POLITICA DE LA HISTORIA. Por Francisco José Pestanha. Escrito en noviembre de 2003


“Retomar el revisionismo histórico, no significa reavivar antiguas disputas en una etapa histórica en la que los argentinos debemos especialmente mirar hacia el futuro, sino afrontar con seriedad la investigación sobre nuestra “verdad histórica” como presupuesto para consolidar la identidad propia y a partir de ella, para encarar con un sentido más realista, nuestro propio desarrollo estratégico”

“… En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales Mitre, Sarmiento o Cía, han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras, ellos tienen un alcorán que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje…”
JUAN BAUTISTA ALBERDI, Escritos póstumos.

Durante estos últimos días he recibido algunos comentarios vinculados a mis apreciaciones respecto a la necesidad de hurgar nuevamente en el pasado. Entre aquellas referencias, ciertos lectores por ejemplo, me han advertido que este mecanismo tiene como riesgo latente la posibilidad de reavivar antiguas disputas en una etapa histórica en la que los argentinos debemos especialmente mirar hacia el futuro.

Hube entonces de interrogarme si la proposición de retomar el revisionismo histórico, constituye una experiencia positiva en los tiempos que nos toca vivir o puede transformarse en un fuerte escollo en la tarea de reencaminar a nuestra patria en un proceso de crecimiento estratégico.

Antes de inmiscuirme en la cuestión central de este ensayo creo pertinente, en primera instancia, proceder a la reformulación de la interpelación inicial por otra más precisa que plantee simplemente si resulta factible que una comunidad determinada pueda edificar eficazmente su futuro sobre la base de un pasado falsificado.

La pregunta elaborada precedentemente presupone e incluye a la vez, otra que inquiere sobre la posibilidad de construir un futuro sin tener en cuenta la verdad o falsedad de lo presupuestos históricos preexistentes que obran como precedentes.

Para responder este interrogante propongo practicar una escueta y sencilla observación de la naturaleza y, a partir de ello, dar cuenta de la existencia de una relación de causalidad que parecería gobernar el universo de las especies conocidas.

Dicha relación que hasta hace poco se sostenía como unilineal y unívoca y que, la nueva teoría reconoce como multivariable o multívoca, dominaría en apariencia las relaciones entre las diversas entidades del universo conocido.

Cabe ahora determinar si esos principios, tan manifiestos en el universo de las entidades y las especies y que constituyen ese encadenamiento entre causa-efecto, son aplicables al mundo de lo humano.

Resolver esta cuestión, como se advierte a simple vista, tiene una relevancia incalculable en el campo de la filosofía, de la antropología, de la sociología y de las demás ciencias que adoptan como objeto de estudio a nuestra especie. En tanto, ambicionar con elucubrar una respuesta a este enigma, excedería con creces mis propias capacidades.

Sin perjuicio de ello un escueto paneo sobre la experiencia humana da cuenta de la existencia de una significante cantidad de sucesos históricos articulados a partir de una relación entre determinados antecedentes y sus consecuentes.

De esta forma, y más allá de la tan afianzada y mítica idea de “libertad constitutiva” que pretende asignarse a nuestro género y que proviene de la cosmovisión contractualista -y aún si ella existiera con el poder que pretende atribuirle el individualismo racionalista-, lo cierto es que la historia se instituye a través una serie de serie de procesos sociales co-ligados y no como el producto de ciertas eventualidades aisladas y aleatorias, motorizadas por sujetos específicos.

Si concluyéramos que las relaciones de causalidad no cobran significación alguna en el mundo de lo humano, los procesos históricos que obran como antecedentes de otros no serían sustancialmente relevantes en cuanto a la construcción del porvenir. Pero si arribamos a la conclusión inversa por la que me inclino, el conocimiento sobre la veracidad de los sucesos y procesos históricos son determinantes para el análisis de la actualidad y relevantes respecto a la prospección hacia el futuro.

En Política Nacional y Revisionismo Histórico, ARTURO JAURETCHE toma partida por la segunda hipótesis. El maestro afirma textualmente que “… véase entonces la importancia política del conocimiento de una historia auténtica; sin ella no es posible el conocimiento del presente y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro, porque el hecho cotidiano es un complejo amasado con el barro de lo que fue y el fluido de lo que será, que no por difuso es inaccesible e inaprensible…”

Este texto que he tenido la oportunidad de revisar recientemente, del que extraje el apartado precedente y que recomiendo al eventual lector, nos aporta algunas claves que pueden orientarnos sobre todo respecto a las consecuencias que pueden acarrear diversas estrategias de la falsación de la historia.

En primer lugar, porque JAURETCHE en forma muy acertada dictamina que “… si la desfiguración hubiera sido un mero hecho personal, la accidental acumulación de inexactitudes históricas que toda historia contiene, una vez por defecto de información y otras por defecto de interpretación, el error no tendría ese significado…”. De esta manera, sentencia Don ARTURO que la falsificación u ocultamiento de ciertos sucesos históricos no han respondido a una táctica eventual sino que han formado parte de una estrategia deliberada tendiente a adecuar la historia local a determinado modelo de sociedad que se proyectaba.

De tal modo BARTOLOMÉ MITRE redactó su voluminosa obra en la que ciertos elementos reales y significantes fueron negados, ocultados, o sustituidos, ya que se transformaban en obstáculos relevantes para consolidar la nueva sociedad planteada por su generación.

En segundo lugar, JAURETCHE sostiene que la historia diseñada por el mitrismo, ha sido proyectada a los fines que sea transmitida de “…generación en generación durante un proceso secular, articulando todos los elementos de información e instrucción que constituyen la superestructura cultural con sus periódicos, libros, radio, televisión, academias, universidades, enseñanza primaria y secundaria, estatuas, monumentos, nomenclatura de lugares, calles, plazas, almanaques de efemérides y celebraciones…”

Es decir que, en forma paralela a la estrategia de falsificación, se estableció una fase consistente en la expansión y la multiplicación de los relatos e iconos ilusorios, los que a partir del hito de Caseros se presentaron como ciencia histórica, cuando en realidad formaban parte de una “política de la historia”.

Un complemento quizás no ambicionado pero nítidamente funcional a la estrategia mitrista, se constituye a partir de cierta deformación profesional de los historiadores, quienes “… se han acostumbrado demasiado a prestar exclusiva atención a las manifestaciones brillantes ruidosas y efímeras de la actividad humana, a los grandes acontecimientos y a los grandes hombres en vez de presentar los grandes y lentos movimientos de las condiciones económicas y de las instituciones sociales que constituyen la parte verdaderamente interesante y permanente del desarrollo de la humanidad…” (ARTURO JAURETCHE).

Esta especie de seducción por la grandilocuencia y por la exaltación del “individuo protagonista” por sobre el “hecho social” es muy típica del academicismo liberal, donde se coloca “al individuo” por sobre la comunidad, “al personaje” por sobre la base material y humana que sustenta el hito histórico.

Otra de las cuestiones que requieren precisa aclaración es la vinculación generalmente malintencionada que suele establecerse entre el revisionismo y rosismo. Aquí el texto también resulta esclarecedor, ya que este método de reformulación de la ciencia histórica local, si bien comenzó sobre todo a partir de la obra de Saldías y su revisión sobre la época rosista, luego se extendió hacia otras etapas de la historia de nuestro país, incluyendo no sólo el periodo de colonización y conquista de Hispanoamérica sino también los orígenes del poblamiento Americano. En palabras de Jaurtetche “Revisionismo no es sinónimo de rosismo, aunque la investigación sobre la figura del caudillo, haya sido tomada como punto de partida”.

Surge de lo expuesto que la falsificación de nuestra historia ha perseguido el doble fin. El primero, determinar un mito fundacional funcional al modelo de país diseñado por los vencedores de Caseros y el segundo, “…impedir que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional… (ARTURO JAURETCHE).

Cabe interrogarse, entonces, si los argentinos podemos seguir conviviendo y construyendo nuestro porvenir sobre ciertas premisas falsas, o debemos abocarnos definitivamente a investigar la “verdad histórica” como presupuesto para consolidar nuestra propia identidad y a partir de ella, retomar con un sentido más realista nuestro propio desarrollo evolutivo.

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