La medida del mal está dada por el bien que niega. Por Alberto Buela


Es este uno de los tantos principios que se deben de tener siempre en cuenta cuando nos piden respuestas en el campo de la ética.

Desde siempre se ha pensado el mal como una privación del bien, la ceguera como privación de la vista, la enfermedad como privación de la salud, la fealdad como privación de la belleza y tantísimos otros ejemplos.

Es que el ser ha sido entendido como plenitud de ser, como aquello que pone en acto al ente, aquello que hacer ser a lo que es. Y estos rasgos llevaron a los filósofos a pensar una equivalencia entre el ser y el bien, el ser y la verdad, el ser y la unidad. Y entonces la verdad ha sido definida como “lo que es o la realidad de la cosa”, la unidad como lo idéntico a sí mismo y el bien como la perfección de lo que es.

Vemos como unidad, verdad y bondad se definen con relación al ser, y el ser se nos hace inteligible a través de la unidad, lo bueno y lo verdadero. Así estos tres conceptos han sido caracterizados como “trascendentales”, esto es, que van más allá del género y la especie. Son categorías que no pueden ser entendidas a través de la definición por género y diferencia específica como sucede con el resto. Por ejemplo cuando definimos a hombre como animal racional.

Ante esta concepción del ser, el mal no puede ser entendido teniendo  una entidad propia como sucede con los distintos tipos de maniqueísmo sino como una carencia de bien, como una falta, como una privación.

Estos principios, que son principios metafísicos, esto es, últimos o primeros según se los mire, se vuelcan forzosamente sobre el obrar y el hacer.

Cuando proyectamos sobre la vida práctica el principio según el cual la medida del mal está dada por el bien que niega se aclaran inmediatamente nuestros criterios en el obrar moral. Si dejamos de pagar una deuda provocamos un mal en otro. Si lo dejamos sin trabajo el mal es mayor. Si le quitamos la vida el daño es máximo porque es irreversible.

Pero el hombre convive a diario con gente mala, perversa, ventajera, dañina, entonces, cómo actuar?. En primer lugar el mal debe ser rechazado de plano, es inaceptable, pero como tenemos que seguir viviendo y no podemos estar luchando contra los molinos de viento todo el tiempo, debemos echar mano al principio de tolerancia según el cual si se acepta algo malo es para evitar un mal mayor. El principio de malum vitando es la esencia de la virtud de la tolerancia, que es diametralmente distinta de la tolerancia como ideología según proponen tanto el liberalismo como el progresismo hoy.

En otro aspecto, el principio según el cual la medida del mal está dada por el bien que niega, se expresa según la mayor o menor jerarquía del bien que se priva. La medida del mal como traición es mayor en  Judas pues está mensurada por la existencia de Cristo, que la que realizó Urquiza a Rosas en la historia Argentina o Bruto a César en la historia universal.

Los grandes filósofos y teólogos fijaron esta relación profunda entre lo mejor, lo superior y el mal y la corrupción en un adagio: corruptio optima pesima est . La corrupción de lo mejor es la peor. Así, si se corrompe un barrendero la calle queda sucia, si lo hace un gerente es probable que la empresa quiebre, si lo hace un médico una vida puede perderse, mientras que si se corrompe un filósofo es posible que confunda una generación y si es un sacerdote el escándalo se hace universal.

Y al mismo tiempo la corrupción de un barrendero siempre es menor que la del un gerente y la de éste menor que la del médico, que a su vez es menor que la del filósofo y la de éste menor que la del asesor espiritual profesional. Porque unos tratan con valores vinculados a lo agradable (las calles limpias), otros sobre lo útil (lo económico), aquellos sobre lo vital, estos otros sobre lo intelectual y aquellos sobre lo espiritual.

Entonces la corrupción de lo mejor, de lo espiritual es la peor de todas, porque termina en la máxima degradación (los ejemplos en la historia del mundo abundan por doquier) y al mismo tiempo provoca los mayores daños.

Así, la corrupción de Lutero terminó partiendo la Cristiandad en sectas, la corrupción de los curas pedófilos alejó a miles de cristianos de la práctica religiosa, la corrupción de los pastores electrónicos terminó banalizando el mensaje de Cristo. La corrupción de los Popes ortodoxos silenció los Gulag de Stalin.

La corrupción en la filosofía se da cuando se intenta explicar algo por su opuesto. Por ejemplo, el hombre honesto es un deshonesto frustrado. De la medicina la manipulación genética, la de la economía la estafa a gran escala como la de los hermanos Lehman que afectó a media humanidad.

Cuanto mayor es el bien que se niega dentro de la jerarquía de los bienes que van  desde los espirituales, pasando por los intelectuales, vitales, útiles hasta los agradables, mayor es el mal que se produce.

Vemos entonces como este principio termina exigiendo una concepción jerárquica de los valores que ésta nuestra época caracterizada como “de la nivelación” (da lo mismo un burro que un gran profesor, Discépolo dixit) rechaza de plano y no quiere tener en cuenta. Una vez más se muestra, se hace evidente, que la tarea del auténtico pensador es plantear el pensamiento como ruptura con la opinión, como filosofía alternativa, mostrando que existe otra manera de ver las cosas, proponiendo el disenso como método.

(*) alberto.buela@gmail.com

www.disenso.org

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