En mi carácter de ex soldado combatiente de Malvinas me permito efectuar algunas reflexiones críticas sobre la nota del veterano Edgardo Esteban, publicada en el número del mes de febrero de Le Monde Diplomatique.
Esteban apela varias veces a la expresión “desmalvinización” para referirse a la atmósfera social que dominó, y aún domina, la etapa posterior a la guerra. De un modo análogo, las distintas organizaciones de ex combatientes denunciaron desde siempre la campaña “desmalvinizadora” que se abatió sobre la sociedad argentina, sin solución de continuidad, a partir de 1982. Formé parte de algunas de esas organizaciones en el pasado y pude observar, y participar, en el proceso de construcción de sentido de esa entidad lingüística que los veteranos denominamos “desmalvinización”
¿En qué consistió esa campaña, cuáles fueron sus principales rasgos y qué objetivos políticos y sociales persiguió?
Es claro que cualquier explicación de tipo psicologista (supuestos intentos de exorcizar conductas sociales, tapar heridas, sepultar culpas colectivas o esconder conflictos), como la expresada en la nota de Esteban, incurre no sólo en un vicio epistemológico, consistente en emplear categorías de la psicología individual para proyectarlas a una entidad, devenida metafísica, denominada “sociedad”. También atenta contra la verdad histórica más evidente, pues si algo caracterizó a las dos décadas y media posteriores a Malvinas fue la incontable cantidad de actos, homenajes, celebraciones, monumentos, obras de arte, piezas literarias, ensayos, efemérides, etc., sobre Malvinas y sobre los veteranos de guerra en especial. Y está bien que así haya sucedido pues estamos frente a un hecho crucial en la historia argentina del siglo XX que cegó la vida de cientos de jóvenes argentinos durante y después de la guerra. No es cierto que no se habló de Malvinas. El punto es cómo se habló y quién enhebró el discurso de los “hablantes”.
En efecto, la “desmalvinización” transitó por otros andariveles que no fueron los de la espesura del olvido o la profundidad del silencio, como dice Esteban, sino el de la “deshistorización” de la guerra, la “victimización” del soldado combatiente y la “demonización” de oficiales y suboficiales argentinos. Buscó, no sin éxito, toda clase de ardides propagandísticos, groseras falsedades o verdades tergiversadas para diseñar un entramado de representaciones sociales que asignaban nítidos roles a los soldados que combatimos en Malvinas, así como al cuerpo de cuadros militares que conducían las operaciones bélicas en el terreno. Fue cobrando forma una especie de nuevo Manual de Zonceras, de pura impronta jauretcheana, que el artículo de Esteban reproduce casi sin desperdicio, añadiéndole testimonios y casos de maltrato físico y psicológico que en modo alguno reflejan la realidad de lo sucedido en las islas. Huelga decir que esos casos merecen una exhaustiva investigación y un ejemplar castigo para sus responsables, aunque no deberían servir de pretexto para reclamar nuevas compensaciones económicas. Fuimos soldados de la patria, no mercenarios. Los mercenarios eran los ingleses y los gurkas, según se decía por entonces.
En su nota Esteban mezcla y asocia, con o sin mala fe, un conjunto de padecimientos reales (hambre, frío, etc.) con la naturaleza criminal del ejército liberal-oligárquico que gobernó la Argentina durante la dictadura. Así, por ejemplo, el frío que penetra los huesos no habría sido producto del rigor del clima austral y el hambre tampoco se explicaría como consecuencia del estricto bloqueo militar impuesto por la flota imperialista inglesa para aniquilar a nuestras tropas, sino como un castigo aplicado por oficiales y suboficiales por puro sadismo patológico. Tampoco las limitaciones logísticas y armamentísticas habrían sido el subproducto natural de nuestra condición de país atrasado perteneciente a la periferia del capitalismo mundializado. Todo sucedió, según Esteban, debido a un “plan sistemático” para perpetrar un “genocidio” contra los soldados, similar a la represión contra militantes populares durante los años de plomo de la dictadura oligárquica, dictadura que fue, hay que recordarlo, bendecida por el Reino Unido y EE.UU., casualmente nuestros enemigos en Malvinas. Es decir, conciente o inconscientemente, se invisibiliza el papel jugado por los ejércitos imperialistas en las privaciones y en la muerte de nuestros soldados. He ahí un objetivo claro de la “desmalvinización”.
No deja de resultar curioso que de la pluma de Esteban, ex combatiente de Malvinas, no se haya visto todavía brotar una denuncia categórica de los crímenes del Crucero Belgrano o de los cientos de compatriotas muertos por las bombas y misiles ingleses, guiados por los satélites norteamericanos. Tampoco contra el ataque inglés a los aviones Hércules argentinos que intentaban quebrar el bloqueo para llevar medicinas, alimentos y cartas a los soldados. Osvaldo Bayer, que ha escrito inolvidables páginas sobre los martirios de los trabajadores y las matanzas perpetradas por el ejército argentino al servicio de la corona británica en la Patagonia, hace 80 años, debería informarse mejor sobre Malvinas: no es cierto, como cita la nota de Esteban, que en esta guerra “murieron soldados y los militares se rindieron”. La proporción de oficiales y suboficiales caídos supera ampliamente a la de los soldados, y es lógico que así sea.
La campaña “desmalvinizadora” deshistorizó la guerra hasta degradarla al nivel de un capricho de un puñado de oficiales, a quienes se presentó movidos por una enfermiza sed de poder y de gloria. Deliberadamente se desligó el conflicto de una reivindicación nacional histórica de 150 años contra una de las potencias coloniales más crueles y agresivas de los últimos 3 siglos. Dicha potencia, hegemónica en el Río de la Plata durante décadas, estaba gobernada en 1982 nada menos que por Margaret Thatcher, expresión de los sectores más conservadores y belicistas del imperialismo inglés, y era apoyada por Ronald Reagan, que por esos años financiaba a los grupos terroristas que combatían contra los procesos revolucionarios en Centroamérica. Hay que decir, no obstante, que el laborista y numen de la Tercera Vía Tony Blair declaró hace poco tiempo que, de haber gobernado por entonces, hubiera actuado del mismo modo que “la dama de hierro”. Existe, como se ve, una continuidad histórica y una poderosa comunidad de intereses en las políticas imperialistas de Gran Bretaña, por encima de las adhesiones partidarias de sus gobernantes. Son los mismos ejércitos que 20 años después de Malvinas descargaron su puño de hierro sobre Medio Oriente para provocar, ahora sí, un “genocidio planificado” contra los árabes. En estos días preparan uno nuevo, esta vez contra los iraníes.
Pero no nos desviemos del punto en cuestión. Sostengo que un pilar fundante del dispositivo desmalvinizador fue la “victimización” e “infantilización” del ex soldado combatiente. El héroe mutó en víctima ciega e impotente. No fuimos argentinos valientes que luchamos por la soberanía de nuestra patria, aclamados por el pueblo argentino y latinoamericano que se solidarizó con la Argentina más allá de la dictadura (recordemos los respaldos recibidos, desde Fidel, que algo sabe de lucha antiimperialista, hasta Panamá y la Venezuela pre-chavista). Fuimos chicos ignorantes nos dicen, sometidos a todo tipo de escarnios no por los que nos bombardeaban, sino por los que estaban a nuestro lado combatiendo.
Es imposible no ver en ese discurso, desmalvinizador hasta la médula en el plano político y social, la marca del sistema de propaganda psicológica del imperialismo, compelido a despojar de sustancia patriótica a la guerra de Malvinas para desarmar espiritualmente al país y preparar las condiciones culturales para lo que vino después, la entrega del patrimonio nacional a las corporaciones de origen europeo y norteamericano. No es casual que Menem, abanderado de las relaciones carnales con el Imperio, haya silenciado (“borocotizado” diríamos hoy) al Veterano otorgándole beneficios sociales y económicos.
Tampoco es posible eludir una hipótesis que se torna inquietante. ¿No habrá sido la “victimización” del veterano, desgraciadamente reproducida por muchos veteranos, una de las causas profundas de la ola de suicidios y trastornos psicológicos de la posguerra? ¿Puede un ser humano arrojado al status de víctima escapar al sino que la sociedad le ha deparado?
Combatimos en Malvinas a una fuerza conformada por los gendarmes mundiales de los últimos 200 años, por los que llevaron y llevan la guerra a todos los rincones del planeta. El momento y las circunstancias no las elegimos nosotros, los soldados, aunque nos movimos bajo el poderoso influjo de una cusa justa, anclada en la historia de nuestra Patria Chica y de nuestra Patria Grande. Hubiéramos preferido formar parte de un Ejército popular y democrático, en donde los soldados eligen a sus oficiales, pero tal Ejército descansaba en los polvorientos manuales de las guerras de la independencia o del lejano Octubre rojo. Lo que teníamos ante nosotros era un Ejército que había oficiado de policía interna para aplicar una política antinacional, que era la política de los que estaban del otro lado de la barricada en Malvinas. Así se escribe la historia, con contradicciones y zigzagueos imprevisibles. Ese Ejército combatió con honor y valentía en todos sus niveles y jerarquías. Debe ser condenado por sus crímenes durante la dictadura pero honrado por su valiente desempeño en Malvinas. De lo contrario, aun sin quererlo, estaremos alimentando el cáncer de la “desmalvinización”, es decir, el discurso falsamente humanista de los guardianes de Su Majestad.
Fernando Cangiano
DNI 14.189.366
Ex soldado de Malvinas
Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 10 “Cnel. Don Isidoro Suarez”
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