaba una reacción militar británica (Ramos, 2012: 425).

Poco tiempo tardaron en desmoronarse estas especulaciones. El 3 de abril, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidasse pronunciaron contra la Argentina tres de los Estados que cuentan con poder de veto: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, en tanto que la Unión Soviética y China se abstuvieron. El único voto favorable para nuestro país provino de la Patria Grande. La República de Panamá, por medio de su canciller el Dr. Jorge Illueca, abrazó a Malvinas como una causa bolivariana. Ante tamaño revés, considera Ramos que “recién entonces los generales argentinos pro-occidentalistas comprendieron que había que enfrentar una guerra con el Occidente colonialista” (Ramos, 2012: 425).

El alineamiento de las potencias mundiales ante la Guerra de Malvinas fue un baño de realidad para la pretendida “París Sudamericana”; Buenos Aires se encontraba a poco más de 11 mil kilómetros de la Ciudad de la Luz. La industriosa Inglaterra, con cuyos habitantes fantaseaba Alberdi dejar atrás la cultura guerrera legada por España, se disponía a aplastar militarmente cualquier resistencia de su otrora semicolonia pastoril. Los Estados Unidos retocaban la Doctrina Monroe: América para los americanos (y también para los ingleses). Tanto la Unión Soviética -La Meca de los grises dirigentes comunistas argentinos- como China miraron hacia un costado, más allá de inútiles declamaciones.

Solo la exhausta superestructura cultural de la “Argentina granero del mundo” podía imaginar que disputábamos el partido en el mismo equipo que las potencias mundiales, para las que siempre estuvo claro quiénes son los dominantes y quiénes los dominados. Buenos Aires, que tradicionalmentecontempló con hondo desprecio a la América morena, encontró en ella y en los pueblos oprimidos del Tercer Mundo su único respaldo. Para la Argentina ya no era el tiempo de Ronald Reagan ni Margaret Thatcher sino de Fidel Castro y Muamar el Gadafi.

Aporta Jorge Abelardo Ramos:

 

Con las tropas argentinas en las Malvinas, saltó en pedazos el TIAR y la Doctrina Monroe, los simuladores de la democracia europea y los admirados yanquis de Alexis de Tocqueville, en suma, los modelos ideales en que habían sido educados los oficiales de las tres armas en la Argentina. Volvimos nuestras miradas hacia la América Latina. Nicaragua sandinista nos apoyó lo mismo que Cuba. Por encima de todo, éramos latinoamericanos. Y este hecho de trascendencia mundial, que reubicaría a la Argentina en el campo del Tercer Mundo junto a aquellos pueblos que como nosotros luchaban por su independencia nacional, sería objeto de una feroz campaña de desmalvinización que no cede ni un solo día (Ramos, 1983: 229-230).

 

El triunfo nacional en la Guerra de Malvinas, según Ramos, radicaba en el reencuentro de la Argentina con su destino latinoamericano. Habían sido disueltas las vetustas fantasmagorías de la Argentina “blanca y europeizada”.

 

Ahora, los militares argentinos saben que los valores de Occidente se cotizan en la Bolsa de Londres. La integración argentina al Tercer Mundo enseñará a las Fuerzas Armadas que si los europeos y norteamericanos gozan de un modo de vida occidental, los latinoamericanos padecen de un modo de vida accidental. Tales lecciones han sido recogidas en las aguas ensangrentadas del Atlántico Sur y nadie podrá olvidarlas (Ramos, 2012: 428).

 

La conformación de una superestructura cultural anglófila en la Argentina amerita una explicación más profunda que contribuya a dilucidar el planteo de Ramos. En el ensayo Crisis y resurrección de la literatura argentina, publicado en el año 1954, Ramos sostiene que en los países semicoloniales, que poseen soberanía política formal pero carecen de independencia económica, la dominación imperialista se produce por medio de la vía sigilosa e incruenta de la colonización pedagógica que deforma la cultura de los países dominados. La sujecióncultural genera en parte de la población dominada, en especial su élite intelectual o intelligentzia, el encandilamiento ante la cultura del país dominante a la que conciben como sinónimo de civilización y progreso, y la consecuente repulsión por la cultura vernácula a la que se cataloga de barbarie y atraso(Ramos, 1961).

A partir de la Batalla de Caseros de 1852la Argentina es incorporada como país-granja de la nación-taller (Gran Bretaña), de acuerdo a la concepción de la división internacional del trabajo. La subordinación económica fue necesariamente complementada por la sumisión cultural. De acuerdo a Ramos,  “la anglofilia y la francofilia fueron la enfermedad sutil más difundida en las costumbres, la cultura y la vida social argentina en los últimos cien años. Estos lazos no eran de hierro, sino de lana, carne y cereales” (Ramos, 1982: 194).

La Guerra de Malvinas permitió reformular todo el sistema cultural de la Argentina que, desde mediados del siglo XIX, se estructuró en torno al dilema sarmientinoque situaba a Europa como la civilización y a América Latina como la barbarie. Indudablemente no estábamos contenidos en la primera de esas categorías.La cultura anglófila, tributaria acrítica del mito de la civilización europea, pareció desmoronarse durante la Guerra de Malvinas. La intelligentzia y los dirigentes de los partidos políticos formados al calor de la Argentina agroexportadora no podían asimilar una guerra contra Gran Bretaña.

Por lo dicho anteriormente, la campaña de desmalvinización es uno de los frutos más acabados del pensamiento colonialya que busca reconstruir las bases de la cultura anglófila, reduciendo la causa Malvinas a los supuestos desvaríos de la mente afiebrada de un General que pretendió cambiar abruptamente la imagen del régimen dictatorial en su fase de decadencia. Acerca de la arcaica usurpación colonial británica sobre el archipiélago tan solo hay un silencio cómplice.

El pensamiento colonial, considera Ramos, consiste en la incapacidad autogenerada para analizar los problemas del país y del mundo como si fuésemos ciudadanos de segunda clase (Ramos, 1983:178). Por ello, para la intelectualidad colonizada que pregona el discurso desmalvinizador la reconquista de las islas Malvinas fueuna invasión, obviando que nadie puede asaltar por la fuerza el suelo propio.[1] ¿Acaso la intelligentzia utiliza la palabra invasión para referirse alDesembarco de Normandía?

En torno a la recuperación de las Malvinas, Ramos sostiene que la intelectualidad desarraigada de la causa nacional, a contramano de las mayorías populares que lucharon contra la dictadura pero comprendieron la relevancia histórica del 2 de abril,dio curso a los siguientes argumentos para restarle valor a la gesta:

 

1) La ocupación de las Malvinas fue inoportuna. ¿Por qué no haberla hecho en otra ocasión más favorable. 2) La ocupación es una farsa. Ya hay un arreglo con los ingleses para un negociado y con los norteamericanos para cederles alguna base naval. 3) La ocupación esconde el propósito de Galtieri y otros jefes militares de tapar el asunto de los desaparecidos en la lucha antiterrorista con la pantalla de las Malvinas. 4) La ocupación es una simple medida de política interna, que proporcionaría a Galtieri algún prestigio político susceptible de facilitar su plan de presentarse como candidato a Presidente en el reordenamiento político que el régimen procura como salida. 5) La ocupación es un acto irresponsable de un gobierno irresponsable y que arruinará nuestras relaciones con Occidente y el flujo de capitales, para no hablar de los peligros de una aproximación al bloque oriental guiado por la URSS. 6) La ocupación es un acto positivo, pero realizado por un gobierno fascista” (Ramos, 1983: 179-180).

 

Acerca del último punto, uno de los lugares comunes del discurso desmalvinizador gira en torno a la pugna entre la democracia británica y la dictadura de la Argentina. Para refutar estos postulados, Ramos se recuesta en las palabras de León Trotsky(1961) quien sostuvoque, ante una eventual guerra entre un país imperialista y una semicolonia, un revolucionario debía abrazar enfáticamente la causa del país dominado independientemente del régimen político que poseyera el mismo. Equiparar el nacionalismo de un país opresor con el nacionalismo de un país oprimido, orientado a su liberación nacional, constituye un craso error en el que suele recaer la intelectualidad que interpreta la realidad nacional con esquemas teóricos injertados mecánicamente en estas latitudes.

Por lo tanto, Ramos destaca:

 

A nadie en América Latina le importó quién figuraba a la cabeza del gobierno argentino. Solo interesaba saber hacia dónde se dirigía la flota imperialista y hacia dónde apuntaban sus cañones. Cuando se encuentra en guerra un país semicolonial con un país imperialista, carece de importancia saber qué tipo de régimen político rige en uno u otro país. En tal guerra toda la justicia de la causa se encontraba en la Argentina de Galtieri, por más detestables que fueran él y sus socios en el gobierno. Por el contrario, la Inglaterra democrática, fundada en la sangre de esclavos coloniales, es esencialmente reaccionaria aun cuando fuera la Tatcher o algún socialista vegetariano quien orientase su gobierno (Ramos, 1983: 184).

 

En esta dirección, Ramos desenmascara a los dirigentes políticosautopercibidos como “democráticos” perocopartícipes de la dictadura cívico-militar instaurada en 1976 hasta la recuperación de los islas Malvinas. Para estos cultores de la democracia formal el régimen no fue execrable por los miles de detenidos-desaparecidos o por la política económica devastadora del aparato industrial del país. Solo mereció el pleno repudio de la partidocracia cuando la dictadura orientó sus cañones contra el imperialismo británico.

 

La mayor parte de los partidos políticos argentinos habían apoyado directamente el régimen nacido el 24 de marzo de 1976 y habían ocupado (y siguen ocupando hoy) miles de cargos, desde intendencias hasta ministerios provinciales, ministerios nacionales y embajadas. Sólo se alejaron del gobierno (pero no de los cargos mencionados) cuando el histórico giro del 2 de abril puso en evidencia que la Argentina había entrado en conflicto con las pérfidas potencias de Occidente colonialista y sus aliados de la usura mundial. Entonces descubrieron muchos de estos partidos que este régimen era una dictadura (Ramos, 1983: 228-229).

 

A partir del 14 de junio, el pensamiento colonial de gran parte de la dirigencia política y de la intelectualidad calificó a la Guerra de Malvinas como una “aventura irresponsable”. Los conceptos de imperialismo, colonialismo, soberanía y liberación nacional nunca formaron parte del diccionario político de la inmensa mayoría de los formadores de opinión en la Argentina. De esta manera Ramos retrata la proliferación del discurso desmalvinizador que carcomió el espíritu nacional en la posguerra.

 

Llovieron sobre el público decenas de libros y campañas periodísticas que se proponían investigar el caso de las Malvinas. Toda la cuestión giraba sobre las reales intenciones de Galtieri, la inoportunidad de la ocupación, los sufrimientos de los soldados, la comida fría, la incuria o cobardía real o supuesta de los jefes, la imprevisión del alto mando, la falta de coordinación de las tres fuerzas armadas, etc. Pero ni un solo libro o partido político reivindicó el hecho mismo de la ocupación de las Malvinas más allá de los defectos, errores o desaciertos en que incurrieron los jefes (Ramos, 1983: 188).

 

Jorge Abelardo Ramos y los grandes maestros del pensamiento nacional enseñaron una y otra vez que no puede perdurar un proyecto político nacional sobre la base de la falsificación histórica. La tarea de revisión de nuestro pasado y el desmoronamiento de las nuevas zonceras del pensamiento colonizado deben contribuir a rebatir las bases del discurso desmalvinizador en el que han sido formadas las recientes generaciones de compatriotas. Para concluir, resulta imperioso destacar que el Observatorio Malvinas de la Universidad Nacional de Lanús realiza una implacable tarea de descolonización de nuestra realidad histórica.

 

 

Bibliografía

 

Chávez, Fermín; Manson, Enrique, Historia Argentina. La Guerra de las Malvinas y la democracia maniatada. Homenaje a José María Rosa, Buenos Aires, Oriente, s/a, tomo XXI.

 

Ramos, Jorge Abelardo, Crisis y resurrección de la literatura argentina, Buenos Aires, Coyoacán, 1961, 2da. Edición.

 

Ramos, Jorge Abelardo, Adiós al Coronel, Buenos Aires, Mar Dulce, 1982.

 

Ramos, Jorge Abelardo, ¿Qué es el Frente de Izquierda Popular?, Buenos Aires, Sudamericana, 1983.

 

Ramos, Jorge Abelardo, La era del peronismo. 1943-1989, Buenos Aires, Mar Dulce, 1989 (12° edición).

 

Ramos, Jorge Abelardo, La Nación inconclusa. De las Repúblicas insulares a la Patria Grande, Montevideo, Ediciones de la Plaza, 1994.

 

Ramos, Jorge Abelardo, Historia de la Nación Latinoamericana, Buenos Aires, Continente, 2012.

 

Regali, Enzo Alberto, La izquierda nacional y la nación latinoamericana, Córdoba, Ferreyra Editor, Ediciones del Corredor Austral y Ediciones Ciccus, 2012.

 

Tarcus, Horacio (director), Diccionario biográfico de la izquierda argentina. De los anarquistas a la “nueva izquierda” (1870-1976), Buenos Aires, Emecé, 2007.

 

Trotsky, León, Por los Estados Unidos Socialistas de América Latina, Buenos Aires, Coyoacán, 1961.

 

 

 

 

 

[1]En más de una ocasión el propio Jorge Abelardo Ramos emplea el erróneo concepto de “ocupación” para referirse a la reconquista argentina de las islas Malvinas.

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