FIDELIDAD HISTORICA DE LA REVOLUCION DE MAYO * Por Atilio García Mellid.

La falsificación de la historia que entre nosotros consumaron los liberales tiene su punto de arranque en los acontecimientos de Mayo de 1810. Esto es muy grave; pues, para que los argen­tinos sepamos qué somos, qué queremos y a dónde vamos, es previo sopesar y medir con espíritu ecuánime los pasos iniciales de la na­cionalidad. Solamente así podremos verificar, que lejos de la inter­pretación corriente, no somos una parte indiferenciada de la histo­ria del liberalismo en el mundo sino una parte integrante, pero libre y soberana, de la historia hispánica en América.

De España y del catolicismo nos vienen las esencias que confi­guran nuestra personalidad nacional; también de esas fuentes espi­rituales v morales provienen los impulsos que nos llevaron insensible­mente a una emancipación política que no estaba en los planes ini­ciales de la revolución. A la mentira grande de que las ideas libe­rales habían forjado una conciencia independentista y antiespañola, oponemos los documentos y la constante ratificación de una fideli­dad que no fue desmentida por aquellos primeros actos en que se manifestó nuestra vocación de autonomía.

El eje de la interpretación liberal de Mayo de 1810 —eso que suele denominarse “el dogma de Mayo”—, es la figura de don Ma­riano Moreno. Él tenía conformada en su mente, según sus panegi­ristas, la imagen de la patria libre, regida por los grandes principios del liberalismo. Su formación mental le habría permitido captar las sustancias animadoras del sistema liberal, merced al canónigo doctor Matías Terrazas, que le proporcionó, durante el período de sus estudios universitarios en Charcas, las obras de los filósofos enciclope­distas y de la Ilustración, que estaban prohibidas por la censura eclesiástica. Armado con estas teorías de contrabando y como si respondiera a un plan prefijado, vino a nosotros y se transformó en “el numen de la Revolución”.

Todo esto es leyenda romántica o interesado propósito de darle a los acontecimientos de 1810 una filiación que de ninguna manera tuvieron. Moreno no se salió de la línea del pensamiento fiel a la monarquía española y conservó intacto el depósito de las doctrinas cristianas, como fundamentos ambos de nuestra indisoluble perso­nalidad. No tuvo con anterioridad a Mayo de 1810, el menor plan o propósito de independencia y ni siquiera participó de la trama secreta que provocó aquellas agitaciones. En la biografía hecha por su hermano Manuel, se dice: “Sería una injusticia creer que el doctor Moreno tomó parte activa en la Revolución de su país, sin un examen serio de las causas que la producían… jamás intentó inquietar su espíritu [de sus conciudadanos] o promover la rebelión… Muchas horas hacía estaba nombrado Secretario de la nueva Junta, y aún estaba totalmente ignorante de ello…”1. Esta referencia insospe­chable hecha por el suelo la tesis del liberalismo.

Pero resulta, además, que Moreno no asistió sino a la reunión de vecinos realizada en el Cabildo el día 22. Se- anotaron allí 224 presentes, quienes, por el voto de 155 de ellos, declararon: “En la imposibilidad de conciliar la tranquilidad pública con la permanen­cia del Virrey y del régimen establecido [el Virrey era el teniente general Baltasar Hidalgo de Cisneros, nombrado por la Junta de Cádiz, que se desempeñaba en el cargo desde el 30 de julio de 1809], se faculta al Cabildo para que constituya una Junta del modo más conveniente a las ideas generales del pueblo y a las circunstancias actuales, en la que se depositará la autoridad hasta la reunión de los diputados de las demás ciudades y villas”. ¿Qué hizo Moreno en esa asamblea a la que los liberales consideran el embrión de la empresa emancipadora? Emitió su voto limitándose a decir que “reproducía en todas sus partes el dictamen de don Martín Rodríguez”. Quedó luego acurrucado y caviloso, lo que movió al doctor don Vicente López y Planes a acercársele, expresándole que todo había salido muy bien. Moreno le contestó: “No, amigo: yo he votado con uste­des por la insistencia y majadería de Martin Rodríguez, pero tenía mis sospechas de que el Cabildo podía traicionarnos; y ahora le digo a Usted que estamos traicionados. Acabo de saberlo, y si no n prevenimos, los godos nos van á ahorcar antes de poco…”2. No ha de referirse -a este deslucido papel, sin duda, el doctor Ricardo Rojas, cuando dice que “su pensamiento pone un móvil cívico en el valeroso pecho de los ciudadanos, y un lampo de ideal en los aceros de los combatientes” 3. Palabras y frases huecas de las que rebalsa la historia al uso de los liberales.

El día 23, en una reunión subrepticia, los elementos peninsula­res nombraron una Junta provisoria presidida por el Virrey; la inte­graban el presbítero doctor Juan Nepomuceno Sola, el doctor Castelli, el coronel Saavedra y el comerciante don José Santos Inchaurregui. Las reacciones que esto provocó obligaron a la renuncia de los cita­dos, derivándose así a la asamblea de Cabildo Abierto del 25 de Mayo. En contra de lo que dicen ciertas crónicas, el pueblo tuvo mínima participación en estos sucesos; todo se amañó en el cuartel de Patri­cios. Un alférez de ese cuerpo, don Nicolás Pombo de Otero, redactó la nota que se presentó al Cabildo, a la que agregó de su letra firmas falsificadas y otras repetidas para dar impresión de que las demandas en ella contenidas contaban con mayor concurso de voluntades. De estas artimañas surgió la Junta Provisoria Gubernativa —llamada Pri­mera Junta—, compuesta por el coronel Cornelio Saavedra como presidente, vocales el doctor Juan José Castelli, el licenciado Manuel Belgrano, el brigadier Miguel de Azcuénaga, el presbítero doctor Manuel Alberti, don Domingo Matheu y don Juan Larrea, y secre­tarios los doctores Juan José Paso y Mariano Moreno. Los vocales Matheu y Larrea eran nativos de España. Conforme se ve, por lo tanto, la influencia poderosa, hasta estos momentos, era la del coronel de Patricios, Saavedra; Moreno, por el contrario, ignoraba inclusive su designación.

La Junta se instaló el mismo día_25 de Mayo; en ese acto que­daron ratificados los sentimientos de lealtad que animaban a sus miembros sin excepción alguna. Pues el Acta de instalación consigna que, “hincados de rodillas, y poniendo la mano derecha sobre los Santos Evangelios, prestaron juramento de desempeñar lealmente el cargo, conservar íntegra esta parte de América a nuestro augusto Soberano el Sr. Fernando VII y sus legítimos .sucesores, y guardar puntualmente las leyes del Reyno”. ¿Dónde está, pues, el ánimo insurreccional? No ha de encontrársele en la Proclama al país, lan­zada al día siguiente, pues-en ella se dice: “Un deseo eficaz, un celo activo y una contracción viva y asidua a proveer por todos los medios posibles la conservación de nuestra Religión Santa, la observancia de las leyes que nos rigen, la común posteridad y el sostén de esas Posesiones en la más constante fidelidad y adhesión a nuestro amado Rey y Señor Don Fernando VII y sus legítimos sucesores de la corona de España, ¿no son éstos vuestros sentimientos? Esos mismos son los grandes objetos de nuestros conatos”.

Esta era también la opinión de Mariano Moreno. Son numerosos los testimonios escritos que dejó de su verdadero pensamiento. En el primer aspecto, si bien asimiló las teorías de los enciclopedistas franceses y reeditó juna edición española anterior del Contrato Social de Rousseau, lo hizo con las debidas reservas, al punto de haberlo expurgado de aquellos pasajes en que él autor “tuvo la desgracia de delirar en materias religiosas”, según declara en el prólogo4.

En el otro y fundamental aspecto, en el que tanto se ha con­fundido y adulterado la personalidad de Mariano Moreno, recuér­dese su opinión en oportunidad de haberse publicado las cartas de la princesa Carlota Joaquina de Borbón, Infanta de España y her­mana de Fernando VII, y del ministro español en Río de Janeiro, marqués de Casa Irujo, sobre ayuda prestada al gobernador de Mon­tevideo, don Gaspar Vigodet, durante el sitio de la plaza por los patriotas. Moreno reprodujo dichos documentos en la “Gaceta”, con el siguiente comentario: “La señora Infanta, que nada puede desear sino que los pueblos de América se conserven bajo la domi­nación del rey don Fernando, no se había de manifestar indiferente a las solemnes protestaciones de fidelidad a nuestro monarca, que repetimos diariamente como el alma de nuestra conducta política” 5. Quienes pretenden que estas promesas eran puramente circunstanciales y engañosas, no le hacen favor a Mariano Moreno, y justifi­carían el juicio que por aquellos mismos días emitió la princesa, en carta a su secretario particular doctor José Presas, comentando las actitudes de Tos hombres de Buenos Aires. “Hay bonitas cosas en ellos —le decía—, y siempre denotan un espíritu de partido, con buena capa; pero mis débiles conocimientos, la cosa bien meditada, lleva otras vistas y mui siniestras…” 6.

Las tendencias secretas que ya por entonces accionaban debajo de los movimientos visibles, se fueron concentrando alrededor de la figura de Mariano Moreno, cambiando totalmente las inclinaciones naturales que adornaban a su persona. En sus artículos de la “Gaceta” y en sus páginas doctrinarias, el secretario de la Junta aparecía como el campeón de los derechos de los pueblos, con firme adopción de los principios autonómicos, democráticos y liberales. Fue él quien redactó y firmó la Circular a los Cabildos para que designaran, entre “la parte principal y más sana del Vecindario”, diputados a quienes correspondería, reunidos en común, “establecer la forma de gobierno que se considere más conveniente”. Esto constituyó una de las primeras decisiones de la autoridad provisoria establecida por el Cabildo de Buenos Aires7.

Pero, encima mismo de esta justa determinación, Moreno patrocinó el envío de expediciones militares al interior) con lo que tuvo suprimera manifestación el espíritu centralista porteño, que malogró por muchos años los bienes que pudo deparar la apropiada armoni­zación de los sentimientos e intereses de los pueblos. Castelli fue quien llevo, a sangre y fuego, esa bandera de imposición y exterminio.

Su conducta suscitó graves convulsiones y dejó en las provincias un fermento de anarquía y de odio que dominó los ánimos durante largo tiempo. La autoridad delegada de la Tunta “fue concentrada —según el secretario de Belgrano, don Tomás Manuel de Anchorena—en el abogado doctor Castelli, que con su inmoralidad y la de otros que acompañaban, como don Juan Martín de Pueyrredón, puso en la mayor confusión todas las provincias del interior…” 8. Concepto este que había trascendido a la propia Buenos Aires, desde donde el deán Funes escribía: “Castelli se maneja como un libertino. Está sumamente desacreditado” 9. De esto se habla en el capítulo sobre El terrorismo de los civilizadores, de manera que aquí únicamente nos interesa puntualizar la peligrosa evolución operada en las ideas de Mariano Moreno y en lo que constituyó su partido jacobino y liberal.

Para demostrar el liberalismo de Moreno, sus biógrafos hacen hincapié en su decidida actuación en favor del “comercio libre”, en 1809, mediante su “Representación de los hacendados”, omiten aclarar que es éste un alegato jurídico, de bufete abogaderil, trazado en representación “de los hacendados de las campañas del Río Plata”, pero realmente destinado a favorecer “un franco comercio con la nación inglesa”. Con dicho documento Moreno quería beneficiar a los intereses portuarios, pues el comercio libre interesaba al litoral, que poseía lanas, cueros, tasajo, cebo y otros productos de exportación. La intención no tenía nada de liberal, por lo tanto, y no resiste replicas como la formulada por Alberdi: “Dejando en manos de Buenos Aires y para su provecho exclusivo todo el producto de su contribución de aduana, los argentinos vienen a ser tributarios” de la provincia de Buenos Aires”10

La gravitación que se atribuye a Mariano Moreno en la aper­tura, del comercio del Río de la Plata, es otra falacia de los liberales. Moreno no tuvo parte alguna en lo resuelto, como que su escrito profesional fue agregado al expediente respectivo cuando ya se habían pronunciado los órganos a los que correspondía intervenir. En efecto; la “Representación” lleva fecha del 30 de setiembre de 1809; su pu­blicación se hizo en junio de 1810, con posterioridad a la constitución de la Junta. En el legajo sobre libertad de comercio, al incorporarse el escrito mencionado, ya había opinión del virrey (20 de agosto de 1809), dictamen coincidente del secretario del Real Consulado, doc­tor Manuel Belgrano (6 de setiembre), y resolución favorable del Cabildo (12 de setiembre). ¿Cuál es, pues, el mérito de Mariano Moreno y cuáles las tesis novedosas que aportó a la discusión de una materia que ya contaba con el consenso general de las opiniones?

Con la “Representación de lo hacendados” Mariano Moreno se definió en favor de los intereses mercantiles de la burguesía porteña; esta línea habría de afirmarla en oportunidad de la controversia abierta alrededor de la representación de los Cabildos de las otras villas y ciudades. Sus diputados, electos de conformidad a la Circular de la Junta de Mayo, fueron e arribando a la metrópolis para incorporarse a la Junta “como vocales”. A tenor de lo que prescribía aquella comunicación. En el mes de setiembre ya se hallaban en la ciudad el deán Gregorio Funes, de Córdoba, el presbítero Dr. Juan Ignacio Gorriti, de Jujuy; don José Simón García de Cossio, de Corrientes; el presbítero Juan José Lamí, de Santiago del Estero, y algunos otros representantes del interior, hasta completar el número de nueve. Apenas llegados a la capital se encontraron con el clima adverso del Cabildo de Buenos Aires de algunos miembros de la propia junta, cuyo secretario Moreno sostenía ahora que diachos representantes debían esperar la celebración de un Congreso al que se le asignaban vagas atribuciones organizativas. Moreno escribía en la “Gaceta” justamente en el dicho mes de setiembre: “El pueblo de Buenos Aires no quiso usurpar a la más pequeña aldea la parte que debía tener en la erección del nuevo gobierno… y, establecien­do la Primera Junta, le impuso la calidad de provisoria, limitando su duración hasta la celebración del Congreso y encomendando a éste la instalación de un gobierno firme, para que fuese obra de todos lo que tocaba a todos igualmente…” 11.

Fue entonces cuando el deán Funes encabezó un movimiento que provocó la reunión en común de la Junta —en total nueve miem­bros— y los diputados del interior —también nueve en total—, el 18 de diciembre de 1810. Expresa el acta de la reunión que uno de los diputados “tomando la voz por todos los demás, dijo: Que los diputados se hallaban precisados” a reclamar el derecho que les competía, pues la Capital no tenia títulos legítimos para elegir por sí sola gobernantes a que las demás ciudades deban obedecer…”12. Uno de los vocales de la Junta replico, respecto al derecho invocado, que “no consideraba ninguno en los diputados pura incorporarse a la Junta, pues siendo el fin de su convocación la celebración de un Congreso nacional, hasta la apertura de éste no pueden empezar las funciones de los representantes; que su carácter era inconciliable con el de los individuos de un gobierno provisorio y que el fin de éste debía ser el principio del gobierno de aquéllos…” El secretario Paso se expidió en el mismo sentido y el otro secretario, Moreno, manifestó “que consideraba la incorporación contraria a contraria a derecho y al bien general del Estado”, aunque favorecía el propósito de que los diputados se reunieran en Congreso y proveyeran a la constitu­ción del país. El criterio de la mayoría favoreció el punto de vista de los representantes del interior y así quedó constituida la llamada Junta Grande. Años más tarde, el hermano de .Mariano Moreno comentaría: “Los amigos del Presidente sedujeron a los Diputados de las provincias para que pidiesen parte en el gobierno ejecutivo…” 13.

Los azares que posteriormente acaecieron con la junta-Grande, el Triunvirato y los violentos atropellos del señor Rivadavia, no mo­difican la importancia del gesto de los diputados de provincia, qué encabezados por el deán Funes plantaron la primera bandera fede­ralista y de resistencia al despotismo de Buenos Aires. En cuanto a la personalidad dé Saavedra, y del papel que jugó en estos tras­cendentales sucesos, ya se sabe que el liberalismo ha querido oscure­cerla y denigrarla, tan sólo porque no sirvió a los planes de la bur­guesía mercantil apoderada de las llaves del puerto y la aduana. Vicente Fidel López reconoce que, “por su posición personal, por su familia y por ser, además, coronel de Patricios, tenía un partido bastante fuerte entre las milicias y las gentes de los suburbios”14. El deán Funes, por su parte, comentaba: “Se ha aumentado mucho el clamor del pueblo porque los diputados tomen parte del gobierno- La cosa esta en vísperas de salir a luz…Moreno sé ha hecho muy aborrecido y Saavedra está más querido del pueblo que nunca” 15.

Esta era la situación en aquellos momentos. Sin embargo, pasa­dos los años, los historiadores al servicio del porteñísimo liberal, con Mitre a la cabeza, darán una interpretación deformada de estos episo­dios y resultará que Saavedra es un reaccionario y Moreno elcaudillo popular. Mitre abominará de la postura adoptada por los diputados del interior y llegará a decir: “Esta tendencia dio origen a la dislo­cación del gobierno central. Todos los diputados querían tomar parte en él y la tomaron en representación de sus provincias, creando así una autoridad de pensamiento, con intereses y propósitos divergen­tes” 16. fara el liberalismo, aliado del porteñismo y el unitarismo, la única fuente de unidad es la metrópoli, el puerto de Buenos Aires, aprovechando en su beneficioexclusivo (de “gobierno central”) las rentas de aduana que constituyen el haber de toda la Nación. La exaltación de Mariano Moreno se hizo en virtud de haberse puesto al servicio de esta mala causa. Escribía Moreno en la “Gaceta”: “Estaba reservado a la gran capital de Buenos Aires dar una lección de justicia, que no alcanzó la Península en los momentos de sus ma­yores glorias; y este ejemplo de moderación, al paso que confunda a nuestros enemigos, debe inspirar a los pueblos hermanos la más pro­funda confianza en esta ciudad, que miró siempre con horror la con­ducta de esas capitales hipócritas, que declararon guerra a los tiranos, para ocupar la tiranía que debía quedar vacante con su extermi­nio…”17. Equívocas palabras destinadas a afirmar ante los pueblos la primogenitura de “la gran capital de Buenos Aires”; pero ¿por que habían de admitirlo las otras ciudades, dignas de igual confianza e idénticamente capacitadas para impartir su “lección de justicia”?

Son estas ideas, sin embargo, las que fabricaron la consagración póstuma de Mariano Moreno, de cuyas aptitudes personales lo menos que puede decirse es que no alcanzó a desarrollarlas en los seis meses de su combatida actuación en la Primera Junta. Su gloria más repetida es la de haber impulsado la idea de una publicación propia de la Junta, que no fue otra que la “Gaceta de Buenos Aires”, cuya primera edición apareció el 7 de junio de 1810. ¿Por qué la “Gaceta” del gobierno central de las Provincias Unidas redujo su alcance a los límites de uno cualquiera de los Cabildos del antiguo Virreinato del Río de la Plata? Esta es otra prueba del servilismo “morenista” a los intereses visibles e invisibles del partido porteño. Es aquí donde debemos radicar el origen de las muchas y descomunales alabanzas. Son esos mismos sectores los que se volvieron contra el coronel Saavedra, haciéndolo objeto de algunos chismes sobre honores y brin-(lis que alimentan la literatura cursi del pedagogo “oficial”. La in­vestigación sin prejuicios desecta ofrece una visión muy distinta de las cosas. Mariano Moreno, porteño, se constituyó en el abanderado de un círculo cerrado y terrorista; frente a él se levantó un movimiento popular que encontró su intérprete y conductor en Saavedra1 criollo de Potosí. El Presidente de la Junta no compartía los rígidos métodos extremistas y sanguinarios del secretario. Cuando se trató, por ejem­plo, la situación de los capitulares del Cabildo metropolitano que habían reconocido secretamente al Consejo de Regencia de Cádiz, Moreno propuso se los decapitara. Saavedra comenta: “Yo que cono­cía el influjo de este individuo y partido que ya tenía, horrorizán­dome de los fatales resultados que podrían originarse por la muerte de diez individuos relacionados y emparentados con parte muy con­siderable de la sociedad, tomé la palabra y dirigiéndome con entereza a Moreno, le dije: “Eso sí, doctor, eche Vd. y trate de derramar san­gre; pero esté Vd. cierto que si esto se acuerda no se hará. Yo tengo el mando de las armas y para tan perjudicial ejecución protesto desde ahora no prestar auxilio. Los demás señores vocales, en efecto, no opinaron en su votación como había indicado aquél, y el delito de los capitulares se castigó con las penas y multas pecuniarias que todos saben” 18. Esto es lo que los liberales no pueden perdonarle a Saavedra; su animadversión al terrorismo, su sentido nacional de los problemas y la adhesión popular que despertaba su persona. Contra esto se lanzó la torpe calumnia de que Saavedra actuaba movido su colonialismo y espíritu conservador. Voces ilustres le salieron al paso a esta infamia. “¿Qué quería Saavedra? —pregunta Alber­di— Que el gobierno argentino fuese la obra de todas las provincias de la nación: ¡a eso llama Mitre, conservador!… El partido de Saavedra era él partido verdaderamente nacional, pues quería que la nación toda interviniese en su gobierno. “ 19

La historia liberal, que es la única que poseemos y se enseña en las escuelas, más que una historia resulta un alegato. Se propuso defender su propia casa, consagrar las figuras de su capilla, encubrir las maldades y traiciones de sus parciales, enaltecer al círculo mer­cantil de la metrópoli y propagar cuanta idea resulte destructora de la nacionalidad. La propia figura del general Belgrano, que es una de las más puras de nuestra historia, ha sido achicada y empobre­cida. Mitre no juzga adecuada a la responsabilidad de la hora, la actuación del prócer en la Junta de Mayo. “No es hombre para apuros de revolución”, comenta20. ¿Qué entendería el general Mitre por “revolución” en el seno de la Junta de Mayo? Lo que él real­mente quería era que los acontecimientos de 1810 apareciesen como la culminación de un largo proceso ideológico —de tinte liberal, por cierto— que debía derivar inexorablemente a la instalación de una República inspirada en tales principios. El general Belgrano escapa a este patrón (sostuvo, inclusive, la organización monárquica) y esto irrita a los epígonos del “mitrismo”; se desesperan cuando leen en la “Autobiografía” del patricio que, allá por 1807, Belgrano y el general inglés Crawford juzgaban que tardaría un siglo la indepen­dencia de los pueblos de América, pues no había señales evidentes de espíritu insurreccional. Agrega Belgrano: “Tales son los cálculos de los hombres; pasa un año y he ahí que, sin que nosotros hubié­semos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona…”21. Al diablo, pues, todo el presupuesto ideológico construido por el liberalismo; la emancipación fue producto de circunstancias extrañas a nuestro medio y a las formas de pensamiento de que se decían portadoras las “clases dirigentes” de la metrópoli. “Siendo nuestra revolución obra de Dios —señala Belgrano—, El es quien la ha de llevar hasta su fin, manifestándonos que toda nuestra gratitud la debe­mos convertir a S. D. M. y de ningún modo a hombre alguno” 22 Estas reflexiones de uno de los actores más destacados de aquellos sucesos, dan por el suelo con las falsas argumentaciones de la escuela liberal; pero estamosforzados a rechazar el testimonio de los testigos directos de los hechos y a admitir a pie juntillas el de los falsificadores que vinieron después, si no queremos Caer en pecado de leso libera­lismo, que en nuestro país se paga con los más terribles anatemas. ¡Vaya farsa la que montaron estos liberales!

Constituida, según dijimos, la Junta Grande el 18 de diciembre, Moreno se vio precisado a presentar la renuncia, ésta le fue aceptada —según el acta de la sesión— en virtud de no “ser provechosa al público la continuación de un magistrado desacreditado”. Pero la propia Junta, en homenaje a los sentimientos de unidad y conci­liación que la animaban le encomendó una misión en Europa, dotándole de 20 pesos fuertes para los gastos. Moreno y los dos secretarios que le fueron asignados, don Tomás Guido y don Manuel Moreno, se embarcaron en la goleta inglesa “Misletal”, el 24 de enero de 1811, transbordando al día siguiente, en la Ensenada, al buque “La Fama”. A bordo de éste murió Mariano Moreno, en alta mar, el 4 de marzo de 1811, siendo su cadáver arrojado a las aguas envuelto en la bandera inglesa.

La Junta Grande mientras tanto, emitió el decreto del 10 de febrero, que constituye un nuevo paso en el camino de dar sentido I orgánico a la revolución, pues “la Junta siempre ha estado persua­dida que el mejor fruto de esta revolución debía consistir en Hacer” gustar a los pueblos las ventajas de un “gobierno popular”. Con tales miras, ordenaba la formación de Juntas Provinciales, en cada una de « las cuales “residirá in solidum toda la autoridad del gobierno de la provincia”, estando destinadas a “velar incesantemente en la tradición de tranquilidad, seguridad y unión de los pueblos encargados a su cuidado, y en mantener y fomentar el entusiasmo a favor de la causa común” 23.

Así las cosas, la noche del 5 al 6 de abril de 1811 se produjo.— una-insurrección popular, capitaneada por el alcalde de barrio Grigeray el doctor Joaquín Campana, destinada —según lo procla­mó— a defender “la gran causa y sistema de gobierno que se sigue y debe abrazarse en lo sucesivo”. La rebelión reforzaba la autoridad del presidente Saavedra y confirmaba la línea popular que éste representaba. Contó el movimiento con la decidida adhesión del deán Funes y la cooperación de tres regimientos cívicos, encabezados por los generales Juan Ramón González Balcarce y Martín Rodríguez. En el manifiesto publicado en la “Gaceta”, se decía que los antecesores en el seno de la Junta (Moreno y su partido) habían querido imponer una “furiosa democracia desorganizada, sin consecuencia, sin forma, sin sistema ni moralidad, cuyo espíritu era amenazar nuestra seguridad en el seno mismo de la patria v escalar esa libertad que buscamos a costa de tantos sacrificios” 24

El “motín”, como le llaman los historiadores liberales, influyó en el ánimo de los miembros de la Junta, que realizaron algunos cambios v apresuraron los trabajos para la elección de diputados de los Cabildos a objeto de “dar principio al Congreso Nacional a fines de noviembre del presente año”25.

Al conocerse la noticia del desastre de Guaqui (20 de junio) el grupo liberal consideró que era llegada la hora de la revancha. Eran sus directores el coronel doctor Antonio Feliciano Chiclana, don Manuel de Sarratea, el doctor Juan José Paso, el doctor José Julián Pérez y el señor Bernardino Rivadavia. Basta enunciar estos nombres para que se adivine cuál será el enjuiciamiento que harán de los hechos los historiadores liberales. Lo ya sabido: frente al partido bárbaro de Saavedra aparece el partido del orden y civili­zación,continuador de la línea liberal del “morenismo”. Se dirá, inclu­sive”, que estos hombres eran portadores de la democracia.

Pues bien, la “furiosa democracia” de estos señores consistió en alentar tumultos públicos por la derrota que habían sufrido lasarmas de la patria y luego, el 23 de setiembre, por medio de una “pueblada”, lograron imponer un cambio radical de gobierno y laconcentración de la autoridad en manos de los tres primeramente nombrados (Chiclana, Sarratea y Paso), secundados por tres secre­tarios que lo fueron los dos últimos. (Pérez y Rivadavia) y el doctor Vicente López y Planes.^ Así surgió el primer Triunvirato haciendo mérito —según el Acuerdo adoptado— de “la celeridad y energía con que deben girar los negocios de la patria, y las trabas que ofrecen al efecto la multitud de los vocales por la variedad de opiniones que frecuentemente se experimentan” 26. No obstante esta clara alusión al disgusto que ocasionaba la voz de las provincias, se convino que la llamada Junta Grande permaneciera como Corporación o Junta Con­ servadora, formada por “los diputados de los pueblos y provincias”, aunque sin concretarse sus atribuciones y finalidad.

La Junta Conservadora fue subalternizada desde el primer mo­mento, determinando la protesta de uno de sus miembros, el pres­bítero Gorriti, que presentó une* Memoria en la que defendía el derecho igual de todos los pueblos. “Hemos proclamado la igualdad de derechos de todos los pueblos —escribía— y está en oposición con nuestros principios un orden que exalta a unos y deprime a los más. Es injusto porque se falta en el punto más esencial a los pactos con que todas las ciudades se unieron a este Gobierno. La sola idea de esta desigualdad las habría alarmado si hubieran estado capaces de concebir que la libertad que se les ofrecía iba a tener tal ter­minación …” 27. Trató la Junta de preservar sus fueros poniendo un dique a los desbordes del autoritarismo ejecutivo. Pero el señor Rivadavia, como buen demócrata-liberal, no admitía cortapisas ni fre­nos a su despotismo, y arrasó con la Corporación, dándole un plazo de horas a sus miembros para abandonar el territorio de Buenos Aires. Puede decirse que con estos actos se inauguró en el país la democracia de los liberales, no siempre tan benévola como en este caso, pues habitualmente sus operaciones de limpieza comienzan por las cabezas de sus adversarios.

Con estos hechos queda liquidada la fracción “morenista”, a la que reemplaza la “rivadaviana”; el cordón umbilical que une ambos movimientos no es otro que el terrorismo, método propio del sistema liberal, que unos y otros practicaron. La pretendida oposición entre Moreno y Rivadavia no pasa de ser un cálculo basado en tontas pre­sunciones; ambos sirvieron a los intereses de Buenos Aires, al centra­lismo portuario, a la oligarquía mercantil, a los ávidos comerciantes ingleses y al más furioso autoritarismo. La muerte de Mariano Moreno, jefe consagrado de la fracción dictatorial, promovió el advenimiento de Bernardino Rivadavia; pero estos son matices, nombres apenas, de esa sustancia anti histórica y antinacional que se llama liberalismo.

Con el Triunvirato y lo acaecido a la Junta Conservadora se cierra lo que podríamos considerar etapa inicial de nuestra vida, principiada en Mayo de 1810. Los elementos que han de jugar a lo largo de toda nuestra historia, aparecen claramente identificados. Ya puede intentarse, por lo tanto, una valoración de los sentimien­tos que surgieron y chocaron en aquel magno episodio. En él está la partida de nacimiento de nuestra vida independiente; cualquier adulteración que pretenda introducírsele, constituye un delito que, al deformar los orígenes, perturba o desvía la interpretación cabal del destino histórico que como pueblo y Nación nos pertenece.

La historia “oficial” comete este delito al presentar los sucesos de Mayo de 1810 como una explosión del espíritu liberal americano contra el absolutismo peninsular. La exposición que dejamos hecha, demuestra la estulticia de este enfoque; pues resulta evidente lafi­delidad que el pueblo y los principales actores guardaron hacia los símbolos y las esencias que lo católico y lo hispánico habían in­corporado a nuestra vida. Puede afirmarse que ni siquiera los elementos liberales produjeron un documento o un hecho público que indicara su posición insurreccional frente a aquellas sustancias fundadoras; su conspiración se fue haciendo en la sombra de las logias y a base de proclamas que disimulaban la íntima perversidad de sus doctrinas. Esto mismo no fue sino artimaña y malicia de pequeños grupos que se lla­maban a sí mismos “ilustrados”; el pueblo no se desvió jamás del rumbo tradicional y conservó intactas las herencias recibidas.

El partido “morenista” y el “rivadaviano”, con toda la secuela de sus principios unitarios, porteñistas y de despotismo ilustrado, intentaron torcer la recta marcha de los acontecimientos. Confun­dieron, inclusive, su significado y les dieron un aire sectario a las celebraciones consiguientes. Contra estas tendencias defraudadoras insurgió Rosas y las huestes populares que lo respaldaban. El 25 de Mayo de 1810 recuperó su prístino sentido: de eslabón en la gloriosa cadena de una historia que no se inicia entonces ni puede repudiar el acervo de grandeza que recibió, por vía de la conquista española, en las tres flechas de una religión, una cultura y una lengua inmortales.

La misma historia liberal que .acusó a Saavedra de “colonialismo”, no podía dejar de hacerlo con el Restaurador de la las leyes. Para los liberales que con espíritu avieso quieren destruir la línea de nuestra continuidad histórica, todo lo que permanece fiel escolonialismo. Sería interesante establecer en qué proporción la lealtad a los principios tradicionales puede calificarse de “colonial” y en qué medida resulta que no lo es el servilismo a un sistema de ideas e intereses bastardos que tiene a Inglaterra por promotora y destinataria.

La conmemoración del 25 de Mayo realizada por Rosas, en 1836, dio lugar a una ceremonia de muy tocantes proporciones. Se efectuó en el Fuerte, en presencia del cuerpo diplomático, autori­dades v sociedad porteña. En su discurso, dijo el general Rosas: “¡Qué grande, señores, y qué plausible debe ser para todo argentino este día, consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía popular que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre año mil ochocientos diez! ¡Y cuán glorioso es para los hijos de Bue­nos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y una dignidad sin ejemplo! No para sublevarnos contra las autori­dades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra nuestro Soberano, sino para preservarle la posesión-de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los es­pañoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, po­niéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en sus des­gracias. No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella v no ser arrastrados al abismo de males, en que se hallaba sumida la España”. Luego de señalar que estos fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo Abierto, recordó la fal­ta de comprensión que hubo por parte de la España liberal de los Borbones, restablecida en el más duro absolutismo, por cuyos personeros fuimos “hostigados y perseguidos de muerte”, hasta que —agregó— “cansados de sufrir males sobre males, sin esperanzas de ver el fin, y profundamente conmovidos del triste espectáculo que presentaba esta tierra de bendición, anegados en nuestra sangre ino­cente con ferocidad indecible por quienes debían economizarla más que la suya propia, nos pusimos en las manos de la Divina Providencia, v confiando en su infinita bondad y justicia, tomamos el único camino que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera”. Ter­minó “renovando aquellos nobles sentimientos de orden, lealtad y fidelidad que hacen nuestra gloria, para ejercerlos con valor heroico en sostén y defensa.de la Causa Nacional de la Federación, que ha pro­clamado la República” 28.

Esta versión de los acontecimientos de 1810 y del difícil período que les sucedió hasta la declaración de la independencia en 1816, es a todas luces la correcta y ajustada a los hechos históricos; pero desvirtúa el mito liberal de un espíritu insurgente, forjado por las luces de la ilustración y el progresismo, que se rebeló contra una España caduca, oscurantista y despótica, de acuerdo a un plan pre­viamente trazado en las cámaras herméticas del liberalismo. El 25 de Mayo de 1810 confirma la filiación histórica ya adquirida por nuestro pueblo. Es un acto de fidelidad entrañable a los grandes valores que nutren nuestra tradición, animan nuestra historia y le dan grandeza e imperio a nuestro espíritu. La Nación Argentina nació para el cum­plimiento de un alto mandato histórico; todo cuanto hicieron y hacen los liberales por impedirlo, se frustró —¡Dios sea loado!— porque el pueblo permanece fiel a la verdad natural de sus orígenes y son de orden sobrenatural sus más sublimes inspiraciones.

* Capitulo extraído de “Proceso al Liberalismo Argentino” de Atilio García Mellid.


Citas

  1. Manuel Moreno: Vida y memorias…, ya cit.
  2. Vicente Fidel López: Historia de la República Argentina, ni, pag. 44.
  3. Mariano Moreno: Doctrina democrática. Noticia preliminar por don ‘do Rojas. Libr. La Facultad; Bibl. Argentina, i. Buenos Aires, .1915.
  4. Juan Jacobo Rousseau:. Contrato social. Edic. y prólogo de Mariano Moreno. Buenos Aires, 1810.    _
  5. Mariano Moreno: A propósito de dos cartas. Art. en la Gaceta de Buenos Aires, ed. del 18 de octubre de 1810.
  6. Carta de la princesa Carlota a su secretario particular doctor José Presas. Santa Cruz, Brasil, 30 de octubre de 1810.
  7. Acta de instalación de la Junta, del 25 de mayo de 1810, y Circular emitida el 27 del mismo.
  8. Carta del secretario de Belgrano, don Tomás Manuel de Anchorena, a don Juan Manuel de Rosas. (Cfr. Adolfo Saldías: La evolución republicana ante ‘a Revolución Argentina. A. Moen y Hnos. Buenos Aires, 1906.)
  9. Carta del deán Gregorio Funes a su hermano don Ambrosio. Buei Aires, 8 de abril de 1811.
  10. Juan Bautista Alberdi: Causas de la anarquía en la República Argentina.
  11. Mariano Moreno. Artículo en la Gaceta de Buenos Aires, setiembre I de 1810. (En Escritos políticos y económicos, del autor.)
  12. Primera Junta Gubernativa: Acta de la sesión del 18 de diciembre de 1810.
  13. Moreno: Vida y memorias…, ya cit.
  14. V. F. López: Hist. de la Rep. Argentina, ya cit.
  15. Carta -del deán Funes a su hermano Ambrosio. 16 de diciembre de 1810.
  16. Mitre: Hist. de Belgrano, ya cit. Ed. original, t. i. pág. 381.
  17. Moreno: Sobre los miras ‘del Congreso…, ya cit.
  18. Cornelio Saavedra: Memoria autógrafa de… Buenos Aires, l9 de enero de 1829.
  19. Alberdi: Grandes y pequeños hombres…, y a cit.
  20. Mitre: Obr. cit.
  21. Belgrano: Autobiografía, ya cit.
  22. Ibidem.
  23. Junta Grande: Decreto del 10 de febrero de 1811.
  24. Gaceta Extraordinaria. Buenos Aires, 15 de abril de 1811.
  25. Junta Provisoria Gubernativa: Circular a los Cabildos de’ las Provincias Unidas. 26 de junio de 1811.
  26. Acuerdo instituyendo un Supremo Poder Ejecutivo y una Junta Conservadora, 23 de setiembre de 1811.
  27. J. I. de Gorriti: Memorias y papeles. Recop. del canónigo Miguel Angel Vergara. Publ. oficial de la Prov. de Jujuy, 1936.
  28. La Gaceta Mercantil, N9 3893, pp. 2 v 3. Buenos Aires, 27 de mayo de 1836.

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