CULTIVAR EL SER NACIONAL

Por Jose Luis Di Lorenzo

“Vemos que el ser nacional es el proceso de la interacción humana, surgimiento de un suelo y de un devenir histórico, con sus creaciones espirituales propias –lingüísticas, técnicas, jurídicas, religiosas, artísticas–, o sea, el “ser nacional” viene a decir cultura nacional”.
J. J. Hernández Arregui
Cuando el pueblo tiene conciencia de haber vivido un proyecto conforme a determinados valores reclama volver a vivirlo.
No de ahora sino de siempre se ha pretendido negar nuestra identidad cultural para alejarnos de un destino común con el resto de América latina. Hasta se nos dijo que somos “europeos” residentes en estas tierras, hasta que recientes estudios nos ubica como una sociedad multígena con el 56 por ciento de ascendencia indígena.
La conformación de la propia identidad exige remitirnos hasta los orígenes del poblamiento americano, apelando a un pensamiento integrativo, cuyos elementos constitutitos se enriquecen con los aportes del hispanismo, el catolicismo y las colectividades, presuponiendo una línea troncal de construcción colectiva. Un país que no tiene memoria está en conflicto permanente con su identidad y con su capacidad de articularse en un Proyecto que englobe enteramente a su población. Nadie puede saber bien a dónde va sino sabe de dónde proviene.
La cultura admite al menos dos manifestaciones aparentemente contrapuestas, la popular y la “erudita” -académica o superior- pero sin embargo cuando ambas nos reconocen y expresan el propio Proyecto de País, se constituyen en la cultura nacional, como expresión de la voluntad de ser. Claro que cuando la cultura académica se incorpora al proyecto dependiente se distancia de la popular. La consigna “alpargatas si, libros no”, expresaba esta contradicción y desnudaba simplificadamente la erudición al servicio de intereses no nacionales.
Mientras el pueblo no puede ni quiere alejarse de su realidad e historia, su sector culto fácilmente puede evadirse de su entorno cultural y compensarse con los productos culturales (valiosos sin duda) ajenos a su propia situación. Lo que no significa suponer que en los sectores populares postergados u oprimidos se conservan las esencias culturales más puras, ya que así como los pobres y marginados han visto profundamente deteriorada su calidad de vida material, igualmente han padecido la contaminación cultural. La identidad nacional constituye la conciencia del Proyecto Nacional liberador, el “ser nacional”, que no es una esencia (concluida) sino una existencia (proyectada) y el modo de rescatar la cultura propia y las calidades de la existencia humana.
Históricamente se sucedieron las discusiones en torno al ser nacional, algunas de las cuales procuraron negar tozudamente su existencia. La intelectualidad argentina lo consideró algo menor o en todo caso la fantasía de pensadores “trasnochados”, mientras nos imponían desde afuera –con la complicidad vernácula- la noción de dónde venimos y quiénes somos. No han cejado en su empeño.
Los mecanismos culturales que se imprimieron sobre nosotros son funcionales a la imposición de políticas culturalmente colonialistas, cuyo objetivo es el saqueo de nuestras riquezas y la justificación ideológica de la concentración de la riqueza para unos pocos condenando al resto a la exclusión social.
Un país es colonial culturalmente cuándo no sólo depende de las decisiones de otro sino cuándo deposita su verdad afuera, subestimando y enajenando su propio pensamiento y su destino de grandeza.
Todavía no hemos dejado atrás el proyecto dependiente-consumista, impuesto autoritariamente en 1976, que fue sostenido por la educación, la producción cultural y los medios masivos de comunicación, un sistema educativo informal que es utilizado por el imperio como el vehículo más eficaz para dominar.
EL PROBLEMA ES CULTURAL
El problema no es económico, es cultural, y fue consolidado por el triunfo de los valores de la cultura sajona sobre la latina, imponiendo el egoísmo como virtud, la felicidad del confort como realización, la especulación sobre la producción y el negocio como derecho. Pese a haber sido derrotados en la última parte del siglo pasado en la búsqueda de nuestra identidad cultural, hay que seguir intentándolo, porque no se trata de un problema imposible de resolver o de una deficiencia genética. Cuando el pueblo tiene conciencia de haber vivido un proyecto conforme a determinados valores reclama volver a vivirlo.
Vale la pena revisar de qué modo opera nuestra desculturización, desde el uso que le damos a nuestro idioma, modificado mediaticamente, que deja incorporadas a nuestra cotidianeidad enajenada y dependiente una serie de conceptos extraños. A diario se escucha y se lee llamar a las comidas frías “lunchs”, a las historietas “comics”, a las reuniones juveniles “parties”, a los carteles “posters”, a los negocios “bussines”, a los intervalos de las conferencias “break”, a los centros comerciales “shoppings”, a nuestros sentimientos “feeling”, a los colectivos “bus”, al estacionamiento “parking”, a la comida que se entrega a domicilio “delivery” y en no pocos casos a las conocidas liquidaciones como “sale”. Y como enseña Gustavo Cirigliano “para quien está ocupado por la palabra ajena resulta imposible pensar y nombrar la realidad desde sí”
INSOLIDARIDAD CAMOUFLADA
Un eficaz modo de esmerilar nuestra cultura solidaria es apelar a engañosas simplificaciones omitiendo la cuestión central que se pretende (y debe) corregir. Es un lugar común apuntar a la eliminación del “clientelismo” social, cuando en rigor de verdad se oculta que se reniega de la asistencia a quien no posee ya que se piensa o bien que lo merece, o que es parte de la realidad inevitable del modernismo. De paso se esconde el desprecio hacia la aptitud cívica de los marginados, a los que se supone carentes de discernimiento a la hora de votar y sujetos al Gobierno que les da lo que en derecho les corresponde, como versión actualizada de la vieja idea del voto calificado.
En realidad fue la reforma constitucional de 1994 la que institucionalizó el clientelismo al crear la subcategoría de ciudadano, que denomina usuarios y consumidores –los que tienen capacidad económica para usar los servicios públicos o consumir- a verdaderos clientes del modelo privatizador. Es razonable reclamar “transparencia” instrumental pero no se debe omitir considerar la corrupción estructural, como la fuga de capitales, la fraudulenta deuda externa o las inmorales transferencias de recursos sociales que tuvieron como destino al negocio financiero local e internacional, sin que fuera tenido en cuenta por los comunicadores sociales “serios”, muchos de los cuales terminaron asociados a la concentración económica y que hoy aconsejan no abordar tales cuestiones por que hay que mirar hacia el futuro.
EL DESENDEUDAMIENTO
En momentos en que el Gobierno nacional esta empeñado en el “desendeudamiento”, la cultura comunicacional elogia el esfuerzo pero sólo anotando a que de esa forma la Argentina logrará nuevos créditos e inversiones internacionales. Se está utilizando esta intencionalidad política para incorporar la idea de desendeudar para contraer nuevas deudas, concediendo negocios leoninos que intentarán financiar internacionalmente la extracción de nuestra riqueza.
La preeminencia de la cultura económica sobre la política intenta que el default termine siendo el Proyecto de País de facto, en lugar de dejar paso a lo nuevo, a un país que no esté regulado por la deuda externa y sus exigencias y que impida un nuevo vacío a ser ocupado por el sistema financiero internacional y los mercaderes concentrados. Hay que subrayar que para construir el Proyecto de País no es necesario depender de la inversión externa, por el contrario si no genera su propia financiación no es auténtico, porque “todo proyecto de Nación libera y moviliza reservas (población y recursos naturales) hasta ese momento sin uso o marginadas o conflictivas”.
En el proyecto Independentista el recurso humano privilegiado fue “el coraje”, la vida por la libertad; en el proyecto europeizador -el del ochenta- los ganados y las mieses pagaron la realización del proyecto. Me pregunto, ¿cuál es el recurso hoy para “sudamericanizarse”?. Un aporte a este interrogante debería surgir de ubicar nuestra estrella polar, la que Perón decía, marca el rumbo y guía a los que vivimos en el Sur.
NUESTROS PROYECTOS DE PAIS
Debemos asumir que la cultura liberadora recibe y transforma herencias que no puede ignorar, la de la europeización del proyecto del ochenta, la de los anhelos de libertad americana del proyecto independentista, la de la utopía de las Misiones Jesuíticas, la de la fe y la lengua del proyecto colonial español, la de la unión profunda con la tierra del proyecto precolombino de los Habitantes de la Tierra. Desde el año 600 hasta el de la sumisión incondicionada al norte imperial, la Argentina transito siete proyectos. Se constata que hubo -y hay latentes- otros proyectos de sociedad, que abrevan en la identidad a rescatar.
Las Misiones Jesuíticas, por caso, constituyeron una forma de organización de la comunidad que genero riquezas y las distribuyó equitativamente, respetando las características de los habitantes de la tierra, potenciando sus mejores cualidades, introduciéndolos en el saber e inaugurando un nuevo estilo de relaciones sociales con predominio de la solidaridad sobre el interés individual y egoísta. Una experiencia que vale la pena revisar.
LA CULTURA ES EL SER NACIONAL
Recuperar el Ser Nacional como hecho político vivo es afirmarnos en la voluntad de querer ser un país con su propio destino. Necesitamos librar una conciente “lucha cultural” que rescate y revitalice “las tradiciones colectivas, costumbres, creencias, … que vienen del pasado y se anudan al presente como herencia y al porvenir”. Latinoamérica y la Argentina como parte integrante, cuentan con una diversidad y cantidad de recursos humanos y naturales tales, que están esperando los ordenemos y los pongamos a trabajar, para cosechar la realización del Proyecto Nacional Suramericano, sabiendo que los valores que seguimos reclamando como sociedad incluyen la vida, la paz, la justicia, la libertad, los derechos humanos, la austeridad ecológica, la independencia política y económica y la unión continental.

* jdilorenzo@sitioima.com.ar

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