Con los rayos artificiales del progresismo se pretende echar sombra sobre la vigencia del movimiento nacional. ¿Puede un gobierno que hace flamear la bandera de los Derechos Humanos sentarse a conversar con la mafia de Rockefeller y Kissinger, autores intelectuales de la masacre y el saqueo? |
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La idea peronista, obstáculo político y filosófico que traba las pretensiones de los poderes mundialistas, afronta una vez más el ensañamiento de la oligarquía informativa y algunos círculos intelectuales que se aprovechan del espantoso vaciamiento doctrinario sufrido por el movimiento a partir de los años ‘80.
Impuesto el modelo de dominación a través de la violencia del mercado (cuyo discurso determina la “inviabilidad” del Estado-Nación bajo el globo de la globalización), en los últimos años se instaló con fuerza otra faceta discursiva que resulta más progresista que la anterior: defensa de la democracia y los derechos humanos, promoción de las organizaciones mundialistas como la ONU o el Tribunal Internacional de La Haya. Es que el sistema dominante camina con las dos piernas: da el primer paso con la derecha y el segundo con la izquierda. El movimiento de la derecha es suprimir las estructuras nacionales recurriendo a cualquier método, como sucedió con la Argentina posterior a 1976. El otro movimiento es el de la izquierda, pero no para reconstruir lo que pisoteó aquella sino para apenas cuestionar los medios empleados, mientras deja que la vieja estructura que destruyó todo se mantenga en pie. Ahora -dicen las cadenas repetidoras del poder- vamos a hacer justicia con los que se excedieron un poco. Y también –agregan-, trataremos de explicarle a la Internacional de los Ricos que sea más comprensiva con los pueblos. Un verso de aquellos… En el fondo, todo sigue más o menos igual. Y como ya nos enseñara el fuera de serie de Jauretche, lo único que quieren cambiar es el collar pero no el perro. Es el mismo liberalismo bulldog disfrazado de caniche bueno que ya no muerde. A esta altura de la historia parece ocioso recordar la naturaleza del más grande fenómeno político de Iberoamérica. Su rol como movimiento fundacional de la Argentina moderna (porque con él se produce la real unificación de los componentes que hacen a una Nación: territorio, clases sociales, identidad y mercado) y su filosofía social (el hombre como valor supremo, a diferencia de las ideologías que sólo lo ven como materia prima o mera ficha de un tablero político), constituyen el único antídoto contra el veneno de la llamada globalización, esa palabreja aséptica y aparentemente neutra que esconde su verdadera cara: el imperialismo multifacético del siglo XXI o, en palabras de Perón, la sinarquía internacional. Para ser precisos: el peronismo, tal como lo concibió su creador, no puede participar del juego que proponen los organizadores del poder mundial porque las reglas que éstos imponen se chocan con su razón de ser. Frente al desorden (verdadera anarquía) que promueve el capitalismo “globalizado”, Perón tiene para proponer la armonía de la comunidad organizada, que es la convivencia equilibrada entre todas las naciones del planeta. He aquí, justamente, la piedra en el zapato de los colonialistas: el Estado-Nación, tal como fue surgiendo en los siglos XIX y XX, debe desaparecer definitivamente para que el gobierno mundial termine de acomodar el nuevo esquema de dominación. La disolución nacional para convertir a la Argentina en colonia infinita implica, primero, llevar adelante la desperonización política y social de nuestro país. A su vez, para desperonizar a la Argentina hay que denigrar al movimiento nacional, cosa que se ha intentado desde hace 60 años a través de dos fórmulas: una “física” (los atentados, el bombardeo y el golpe, los fusilamientos, la proscripción, la persecución y desaparición de sus hombres y mujeres); y otra “psicológica” (la falsificación histórica, el vaciamiento doctrinario y la traición). Sin embargo, la demonización del peronismo por parte de esos sectores no debe hacernos desviar la mirada hacia el interior de nuestro movimiento. En ese sentido, algunas “promociones” de parte de la dirigencia pejotista y de funcionarios del gobierno en materia de revisión y lectura de nuestra reciente historia, como asimismo la “materia prima” que se pretende utilizar para la construcción del ámbito nacional necesario, fortalecen muchas veces esos intentos de falsificación. Al respecto, no cabe ninguna duda de que para conseguir un espacio desde el cual se promueva y desarrolle la idea peronista se puede ser –ideológicamente hablando- cualquier cosa, excepto un observador o militante que piensa, actúa y quiere construir en función nacional. Se ha hecho, ésta, una palabra maldita, subversiva. Y no es casual, gobierno mundial o sinarquía mediante. A propósito, ¿por qué es bueno y hasta digno de elogio el nacionalismo de Estados Unidos, Inglaterra, Rusia, Francia, Cuba, Brasil y Chile? Y en contrapartida, ¿por qué es pernicioso e inconveniente el de la Argentina? Desde 1983 en adelante (y sobran los ejemplos, sólo hay que repasar la lista de gobernantes, ministros, embajadores, intelectuales puestos a generar la nueva intelligentzia pejotista), todos aquellos que hicieron fe de cierto “tipo de peronismo”, clasemediero y aguachentado, tuvieron pase libre para entrar y estar. Estar no se sabe muy bien para qué… O sí, para desvirtuar la originalidad peronista. Por ejemplo: pudo entrar un Daniel Filmus que aprovechó la formidable estructura del Ministerio de Educación para bajar “su” línea política o “su” compromiso con la comunidad de la que proviene. Porque entre otras cosas, este ministro se valió de su cargo para ordenar la capacitación de 10 mil maestros que enseñarán en las escuelas lo que fue el holocausto judío (Clarín, 28-08-07). Un asunto que podría contemplarse si antes de formar a las futuras generaciones en el conocimiento de los procesos políticos mundiales, hubiera compromiso para reformular los programas de estudio de nuestras escuelas y universidades, de modo que la juventud aprenda –antes que otra cosa- verdadera historia argentina. Por ejemplo, las persecuciones y masacres de los caudillos y gauchos en el siglo XIX y las de los compañeros peronistas en el XX. ¿Se acuerdan de la canción de Litto Nebbia? Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia… La “dilletización” de la Argentina Como las grandes embarcaciones, en los últimos años el peronismo primero viró -desde el timón liberal- a estribor (a la derecha); y luego, con una conducción más bien progresoide, cambió el rumbo a babor (a la izquierda). A este tipo de zigzagueo nos gusta llamarlo “la dilletización del peronismo”, nuevo género político que lanzó el inefable Torcuato Di Tella (hermano de otro inefable, Guido, inventor de las relaciones carnales con Gran Bretaña y Estados Unidos) y que consistiría en terminar de licuar la esencia del movimiento nacional que a partir de 1945 le rompió todos los esquemas al poder mundial. Es decir, su fragmentación en dos grandes bloques, uno de centroderecha y otro de centroizquierda, a los que deberían amalgamarse los residuos que genera la partidocracia en una democracia colonial. Así, tendríamos un “peronismo” liberal-conservador al que podrían ingresar encantados los Macri, Narváez, Sobisch, Patti, Blumberg y Cherasny. Y otro “peronismo” liberal-progresista que no pondría reparos en abrirle la puerta a los Ibarra, Heller, Bonasso, Binner, Sabbatella… Al respecto, subsiste en el gobierno una suerte de cholulismo vergonzante que insiste con seducir a la platea (a la platea de la clase media) a través de la incorporación de figurones políticamente correctos, que navegan entre los círculos culturosos y del jet set artístico. Seamos originales y entendamos, de una vez por todas, que el peronismo no puede prestarse a ser el maniquí de modelos antinacionales, ya sea porque visten ropas liberales o progresistas. “Serás lo que debas ser…” y “El peronismo será revolucionario o no será…” son dos sentencias-mandatos que expresaron, cada uno en su momento, un hombre y una mujer extraordinarios que pasaron a la historia por pensar en grande. Seamos originales, entonces. Y actuemos de acuerdo a lo que nos marca esa historia. Las malas copias que nos quisieron vender (antes del liberalismo, ahora del progresismo) fracasaron y van a seguir fracasando por ser justamente eso, una imitación falsa y trucha. Los que realmente no están del lado de la Patria jamás van a comprar nuestra propuesta, por más que se las queramos vender cambiada. En este tiempo, la incertidumbre pasa, además, por algunos posicionamientos que a veces toma el gobierno en cuestiones claves para la consolidación del modelo nacional que requiere la Argentina. Hablamos concretamente de algunas relaciones que se tienen con factores de poder políticos, económicos y sobre todo ideológicos que impulsan el nuevo esquema de dominación y sometimiento. En ese sentido es fundamental que se deje claramente explicitado el grado de preocupación y rechazo que genera que la presidente de la Argentina se haya sentado, una vez más, a analizar políticas futuras junto a uno de los brazos DEL GOBIERNO MUNDIAL EXPLOTADOR Y COLONIALISTA para decirlo con todas las letras. Responsable del saqueo, la muerte y en definitiva la destrucción de la Argentina como Nacion soberana y, en definitiva, del asesinato de miles de argentinos que –como sosteníamos al comienzo- son ahora reivindicados por la política de Derechos Humanos. Estamos hablando del Consejo de las Américas, entidad neoimperialista creada por el clan Rockefeller y Henry Kissinger para ejecutar en nuestro continente la política depredadora, succionadora y mortal de la Comisión Trilateral. Esto es: la eliminación de los Estados-Nación y sus columnas vertebrales (en la Argentina: el peronismo y el sindicalismo) para facilitar la nueva dominación mundial disfrazada bajo el mote de globalización. ¿Es necesario reunirse con esa clase de criminales? ¿Para qué? ¿Y con qué fines? Si al menos se convocara a la militancia para explicarle el motivo del encuentro… ¿Qué coincidencias puede tener con esta mafia el movimiento peronista? Por eso, tras su “liberalización” en los ’90 (de la mano de Menem), la disolución del peronismo original, es decir, aquel que Perón creó en el ’45 y postuló para el futuro en el Proyecto Nacional del ’74, podría ahora sufrir un nuevo embate desde el llamado “progresismo”. El asunto es impedir esa degradación. Y para eso tenemos el programa histórico de nuestro modelo, tantas veces proclamado y tan pocas veces aplicado. Vencer o…vencer, porque si no lo hacemos desaparecemos como patria. Ser o no ser. De eso se trata, nada más ni nada menos. Claudio Díaz, lunes 29 septiembre de 2008 |
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