Cultura Nacional, Alpargatas y Libros Nro. VIII. El Stalinismo y las Pulgas. Por Omar Auton

“He sembrado dragones y cosechado pulgas” Karl Marx.

 

Cuando leí esa frase por primera vez me pareció altisonante, e incluso dudé de su verosimilitud, sin embargo, cuando terminé de leer el libro donde la hallé y a medida que, con el paso de los años, fui tomando conocimiento de la historia de la socialdemocracia europea, de las I y II Internacionales y más tarde de la tragedia de la Revolución Rusa, llegué a la conclusión que seguramente era real o había sobrados motivos para que lo fuera.

En el artículo anterior traté de mostrar una parte de esa tergiversación colonial del pensamiento de Marx, encarnada por el Partido Socialista en sus diversas expresiones. El surgimiento en 1918 del Partido Comunista local (no me atrevo a llamarlo argentino) como un desprendimiento de aquél, le traslada en el ADN todo su cipayismo, anglofilia y sesgo antinacional, atención, no por su internacionalismo sino por haber estado permanentemente asociado a los intereses imperiales.

Comencemos por recordar que los fundadores del marxismo tuvieron posiciones cambiantes o al menos carentes de una ortodoxia de hierro frente el tema de las nacionalidades, Rosa Luxemburgo por ejemplo, enfrentada al dominio prusiano sobre Polonia afirmaría “En Poznan el colegio no ayuda a la educación de los niños, sino que más bien pretende hacerlos unos verdaderos desconocedores de su propia nacionalidad y de su propia lengua” y más tarde “ Son culpables por tanto, que el gobierno se atreva a tratar a 3 millones de personas como ciudadanos de segunda clase, a los que les prohíbe hasta hablar en su propio idioma o rezarla a Dios a su propia manera.”

Asimismo, Lenin, no vaciló en sostener “En mis obras acerca del problema nacional he escrito ya que el planteamiento abstracto del problema no sirve para nada. Es necesario distinguir entre el nacionalismo de la nación opresora y el nacionalismo de la nación oprimida, entre el nacionalismo de la nación grande y el nacionalismo de la nación pequeña”.

El propio Marx, así como sostuvo verdaderos disparates como apoyar la invasión de México por los EE. UU o de la India por Gran Bretaña, creyendo que ello implicaría arrasar con formas económicas atrasadas e incorporar esos países al capitalismo, digamos en su favor que luego varió su posición y defendió el nacionalismo irlandés frente al dominio británico y el concepto nacional del norte frente al sur aristocrático en la guerra de secesión de los EE.UU.

Digo esto, porque en nuestros países, en la medida que estas ideas llegan en las bodegas de los barcos del imperio junto a las manufacturas importadas, el rechazo visceral por lo propio, por el pueblo y su cultura, por el nacionalismo antiimperialista y sus expresiones en los movimientos nacionales, no es culpa de Marx, Engels, Lenin o Rosa Luxemburgo, sino del cipayismo cerril y el origen portuario de sus epígonos locales.

Yendo al caso del PC, esto no se limita a sus orígenes en el socialismo de Justo y Repetto, en su misma fundación en 1918 reconocen que “En cuanto a los grupos idiomáticos partidarios, una vez cumplida su misión de enrolar en la vida política nacional a la gran masa de trabajadores extranjeros han sido disueltos…con excepción de los militantes cuyos países de origen pertenecen a la URSS, los cuales fundado en que la mayoría de ellos han regresado a su patria o lo harán en un futuro próximo, han dejado de pertenecer a nuestro partido” (1).

O sea que nace como un partido cosmopolita, expresión de los trabajadores inmigrantes de los centros urbanos y desconectados de los trabajadores argentinos, su historia y sus luchas. En sus comienzos ya aparecen nombres como Vittorio Codovilla, Rodolfo Ghioldi o José Penelón, según Puiggrós “Dirigían al partido los hombres que iban a Moscú, los que asistían a los congresos de la Internacional Comunista, los que traían informes” (2), esto fue clave luego de la muerte de Lenin y la toma del poder en la URSS de la burocracia encarnada en el puño de hierro de Stalin, para disciplinar cualquier disidencia y blindar su carácter de mera correa de transmisión de los intereses soviéticos.

Esto queda claro en el VIII Congreso del partido, en noviembre de 1928 cuando se declara que “Por eso hoy como ayer, el problema esencial de cada dirigente del partido y de cada afiliado es estudiar y asimilar la teoría marxista, leninista, stalinista y transformarse así en bolchevique” (3) y comienzan sus célebres giros políticos ya que si bien ese congreso reconoce “que el yrigoyenismo, a pesar de sus contradicciones internas, es una fuerza democrática y progresista”, apenas un año después afirma que “ El gobierno de Yrigoyen es el gobierno de la reacción capitalista, como lo demuestra su política represiva, reaccionaria, fascistizante, contra el proletariado en lucha, contra el cual aplica cada vez más los métodos terroristas” (4) y en esta misma obra se afirma “En este período (1916-1930) la clase social dominante, la burguesía en su conjunto, ya no juega un papel progresista y por eso surge el proletariado como única clase dirigente capaz de luchar consecuentemente para liberar a toda la humanidad de la barbarie fascista y de la esclavitud capitalista”.

Si tomamos en cuenta que la obra citada en el párrafo precedente es de 1947, cuando Perón llevaba un año en el gobierno, nos explica también su férrea oposición al peronismo, la burguesía que “ya no juega un papel progresista” era la que trataba de hallar un lugar bajo el sol de la mano de Miranda, frente el inmenso poder de la oligarquía terrateniente, el imperialismo angloyanqui, sus medios de comunicación y sus partidos políticos conservadores, socialistas y comunistas. El “proletariado” es el que había hecho el 17 de octubre y constituía la columna vertebral de ese peronismo al que detestaban.

Si al calor del pacto Molotov-Ribbentrop, un dirigente del PC publicaba en “Imperialismo Ingles y Liberación Nacional” “Muchas veces, detrás de esa ideología fascista late un anhelo de masas que por serlo poco importa que sea fascista por cuento en el propio movimiento de masas cabe la necesaria rectificación política”, parecía resquebrajarse el monolítico rechazo al neutralismo local en la guerra, que se abandonaba la consigna de democracia versus fascismo, sin embargo bastó que en 1941 las divisiones blindadas alemanas invadieran Rusia para que el propio Ernesto Giudici olvidara esa publicación por décadas.

Ante el 17 de octubre esas “masas” se transformaron en “Las hordas de desclasados haciendo de vanguardia del presunto orden peronista. Los pequeños clanes, que con aspecto de murga recorrieron la ciudad, no representan ninguna clase de la sociedad argentina. Era el malevaje reclutado por la policía y los funcionarios de la Secretaría de Trabajo y Previsión para amedrentar a la población”, según el periódico Orientación, órgano oficial del PC, del 24 de octubre de 1945.

En el Congreso Antiimperialista reunido en Bruselas en 1927, donde asistieron muchas personalidades independientes como Manuel Ugarte, Carlos Quijano o Víctor Raúl Haya de la Torre y José Vasconcelos, hegemonizado por la Liga Antiimperialista Mundial organismo lateral de la Internacional Comunista la situación latinoamericana no lograba instalarse en el debate frente a la situación de China donde el segundo intento de revolución ocupaba toda la atención (digamos de paso que culminaría en una catástrofe y una matanza ante los colosales errores de la estrategia stalinista, tragedia que novelara André Malraux en “La Condición Humana”).

Ante la insistencia de Haya de la Torre, Codovilla ofuscado le respondió “Que perezcan, por último, estos veinte pueblecitos con tal que se salve la revolución rusa…a un comunista no le interesa sino la campaña de la III Internacional, aunque para sostenerla se sacrifiquen quince países” (5).

En aquellos años el Partido Comunista tenía a la Unión Cívica Radical como su peor enemigo, afirmando sin ponerse colorados que si “Uriburu representa una dictadura con una base social restringida y con algunos aspectos fascistas, el yrigoyenismo representa a un movimiento que tiene en su seno a todos los elementos para un movimiento fascista de masas, con sus tentáculos extendidos hasta el movimiento obrero”, ya no estaba Codovilla, fuera del país, pero Rodolfo Ghioldi y Luis V. Sommi no le iban en zaga.

Adelantándose a su caracterización de Jorge R. Videla como un “General democrático” al que había que apoyar para “parar el pinochetazo”, definían a Agustín P. Justo como que “representaba dentro de la oligarquía, una tendencia favorable al establecimiento de ciertas libertades constitucionales”, mientras tanto Leopoldo Lugones (h) adaptaba en los sótanos de la Sección Especial de la Policía Federal, la picana, usada para arrear vacas y ovejas, como “instrumento” frente a los militantes yrigoyenistas.

Hernández Arregui hace un excelente análisis de esta continuidad entre socialistas y comunistas en su carácter antinacional y antipopular, como nosotros al principio aclara meridianamente que “El marxismo, ni en la teoría ni en la práctica se opone a las luchas emancipadoras de carácter nacional” y cita a Engels en una carta a Kautski, por ello cuando analiza esta historia de desatinos que hemos abreviado aquí por pudor ante los lectores, afirma “la izquierda actuó así no por error, sino por composición de clase, la Marcha por la Constitución y la Libertad los mostró a todos juntos…el socialismo ha concluido en Américo Ghioldi, en ese nausebaundo sincretismo en el que Wilfrido Pareto se une a Spengler en la mente de un normalista que además pretende ser ministro. Ser ministro, para un socialista colonial es legalizar el odio al pueblo, de la oligarquía crepuscular” (6)

Certeramente define al otro Ghioldi, a Rodolfo, diciendo que “interpreta la historia no como marxista sino como discípulo de Ricardo Levene. Cuando ve al fascismo pierde contacto con la historia verdadera y cuando busca la historia, en lugar del pueblo se encuentra con Mitre…no es circunstancial que, en la publicación oficial del partido Comunista, la historia argentina se inicie con el período de la inmigración europea entre 1890 y 1900. El punto de partida no es solo la historia de Mitre sino su programa político”.

De su antiirigoyenismo militante a la Unión Democrática, del ultrismo de convocar en 1931 al “poder soviético, obrero y campesino” a marchar en 1945 del brazo del embajador norteamericano Spruille Braden y Ramón Santamarina, prohombre del conservadurismo oligárquico y llamar a votar a Tamborini-Mosca afirmando “ya tiene fórmula presidencial la ciudadanía argentina. Ahora puede oponerse a la fórmula nazista del coronel la fórmula democrática de la unidad”, la historia misma del PC argentino es la expresión más acabada de hasta dónde puede llegar la decadencia de un socialismo portuario y antinacional con el latrocinio stalinista de la Revolución Rusa.

Si en la nota anterior afirmaba que el socialismo por su origen más cercano a Comte y Spengler que a Marx y su absoluto desapego por la historia y tradiciones de los trabajadores argentinos estaba condenado desde su nacimiento a ser una expresión mediocre y colonial de un sector de trabajadores de las ciudades y cierta clase media timorata que podía exhibir su apego por el arte y su preocupación por los pobres sin percibir el olor a transpiración o el “hedor de América” como diría Kusch, el Partido Comunista le agregó a ese origen su propia impronta.

Lenin transgredió la presunción marxista acerca que el socialismo surgiría en los países capitalistas más desarrollados, como una consecuencia de las propias contradicciones del capitalismo, y luego del fracaso de 1905, en 1917 toma el poder con su partido bolchevique y pone en marcha la revolución rusa.

El carácter de país más atrasado cultural y en el desarrollo de sus fuerzas productivas de la Rusia Zarista exigía que se produjeran revoluciones en algún otro país europeo, Lenin puso sus esperanzas en Alemania, sin embargo la guerra mundial, la guerra civil contra los blancos (zaristas) apoyados por las potencias vencedoras en la primera conflagración mundial, agotaron la capacidad de movilización de la escasa clase obrera rusa, muchos dirigentes revolucionarios murieron en esas guerras, Lenin sufrió un atentado contra su vida y poco después comenzó con sus problemas de salud que lo llevaron a la muerte.

Ahí hay que buscar los orígenes del poder creciente de una burocracia que, manejando los resortes internos del partido, va eliminando toda forma de democracia interna, José Stalin es su expresión y le da su propia impronta brutal, criminal. Sus desatinos políticos permitieron el surgimiento y victoria del nazismo en Alemania, la claudicación del socialismo italiano del “bienio rojo”, la masacre de los comunistas chinos a la que ya nos referimos y muy especialmente la transformación de la III Internacional en una cueva de oportunistas, obsecuentes y contrarrevolucionarios.

Todos los PC del mundo se convirtieron en “embajadas” del Stalinismo, todo se hacía bajo expresas directivas de Moscú fuera en Tailandia o Puerto Rico, cualquier disidencia se cerraba con expulsiones o “purgas”, cuando no con fracturas o alejamiento de hombres y mujeres que creyeron sinceramente en ese “faro de los trabajadores del mundo” que sería la Unión Soviética y o se domesticaron y sometieron a los dictados de la “nomenklatura” o se fueron a buscar nuevos aires.

Una criatura con esos antecedentes y semejante formación dificultosamente podría eludir un destino de ahogo de toda intención revolucionaria y el PC no lo logró, y cuando la catástrofe de la Unión Soviética en 1989 los dejó a la intemperie, colapsaron en todo el mundo.

En Argentina lograron construir un aparato cultural interesante, desde Leónidas Barletta a César Tiempo (que luego rompiera y terminara dirigiendo el suplemento literario del diario La Prensa en manos de la CGT) desde el Nuevo Cancionero con fuerte arraigo en Mendoza en los años 60 y 70 del siglo pasado a grandes artistas como Pugliese, Salamanca, Mercedes Sosa. Si había uno oficial de la oligarquía que se expresaba en SUR o el diario La Nación y las academias, había uno también del progresismo, ambos eran Mitristas, detestaban a las montoneras y los caudillos, a Perón y las cabecitas negras, por eso pudieron convivir durante décadas y repartirse críticas literarias, viajes a congresos, cátedras universitarias, etc.

 

Bibliografía. –

1)” Historia del Stalinismo en la Argentina”; Jorge A. Ramos; Edit. Del Mar Dulce, Bs As; 1969

2)” Historia Crítica de los Partidos Políticos Argentinos”; Rodolfo Puiggros; Edit. Argumentos, Bs.As.; 1956

3)” Esbozo de Historia del Partido Comunista de la Argentina”; Comité Central del Partido Comunista, Edit. Anteo; Bs. As. 1947

4) Ídem.

5)” Haya de la Torre y el APRA”; Luis Alberto Sánchez; Edit. Del Pacífico; Sgo de Chile; 1954

6)” La Formación de la Conciencia Nacional”; Juan José Hernández Arregui; Edit. Peña Lillo; Bs.As. 2004.

 

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