“Originada la economía en una cosmovisión interesada y utilitaria, enfoca al mundo, a la comunidad política y al prójimo como campo de explotación. La política en cambio, surge de una primaria apetencia de mando, que se subordina a un ideal humano justificado por la justicia, para organizar la sociedad y llevarla al despliegue y desarrollo integral en pleno de lo que, como destino, siente arder en su ser”. Alberto Baldrich
VIDA DE ALBERTO BALDRICH
“Sólo mantendremos de pie a la patria si miramos cara a cara sus virtudes y defectos”. Alberto Baldrich
Alberto Baldrich (1898-1982) es hijo del General de Brigada Alonso Baldrich . Se incorporó al Ejército en carácter de Subteniente de Reserva en el Regimiento 11 de Infantería, continuando así con la tradición familiar (Baldrich 1944: 13).
Alcanzó el título de abogado de la Universidad de Buenos Aires y ejerció la profesión ocupando el cargo de Juez en la Cámara Nacional de Apelaciones en lo civil de la Capital Federal.
Desempeñó una importante tarea docente desde la década del treinta en la Facultad de Ciencias Económicas, Comerciales y Políticas de Rosario. Fue profesor de las universidades Nacionales de Buenos Aires y del Litoral, convirtiéndose en un referente intelectual de las ciencias sociales de su época. Se desempeñó como catedrático en la Universidad Católica, en diversas instituciones militares y en la Universidad Provincial de Mar de Plata, donde además fue nombrado profesor emérito (ver Anexo).
Acompañó la Revolución del año 1943 y ocupó el cargo de Interventor Federal en la provincia de Tucumán, donde nacionalizó la empresa hidroeléctrica que estaba en manos de monopolios extranjeros.
Al tener vínculo con Juan Domingo Perón en el año 1944, Edelmiro Farrell lo designó Ministro de Justicia e Instrucción Pública de La Nación.
En el año 1947 creó el Instituto de Sociología en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y fue uno de los fundadores de la disciplina en la República Argentina. Intervino en los encuentros internacionales de sociología en Europa de Lieja (Bélgica) y Beaune (Francia).
Sus prolíferos estudios constituyen las bases de una sociología política y de la cultura. Los enfoques de Baldrich articulan diversas disciplinas como el derecho, la filosofía, la historia, las relaciones internacionales y la sociología clásica.
Sus investigaciones fueron publicadas en formato de libros y en revistas académicas y militares.
Como parte de su militancia cultural, intervino en conferencias y charlas a organizaciones libres del pueblo. En los años sesenta mantuvo correspondencia con Juan Perón, quién le escribió el 25 de junio de 1966 estas elogiosas palabras: “le felicito y agradezco en nombre de todo el Movimiento su admirable obra en provecho de una elevación intelectual y doctrinaria del Peronismo. Su incansable acción y el talento con que la realiza son circunstancias que rara vez se unen. Por eso tengo fe en el triunfo de sus empeños y fatigas”.
En el tercer gobierno Justicialista se desempeñó como Ministro de Educación de la Provincia de Buenos Aires. En el año 1974 las organizaciones políticas de derecha Concertación Nacional Universitaria (CNU) y el Comando de Organización publicaron una solicitada en la que acusaron a Monseñor Pironio y a Baldrich de “avalar con su silencio el accionar de bandas marxistas que a punta de pistola pretenden imponer su ideología” (El Peronista 1974: 10-11).
1- IMPULSOR DE UNA SOCIOLOGÍA DE LA CULTURA
La cultura, factor fundamental del ordenamiento humano
El autor postuló que las sociedades se organizan a partir de valores y de estructuras mentales que generan vínculos, asociaciones y motivaciones individuales y colectivas. Mencionó que la cultura se presenta como la objetivación del espíritu humano “en la religión, el arte, la moral, la ciencia, el derecho. Cultura no es, como se ve, lujo, ni adorno, ni un aspecto del conocimiento o del sentimiento. Cultura es la expresión de lo humano, auténtica y típica expresión que revela al hombre como ser diferente del animal”. La categoría incluye los valores religiosos, estéticos, intelectuales o espirituales y configura el “destino irrenunciable” de un pueblo (Baldrich 1937: 552-553).
La cultura es, entonces, la identidad de un grupo humano y define el comportamiento de los individuos y de las naciones. Baldrich destacó el hecho de que induce comportamientos individuales y organiza los roles sociales de las personas y de los grupos. La cultura produce un “arquetipo social”, como es el caso de los intelectuales que conforman al “pensador” y los conceptos utilitarios que hacen al “mercader o financista”.
Los valores dan forma a la “concepción del mundo” e inducen las prácticas de los grupos sociales. En el plano del accionar político “al arquetipo del empresario, banquero, financista, bolsista o prestamista, se opone el conductor, el caudillo o el héroe”. Recuperando nociones de Spengler, Baldrich argumentó que ambos arquetipos derivan en prácticas opuestas y mientras “económicamente se muere de algo, políticamente se muere por algo” y el político está dispuesto a entregar su vida “para renacer en la historia” (Baldrich 1967: 55).
El autor resaltó la dimensión histórica, étnica y geografía de la cultura que se organiza de diferente forma en las distintas sociedades y “no todos los hombres tienen el mismo sistema de pensar y de intuir, de preferir y valorar, de amar y querer. Cada pueblo tiene el suyo. Porque el espíritu se individualiza también en su modo de ser. De donde resulta que la cultura es diferencial” (Baldrich 1937: 553).
Baldrich descartó el supuesto de “universalidad” del sistema cultural y de vida occidental y afirmó que en realidad existen diversas identidades nacionales que deben ser estudiadas en su particularidad.
La crisis de la modernidad europea
En el mes de agosto del año 1937 Alberto Baldrich dictó una Conferencia en el Círculo Militar titulada “Las Instituciones Armadas y la cultura”. Mencionó que el “individuo económico” actúa en base a los valores materiales subestimando lo “santo, bello, justo, verdadero”. Para el capitalismo liberal estas últimas finalidades humanas son desestimadas, ya que “ni se compran, ni se venden” (Baldrich 1937: 555).
Baldrich destacó que la cultura utilitaria de la modernidad convirtió al devenir humano en mera “lucha económica”, carente de finalidades colectivas o trascendentales y que el “liberalismo es un sistema ideológico que abarca todos los aspectos: el religioso y el moral, el político, el jurídico y el económico y que, usurpando el hermoso nombre de la libertad justa y armoniosa, termina por aniquilarla” (Baldrich 1944: 35).
En su óptica, la humanidad atravesaba una crisis política y cultural profunda, caracterizada por el desenvolvimiento de una racionalidad liberal carente de sentido social y colectivo. El hombre económico organiza su vida a partir del dinero y “es un tipo humano que viene produciéndose desde la germanización del Imperio Romano hasta el presente”. En el año 1967 destacó que sin esa matriz cultural el capitalismo no podría desarrollarse ya que “no es capitalista, burgués o empresario el que quiere, sino quien tiene las condiciones biosíquicas y espirituales indispensables para serlo (…) no basta el dinero para constituirse en capitalista o en factor del imperialismo, bajo pena de correr el riesgo de dilapidarlo o malograrlo, si se carece de las necesarias condiciones del hombre económico con su alma y pensamiento en dinero (…) una vez creada la estructura económica es cierto que reactúa e influye sobre las modalidades del hombre y de sus grupos. Pero como científicamente está demostrado, estas estructuras no se crean por sí mismas, sino por la obra de un determinado tipo humano” (Baldrich 1967: 94-96).
Baldrich indicó que si bien el comercio y la producción existieron a lo largo de la historia, nunca habían adquirido tanta preeminencia en la sociedad como en el ciclo capitalista. El liberalismo subordinó a todos los valores humanos, al punto de justificar o naturalizar la explotación capitalista del hombre, de la mujer o del niño y “la libertad convertida en fin en sí misma, no tarda en sublevar el egoísmo individual contra las exigencias del bien común (…) y cuando cada uno sólo persigue su bien privado, cuando cada uno degrada por el torpe materialismo la dignidad de su naturaleza espiritual –que es fundamento de la justa libertad- y en consecuencia sólo piensa en la utilidad y en el confort (…) compromete la soberanía y destruye la unidad y la grandeza de la Patria” (Baldrich 1944: 35-36).
Los errores del determinismo sociológico
“El fin de la sociedad es pues el interés general que comprende no sólo la existencia material sino también su felicidad y su virtud. Y la virtud social es la justicia”. Alberto Baldrich
Para interpretar el proceso de ascenso del industrialismo y del utilitarismo racionalista, Baldrich retomó la categoría de los tres estadios de Augusto Comte (religioso, metafísico y positivo). Analizó la posición del sociólogo francés a partir del estudio de Scheler y concluyó que el estudio de Comte “significa una interpretación totalmente equivocada” en la medida en que no “es la humanidad quien evoluciona como un todo. La evolución se produce en círculos culturales concretos”.
Baldrich caracterizó como una simplificación escasamente analítica aquel supuesto de una evolución universal, lineal y ascendente de todas las relaciones humanas. El autor argumentó que, por el contrario, Europa desenvolvió la ciencia positiva, cuando la India conformó un tono religioso de vida y Japón el sentido heroico de la existencia (Baldrich 1937: 559).
Estos casos nacionales daban cuenta de que la religión y la filosofía no estaban condenadas a desaparecer por la evolución de la modernidad, sino que podían perder preeminencia pero no “eliminarse por superación”. El supuesto de que la ciencia occidental es el resultado natural de la evolución de la filosofía y ésta de la religión, era una simplificación conceptual y no un dato de la realidad.
El sociológico francés propone fundar una nueva sociedad sobre principios científicos derribando “la cultura clásica, la tradición y la historia” (Baldrich 1937: 560-562). Retomando una interpretación de Hegel, Baldrich consideró que en realidad “superar es negar, pero negar es conservar. Se puede superar la Edad Media yendo contra ella, pero no se puede marchar sin ella” (Baldrich 1937: 562).
Además y cuestión fundamental para el autor, la derivación del planteo evolutivo de Comte tenía implicancias políticas en el siglo XX y postulaba que el capitalismo europeo era el modelo universal de progreso y de desarrollo humano.
Baldrich destacó que los análisis del sociólogo francés y de sus continuadores subestimaron la importancia de la cultura y la tendencia espiritual del hombre. El autor consideró que el utilitarismo era el valor predominante tanto del liberalismo capitalista como del comunismo soviético y “la mentalidad capitalista y su resultado, la mentalidad comunista, creen que la economía y sus procesos se comprenderán limitándose sólo al análisis de estos procesos económicos. Porque ambas ideologías suponen que hay una infraestructura económica que determina todo el acontecer espiritual, social, político e institucional” (Baldrich 1967: 97).
Ambos sistemas políticos eran un reflejo del individualismo exacerbado. La racionalidad moderna sin límites, y sin fines sociales, liberaba una voluntad de poder que ponía en riesgo la civilización y “a esto conduce el liberalismo económico de la revolución francesa: a un multimillonario con monstruosa potencialidad económica y a su frente, millones de desocupados y millones de hombres comunes un nivel de vida indigno”.
El marxismo
El sistema capitalista había perdido el sentido ético y social del ser humano y no había otra justificación del accionar del hombre que la acumulación de riqueza material. El marxismo surgió como una de las respuestas críticas a la explotación del trabajador. Baldrich consideró legítimo el reclamo de justicia que profesó esta ideología, pero pensó que simplificaba el sentido de la acción humana que quedaba centrada en la disputa económica. El autor sostuvo que el marxismo subestimó la cuestión cultural y los valores nacionales.
El marxismo postulaba que la dimensión económica del hombre subordinaba la espiritual y Baldrich destacó que, en realidad, los individuos podían desarrollar su práctica movidos por ideales de diverso tipo y no lo hacían meramente para acumular riqueza. Consideró erróneo el planteo de las izquierdas que caracterizaban a la religión como un “pasado de superstición, un encadenamiento de conciencias” ya que, en esta interpretación, quedarían erróneamente reducidos a emociones irracionales el “genio” y el “heroísmo militar”, el patriotismo o el nacionalismo.
Baldrich abogó por la construcción de una cultura nacional que oficie como un marco para el accionar. A partir de ella, el obrero podía “sentir el trabajo como una dignidad y no como una explotación” y ejercer su acción “con sentido de colaboración en la grandeza nacional”. Esto supone poner en un segundo plano la disputa de clases, en pos de la construcción de un orden colectivo. Para el autor, la unidad nacional era un paso político impostergable sin el cual Argentina sería dominada por las potencias extranjeras. A partir de acá, es que cuestionó el clasismo y criticó la política de “eliminación de todo lo que a esa clase no pertenezca” (Baldrich 1938 -a: 624).
Baldrich caracterizó negativamente la aplicación del marxismo que realizó la Unión Soviética, por entender que derivó en un esquema imperialista de manera análoga al capitalismo norteamericano. Los sistemas capitalistas yanqui y el comunista ruso eran, según el autor, “producto de la misma ideología materialista y de los mismos intereses, unidos hoy en los poderes sinárquicos, el imperialismo demoliberal capitalista tenía necesariamente que aliarse con el imperialismo comunista ruso” (Baldrich 1967: 79).
La crisis de la educación
“Mientras se mantenga el normalismo y no se modifique a los universitarios que van a las cátedras, nada se resolverá (…) No se trata de cambios de programas y de métodos, sino de cambios de los cuadros ideológicos y sentimentales, en los cuales se basa la educación!. Sólo así se logrará que las juventudes argentinas, estimen el espíritu que hoy niegan los altos arquetipos sociales, el sentido heroico de la Vida y de la Historia”. Alberto Baldrich
En “Las Instituciones Armadas y la cultura” Baldrich se refirió al tema educativo. Desde su óptica, esta actividad debía orientarse a reforzar la “soberanía” y los valores “nacionales” y patrióticos. En el texto aseveró que no se cumplían estos objetivos y que la educación estaba organizada a partir de la cultura del utilitarismo. En el año 1938 destacó que como resultante de esta incapacidad, había “generaciones de argentinos desconectados del pasado, sin visión del destino de la nacionalidad, desentendidos de los problemas nacionales, viviendo en función de un presente utilitario y egoísta, con un sentido mercantil de la existencia y con el confort y el bienestar material por ideal” (Baldrich 1938 -a: 623).
El autor consideró que había problemas formativos profundos y estructurales, caracterizados por el hecho de que estaban debilitados el sentido ético y trascendente de la educación. Este inconveniente era extensible a la escuela, la familia y el Estado. Destacó que “el Estado no educa porque el sistema educativo está falseado en sus bases. Las escuelas hacen otra cosa: preparan para destrezas profesionales” (Baldrich 1937: 563-564). La educación transmitía valores materialistas desconociendo los principios morales, sociales e intelectuales que refuerzan el sentido de pertenencia individual a un orden colectivo y a una Nación.
En el año 1974, siendo Ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires, profundizó esta noción y postuló que la educación debía impartir las nociones de libertad, verdad y justicia. Ello suponía consolidar un “Estado ético” que ponga el interés social y de vida común de un pueblo en el centro del proceso educativo (Baldrich 1974).
Frente al vacío formativo se imponían en su lugar la “mala prensa y la calle, el mal cine y la escuela extranjera”. Como resultado del proceso desaparecían los valores de solidaridad colectiva y las tradiciones nacionales, debilitando la estabilidad y el funcionamiento del orden social. El egoísmo y la acumulación individual de riqueza eran el valor supremo de las instituciones educativas y eso generaba un negativo “vacío de argentinidad”.
La educación liberal había impulsado los modelos anglosajones en su intento de sustituir la cultura indígena e hispánica. Baldrich conceptuó negativamente ese proceso y reivindicó el legado de España que a diferencia de los ingleses, “no nos mandó avarientos mercaderes ni tratantes en blancas ni voraces trust económicos” (Baldrich 1937: 566-567).
La cultura nacional y la tradición hispánica
Baldrich describió el proceso por el cual España traspasó al nuevo continente el lenguaje y el arte, que fue luego resignificado con el “acento personal” americano. El colonialismo ibérico impulsó en América la reflexión cultural y científica propia de las universidades de “auténtico saber” y de las “imprentas donde salían libros de valioso contenido” (Baldrich 1949: 1666). De España provenían la “técnica de navegar con pequeñas carabelas” o las “bellas ciudades con iglesias de arte, cabildos de sabias y justas leyes” (Baldrich 1949: 1666). Del país ibérico provenía el sentido “heroico” de las instituciones armadas que forjó la práctica del libertador José de San Martin.
España conformó una sólida y estable organización social, jurídica y política americana con las leyes de Indias y otras instituciones. Baldrich consideró que el pueblo tenía una psicología eminentemente iberoamericana, caracterizada por virtudes como la “generosidad, el desinterés, el sentido de la hospitalidad y del honor, la buena fe en el trato comercial, y la lealtad en la amistad” (Baldrich 1938 -a: 626-629). Destacó que “el sentido de la igualdad, en su formación política, no obstante la literatura francesa y la influencia circunstancial de su revolución, estaba fundado en una previa e indispensable concepción religiosa y metafísica, traída por España” (Baldrich 1940: 25). La tradición hispánica incluía costumbres y valores sobre el orden social, la familia o la colectividad. Baldrich resaltó el hecho de que históricamente el pueblo argentino es mayoritariamente cristiano por descendencia española. El autor entendió que pese a que en Argentina existen personas no religiosas o grupos de culto protestante, no se puede aseverar que el país sea “ateo, librepensador, hebreo, luterano, cuáquero o calvinista” (Baldrich 1938 -a: 626).
2- ANÁLISIS DE LA SOCIEDAD POLÍTICA: EL ESTADO Y LA COMUNIDAD NACIONAL
Acerca del Estado
En el Congreso de Filosofía de Mendoza del año 1949, Baldrich sostuvo que el hombre actúa a partir de los “instintos” de nutrición, reproducción y poder y que estos se ejercen en entidades económicas, en la familia y en la asociación política o Estado.
Consideró que el ímpetu de poder y la “naturaleza social” humana fundamentan la existencia del Estado, que es la expresión más alta y completa de la vida en comunidad (Baldrich 1949: 1659). Baldrich recuperó los conceptos de Hegel y sostuvo que “los protagonistas de la historia universal son los Estados. Ellos constituyen la auténtica individualidad histórica”.
En este esquema, los alcances de la libertad individual se definen por el contexto social y político en la cual se inscribe la práctica humana. En la sociedad civil se cumplen los “intereses particulares de los individuos” y el Estado “dirige la sociedad civil hacia esferas superiores, a las cuales por si misma no puede llegar”. Es por eso que si el Estado se “limita sólo a la seguridad física y la protección de la propiedad personal, entonces, se confunde al Estado con la sociedad civil. Y así resulta, que se hace de los intereses particulares del individuo, el fin último del Estado” (Baldrich 1967: 54).
El Estado representa la “voluntad de despliegue en un tiempo histórico” y vigoriza las asociaciones de vecindad, parentesco o economía evitando la dispersión y la disgregación de esfuerzos individuales. Haciendo referencias a nociones de Hegel, Spengler y de Vico, puntualizó que las concentraciones de poder se organizan a partir de un “programa de cultura” y se mueven en torno de ideales y de “excelencias vitales y espirituales”.
Cada unidad política se relaciona con otras comunidades entablando un “diálogo de disidencias y de confrontación de dominio, pacíficas y violentas, jugándose la misma existencia como núcleo de poder y la de sus miembros, hasta afrontar incluso al esclavitud, la muerte o la desaparición de la historia” (Baldrich 1949:1660). Baldrich destacó que las naciones son el resultado de la lucha y la disputa geopolítica permanente y detalló que “a nadie se le regaló la asociación política. Todas nacieron como la muestra del ruido de las armas y laureles de victoria y si se encuentra la excepción confirmando la regla, es porque de una lucha entre poderíos que no pudieron imponerse, el ámbito geográfico disputado se erigió en independiente como solución de la contienda. Si no fueron las armas propias, fueron las ajenas quienes le dieron existencia”. Sobre estos principios, destacó que las comunidades políticas sin vocación de la “propia libertad y sin la capacidad para merecerla”, iban a ser doblegadas y dominadas por otros Estados (Baldrich 1949:1661 y 1663).
El autor describió como ejemplo histórico de “voluntad de despliegue” y de “programa de cultura” a la Grecia de Alejandro Magno. Mencionó que la vocación imperial de Roma extendió su voluntad a Asia y África y detalló que España protagonizó la Reconquista, el Siglo de Oro y la ocupación de América, difundiendo los principios del cristianismo retomados del Imperio Romano. Tras la crisis de la potencia ibérica, se desenvolvió el sistema de dominio de Inglaterra que fomentó los “particularismo y las tendencias separatistas de las diversas regiones” (Baldrich 1949:1663).
Baldrich resaltó el hecho de que la decadencia española y el ascenso político británico fueron el marco para el advenimiento del Estado argentino.
La Independencia y la formación del Estado argentino
“El demoliberalismo, el “Estado Gendarme”, que en realidad era intervencionista pero a favor del imperialismo, con la economía liberal, la libertad de comercio, la libertad de empresa, la internacionalización de los ríos y las patrias como mercados comerciales libres, fueron el programa político e institucional que lograron implantar en esta América nuestra”. Alberto Baldrich
En el año 1949 Baldrich sostuvo que el Estado argentino moderno se organizó retomando la tradición española. El análisis contrasta con los enfoques que consideran que las instituciones del país son mera copia del derecho romano y francés. Baldrich argumentó que la continuidad institucional fue una consecuencia de que en realidad “América no fue colonia sino provincia del Imperio”. La Independencia no surgió como una cruzada antiespañola, sino que fue la expresión de la decadencia de la Monarquía y de la voluntad “espiritual de soberanía” de los grupos de criollos. No existía una hostilidad manifiesta hacia la metrópoli ibérica y una expresión de ello es que “en 1806, con motivo de las invasiones inglesas, los criollos del Plata pelearon como españoles de ley, al lado de los peninsulares” (Baldrich 1949:1663).
Baldrich analizó los factores que desencadenaron la caída del Imperio español y mencionó que los ingleses desplegaron el capital industrial y financiero mientras que los ibéricos no podían evolucionar hacia “estas nuevas formas de vida, ni crear la máquina, o las distintas modalidades económicas, ni montar la nueva industria, ni transformar sus nobles y capitanes en directores de grandes empresas de producción” (Baldrich 1949: 1669). Más allá de este proceso, consideró que la declinación del viejo Imperio no fue causada exclusivamente por el deterioro productivo. El autor entendió que el debilitamiento surgió de una crisis cultural y política caracterizada por el hecho de que las dirigencias del pueblo ibérico habían “perdido capacidad de comando, minadas por la anarquía, la falta de fe en su propio destino y la actitud extranjerizante”. Desapareció la voluntad imperial en los “conductores, caudillos y clase gobernante” y se perdió con ella “la conciencia y la vocación por la poderosa unidad política que era el Imperio. Pues el Estado es siempre Estado para algo, para lo internacional, lo universal, y la política interna con la cual se pone a la Nación en forma, es siempre para lanzarla a la actuación en la política exterior” (Baldrich 1949: 1666).
Baldrich consideró negativamente la extranjerización de la cultura política de la dirigencia iberoamericana y en especial la influencia borbónica durante la última etapa del Imperio. Sostuvo que en los planos de los “modos de ser” y de la “normas de conducta”, Francia no podía dar “nada valido para el renacimiento español” (Baldrich 1949:1664).
En conjunción a la decadencia española, se produjo el ascenso británico caracterizado por su “vocación de hegemonía mundial”. El nuevo centro de poder poseía un renovado sistema de valores de alcance europeo: el “protestantismo religioso” de luteranos, angliclanos, calvinistas y puritanos. Esta matriz religiosa supuso la “caducidad del principio clásico de autoridad espiritual”. Los ingleses expandieron una vocación “naturalista, práctica y materialista (…) el cultivo de la ciencia experimental de base matemática; una gran capacidad para el comercio y la empresa” (Baldrich 1949:1667).
La “voluntad espiritual de soberanía” de los criollos de 1810, fue una de las manifestaciones de las “virtudes” españolas. El “ímpetu de poder” o la “fuerza de voluntad” humana, eran parte de la matriz cultural que los americanos heredaron de la tradición hispánica y los libertadores “se encontraron así dueños de un teso cultural y político y de un imperio geográfico” (Baldrich 1949:1666).
El autor resaltó el hecho de que si bien existieron fines económicos, los criollos que realizaron la “epopeya heroica” de la Independencia no lo hicieron movidos por un “determinismo material”, sino que protagonizaron sus acciones influidos por el advenimiento del “espíritu argentino”. Mencionó que “sólo la incomprensión puede así arrancar nuestra historia desde 1810 y pretender con la teoría marxista que la patria argentina tuvo un menguado origen utilitario y económico, con lo que resultaría que, por la economía desenvainó San Martin su espada, y murieron sus granaderos” (Baldrich 1940: 30). En su accionar, los criollos pusieron en desenvolvimiento la “capacidad y creación propia, las viejas virtudes clásicas de la estirpe. Porque en la historia –proceso de formas de espíritu- hay un sentido y un fin, una idea”.
El nuevo Estado y la justicia social
“El régimen del orden liberal trae un Estado aparentemente no intervencionista, pero en realidad tan intervencionista que es totalitario, pero a favor del capitalismo, con el contrato individual del trabajo con la legalización de la usura y la competencia”. Alberto Baldrich
El Estado latinoamericano surgió en un contexto de “inexistencia de bases espirituales” y fue constituido sobre principios individualistas y de la “sociedad contractual” (Baldrich 1967: 52). Baldrich destacó que el Estado liberal “eliminaba al verdadero Estado como representante de toda la comunidad”. El esquema era el heredero de la Revolución Francesa que con la Ley Chapelier suprimió los gremios y al eliminarlos no se reconfiguró una nueva organización social y el trabajador quedó indefenso frente a la explotación de las organizaciones capitalistas y sus ramificaciones gubernamentales.
El liberalismo elevó la ideología de la libertad “comercial y mercantil” como un
“absoluto al cual subordinar la actividad política del Estado y del ciudadano. Por esto, cualquier medida que lo afecte, por más fundamentos que pueda tener levanta su airada oposición, su acusación de totalitarismo a quien lo intente: así sea un instituto regulador del comercio internacional o del movimiento bancario interno o una protección del trabajador, de la industria o del agro argentino. Para tal sistema la libertad consiste sólo en libertad de comercio, de explotación del hombre por el hombre, de usura y de especulación. Y sólo admite fragmentos de una libertad siempre que no se le oponga a sus intereses. En consecuencia su libertad es una ficción donde se niega la auténtica libertad que el hombre necesita para realizarse integralmente” (Baldrich 1974:17- 18).
Baldrich propugnó una reforma social para revertir las desigualdades resultantes de la explotación del capitalismo liberal. En los años treinta postuló que había que construir un Estado interventor que fuera capaz de orientar y de contener al “hombre que actúa en función de sus necesidades económicas o de sus meros impulsos de lucha sin una regulación moral, sin enrolar esos impulsos en los altos ideales del espíritu” (Baldrich 1938 – b). La tarea demandaba conformar un nuevo Estado de base ética y regulador, que garantice una “economía dirigida en función de un ideal de justicia social”, abandonando el mero “concepto de Estado gendarme” (Baldrich 1937: 563).
Baldrich mencionó que su crítica al liberalismo no era la única, ni la primera y ya desde el año 1848 los anarquistas y nihilistas europeos realizaban revoluciones sociales cuestionando la explotación de los trabajadores y sus familias. En paralelo, el autor destacó que los católicos publicaron encíclicas que delineaban un nuevo programa de justicia social (Baldrich 1967: 32-34).
En el caso Argentino, Baldrich interpretó que Yrigoyen fue el primer Presidente que acompañó la legislación obrera y de su impulso surgieron los proyectos de leyes de 8 horas de trabajo, los contratos colectivos, las vacaciones pagas o la reserva de empleo durante el servicio militar. Su gobierno impulsó la regulación de los alquileres, la readmisión laboral de los huelguistas o la fijación del salario mínimo y de inembargabilidad de los sueldos. El mandatario radical propugnó las leyes de jubilación, los códigos de trabajo, de fomento de las cooperativas y una propuesta de castigo a la especulación comercial. Baldrich destacó que estas medidas conformaron una “una incipiente y tibia justicia social aunque manteniendo la estructura capitalista”. Esta vocación política de reforma era sumamente importante, pese a “que no resolvía el problema social” (Baldrich 1967: 34).
Retomando estas inactivas, el autor consideró que fue la Revolución Justicialista la forjadora del nuevo Estado ético de carácter nacional y popular.
3- IMPERIALISMO O LIBERACIÓN
“El dilema es de hierro. O se está con el Fondo Monetario Internacional o con el país. Con el petróleo y demás fuentes de riquezas y servicios públicos en manos argentinas o entregados a los monopolios imperialistas. Con la riqueza agropecuaria dirigida por el Estado argentino o por los trust de exportadores. Con un Estado dotado de todos sus organismos o un Estado anémico dominado por la internacional del dinero. Con el pueblo con vocación de soberanía o con minorías a-patridas voluptuosas de vasallaje. Con una patria o con una colonia”. Alberto Baldrich
Las corrientes de poder en la Argentina
En el libro “Imperialismo y liberación nacional” (1967) se propuso hacer un “ensayo para difundir una visión panorámica del proceso de formación histórico del Capitalismo hasta su actual etapa imperialista”. Desdesu óptica, la política local y mundial trascurría en torno de “corrientes de poder” en permanente “lucha”. En el plano mundial identificó entre las principales:
– a las fuerzas del imperialismo capitalista de los EEUU “que transforma en colonias a las naciones y en explotados a sus pueblos” y a los grupos de presión como el FMI, el Banco Mundial, los monopolios, bancos o las agencias de prensa y radiodifusión. Los norteamericanos desmembraron México y Colombia, convirtieron en “factorías” a los Estados de Centroamérica e invadieron Cuba y Santo Domingo (Baldrich 1967: 136);
– al capitalismo inglés aliado a los norteamericanos;
– al imperialismo comunista ruso y a sus grupos de presión como el Partido Comunista y sus ramificaciones culturales y sindicales.
Entre las corrientes de poder internas ubicó a las Fuerzas Armadas, a las organizaciones gremiales (peronistas, independientes o al Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical), a las organizaciones del capital como la CGE, la UIA, la SRA o la Bolsa de Comercio, a la Iglesia, a los Partidos Políticos y a las Universidades.
El “imperialismo capitalista” tenía mucho poder y delineaba los principales destinos del país. En los años sesenta cercenaba la “libertad política” por intermedio del método del fraude y de la fuerza militar. Además controlaba la riqueza agropecuaria (frigoríficos, cerealeras, exportadoras, etc.-) y los recursos petroleros, y regulaba el sector exportador e importador, el transporte y el sistema financiero y bancario. El imperialismo le asignó a América el rol de “monocultivo o la mono producción y aún ésta, en función de sus intereses. es el que fija los precios de cereales, carnes, petróleo, cobre, estado o café. Y es él quien le impone la adquisición de todos los productos de su industria en determinado país y a determinado precio, forma de pago, transporte, seguro y reaseguro” (Baldrich 1967: 135).
El imperialismo ejercía un dominio cultural y político fundamental por su influencia en el sistema judicial, la prensa, el cine y la propaganda y por su intervención en vida interna de las universidades. La propaganda y los medios de difusión estaban en manos de los “ocultos poderes de la internacional del dinero”.
A mediados del siglo XX la corriente de poder emancipadora contenía a los grupos sociales del proletariado urbano y rural, a sectores de clase media y de empleados del Estado. Las agrupaciones políticas de vocación nacional eran el peronismo (político y sindical), sectores de la Confederación General Empresaria y de los partidos radical, socialista argentino y demócrata cristiano (Baldrich 1967: 8-10 y 49).
Las Fuerzas Armadas
“Los militares, por ser la custodia de la patria y el amparo de sus ciudadanos soldados, deben, mediante una revolución constructiva manejar y superar sus encontrados intereses poniéndolos al servicio del país y de su pueblo”. Alberto Baldrich
El autor consideró a los militares como una pieza política fundamental de la Nación. En “Las Instituciones Armadas y la Cultura”, Baldrich convocó a las Fuerzas a Armadas a afirmar los valores de tradición, historia, Nación y el “sentido heroico” de la vida militar. Manifestó que el Ejército es, junto a la Marina, “la primera institución social en solidez, homogeneidad y depuración que ha forjado el país, base, nervio y puntal de la nacionalidad” (Baldrich 1937: 550).
En “La ascendencia espiritual del Ejército Argentino” publicado en el año 1940, profundizó varios de estos conceptos. En el trabajo recuperó la figura de José de San Martín al que caracterizó por ser el “primer arquetipo de la argentinidad y el primer paladín americano” (Baldrich 1940: 22). El jefe del Ejército de los Andes encarnaba los valores e ideales de los “caballeros de España” que edificaron el Imperio ibérico. El ejército tenía en su legado un modelo de patriotismo, de lucha por la soberanía y por la libertad y una incipiente conciencia de la nacionalidad.
En una conferencia en Tucumán del año 1943, acerca de la vida del Capitán francés Psichari, profundizó aquellas nociones y remarcó que los soldados actúan en base a los valores de justicia, deber, honor y gloria. Sostuvo que el “Ejército es una escuela de desinterés, porque enseña que hay realidades que están por encima de los bienes materiales y porque prepara para la guerra, que hace comprender al hombre qué cosa es lo más decisivo para él. En el Ejército hay una tradición de honor (…) el Ejército mantenía las viejas virtudes de la patria” (Baldrich 1944: 27-29)
En su óptica, y en línea con el epígrafe citado que data del año 1967, las Fuerzas Armadas debían “custodiar la integridad de patria” y contribuir a la “felicidad del pueblo”. Para cumplir con semejante responsabilidad, los militares debían ejercer su actividad con “espíritu” y no meramente de manera “instrumental”, obedeciendo “ciegamente” al poder facto de turno. La actividad de armas era opuesta al “pensamiento en dinero” y al “imperialismo capitalista” y tenía como tarea la de luchar por la soberanía nacional y la “dignidad cultural, social, política y económica”. En su punto de vista, esta tarea era impostergable ya que “cuando la Nación deja de gobernar a la economía es la economía la que gobierna a la Nación” (Baldrich 1967: 11-14).
En el año 1943 y frente a una crisis de los partidos políticos, los militares fueron el centro del proceso revolucionario. En la óptica de Baldrich las Fuerzas Armadas tenían “aspiraciones” que coincidían con los “intenses nacionales y populares”. El autor resaltó que el Ejército reivindicó un conjunto de acuerdos fundamentales para la nueva Argentina:
1- Soberanía y neutralidad.
2- Frente interno con cohesión espiritual, social, política y económica.
3- Pueblo con vocación nacional, sentido optimista y afirmativo y dignidad espiritual, social, política y económica. Justicia social y apertura del ascenso social en función de la capacidad.
4- Adhesión del pueblo a las fuerzas armadas.
5- Potencia industrial en marcha que posibilite el desenvolvimiento de la industria bélica.
6- Estado en “forma” con orden social estable y con inspiraciones que canalicen aspiraciones populares.
7- Economía al servicio de La Nación y de su pueblo y no de los intereses extranjeros.
8- Racional explotación de las riquezas naturales y bienes de la comunidad en función de sus necesidades y de las de sus ciudadanos y no de las necesidades extranjeras”.
9- Definida política internacional e interna basada en la tradición y la vocación popular, en el respeto a los intereses espirituales y materiales de la Nación y de los demás pueblos.
10- Entendimiento sin entregas con las grandes potencias”.
En su opinión, el peronismo tuvo el acierto de unificar al pueblo y a las Fuerzas Armadas y en el año 1945 “salvó al Ejército y al país de la anarquía y quizá de una guerra civil” (Baldrich 1967: 69).
A diferencia de los análisis explicitados en sus notas de los años treinta, en la década del sesenta Baldrich desarrolló una posición crítica del estado moral y político de los militares argentinos. En “Imperialismo y liberación nacional”, caracterizó a las Fuerzas Armadas por padecer de un “difuso sentido nacional” y por un “anacrónico anticomunismo”. Creyó un error el hecho de cuestionar solamente a los soviéticos para caer luego en la órbita norteamericana y argumentó que en realidad ambos imperios se aliaban. El apoyo que dio el Partido Comunista a la Unión Democrática en el año 1945 era un ejemplo de la unidad de ambos Estados opresores .
En los años sesenta los militares ejercían un “respeto inconsulto al capitalismo” y se componían de una “mayoría profesionalista” distante de la voluntad de lucha política nacional. Solamente una minoría castrense era activista y ejercía su acción a partir de diversas y contradictorias posiciones ideológicas nacionalistas, desarrollistas, liberales, pseudo nasseristas o partidarias de “frentes populares” demoliberales y marxistas (Baldrich 1967: 10-11).
Baldrich cuestionó el acompañamiento castrense al golpe militar del año 1955 y su silencio posterior frente a la extranjerización económica del país. En 1967 aun consideraba que era posible que el gobierno militar rectifique esa actitud negativa y antinacional y sus miembros “no permanecerán indiferentes ante tal clamor popular de distintos orígenes”. La Revolución Argentina de Onganía podía recorrer “dos caminos” que eran, o bien implementar el programa “que reclaman el pueblo y país”, o al menos dejar “que el pueblo la realice mediante sus legítimos representantes” (Baldrich 1967: 76 y 142).
Los sindicatos
“El imperialismo es la principal fuerza opositora al dinamismo social de los trabajadores de nuestra industria”. Alberto Baldrich
En el año 1967 Baldrich se refirió al “sentido y significación del movimiento gremial peronista”. Explicó que la burguesía cumplió un rol histórico transformador e hizo su revolución consagrada en Francia. Tal cual adelantamos, el poder capitalista desestructuró el “cuerpo intermedio” entre la sociedad y el Estado e instauró un sistema de libre mercado y de explotación que asimiló a los “ciudadanos a los comerciantes”. Con anterioridad a éste proceso, las “corporaciones medievales de artes y oficios ampararon religiosa y económicamente a los trabajadores urbanos en su bienestar, competencia y producción, salario y horas de trabajo e incluso al pueblo consumidor”. La unidad social del productor, el taller y la asociación de talleres conformaban el gremio estructurado en base a cinco elementos que eran el maestro, los aprendices, los criados oficiales, los maestros de oficio y las cofradías. Para Baldrich “esta organización y protección gremial de la cristiandad es la primera realización de justicia social y régimen laboral, y responde a una adecuada política social donde no hay libertad de comercio ni de explotación” (Baldrich 1967: 53 y 113-115).
El sindicalismo moderno surgió para revertir la desigualdad del capitalismo liberal y cambiar las estructuras y en el siglo XX los trabajadores organizados iban a realizar la revolución “con o sin signo comunista según cada pueblo”. El autor postuló que la tendencia histórica era difícil de revertir y “querer detener el movimiento social y la expansión de la estructura gremial es utópica pretensión de inmovilizar la historia” (Baldrich 1967: 47).
En el año 1967 mencionó que el sector mayoritario de los trabajadores se nucleaba en las 62 Organizaciones (62O) y detentaba una “clara y definida posición doctrinaria y practica, profundamente revolucionaria y reformadora” que se oponía al liberalismo y al comunismo. La 62O surgieron por la proscripción de la CGT de 1955 y la dictadura cercenó sus medios económicos, sin por ello impedir que los obreros adquieran una “mística redentora” de su rol histórico en la emancipación del país.
El sindicalismo estaba fortaleciendo una conciencia política de carácter nacionalista. El tránsito de la práctica gremial a la partidaria era fundamental, por el hecho de que “solo desde la potencia del Estado puede enfrentarse a la potencia de las corporaciones económicas”.
En “Imperialismo y liberación nacional” Baldrich resaltó la importancia que tenían los obreros en la organización del país en su conjunto y consideró positivo que los sindicatos se rehusasen a “reducirse a fuerza clasista y se tornan así, representativos de la comunidad nacional y de la entidad pueblo” (Baldrich 1967: 58).
En el epígrafe citado al principio del apartado, el autor se refirió a la oposición entre el imperialismo y los intereses obreros. Desde su mirada, la clase dirigente local y el sistema de la “democracia liberal” estaban controlados por intereses extranjeros e internacionales, que se tornaban como los verdaderos dueños de los “comandos claves de la comunidad”. Ello explicaba el hecho de que la tarea sindical “trascienda a lo nacional y apunte en contra de esas fuerzas internacionales que frenan su dinámica” (Baldrich 1967: 58).
La iglesia
Baldrich caracterizó de manera positiva el aporte del cristianismo a la civilización humana . En parte, es por eso que reivindicó la tradición cultural y política de España que trajo a Iberoamérica la religión y la iglesia católica “que atesora casi dos mil años de cultura propia, la cultura de la cristiandad, a la que se unen 500 años de cultura greco-romana. Pues la cristiandad es eso: la vieja constelación pagana bautizada”. Su “última gesta había sido la evangelización de América y la fabulosa obra de la Compañía de Ignacio de Loyola en Asia, América y Europa” (Baldrich 1967: 82-83).
El autor mencionó que la explotación del capitalismo creó una “rebelión de los oprimidos” y que la iglesia fue cuestionada ya que aparecía como “compartiendo ese orden”. Baldrich le otorgó responsabilidades a la institución que coexistió con la instauración de un sistema de explotación humana y que fue atravesada por la “infiltración liberal y el aburguesamiento”. Dentro del mismo organismo surgieron figuras que advirtieron la “decadencia y caída” de la iglesia y que revirtieron paulatinamente el proceso. Desenvolviendo esta nueva conciencia eclesiástica, León XXIII impulsó la Encíclica “Rerum Novarum” (“de los cambios políticos”, 1891) sobre la situación de los obreros; Pio XI propugnó la “Cuadragesimo Anno” (1931) y Juan XXII la “Mater et Magistra” (“Madre y maestra”, año 1961) sobre el “desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana”. Retomando estas ideas, en varios destinos de Europa surgieron pensadores y movimientos políticos y sociales de orientación cristiana, que criticaban las desigualdades de la economía capitalista y el colonialismo de las Naciones opresoras.
Baldrich describió con detalle los alcances de la Encíclica de Pablo VI, Populorum Progressio (“Progreso de los Pueblos”, 1967). Desde su punto de vista, el Papa condenaba al colonialismo, al imperialismo capitalista, al liberalismo económico, la falta de justicia social, a la tecnocracia y a los abusos contra la dignidad humana que justificaba el “pensamiento en dinero”. La Encíclica continuaba la opinión de Pio XI que se había referido críticamente al “imperialismo internacional del dinero” y al hecho de que un “liberalismo sin freno conduce a la dictadura” (Baldrich 1967: 85-86). El documento Populorum Progressio convocó a los poderes públicos a organizar el marco institucional para el bien común y así concebidos “significan nada menos que la instauración del Estado como sociedad perfecta para que mantenga en salud y en plenitud a la política como arte arquitectónico con el cual se impone en las comunidades el Orden y la Justicia”.
Historia de las luchas nacionales antiimperialistas
“La historia de una nación no es una serie de momentos inconexos y separados. Es una profunda continuidad por más variaciones superficiales que tenga. Es como un río que no se agota en las olas que pasan y cambian”. Alberto Baldrich
En “Imperialismo y liberación nacional” Baldrich mencionó que el advenimiento de los Estados iberoamericanos se produjo en torno de la reciente “hegemonía de Inglaterra y por su sucesor el naciente imperialismo de Estados Unidos”. A partir de ahí es que concluyó que “toda la historia argentina, desde 1810, está jalonada por esa lucha antiimperialista” (Baldrich 1967: 52, 16-17).
Los británicos impusieron su dominio en América a partir del libre mercado iniciado en 1809 con el Puerto Libre de Buenos Aires. Esta política económica se ratificó en la Asamblea y el Triunvirato y ello derivó en diversos perjuicios a las economías provinciales. El gobierno de Pueyrredon apoyó las reformas aperturistas británicas y con ese objetivo clausuró diarios opositores y cerró los saladeros.
El capitalismo extranjero adquirió preponderancia en el país con el apoyo de Bernardino Rivadavia, quién inició un proceso de endeudamiento con el Banco Baring Brothers de Inglaterra y auspició el drenaje del oro al extranjero. Baldrich cuestionó la influencia antinacional de los operadores políticos de la finanza y detalló que en plena guerra con el Imperio del Brasil y con la finalidad de “pagar los intereses se dejaron hambrientos a las tropas vencedoras en Ituzaingo, las que desfilaron casi en harapos por las calles de Buenos Aires” (Baldrich 1967: 19).
Los ingleses tuvieron considerable influencia en la creación del Banco de Descuentos (1822) y en la aprobación del decreto de Enfiteusis que afectó la tierra pública como garantía de los préstamos del gobierno. Con esta norma los grandes terratenientes no costearon los alquileres al Estado y consolidaron sus latifundios, en paralelo a que se impidió el acceso al suelo a los criollos de bajos recursos.
Baldrich describió las crecientes oposiciones políticas que, en este periodo, surgieron al sistema económico liberal. Incluyó en este universo a las “Juntas de Productores” argentinos del año 1815 y a las iniciativas del correntino Ferré tendientes a la protección aduanera y a la instalación de industrias. Interpretó que recién con la Ley de Aduanas del año 1835, y con la refundación del Banco de Buenos Aires por parte de Juan Manuel de Rosas , el país tuvo una política productiva de carácter nacional. En el año 1836 el mandatario sancionó una norma de colonización que democratizó el acceso a la tierra. Baldrich reivindicó la decisión de Rosas de defender la integridad territorial en las guerras contra el mariscal Santa Cruz en 1837, contra Francia en 1838 y contra la flota anglo francesa en 1845. El autor entendió que “la patria le debe a Rosas y al pueblo que entonces lo acompañó, la unidad nacional, la integridad de su territorio y la heroica defensa de su honor y soberanía. Y toda la América Hispana le debe también el más alto ejemplo de la lucha contra el colonialismo” (Baldrich 1980:10). La decisión de San Martín de legarle su sable al mandatario argentino fue una ratificación del sentido nacional y antiimperialista de su gobierno (Baldrich 1967: 22-25).
La línea política nacional involucró a Manuel Dorrego, Leandro Antonio Alem y Adolfo Alsina. Esta tradición política fue continuada por Hipólito Yrigoyen, al cual Baldrich le valoró la decisión de mantener la neutralidad en la Primer Guerra Mundial. Destacó la disposición del mandatario de obtener por parte de los alemanes el “derecho al libre comercio en los mares” e “indemnizaciones”. Yrigoyen frenó la “prepotencia yanqui que pretendía anclar su escuadra en Buenos Aires incondicionalmente”. El Presidente radical dio órdenes al Crucero 9 de Julio de no saludar al “pabellón yanqui” en la ciudad de Santo Domingo, que estaba siendo ocupada por los militares norteamericanos. Baldrich mencionó que en sintonía con la tradición americanista de San Martin y de Bolívar, el gobierno de la UCR de Yrigoyen impulsó la formación de un “Congreso de todos los pueblos hermanos de Iberoamérica para formar un frente común defensor de sus intereses”. El Presidente se opuso a la Liga de las Naciones hasta que se “respetara la igualdad de todos los Estados Soberanos” y se constituyera una corte Internacional de Justicia y un sistema de arbitraje obligatorio (Baldrich 1967: 31-32).
En el libro “Imperialismo y liberación nacional” Baldrich analizó el contexto político del año 1930 y describió algunas de las causas que condujeron a la caída de la UCR. Sostuvo que el Presidente asumió su segundo mandato entrando a la vejez y que su entorno partidario era débil y reiteraba los límites ideológicos propios de la época de incipiente nacionalismo. Además, y cuestión fundamental, a Yrigoyen lo enfrentó un conglomerado opositor sumamente poderoso compuesto por un contradictorio entramado de “la oligarquía unitaria, el liberalismo de intelectuales y de los partidos políticos conservadores, los comunistas, los socialistas y su apéndice los demócratas progresistas, el imperialismo capitalista petrolero y en general la izquierda demagógica e inoperante”. El lobby petrolero fue fundamental para garantizar el golpe de Estado y no es casualidad que fueron detenidos los directores de YPF de Buenos Aires y de Comodoro Rivadavia, los Generales Enrique Mosconi y Alonso Baldrich (Baldrich 1967: 37 y 41).
El autor incluyó en la corriente emancipadora a la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), que habría tenido la capacidad de conectar la tradición “hispano americana de Yrigoyen y de Manuel Ugarte y al federalismo de Rosas” (Baldrich 1967: 39). Baldrich consideró que FORJA tiene un sitio “de honor en la lucha contra el imperialismo”, pese a que le cuestionó su “incomprensión” del movimiento obrero y de la necesidad de la industrialización, y su adhesión a la “demagogia de la reforma universitaria”.
Caracterizó a Juan Domingo Perón y al Justicialismo positivamente y resaltó que durante sus gobiernos se realizaron muchas de las aspiraciones enunciadas por el radicalismo. El proceso político era propio de un “movimiento nacional” que incluyó la “dinámica de clase”, pero que se extendió al “pueblo en general abarcando la totalidad del ser nacional”. El peronismo tenía eje en el sindicalismo cuya “organización biopsíquica y espiritual” se diferenciaba de las corrientes partidarias comunistas (Baldrich 1967: 57 y 67).
La política exterior de la Tercera Posición justicialista iba en línea con la neutralidad de Yrigoyen. El Presidente le devolvió los trofeos al pueblo paraguayo y construyó una política iberoamericana en base a “tratados bilaterales” que nos emancipaban del área del dólar. El mandatario tomó la correcta decisión de no integrar el Fondo Monetario Internacional (Baldrich 1967: 45 y 67).
Perón gobernó respetando la “mayoría popular” y extendió el voto a la mujer y a los territorios nacionales en las “elecciones más libres registradas en la historia del país”. El justicialismo aplicó la incipiente “justicia social” promovida anteriormente por Yrigoyen y les propició a los trabajadores la posibilidad de ascenso de su nivel de vida. La reforma incluyó un régimen completo de previsión social y asistencial, jubilaciones, pensiones, sanatorios, hospitales y policlinicos. Se apoyaron medidas de amparo a la mujer, la niñez y la ancianidad así como también la creación de los ministerios de Salud Pública y de Trabajo (Baldrich 1967: 67-68).
Perón asumió la identidad cultural propia del “hispanismo de Yrigoyen” e impulsó una sustancial obra universitaria que quedó cristalizada en las gestiones de Carlos Lascano en la Facultad de Derecho de la UBA o de Fernando Cruz en la Universidad de Cuyo. La educación superior de la etapa cumplió con las tres funciones primordiales del saber, que eran “el de dominio con la investigación científica, el técnico profesional y el humanismo formativo”. Durante su gobierno se desarrollaron los Congresos de filosofía y de historia y se inauguraron las jornadas de música dirigidas por Parseval, cuestión que le “hizo decir al eminente mejicano Vasconcelos que sólo en París había asistido a un espectáculo de esa categoría” (Baldrich 1967: 46-47).
Durante diez años de gobierno el país construyó una marina mercante, diagramó un inmenso plan de obras públicas (viviendas, cuarteles, escuelas, hospitales, etc.-), creó una aviación militar y civil, una creciente industria y nacionalizó los servicios públicos sin por ello tomar deuda externa.
La situación financiera de la Argentina cambió sustancialmente en relación a los años treinta y el país equilibró los balances de pago y aumentó sus niveles de reserva. Se implementó una política de recuperación de los recursos naturales y financieros aplicando el artículo 40 de la Constitución Nacional del año 1949 (Baldrich 1967: 46-47 y 68).
Perón se enfrentó a los mismos enemigos de Hipólito Yrigoyen, que eran los “imperialismos capitalista y comunista, la oligarquía con sus círculos sociales y financieros, el demoliberalismo de socialistas, conservadores y demócratas progresistas y la izquierda inoperante. Estos comunes enemigos los atacaron, no por sus errores, sino por sus virtudes”. El justicialismo fue brutalmente reprimido en el año 1955 y se lo sometió a una “dura ley de la guerra como si fueran extranjeros, e instaurando la negación del derecho con el total cercenamiento de libertades” (Baldrich 1967: 73).
Más allá de las derrotas parciales de los gobiernos nacionalistas y emancipadores, Baldrich concluyó, en el año 1967, que el levantamiento de los pueblos demostraba que “la liberación es posible” y necesaria. Una vez que el pueblo recupere el poder estatal, el proceso político avanzaría en la “humanización del capital”, que tenía que tornarse “capital humano y no capitalismo, ni mucho menos imperialismo (…) significa la restauración de la función normal del dinero, la distribución justiciera de la riqueza nacional entre los trabajadores y los empresarios y el reconocimiento de todo lo relativo a que el hombre es un fin en sí y no un instrumento; a que el trabajo tiene una dignidad y no es una mercancía; a que el gremio es el indispensable cuerpo social entre la sociedad y el Estado; a que el Estado es la sociedad perfecta a la que no hay que aniquilar, sino dotarla de todas las sub instituciones necesarias para que pueda cumplir sus fines específicos de servir a la comunidad y amparar a su pueblo” (Baldrich 1967: 141-142).
ANEXO
Tareas docentes de Alberto Baldrich
Asignaturas dictadas y tareas de investigación Unidad académica
Sociología Facultad de Filosofía y Letras (UBA)
Facultad de Ciencias Económicas (UBA)
Escuela Superior de Guerra
Facultad de Ciencias Económicas, Comerciales y Políticas de Rosario
Política Educacional Universidad de Buenos Aires
Universidad del Litoral
Política Internacional Escuela Superior de Guerra de la Fuerza Aérea Escuelas del Ejército y de la Armada
Historia Social Argentina
Problemas Sociales Contemporáneos
Universidad Provincial de Mar del Plata
Director del Instituto de Sociología
Facultad de Ciencias Económicas (UBA)
Miembro del Instituto de Sociología Facultad de Filosofía y Letras (UBA)
CRITICAS HISTORIOGRÁFICAS
Existen escasas referencias a la vida, al ideario y a la obra de Alberto Baldrich. Todo indicaría que se instaló un punto de vista inexacto acerca de la ideología y la producción del autor y que esa interpretación falaz se reiteró en el tiempo sin mucho análisis.
Labor docente y de investigación
Pocos historiadores reconocen la trayectoria académica de Baldrich y menos aún la centralidad que tuvo su extensa obra en los años cuarenta y cincuenta. Algunos autores detallan que dictó la asignatura sociología y luego suelen simplificar sus ideas con los epítetos falangista, nacionalista o ultra-católico.
Miguel de Marco mencionó la intervención de Baldrich en el año 1933 en el “Centro de Estudios Internacionales Estanislao Zeballos”, de la Facultad de Ciencias Económicas, Comerciales y Políticas de Rosario. También indicó que fue designado en el año 1936 en una Comisión Honoraria para fundar el Museo Marc de la ciudad de Rosario. Esto demuestra que ya desde muy joven comenzaría una destacada carrera académica, que lo llevaría a la titularidad en varias cátedras y a participar de congresos de sociología nacionales e internacionales.
El autor debe ser considerado uno de los fundadores de la sociología argentina y sus obras amalgaman una masa crítica sumamente importante para la comprensión de nuestras realidades.
¿Falangista y autoritario?
Alain Rouquié caracterizó a Baldrich como el único gobernador civil de los trece interventores militares de la Revolución de 1943. Lo identificó como “falangista” sin demasiadas referencias documentales y meramente citó extractos de una alocución del año 1943 en la que Baldrich reivindicó el rol del Ejército (1982: 31, 47, 369 y 374). Rubén Furman (2014) acompañó la definición de Rouquié de que Baldrich era “falangista”. Elena Piñeiro repitió la misma simplificación falaz de Rouquié, sin más trabajo que copiar la mención literal del escritor francés. La autora además lo caracterizó de “católico extremista” (1997: 263 y 274). En sintonía con Elena Piñeiro, Alejandro Blanco lo llama “integrista católico” (2006: 65). Robert Potash sostiene que Baldrich fue “ultranacionalista” y “durante mucho tiempo simpatizante totalitario” (1986: 352). Con animosidad personal, la escritora Adriana Puiggrós dijo que Baldrich era “falangista” y a diferencia del conjunto de los autores destacó que “no era católico”. No presentó fuentes documentales para aseverar sus opiniones. Detalló que Baldrich llevó a Nimio de Anquin como Director General de escuelas en los años cuarenta. Puiggrós comentó que en su condición de interventor de Tucumán compró los servicios eléctricos y los ferrocarriles y realizó desfiles con la bandera argentina. Según la autora, en el año 1973 ocupó el cargo de Ministro de Educación siendo “viejo y rengo” (1993: 316 y 352).
De manera más imparcial Juan José Hernández Arregui (2004) y Luis Fernando Beraza definieron a Baldrich dentro del conglomerado de intelectuales “nacionalistas” (2005). Arregui mencionó que Baldrich participó de una reunión con Perón realizada el 10 de junio de 1944, luego de inaugurada la Cátedra de Defensa Nacional en la UNLP. En el encuentro estuvieron el mayor Fernando Estrada, Ricardo Labougle (UNLP), Raúl Scalabrini Ortiz, Rene Saúl Orsi, López Francés y otros miembros de FORJA (Hernández Arregui 1974: 69).
Extrañamente y pese a que la historiografía acusa a Baldrich de “falangista” y de “reaccionario”, no se cita ni una sola referencia que el autor haya realizado sobre Primo de Rivera o Benito Mussolini. Ninguno de los trabajos sobre la etapa que hablan de su vida, mencionan reseña alguna de la participación de Baldrich en un Partido político u organización de derecha. Todos los trabajos, sin excepciones, llegan a conclusiones tan tajantes mencionando comentarios genéricos de uno o dos artículos de un autor que tiene varios libros y una extensa trayectoria. Además, suelen referirse meramente a discursos de Baldrich siendo funcionario (1943-44) o publicados en la Revista Militar (1937-38) haciendo caso omiso a la copiosa obra del autor.
Por el contrario y tal cual documentamos, Baldrich reivindicó la democracia de masas sin proscripciones propia de los gobiernos de Yrigoyen y de Perón. Fue sumamente crítico de los golpes militares de los años 1930, 1955 y 1966. Su padre era un militar democrático yrigoyenista y seguramente esta tradición familiar lo influenció en la conformación de su ideario.
Se lo caracterizó como “extremista-integrista” católico y si bien Baldrich se consideró orgullosamente cristiano, lejos se encuentra de haber detentado una posición conservadora dentro del mundo de la Iglesia. Por el contrario y como documentamos, propugnó la renovación política y social de la institución impulsada por los Papas Juan XXII o Pablo VI. Su concepto del orden cristiano era sumamente avanzado en los planos sociales (Estado benefactor), colectivos (impulso al sindicalismo y a las organizaciones de la sociedad civil) y políticos (garantías individuales y defensa de la democracia republicana sin proscripciones).
Baldrich era hispanista y reivindicó la obra histórica del cristianismo y a trascedentes figuras como Ignacio Loyola. Dentro del pensamiento nacionalista no fue el único hispanista, ya que Jauretche y Scalabrini Ortiz de FORJA lo eran. El marxista Juan José Hernández Arregui dedicó varias líneas a reconocer la centralidad del hispanismo como parte fundamental del acervo cultural iberoamericano. Asimismo, Yrigoyen y Perón se consideraron parte de dicha tradición. Lo de Baldrich fue una opción consiente y su posición ideológica es igual de legitima que aquellos pensadores devotos de la cultura francesa o británica, de manera que atribuirle comportamientos políticos reaccionarios por ello es una falacia sin referencia histórica documental.
Su participación en la Revolución del año 1943: ¿reaccionario o progresista?
Fernando Devoto consideró que Alberto Baldrich, Jordán Bruno Genta, Gustavo Martínez Zuviría, Carlos Obligado y Juan Sepich profesaban un “nacionalismo reaccionario, metafísico y literario” (2014). La afirmación del autor se realizó a partir de una referencia a un trabajo de Genta.
Sin hacer juicios de valor, Carlos Piñeiro Iñiguez mencionó que Baldrich se vinculó a Jordán Bruno Genta y a otro grupo de hombres de la política y de la cultura entre los que menciona a Mario Amadeo, Diego Luis Molinari y Adolfo Silenzide Stagni. Estos pensadores y hombres de la cultura habrían influenciado en el Grupo de Oficiales Unidos (GOU) (2010: 418 y 424). Tranchini (2013) remarca este mismo vínculo sin aportar más información documental.
Juan José Sebrelli relaciona a Baldrich y a otros pensadores como Bruno Genta porque dictaban cursos en el Círculo Militar y en la Escuela Superior de Guerra. Allí difundían el “nacionalismo y el catolicismo” (2011). Su argumento se organiza a partir de una referencia realizada por Loris Zanatta quien citó artículos de Baldrich de la Revista Militar. Zanatta consideró a Baldrich “uno de los militantes católicos más abiertamente reaccionarios” y tan tajante diagnóstico lo efectuó por los conversatorios con militares y por su posición públicamente cristiana (2005: 230, 349 y 351).
Buchruker (1987) lo incluye entre los nacionalistas vinculados a los militares de la Revolución de 1943 y menciona dos notas de la Revista Militar. José María Rosa hace hincapié en que recién cuando Edelmiro Farrell desplazó a Ramírez en la Presidencia, designó a Baldrich en el cargo de Ministro de Instrucción siendo un “nacionalista partidario de Perón” (1979: 116). El vinculo del autor con el líder justicialista se ratifica en el punto de vista de Manuel Urriza, quién indicó que Baldrich alcanzó el cargo de Ministro en el año 1973 siendo “amigo personal de Perón” (2004: 62).
Norberto Galasso recuperó una cita de Arturo Jauretche, quien indicó que los discursos de Baldrich en el Ministerio eran “una máquina de fabricar enemigos de la revolución”, por su carácter nacionalista o de orientación filosófica y que irritaban especialmente a “las clases medias” (2005: 217).
Gustavo Rubinstein mencionó que Baldrich, siendo interventor de Tucumán, apoyó la sindicalización de los trabajadores azucareros en la antesala de la fundación de la FOTIA (2003: 321-322).
Guillermo Gasió sostiene que Baldrich presidió el Centro de Estudios Argentinos junto a José María Rosa y entabló vínculos con José Figuerola a quién le prologó su libro El gran movimiento social argentino, editado por editorial La Huella (2012: 52).
La mención de Zanatta y sus repetidores de que Baldrich es “uno de los militantes católicos más abiertamente reaccionarios” carece de veracidad historiográfica. Incluso, suena claramente falaz si se analizan la historia argentina y la relación entre la Iglesia, la política y la militancia católica. Baldrich apoyó la Revolución de 1943 que nació denunciado un sistema político fraudulento y socialmente desigual. Dentro del gobierno militar terminó vinculado a los sectores progresistas como es el caso de Farrell y de Perón. No es casualidad que, por eso, siendo interventor en Tucumán, haya nacionalizado empresas extranjeras, apoyado la sindicalización de los trabajadores y se consolidara como un promotor de la legislación social. Ninguno de los críticos del autor encontró un acto de represión o de violación de garantías individuales protagonizado por Baldrich.
En el año 1973 cumplió labores en el gobierno democrático, al cual apoyó activamente reivindicando los derechos constitucionales de los argentinos y por lo cual fue amenazado por agrupaciones de derecha.
Su opinión positiva acerca del rol cultural de las Fuerzas Armadas en el desarrollo nacional, no puede ser conceptuada en si misma de “reaccionaria políticamente”. Su punto de vista era parte de un imaginario que signó la política argentina y latinoamericana de los siglos XIX y XX. Debería tenerse en cuenta además, que algunos de sus trabajos que se citan como fuente se escribieron en el contexto bélico de la Segunda Guerra Mundial donde figuras con trayectoria militar como Truman, Eisenhower o Churchill ocupaban el centro del debate. El autor le otorgó funciones culturales a los militares y no fue el único en un país donde los militares había sido fundamentales en la política. Ya el Teniente General Pablo Richieri había justificado la necesidad del Servicio Militar Obligatorio en la posibilidad de alfabetizar y de transferir valores nacionales a los inmigrantes. Las Fuerzas Armadas desarrollaron importantes aportes en el terreno de la ciencia aplicada, como fue el caso de Manuel Savio o el Brigadier Juan Ignacio San Martin. Los militares Mitre, Sarmiento y Roca eran considerados pilares del modelo institucional y de la cultura liberal. La reivindicación del nacionalismo económico de Mosconi que efectuó Baldrich, también era propia de marxistas como Jorge Abelardo Ramos e iba en sintonía con el proceso revolucionario peronista.
Baldrich no le asignó a los militares funciones represivas, sino que consideró que tenían que ser garantes de la independencia económica y de la soberanía popular. La crítica del autor a las dictaduras de 1930 o de 1966 lo aleja de una propuesta reaccionaria acerca del rol de las Fuerzas Armadas.
Baldrich no era comunista y consideró que la Unión Soviética era una dictadura que suprimía las libertades individuales y negaba una matriz cultural de larga tradición. En este punto, compartió la perspectiva con los militares, con la iglesia, con gran parte de la UCR (Frondizi declaró ilegal al Partido Comunista), con la mayoría del peronismo, con el Partido Conservador o el Partido Socialista y con la masa popular que no apoyó ese tipo de programas para la Argentina. El autor tampoco auspició la aplicación subordinada al modelo de desarrollo capitalista y liberal propugnada por el imperio norteamericano.
Posiblemente y como postuló Jauretche, el nacionalismo de Baldrich podía ser molesto a los oídos del reformismo de origen radical o socialista. Pero y para ser justos, no tenía nada que ver con la “reacción” y el “falangismo” que le atribuyeron sus críticos.
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Alberto Baldrich, ideario de un nacionalista
Aritz Recalde, febrero de 2018
“Originada la economía en una cosmovisión interesada y utilitaria, enfoca al mundo, a la comunidad política y al prójimo como campo de explotación. La política en cambio, surge de una primaria apetencia de mando, que se subordina a un ideal humano justificado por la justicia, para organizar la sociedad y llevarla al despliegue y desarrollo integral en pleno de lo que, como destino, siente arder en su ser”. Alberto Baldrich
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