¡Clang tachín clang pong!

Por Eduardo Rosa

La señora cacerolera está exultante.
Por primera vez se siente militando.

– ¿Me escucha?
Por un momento detenga la cacerola.
¿La cacerola habla por usted?

La columna puede ser la de los deudores no pesificados, la de los acreedores pesificados, la de los martilleros en la lona la de los vecinos de palermo o la del grupo Tersa Rodríguez.
Se encuentran y se abrazan. Nadie pregunta que se está reivindicando.
Si cantasen o si hablasen entre ellos y, sobre todo, si se escuchasen tal vez se darían cuenta que lo que unos quieren no es lo mismo que lo que quieren otros.

– ¿Qué dice usted? ¿Qué a esta situación se ha llegado por la culpa de todos?
¿Quién se cree que es? ¿El Papa?
¿Yo tengo la culpa?

¡No!, estamos cansados de que cuando las cosas van mal, los verdaderos culpables quieran diluir la culpa adjudicándonos a los inocentes una culpabilidad que no tuvimos.
¡No la tuvimos nunca!.

Temblábamos imaginando un panorama de revista selecciones; con un Fidel Gaucho cruel y confiscador, como son todos los Fideles.
Entonces cerramos los ojos ante algunas cositas “desprolijas” que sucedían.
¡Confiábamos en los buenos!
Por algo será, decíamos ante cada nombre que llegaba a nuestros oídos.
Luego se abrió la olla podrida y no pudimos menos que asquearnos ante el horror.
¡Pero no nos echen la culpa de lo que pasó!.

– ¿Se acuerda de la última campaña para elegir presidente?
¿Cual era el sonsonete que todos los políticos usaban?
¿Un peso un dólar?

¡Claro, nadie estaba dispuesto a votar a alguien que dijese lo contrario!
Y los políticos lo sabían. Y hasta amenazaban con las cuotas de la heladera.
Algunos también sabían que eso era insostenible. Que la economía se venía abajo si se pretendía mantener esta falsedad.
Y los que lo sabían eran políticos, empresarios y también muchos de los compañeros que nos acompañan con las cacerolas.
No queríamos políticos, pero queríamos viajar a Florianópolis. No queríamos corrupción, pero mentíamos en los impuestos. Tampoco teníamos trabajo, por eso soñábamos con Miami. ¡Sálvese quién pueda! – Y creíamos poder.
El resto estaba aletargado. Sumergido en la necesidad de comer ese día. No entendía de economía y solo sabía que con sus pocas monedas podía comprar al menos basura de Taiwan. ¡Que no le quitasen también eso!. Ya le habían quitado el trabajo y también la dignidad.
Si todo el mundo era más barato para nosotros algo estaba yendo muy mal.

Pero no había que decirlo. ¡Era Tabú! ¡Era la muerte política de quien lo dijese!.

– ¡Los políticos entonces tienen la culpa!.
Pero no hay políticos sin votos.
El poder no reside en el que manda sino en el que obedece.

– Claro, dice la señora de la cacerola. Yo me di cuenta de eso y por eso voté en octubre con un dibujito de historieta.

– ¿Eligió al patito Clemente?
¿Lo nombraron senador? ¿Diputado?.
A no; nombraron a otros. ¡Quien lo hubiese pensado!

– Pero Yo tengo la conciencia tranquila.

¡YO NO SOY CULPABLE!.

Tachín clang, pong, tachín. ¡Que se vasaaayan!

– ¿Quienes?

– ¡TOOODOS!

– Se están yendo señora, se están yendo.

Hacen cola en las embajadas.
¿Sabe?
La virgen de Luján, que quiso quedarse aquí, acaba de recuperar su nacionalidad española.
Gardel pidió sus documentos franceses.
Maradona se nos hace cubano.
San Martín hace trámites para volver al ejercito Español.
Belgrano jura que el color azul y blanco lo eligió porque es el color de los Borbones.

¿Todos se van?

No señora, algunos nos quedamos. No nos admitirían en otro país. Hemos contraído una enfermedad.

Se llama PATRIA.

El grupo cacerolero se aleja. Algo cantan al compás de los tachines. No se distinguen bien las palabras.

¡No¡ ; ¡Es una deformación acústica! ……. ¿La vida por un dólar?.

Divagó: Eduardo Rosa

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