FUSILAN A CHILAVERT, ESE PATRIOTA OLVIDADO. Por Emiliano Vidal

Esta es la historia de un soldado olvidado que priorizó la Patria y que cambió de bando y dio su vida cuando comprobó que Juan Manuel de Rosas, contra el cual había luchado, expresaba ese supremo valor.
Hay crónicas de valientes patriotas que la historia tradicional no quiso ni tampoco quiere contar. Integran la currícula de la nación. Ellos están y esperan justicia.
Una de esas crónicas proviene del caluroso 3 de febrero de 1852, en los tiempos en que Justo José de Urquiza ingresaba triunfante por la gran aldea que era Buenos Aires, flaqueado por una tropa que en su mayoría eran brasileños. Una escena que se repite en la historia nacional, entre perseguidos, expatriados, fusilados, ahorcados, colgados y despojados en la larga lucha por dos países.
Uno, industrialista, concebido desde los sueños de Belgrano y pendiente de realización, hasta hoy; el otro, el de mero proveedor al mundo de materias primas.
La primera gran muerte del primer modelo fue en Caseros, en 1852. Miente Urquiza cuando dice que no hubo vencedores ni vencidos. Miente y mata, como sucedería un siglo después, porque tras la batalla ordena fusilar a los derrotados.
Entre ellos, un patriota respetado por propios y ajenos: Martiniano Chilavert.
Su muerte es la crónica que el mitrismo nunca difundió como debía, tratándose de un hombre cuya figura péndula entre dos batallas, las dos un 3 de febrero.
La primera, la batalla de San Lorenzo, en 1813, la gesta de José de San Martín para terminar con la flota española de elite de Montevideo.
La segunda, cuarenta años después: Caseros, escenario de una guerra imperialista contra la Argentina, conducida por Justo José de Urquiza cocntra su país.
* ¿Quién era?
Igual que San Martín, Chilavert  fue llevado a España siendo un niño. Y como él y con él regresó siendo un guerrero. Son las espadas de la Revolución de Mayo, ambos hijos de esta tierra.
A Chilavert lo acompañan su padre y su hermano mayor, José Vicente, los tres pasajeros del buque Canning. Todos soldados que combatieron en Europa y que fondean en las aguas del Río de la Plata junto a futuros jefes como Carlos María de Alvear y Matías Zapiola.
“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido siempre el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen un religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá; ¡traidor! ¡traidor! ¡traidor!”, dirá a quien quiera oírlo, el soldado Chilavert.
Palabras que estallarán en la cara y sobre todo en la conciencia de un traidor con gran estatua en Buenos Aires.
Debutó como uno de los 120 granaderos que en San Lorenzo cargó contra los realistas hasta desbarrancarlos en el río Paraná.
Cualquiera que vaya a San Lorenzo y camine por ese campo que se extiende entre el convento y el río podrá sentir el ruido del galope de los caballos.
Chilavert peleó también junto a Alvear y lo hizo en la gloriosa jornada de Ituzaingó, en Brasil, el 20 de febrero de 1827, contra el ejército imperial de brasileños, portugueses y germanos, así como formó parte del ejército de Lavalle, el peor de los desorientados en la larga guerra fraticida que sobrevendría a las luchas por la emancipación.
Chilavert no dudó en combatir a Rosas en cada escenario donde se encontraron como en Entre Ríos, Corrientes y Buenos Aires.
Si en 1821 renunció al Ejército fue para completar sus estudios de ingeniería, luego de lo cual fue docente en un colegio secundario y en 1823 participó en la fundación del pueblo bonaerense de Bahía Blanca aportando sus conocimientos técnicos.
Se reincorporó a las armas en 1826 para luchar en la guerra contra el Imperio del Brasil, alcanzando el grado de sargento mayor en la artillería. Dirigió una batería sobre el río Paraná, combatió en el regimiento de infantería de Tomás de Iriarte en la campaña al sur del Brasil y estuvo con Juan Lavalle cuando este fusiló al padrecito de los pobres, Manuel Dorrego, en diciembre de 1828, en el pueblo de Navarro.
Pero hay un antes y un después en la vida de Martiniano.
Fue cuando cuando cayó en la cuenta de había estado en el bando equivocado. Justo él, un patriota.
“Hace tiempo que veo que la guerra que usted hace no es a Rosas sino a la República Argentina, ya que su lucha es una cadena de coaliciones con el extranjero. De resultas de ello Argentina ha sido ultrajada en su soberanía, favoreciendo esto a Rosas, ya que la opinión pública ve amenazada la Patria”, le dijo en la cara a Lavalle y sus jefes militares.
Eran los días en que la escuadra inglesa/francesa tomó el puerto de Buenos Aires. No era Rosas lo que estaba en juego sino la misma Patria, como en San Lorenzo e Ituzaingó.
* En Obligado
Cuando Francia y Gran Bretaña, en julio de 1845, volvieron a bloquear el puerto de Buenos Aires, apropiándose de los buques argentinos capitaneados por Guillermo Brown y esparciendo el ataque hasta violar el río Paraná, Chilavert sintió otro impacto en su corazón que mitigó en parte con la gran resistencia en la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de ese año, donde tropas argentinas se batieron hasta quedar sin municiones.
Fueron vencidos por la superioridad numérica y sobre todo por la tecnología de los nuevos barcos de guerra emergentes de la Revolución Industrial pero la heroicidad de las acciones transformaron la resistencia en una epoyepa, un orgullo nacional y un triunfo para Rosas que enfrentaba los ataques unitarios desde Montevideo y las ciudades del sur de Brasil.
Entre los intereses británicos e imperiales del Brasil y Rosas, Chilavert no dudó y apoyó al Restaurador.
“Para la prensa de Montevideo, la Francia y la Inglaterra tienen todos los derechos, toda la justicia. Aun más: pueden dar una puñalada de atrás, un tajo de pillo, arrebatar una escuadra, quemar buques mercantes, entrar en los ríos, asesinar a cañonazos, destruir nuestro cabotaje; todo eso, y mucho más que falta aún, es permitido a los civilizadores”, dispara Chilavert desde su lugar desde la ciudad brasileña de Pelotas, nombre que también puede identificarlo a él.
Así, quien había sido jefe del estado mayor de Lavalle deja de ser un unitario.
Sigue obedeciendo a San Martín, exiliado hacia tiempo en Europa. Y acompaña el gesto del Libertador de apoyar a Rosas en su defensa de la soberanía nacional frente a las potencias extranjeras. Si el viejo general lega su sable, Martiniano, brinda su vida.
“Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido a quien servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y la Francia se realizó en los negocios del Plata, y decidí retirarme a la vida privada, a cuyo efecto pedí al gobierno de Montevideo mi absoluta separación del servicio”, dice Chilavert.
“Todos los recuerdos gloriosos de nuestra inmortal Revolución en que fui formado se agolpan; sus cánticos sagrados vibran en mi oído. Sí, es mi Patria, grande, majestuosa, dominando el Aconcagua y Pichincha, anunciándose al mundo para esta ínclita verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas, pero generosa, acredita que podrá ser quizás vencida, pero que dejará por trofeos una tumba flotando en un lago de sangre, alumbrada por las llamas de sus lares incendiados”, escribe.
Para 1847, Chilavert ya se encuentra en Buenos Aires. El gobernador Rosas le da el alta en el Ejército de la Confederación y le mantiene el cargo de coronel.
Hace casi 20 años que no pisa suelo argentino. Sabe que los unitarios, sus viejos compañeros de armas que tanto lo admiran, lo desprecian. Los nuevos, los federales, desconfían de quien fuera el segundo jefe detrás de Lavalle. Otro mes de febrero nutre el legajo histórico de Chilavert.
Ya como soldado federal, el 26 de ese mes de 1850, presencia junto a otros porteños los veinte cañonazos que la escuadra francesa e inglesa otorga a la Argentina en desagravio por la invasión en Obligado. Chilavert defenderá ahora las causas nacionales.
* Argentinos, en venta
El emperador Pedro II del Brasil, alias El Magnánimo, será naturalmente funcional a los intereses británicos.
Hay que destruir a Rosas y abrir los ríos a las potencias.
Urquiza ya esta comprado. Recibe dinero y no es el único, según el historiador José María Rosa. La lista incluye hasta al autor del Himno Nacional, Vicente López y Planes, que acepta asumir como gobernador de Buenos Aires. Y  sigue con los militares que acompañan al jefe entrerriano como el Tte. Cnel. Hilario Ascasubi,  Cnel. Manuel Escalada, Gral. Gregorio Aráoz de La Madrid -el que peleó al lado del honesto Manuel Belgrano durante las gestas por la Independencia-, al gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro,  Gral José M. Galán y al porteño Cnel. Bartolomé Mitre (1).
* Al servicio de Brasil
Pedro II gobernó casi sesenta años el Brasil. Será el orquestador visible del Ejército Grande. Urquiza, su ejecutor. Inglaterra dirige de las sombras. La Confederación argentina debe ser destruida.
El mismo tridente de la batalla de Caseros de 1852, pergeñará la antesala de la Guerra del Paraguay una década después. Son Inglaterra, Pedro II y Urquiza (2).
El 29 de mayo de 1851, Urquiza había firmado con los colorados uruguayos y el emperador brasileño Pedro II una alianza para vencer en Montevideo al presidente uruguayo Manuel Oribe y derrocar en Buenos Aires a Rosas.
Diez años después, Urquizá se retiró del campo de batalla y le entregó la victoria a Mitre en Pavón.
Chilavert carga sus armas. Por la Revolución de Mayo, regresó a su Patria en 1812. Va a morir por ella en 1852.
Dice: “El deber de defender a la Patria es indiscutible. Yo no sabría dónde ocultar mi espada, la que la Patria puso en mis manos, si hubiera que envainarla frente al enemigo y sin combatir. Estoy resuelto a acompañar al Gobierno hasta el momento final y pienso que es una gloria inmarcesible morir al pie de mis cañones. La suerte de las armas es variable como los vuelos de la felicidad que el viento de un minuto lleva del lado que menos se pensó. Si venceremos, entonces, yo me hago eco de mis compañeros de armas, para pedirle al general Rosas que emprenda inmediatamente la organización constitucional. Si somos vencidos, nada pediré al vencedor; que soy suficientemente orgulloso para creer que él pueda darme gloria mayor que la que puedo darme yo mismo, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré desde niño”.
Son las últimas palabras frente a sus compañeros de armas, los soldados federales.
La batalla de Caseros, de tan elevado significado, duró media hora, en ese histórico 3 de debrero de 1852.
Al dia siguiente, Rosas renunció y huyó en una corveta a Inglaterra, paradojal destino que también sería su tumba.
Urquiza, los unitarios y los brasileños quedaron como dueños de la Confederación Argentina.
Chilavert fue encarcelado.
* Verdad y sentencia
Urquiza pidió hablar con él, el último en rendirse. Pero también el primero en escupirle en la cara que era un traidor, que había recibido 100.000 pesos de los brasileños para volverse contra su país.
Urquiza lo mandó a fusilar.
“Tirad, tirad al pecho, hijos de puta, “al pecho, cagones, ¡que así muere un hombre como yo!”. Lo mataron el 4 de febrero de 1852.
Ni muerto se entregó Chilavert, cuyo nombre resiste al olvido al que quieren condenarlo los traidores. Una calle del barrio porteño de Pompeya lo recuerda (3). En verdad, un poco escondida, aunque no tanto como la mentira que honra al gran monumento a Urquiza, en Palermo. O los oscuros legados mitristas.
(1) El dato del dinero que cobraron Urquiza y otros para traicionar a Rosas que los armaba desde Buenos Aires para que no pasen los unitarios exiliados, puede verse en La batalla de Caseros, Pags. 17/19; José María Rosa, Historia Argentina, tomo 5, Buenos Aires, 1965.
(2) Ricardo López Jordán, lugarteniente de Rosas, ladero en todas sus batalles, le escribe a Urquiza en 1865: “Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general, ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileños. Estamos prontos. Éstos son nuestros enemigos”. Su postura genera masivas deserciones en las tropas entrerrianas que se rebelan contra la guerra al Paraguay. En 1870, Urquiza morirá asesinado en su Palacio de San José, Concepción del Uruguay cuando se resistió a ser llevado ante López Jordán, en Concordia.
(3) Nace en Av. La Plata 2299 y termina en Av. Gral. Paz 15.900. Corre de este a oeste y antes se llamaba Patagones. El nuevo nombre proviene de una ordenanza aprobada el 28 de octubre de 1904. Datos aprotados por Vicente Osvaldo Cutolo, en su obra Buenos Aires: historia de las calles y sus nombres.

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