ALGO HABRAN HECHO…MAL

Por Eduardo Rosa

El pasado lunes, Felipe Pigna y Mario Pergolini , a quienes los une una familiaridad con la TV que el resto de los mortales no tenemos, nos han sorprendido con su programa histórico-farandulesco iniciándonos en un rápido paseo por nuestra historia.
Muchos méritos y gratas sorpresas tiene, a nuestro juicio, esta iniciativa.
El primer gran mérito es la actitud desacartonada y desacralizadora que le han dado al programa. Tal vez para los que ya tenemos algunos años, eso no llegue a conmovernos; pero sin duda es un lenguaje que seguramente tendrá llegada a la gente más joven.
El segundo mérito es el tema: No se les habla a los jóvenes de pavadas; se les habla de nuestra historia que es una forma de que vayan reconstruyendo su identidad. Y uso la palabra RECONSTRUYENDO, porque nuestro sentido social, nuestro sentido de comunidad ha sido tan erosionado que ya prácticamente no existe.
Y de esa erosión no es culpable menor la historia falsificada y plagada de incongruencias y absurdas leyendas que nos embutieron desde el Billiken, los bronces y la fantasía popular, que revistió con virtudes y anatemizó con horrores a personajes que no analizábamos y a los que adjudicábamos méritos y virtudes que imaginábamos, por el solo mérito de ser arquetipos consagrados.
Así, el amigo de los gauchos y de los indios era poco menos que racista y quien propiciaba su asesinato era el civilizador y el gran educador.

Pigna nos hace reflexionar con argumentos simples e incontrovertibles: Si los paraguas eran un artículo de lujo, dejemos solo tres o cuatro en la estampita de la plaza de mayo. Si bien aparecen en la TV unos Frenchyberuti colocando escarapelones, redondos y celeste-blancos, consideremos a eso una iniciativa del utilero del programa no debidamente supervisada.

Pero lo que no es admisible es que Pigna haya tratado tan superficialmente, y hasta sin razonar algunos temas.

Como antes lo dije, está bien, muy bien que se enseñe a analizar. Pero está mal, muy mal que se pasen por alto cosas que amenazan con tirar abajo la credibilidad si el suspicaz espectador descubre uno de estos pies de barro.

Veamos lo que nosotros pudimos observar:

– Relata la actitud de Sobremonte como una cobardía lindante con el robo de los caudales. Cualquier razonamiento, por elemental que fuese, aprobaría la actitud del Virrey. Buenos Aires de entonces no la aprobó; pero más por cuestiones políticas que por razonamiento. Y Buenos Aires, al menos los “principales”, tuvieron una cobarde sumisión frente a los invasores que no los autorizaba a criticar la razonable actitud del Virrey. (recordada por Pigna al relatar la “tilinguerría” de Mariquita Sánchez),
– Se propone como una falsificación histórica las medias bochas de madera que señalan los impactos del cañón criollo en la torre de Santo Domingo. ¿Pero es que alguna vez se pretendió hacer creer que fuesen reales? .
– Con el demoledor argumento de su altísimo costo, nos quita la leyenda del “aceite hirviendo”. ¡Que vida tan austera, la de los porteños! … ¿Con que harían las frituras? …. ¡Claro! grasa … eso es. ¡Y era prácticamente gratis!. ¿No lo pensó, profesor Pigna? … No hubo una leyenda… solo hubo una “transubstanciación”. ¡Si quiere ensañarnos a razonar, bueno sea que empiece por casa!
– Se vuelve a la falsa creencia que Moreno era “progresista” y Saavedra “conservador”, aplicando categorías europeas de derechas e izquierdas cuando en realidad Saavedra era tenido como jefe del partido popular, formado por los orilleros. Esos mismos orilleros – gente de trabajo manual – que eclosionara con Grijera y Campana contra los de la clase principal – y por ende contra los amigos de Moreno – el 5 y 6 de abril de 1811. Y para colmo Pigna insinúa que hay una conspiración conservadora al querer formar gobierno con representantes de las provincias, incluyendo al molesto de Artigas, nuestro primer gran patriota. O es decir, que si por Pigna fuese, la patria era Buenos Aires y dentro de ella, solo los porteños que admiraban a la revolución francesa y – dicho sea de paso – solo los tuviesen la aprobación de los ingleses que sin duda manejaban los hilos para recibir la herencia de España.
– Se recuerda a Saavedra como “Boliviano”, sin explicitar también que había nacido en Potosí, parte integrante del virreinato, o es decir tan argentino como podría ser un provinciano. – O tal vez mas, si recordemos el levantamiento de Charcas el 25 de mayo de 1809.
– Castelli (en la ficción) justifica los fusilamientos de Cabeza de Tigre en nombre de las libertades “como las hay en Francia”, ¡En 1810!; ¿Se le pasó por alto Napoleón, contra el que – casualmente – se hacía la revolución de Mayo?
– Insiste Pigna en su tema: El supuesto “envenenamiento” de Moreno. Pero no cierra ¿Quién lo querría matar? Descartemos algún nacional. Moreno estaba vencido – al menos por el momento -. Su metida de pata defendiendo a Fernando VII en el decreto de supresión de honores lo había desacreditado en Buenos Aires. Y Saavedra – pobre – no tenía claro su papel de jefe del partido popular ni estatura para serlo. Solo queda pensar en los Ingleses, sus ex clientes o alguien relacionado con la compra de armas – que era la misión de Moreno. Pero la forma elegida es demasiado rebuscada. La niebla de Londres hubiese sido una perfecta cobertura y no la complicidad de un capitán de ultramar de dudosa discreción.

Recapitulando: Bien por la forma y bien por la intención, pero sean más prolijos o sus espectadores caerán nuevamente en la indiferencia.

Eduardo Rosa – Noviembre del 2005

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