San Agustín y el sentido Del maestro. Por Alberto Buela

El pensamiento de San Agustín (354-430) es el primer intento relativamente completo de filosofía cristiana. Los Padres de la Iglesia que le precedieron, tanto los latinos como San Justino, Atenágoras, Clemente de Alejandría, San Ambrosio, como los griegos: San Basilio, San Atanasio, San Gregorio naciaceno, no lograron plasmar en un sistema la totalidad de los problemas que encierra una filosofía cristiana.

Con razón ha afirmado Erich Przywara, uno de sus máximos estudiosos: “El espíritu europeo nació de la unión de dos potencias: la Antigüedad y el Cristianismo. Si esto es verdad, Agustín es el genio de ese espíritu, pues no cabe duda que dicha unión se verifica en él”. [1]

La obra escrita de San Agustín es enorme, de tal magnitud que implica cuarenta y un volúmenes de, aproximadamente, mil páginas cada uno en la edición completa de sus trabajos. Y su vida de una riqueza poco común entre los filósofos. Nació en Tagaste (hoy Sauk Ahras en Argelia). Hijo de Santa Mónica, recibió una educación clásica en literatura y filosofía latina y griega, pasó hasta los treinta y tres años una vida disoluta y mujeriega. En el 387 recibe el bautismo en Milán de manos de San Ambrosio y terminará transformándose en:il più santo dei filosofi, e il più filosofo dei santi, según la clásica definición de su persona.

El diálogo filosófico De Magistro redactado a la manera platónica que vamos a abordar acá  fue escrito en el año 389 y tiene como interlocutor del diálogo a Adeodato, el hijo de San Agustín que a la sazón vivía con los monjes en Tagaste. Agustín en sus confesiones lo llama “el hijo de sus pecados” quien tenía dieciséis años y que era muy inteligente ya que todos los pensamientos puestos en sus labios en el diálogo son de él, según lo confirmara el propio Agustín.

El objeto del diálogo es responder a la pregunta de cómo llegar al conocimiento de la verdad. La mitad del tratado hasta el capítulo VII está ocupado en resolver el problema del habla, del lenguaje y su razón de ser y termina con un resumen que hace Adeodato: “hablamos para enseñar o recordar… que las palabras no son otra cosa que signos y que los hay de distinto tipo…que la palabra hiere el oído y el nombre excita el recuerdo en el espíritu” [2].

En primer lugar se destaca aquí la teoría de la reminiscencia que San Agustín al igual que Platón rescata aunque en otro sentido.

Dicha teoría ha tenido tres desarrollos distintos en el curso de la historia de la filosofía: a) con Platón (429-348 a.C) y sus discípulos Plotino (205-270) y Porfirio (232-305). El alma adquirió su sabiduría en las vidas anteriores, encerrada después en un cuerpo por culpas cometidas, olvida todo y para saber debe recordar. b) con San Agustín el hombre explica los primeros principios o verdades eternas porque el alma los posee desde su unión con el cuerpo y los conserva en la memoria hasta que la razón los advierte. El alma lleva prefigurada estas verdades eternas y con la ayudad de Dios se percata, por el recuerdo, que las poseía ya virtualmente. Hay que distinguir que en San Agustín el objeto propio del recuerdo no es tanto el pasado como las verdades eternas que están fuera del tiempo. Por otra parte a diferencia de Platón, él sabe por San Pablo que “antes de nacer nadie ha hecho obras ni buenas ni malas.” La reminiscencia adquiere un sentido totalmente distinto que en el filósofo ateniense. c) el tercer desarrollo corresponde al innatismo, aquel de los sostenedores de las ideas innatas, autores como Descartes (1596-1650) y Leibnitz (1646-1716) según los cuales Dios al crear el alma en el momento de unirla con el cuerpo deposita en ella los primeros principios que el hombre en la edad del raciocinio los saca a luz.

Continúa la meditación afirmando que: “el signo lleva nuestro espíritu hacia la cosa significada… percibidos los signos la atención se dirige hacia las cosas significadas, tan pronto como suenan las palabras.” [3] Y en una muestra más de realismo gnoseológico afirma: “Las cosas significadas se deben de estimar mucho más que los signos.” Es que las palabras en tanto signos nos estimulan a buscar la esencia de las cosas pero dicha esencia no las conocemos por ellas. Es que las palabras por sí mismas son incapaces de transmitir la verdad. Estas son proposiciones medulares de San Agustín que nos van llevando a la tesis central de todo su sistema filosófico: aquella de la iluminación.

En esta teoría hay que reconocer dos aspectos: el hecho y el modo de iluminación. Sobre el hecho no existe ninguna disputa pues se da por aceptado que existe una iluminación divina que aclara nuestras ideas. La iluminación es un beneficio común a todos los hombres que trabajan su espíritu en la investigación y el conocimiento, tan pronto como esos hombres alcanzan la verdad de las cosas. Se produce así un doble movimiento: por un lado el hombre en uso de si libre arbitrio (otro de los temas medulares de San Agustín) tiene que hacer el esfuerzo de la búsqueda de la verdad, y por otro, en la medida que la va alcanzando recibe el auxilio de la iluminación divina. Se produce así un proceso de correspondencia, de colaboración entre el hombre y Dios en el establecimiento de la verdad.

En cuanto al modo de iluminación, surgen acá cien discusiones. Así están los panteístas (Spinoza) que sostienen que el hombre es un sujeto pasivo sobre el que Dios solo obra por iluminación. Están los ontologistas (Malebranche) que sostienen que vemos por iluminación todas las cosas en Dios, tanto las eternas como las sensibles.

Nosotros opinamos que antes que nada tenemos que distinguir siguiendo la vieja enseñanza: distiguere ut iunguere (distinguir para unir) y lo primero es entre: a) la iluminación activa por parte de Dios y b) pasiva por parte del hombre.

Dios es fuente del ser y la verdad, que imprime en nuestras almas a la manera del sello sobre la cera las ideas. Él es el sol inteligible. Es la luz que ilumina las inteligencias en una acción continuada toda la vida de la persona.

De parte de la persona el asunto es saber cómo comportarse ante la iluminación divina. “Basta con entenderla como una especie de luz creada, incorpórea, en la cual la inteligencia humana ve algo así como una imagen o participación de las ideas divinas, pero sin contemplarlas en sí mismas”.[4]

La iluminación produce un movimiento doble de Dios al hombre y de éste a Dios a través de su mirada interior. San Agustín privilegia en función de explicar el problema gnoseológico y el perfeccionamiento moral este último aspecto- el que va del hombre a Dios- como luz de los espíritus creados, reflejada en las verdades eternas. Este periplo de la inteligencia se ve reflejado en el lema agustiniano: De lo exterior a lo interior y de lo interior a lo superior.

La sabiduría va a consistir en saber apartarse de las cosas exteriores y recogerse en la propia interioridad, pero el conocimiento de sí mismo no es un término como lo pudo haber sido en Sócrates con el gnóthi seautón=gnwqi seauton=conócete a ti mismo, sino sólo un principio para llegar al conocimiento pleno de Dios. Es que“el solo Maestro de todos está en los cielos y amarle y conocerle constituye la vida bienaventurada que todos predican buscar.”[5]

Como vemos esta teoría de la iluminación da por sentada la existencia de Dios y la intervención de Dios sobre el espíritu y, específicamente, sobre la inteligencia. Existe acá una petitio principis inadmisible para la mentalidad moderna y agnóstica que ha borrado de un plumazo no solo la intervención de Dios en el mundo sino la existencia del mismo Dios.

La conclusión del tratado Del maestro es rica en sugerencias para su aplicación a la vida cotidiana actual: Las palabras no son la verdad de la cosa sino que bien aplicadas por el maestro motivan al hombre a aprender. Las cosas significadas por las palabras se deben estimar más que éstas. No puede haber educación sin lenguaje. Como la verdad no es una creación de la inteligencia sino una donación de Dios que la instala en nuestro interior, el éxito de la enseñanza se produce cuando el discípulo, repensando lo aprendido, confirma por él mismo, en su vuelta interior sobre sí, lo enseñado por el maestro. “Entonces es cuando aprenden, cuando han reconocido interiormente la verdad de la lección.” [6]

Claro que para ser plenamente agustinianos tendríamos que reconocer  que es Cristo el que habita en el hombre interior y es Él, el verdadero maestro


[1] Przywara, Erich: San Agustín, Buenos Aires, Revista de Occidente, 1949, p.13

[2] Agustín: Obras completas, Del Maestro, cap. VII, Madrid, BAC, p.p.565-567

[3] Agustín: Op.cit. cap. VIII

[4] Agustín: De Trinitate, XII, 5,24

[5] Agustín: Del maestro, op.cit, cap. XIV

1 Comment

  1. FILOSOFÍA CRISTIANA. El cristianismo se inició como un movimiento laico. La Epístola apócrifa de los Hechos de Felipe, expone al cristianismo como continuación de la educación en los valores de la paideia griega (cultivo de sí). Que tenía como propósito educar a la juventud en la “virtud” (desarrollo de la espiritualidad mediante la práctica continua de ejercicios espirituales, a efecto de prevenir y curar las enfermedades del alma, y alcanzar la trascendencia humana) y la “sabiduría” (cuidado de la verdad, mediante el estudio de la filosofía, la física y la política, a efecto de alcanzar la sociedad perfecta). El educador utilizando el discurso filosófico, más que informar trataba de inducir transformaciones buenas y convenientes para si mismo y la sociedad, motivando a los jóvenes a practicar las virtudes opuestas a los defectos encontrados en el fondo del alma, a efecto de adquirir el perfil de humanidad perfecta (cero defectos) __La vida, ejemplo y enseñanzas de Cristo, ilustra lo que es la trascendencia humana y como alcanzarla. Y por su autentico valor propedéutico, el apóstol Felipe introdujo en los ejercicios espirituales la paideia de Cristo (posteriormente enriquecida por San Basilio, San Gregorio, San Agustín y San Clemente de Alejandría, con el pensamiento de los filósofos greco romanos: Aristóteles, Cicerón, Diógenes, Isócrates, Platón, Séneca, Sócrates, Marco Aurelio,,,), a fin de alcanzar los fines últimos de la paideia griega siguiendo a Cristo. Meta que no se ha logrado debido a que la letrina moral del Antiguo Testamento, al apartar la fe de la razón, castra mentalmente a sus seguidores extraviándolos hacia la ecumene abrahámica que conduce al precipicio de la perdición eterna (muerte espiritual)__ Es tiempo de rectificar retomando la paideia griega de Cristo (cristianismo laico), separando de nuestra fe el Antiguo Testamento y su religión basura que han impedido a los pueblos cristianos alcanzar la supra humanidad. Pierre Hadot: Ejercicios Espirituales y Filosofía Antigua. Editorial Siruela. http://www.scribd.com/doc/33094675/BREVE-JUICIO-SUMARIO-AL-JUDEO-CRISTIANISMO-EN-DEFENSA-DEL-ESTADO-LA-IGLESIA-Y-LA-SOCIEDAD

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