Armando Poratti: un amigo de la sabiduría. Por Jorge Bolivar

PUBLICADO EN; WWW.AGENDADEREFLEXION.COM.AR

por Jorge Bolívar

Armando Poratti era un filósofo, es decir, era, según la tradición griega, un amigo de la sabiduría. Fue también un amigo personal y además un amigo de la cultura y del pensamiento justicialista. Es decir, para mí, era tres veces amigo. Lo habíamos incluido en un ciclo de extensión universitaria dedicado justamente a los filósofos justicialista. Fueron doce clases que empezaron con Carlos Astrada y terminaron con Armando Poratti. Di la última clase con Armando vivo. Nos habíamos encontrado para conversar sobre la clase que yo iba a dar sobre él. Como ya acusaba un persistente y molesto dolor en su espalda, conversamos parados, ya que le resultaba casi insoportable hacerlo sentado. Pero, aún así estaba de buen humor. Le hice una broma común entre filósofos: -No tenés un poco de temor que tome como contenido de mi conferencia a tu pensamiento sobre La Comunidad Organizada. Me respondió. -Un poco, tengo miedo que me hagas decir lo que yo en realidad no pienso. -O, algo peor para un pensador -le respondí – que por celos profesionales te ningunee tus mejores reflexiones personales. Diez días después estaba dando el curso, pensando que se iba a poner contento cuando lo leyera. Había hecho un esfuerzo para serle fiel, aún en las cuestiones en la que yo tenía opiniones no siempre coincidentes. El 30 de Octubre Mario Casalla me llamó temprano para transmitirme la noticia de su muerte. Fue un golpe emocional para mí. Mi amigo de la sabiduría se había marchado sin conocer mi respetuoso reconocimiento a su trabajo, hecho que en general suele ser poco común entre intelectuales nacionales. Por eso convine con Alejandro Pandra la posibilidad de transcribir en la Agenda de Reflexión el material de la última clase, donde puede advertirse la honestidad y la profundidad de la lectura que Armando hace de un texto político-filosófico, sólo aparentemente muy conocido. Creo que el mejor homenaje que le podemos hacer a un amigo de la sabiduría es mostrarla y valorarla entre amigos.

Hoy vamos a hacer la última de las clases sobre nuestros filósofos justicialistas, y vamos a pensarlo a Armando Poratti. Sobre todo un texto que para mí es una notable introducción filosófica a la lectura de la Comunidad Organizada. Fue editada en una edición excelente que hizo el IMA y que incluía un disco donde escucha el fragmento que de dicho texto hace Perón en el Congreso de filosofía de Mendoza. Armando Poratti hace una introducción que enriquece mucho la lectura actual de ese texto que tiene ya muchos años y que algunos lo consideran ya obsoleto o fuera de época.

Comenzamos con una mención bibliográfica del autor que hoy tratamos. Armando Poratti fue profesor y doctor de filosofía en la UBA y en la USAL y profesor titular de Historia de la Filosofía Antigua en la Universidad Nacional de Rosario. También ha sido investigador del CONICET y de la Academia Nacional de Ciencias, especializado en temas de filosofía antigua sobre los que ha publicado numerosos artículos y varios libros; Dialogo, comunidad y fundamento. Política y metafísica en el Platón inicial, El pensamiento antiguo y su sombra, junto a Conrado Eggers Lan, Los filósofos presocráticos, Márgenes de la justicia, La filosofía política clásica, Esencialismo, simulacro y obscenidad en el discurso publico en la Argentina 1976-2002 y Variaciones del habla. Ha sido miembro de la Asociación de filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales. Fue organizador y Secretario ejecutivo de los Encuentros Nacionales de Pensamiento Latinoamericano en San Luís en 1988 y en Paraná en 1989.

Me parece enriquecedor para cerrar este ciclo de pensamiento de filósofos justicialistas, trabajar su análisis de La Comunidad Organizada que tiene un titulo interesante: “Texto y gesto”. En este enfoque él va a trabajar como tres grandes cuestiones divididas en capítulos. Voy a seguir capitulo a capitulo su relectura, porque eso los va a ayudar a ustedes a ir acercándose al nudo de la cuestión, que nos permite ver como un pensador se va a acercando al pensamiento central de Perón.

Los tres primeros capítulos, son: el primero “Filosofía, política y proyecto histórico”, y está relacionado con el protagonismo del Congreso de Filosofía de Mendoza. El segundo capitulo es “El pensamiento mestizo en América latina” y el tercero “Filosofía y proyectos en la Argentina”.

Los tres segundos: el cuarto es “La filosofía y el momento de La Comunidad Organizada. El quinto es “La política y la filosofía en la segunda mitad del siglo XX y La resignificación de La Comunidad Organizada y el sexto es; “La filosofía en la comunidad desorganizada”.

Los tres capítulos de la parte final son los más sustanciales. Tienen que ver con “Comunidad y organización en el pensamiento de Perón”, con “Las grandes líneas de La Comunidad Organizada” y con “La tercera posición”.

En el comienzo Armando subraya lo que serían los textos fundamentales o básicos, no sólo de la creación del peronismo, y por tanto del pensamiento justicialista, sino, de aquellos textos que Perón nos recomendaba a nosotros todavía en el exilio. Esos tres libros básicos eran justamente, “La doctrina peronista”, que en realidad es una selección de discursos de Perón. Después están las clases que diera a dirigentes del movimiento conocido como “Conducción política“. Por último está “La Comunidad organizada“.

La Comunidad Organizada“; dice Armando, es el único texto, trabajado, leído, que tiene una estructura de texto filosófico y además de un texto filosófico cerrado. Además subraya una cosa muy cierta: los libros de Perón y los textos de Perón, aún el texto de La Comunidad Organizada, son siempre momentos de una acción. Es un estratega el que piensa y actúa mientras escribe o habla. El “monumental” Congreso de Filosofía- como lo califica Poratti-, pensado nacionalmente, se convierte en mundial y en uno de los más importantes de la historia en la materia. Vienen y participan en él o mandan sus escritos los más grandes pensadores de la época, a los que se suman los argentinos en un alto número. Era un momento muy particular, el momento después de la guerra, donde había un predominio de ideas pesimistas, que habían dejado las tremendas matanzas y el vivir en ciudades bombardeadas y semi-destruidas.

Poratti anota que la presencia de Perón en el Congreso no fue un acto casual. Perón conocía el poder de la filosofía y sobre todo sabía para que hay que usarlo, esto es fundamental. Por eso mismo sabia, no con la cultura filosófica académica, pero si, en un sentido profundo, qué es la filosofía y para que sirve. Ya que no hay duda que sirve; gran parte de las transformaciones del mundo histórico han provenido de ideas filosóficas.

De manera que toda esta existencia de un saber, de una actitud de buscar sabidurías profundas en las crisis del mundo han sido parte nuclear del juego de las filosofías. Hegel tenía una metáfora muy conocida. Cuanto más grande es la oscuridad de la historia son los filósofos los que se sienten obligados a levantar su vuelo en la noche. En la metáfora los filósofos eran como las lechuzas, levantaban el vuelo en la noche como el mítico búho de Minerva.

Cita por ejemplo a Evita en “Historia del peronismo” quien decía que lo que le interesa a los pueblos son los hombres extraordinarios ¿Y quienes eran privilegiadamente los hombres extraordinarios? Los conductores políticos y los filósofos. Hay una relación entre saber y poder. Este saber-poder es hoy el centro de las lecciones de Michel Foucault y de casi todos los pensadores actuales. Aparece también muy tempranamente en el pensamiento del joven Perón, en su carácter de profesor de estrategia militar. Lo que anota Armando Poratti es que Perón sabía que al clausurar el Congreso de Filosofía con un texto filosófico, estaba realizando algo profundamente original; es decir, no hay antecedentes de presidentes que se metan en un Congreso de Filosofía a participar en un pie de igualdad con los filósofos. Esto es para él lo notable.

El gesto que vale tanto como el texto.

Era una forma de mostrar la relación entre el poder latinoamericano y el saber latinoamericano. Perón entreveía con claridad que nuestra región, nuestro continente, era un continente que demandaba su filosofía. Había tenido grandes precursores, pero era necesario profundizar en ese camino.

El segundo capítulo también es importante. Se titula “El pensamiento mestizo”. Acá hay una subrayado. Poratti reconoce que La Comunidad Organizada como texto es ambiguo. Se inscribe además en un continente que tiene cierta ambigüedad filosófico-lógica porque tiene raíces profundas que no han sido expresadas filosóficamente y porque tiene influencias de Europa y de la América del Norte. Por ejemplo, el liberalismo, la ilustración, los socialismos, procuran convertirse en política entre nosotros. Pero esos saberes vienen de pueblos que han tenido un saber de élite que América latina no ha tenido. Y dice una cosa ingeniosa: “El príncipe americano no tiene consejeros americanos”. En Europa había “un cielo de ideas” que venía de Grecia, después de Roma. Después de la modernidad y del Renacimiento. Los príncipes americanos no tienen ese cielo de ideas. Es decir: cuando llegan al juego del saber-poder, del tener que transformar, del tener que construir mundos gobernables, se encuentran que en realidad no tienen Maquiavelos. No hay Maquiavelos que escriban para el príncipe americano, que es un príncipe geopolítica y culturalmente diferente de los florentinos, de los alemanes, de los franceses, de los ingleses.

Estima Poratti que el filósofo gobernante es un desafío que se puede rastrear en América Latina, Nuestra región muestra varios hombres que han tenido esta responsabilidad doble. Hicieron a la vez de realizadores y también crearon teorías prácticas que mostraron su sustento filosófico.

Nos advierte incluso la dificultad del gran filósofo europeo para advertir la presencia y la posibilidad de protagonismo de nuestra región. El sujeto europeo moderno tiene una línea: Descartes, Kant y después Hegel. Hegel es el espíritu absoluto, y no sólo es el espíritu absoluto, pues también valora y se ocupa del espíritu objetivo. El espíritu objetivo es el mundo político. Entonces Hegel intenta, cuando justamente deifica al Estado, es decir, convierte al Estado en un nuevo Dios, hacer un puente notable entre el espíritu objetivo y el espíritu absoluto. Ahora, lo que es evidente es que ese espíritu absoluto, ese espíritu absoluto hegeliano, atendía en Europa y más precisamente las casa matrices estaban en Alemania, en Francia y en Inglaterra. De manera que no era un espíritu absoluto que tuviera demasiado que ver con nosotros.

Por eso mismo cuando esa totalidad espiritual piensa el fin de la historia convertida en ciencia, la ve más que nada en la América anglosajona. Pero a Latinoamérica como “tierra del porvenir la ve como una página en blanco”.

Poratti insiste; en nuestros pueblos los grandes hombres de acción han sido, regularmente hombres de pensamiento. Y esto es justamente por el carácter mestizo de nuestro continente. Es decir, no pudieron ignorar las categorías occidentales, pero a su vez estaban obligados a agregarle otras y a pensar otras, que a veces puede ser calificadas como inferiores porque no tienen toda esa historia atrás ni “ese cielo de ideas”. Mas, en cuanto uno las analiza en profundidad, puede verificar hasta que punto están cargadas de presencia, de identidad, de proyectos, de porvenir. Proyectos que a medida que la crisis de Europa se va consumando uno puede advertir que eso que al principio se veía como inferior puede convertirse en novedoso, en emergente, en superior.

Poratti aclara algo muy sabido por todos nosotros: el pensamiento europeo se realiza en dos frentes, que en la práctica conforman una unidad: uno es la apropiación técnica de la naturaleza y otra es la apropiación del territorio, los recursos, los mercados y la fuerza de trabajo de los pueblos naturales, esto es, no europeos. Es decir, lisa y llanamente el colonialismo y el imperialismo. El espíritu objetivo termina siendo imperialista y colonialista.

Pero hace un subrayado de interés con relación a lo anglosajón en América. La diferencia que hay entre este pensamiento dominante europeo, centralizado, y de considerable magnitud en muchos sentidos, es que cuando incursionó en Asia y en África lo hizo desde el modelo de la factoría y de la colonia, pero en cambio “Europa comprometió su sangre en América y lo hizo según dos modelos; el proceso colonizador en América del Norte se lleva a cabo con exterminio y sustitución de la población. En gran parte de esos territorios la fuerza de trabajo la consiguieron con los esclavos, los negros”. En cambio, en los territorios conquistados por los países ibéricos por el contrario “tuvo lugar una integración étnica, por cierto que bajo el ejercicio mezquino y rapaz del poder” Agrega que aunque muchas veces el encuentro entre el conquistador y la india no fue un abrazo de amor sino más bien una violación, el hijo quedaba, era población, fuerza de trabajo. “Más allá del dato meramente étnico, la noción misma de mestizaje con su carga ambigua de conjunción de diferencias, resultó la categoría cultural, histórica y filosófica fundamental de Iberoamérica.

También es interesante su afirmación que dice que para pensar esta riqueza y esta dificultad latinoamericana no sirve pensarla dialécticamente. América proviene genéticamente de verdaderas diferencias, no es la síntesis de opuestos antagónicos y que no son “sino escisiones de lo mismo”. Por eso el nuestro constituye un espacio de “síntesis no dialéctica”, es una “síntesis originaria”.

Esto va a tener importancia, reténganlo, cuando él analice el contenido de La Comunidad Organizada. Escribe: “la categoría básica del pensamiento de Perón es la Comunidad Organizada, desde aquí puede verse la profundidad americana de sus raíces. La Comunidad Organizada es la búsqueda de un equilibrio, de una armonización de fuerzas entre elementos distintos, que en el plano sociológico son los diferentes sectores sociales. En el combate de clases europeo, los obreros alemanes tienen la misma raíz étnica que los burgueses alemanes. Por eso, para Poratti, las categorías sociológicas liberales o marxistas no dan cuenta de los fenómenos americanos. En Latinoamérica lo que está en juego no son meras clases, sectores o intereses. Lo social está profundamente imbricado en elementos culturales, étnicos e históricos”

Perón piensa la Comunidad Organizada como un suceso de naturaleza diferente. Poratti, profundo conocedor de la filosofía antigua, encuentra en el líder justicialista una influencia de la polis griega originaria. La polis, dice Armando, “es la gestión de esos conflictos desde la conciencia de la unidad política”. La polis griega, en realidad, no fue ningún paraíso; tuvo momentos de plenitud, pero se encuentra llena también de conflictos terribles. Mas lo que Poratti destaca es que el griego fue un pueblo que pensó sus conflictos desde la unidad política, que no es lo mismo que pensar los conflictos desde la separación, desde la oposición y desde el puro antagonismo dialéctico.

De manera que para Armando cuando Perón plantea desde la Comunidad Organizada esta cuestión, sabe que nuestra realidad de vastas y complejas diferencias exige un pensamiento mestizo; un pensamiento mestizo que tiene la necesidad de colocar en el centro de su pensamiento, estratégicamente, a la conciencia de la unidad política.

El capítulo siguiente no es menos interesante: “Filosofía y proyectos en la Argentina”. En el estado de madurez de la Europa hubo una especie de entramado muy profundo entre la gran Universidad y los proyectos nacionales o imperiales de esos Estados nacionales. Vuelve a Hegel, que es un punto de referencia de ese juego, de Universidad y Estado. Me viene a la memoria también un ejemplo notable que fue cuando Heidegger asume el rectorado de la Universidad. Esa decisión para Heidegger fue fatal posteriormente, pero marcaba la lucha de poder que tenía ser rector de esas universidades prestigiosas. Poratti subraya que “en la Universidad de Berlín o en las universidades napoleónicas se piensan los proyectos nacionales o imperiales de los estados.”

Aprovecha allí también para referirse al debilitamiento de este espíritu grande de la filosofía con relación a los proyectos nacionales que se ha ido viendo en Occidente en las últimas décadas.

Él analiza a continuación la situación en Hispano-América. Desde las universidades de la corona española, donde se desarrollaba una enseñanza escolástica con mas accesos de pensamiento moderno, científico y político del que usualmente se cree, como en la mítica Universidad de Charcas que fue en buena medida la Universidad de los emancipadores. Luego la generación de Mayo, la de la Independencia y la de la generación del 37, “producen algunos momentos brillantes de pensamiento”. Le sigue el positivismo del Proyecto del 80. Pero “ni el romanticismo ni el positivismo podían ser filosofías académicas. Es una filosofía viva que irriga la vida pública y genera instituciones e ideologías. Pero todavía no es la Academia.”

Al final de este capítulo, Armando va a exponer la escena que prepara la llegada del pensar justicialista. Tanto él como Mario Casalla han trabajado la idea de la “normalidad filosófica” enseñada por Francisco Romero. ¿Cuál era el objetivo de la “normalidad filosófica?” Era un programa cuyo objetivo se limitaba a ponerse académicamente al nivel de Europa. Como resultado de esta política universitaria, afirma Armando, “la filosofía se establece sólidamente como actividad universitaria a la vez que el filósofo renuncia a su función política”. Aparece así la figura del filósofo profesional, participa de la vida pública en tanto que ciudadano, “pero no en tanto que filósofo”.

Esta filosofía profesional que estudiaba a Descartes como si estuviera en Francia y a Kant como si estuviera en Alemania va a ser subvertida por la irrupción del peronismo y de un saber justicialista que exige del pensador otra conducta. Es el momento de que aparezcan los tres capítulos filosófico-históricos siguientes: “la filosofía y el momento de La Comunidad Organizada, el primero. Aparecen filósofos como Carlos Astrada, Luis Juan Guerrero y Carlos Cossio, entre otros, por ejemplo, que comienzan a hacer escuela sobre un filosofar argentino. En los momentos del Congreso de Filosofía de Mendoza de 1949 “puede entreverse la puesta en marcha de una filosofía académica en diálogo crítico con Europa y capaz de acompañar la emergencia de un Proyecto Nacional como el justicialista”.

En esos años había una intensa disputa entre un pensamiento católico o cristiano personalista, de ligazón teológica, con las nuevas corrientes existencialistas que tenían como centro a Heidegger, y que también se abrían en diversas líneas, unas más ateas como la de Sartre, otras más deístas como las de Gabriel Marcel. Armando afirma que los debates del Congreso fueron “apasionados” y, que, a su juicio, terminaron “con un triunfo de la corriente existencialista”.

Poratti reconoce con honesta actitud crítica que si bien La Comunidad Organizada es el punto obligatorio de cualquier lectura de la obra de Perón, “como texto de filosofía resulta insatisfactorio”. tanto para los legos como para los especialistas. En una entrevista en Madrid, el creador del justicialismo reconoció que el texto contenía demasiadas citas y demasiados debates entre filósofos que oscurecieron sus ideas fundamentales sobre las que venía trabajando, en particular desde 1944. De manera que hay decisiones de Perón que contrariaron las aspiraciones de los más tomistas y escolásticos, al presentar un texto que según la opinión de Poratti se “mueve en los marcos históricos laicos” propios de la época. Además para Armando, a pesar de los críticos que dicen que el texto se configura en la lógica del “discurso prestado”, las ideas fundamentales son claramente de la autoría del creador del justicialismo: La comunidad organizada, la norma ética, la tercera posición, son claramente de su autoría. En el Congreso Perón lee solamente los últimos capítulos del texto. “El capítulo XVII marca la cesura, que permite a su vez detectar cambios en la marcha del texto y en cierta medida en el estilo.”

Hay toda una lectura de Sarmiento y de Alberdi, sobre todo de Alberdi, que en la universidad de los ‘70 fue importante en el movimiento universitario. Esta época retomará el desafío de pensar filosofías que había lanzado Perón y el Congreso de Filosofía de 1949. Se nota un esfuerzo de los filósofos de la liberación nacional, para pensar a los pensadores nacionales y a sus líderes políticos con sus categorías mestizas, porque gran parte del juego de la filosofía es pensar cuestiones nuevas sobre el piso o el fundamento de categorías antiguas. Hay todo un círculo virtuoso allí.

De manera que la tarea de pensar del pensador es un juego de gran importancia, sobre todo si el pensador esta atado o ligado a un proyecto de Nación, es decir, si expresa ese vinculo que une a la filosofía con la política.

Poratti reconoce que “esta Academia en ciernes, que en poco más de un lustro puso bases sólidas para un pensamiento a la vez nacional y estrictamente filosófico y que, como tal, puso a la Argentina en el diálogo internacional, es hecho abortar por el golpe del 55. Sus representantes principales son cesanteados y no volverán nunca a la cátedra. En realidad no volverán nunca de un exilio interior al que son condenados de por vida y aún en forma póstuma a juzgar por el “ninguneo” que siguen padeciendo medio siglo después.”

Armando trata a continuación, “Política y filosofía en la segunda mitad del siglo y la resignificación de La Comunidad Organizada“. Esto también es importante porque lo que él va a subrayar es que ese texto y ese Congreso de Filosofía ocurrieron en un momento histórico donde se verifica un viraje muy grande con relación, tanto a la experiencia del poder, como a la experiencia del filosofar y, mas aún, a la experiencia de la praxis, es decir a la convicción que teoría y práctica deben ir juntos. Después de esa cumbre, de ese punto alto, hay un descenso, no sólo en la Argentina, sino también en el mundo.

Poratti insiste en su consideración general: “Perón en tanto estadista y conductor, tiene algo que bien puede llamarse filosofía; no espontánea, sino largamente meditada, una concepción sobre el hombre, la naturaleza, la historia, el Estado, el poder y las relaciones con la trascendencia, que va a desarrollar -oralmente y por escrito- sobre todo en los años del exilio y del retorno”.

En 1949 Perón estaba fundando la necesidad y la importancia de la práctica de la teoría filosófica y para eso necesitaba ubicarse en el marco teórico adecuado. “La primera eficacia de La Comunidad Organizada reside en su valor de gesto, esto es en la posición de la filosofía como base de una acción de gobierno y de una institucionalización de un proyecto, en forma explícita y publica”. Recordemos que el subtítulo de esta introducción a la lectura de La Comunidad Organizada es justamente: “texto y gesto“.

Para Armando, el viejo Perón advierte que la acción del pensamiento se aleja de la vida de los pueblos. Es un suceso que década a década se lo puede apreciar en toda su dimensión.

Menciona después el pasaje al mundo bipolar que desplaza a Europa del lugar central y comienza otra mirada histórica. La filosofía se salva como actividad especializada, pero cada vez más internacionalizada.

La universidad popular del proyecto del ´45 queda trunca, casi nonata por el golpe del ´55. Esa Universidad que llegó inclusive a tener universidad obrera, se mutila. Todo ese cambio de concepción de la relación, no sólo del filósofo con los problemas políticos de la Nación, sino también de la tarea de la Universidad con relación a la práctica de los trabajadores, se licua.

Armando estima que el discurso de 1949 tiene un efecto a largo plazo también sobre la filosofía propiamente dicha. Es decir, si bien puede ser visto como un texto que no tiene totalmente un carácter de perfección filosófica, sirve a la filosofía latinoamericana; y le sirve porque dentro de la dispersión comprensible de la conciencia de la marginalidad, surge también la posibilidad de un cambio geopolítico mundial y de un porvenir esperanzador para ella.

En el ‘73 vuelve a haber un vuelco dramático. La Universidad queda en manos de las corrientes peronistas de izquierda. Dentro de ellas y con sentidos diversos “el peronismo es el marco obligado de la discusión”. Perón es invocado de ángulos distintos y a veces contradictorios. La filosofía de la liberación y la filosofía latinoamericana se institucionalizan en esos años y provocan una “labor filosófica de avanzada”, que hace que las universidades reorientadas se conviertan en centros para la revitalización de viejos y nuevos proyectos.

Este vuelco dramático replantea la cuestión de la filosofía en los procesos de cambio a la par “de la obsesiva cuestión de la existencia y de la originalidad de un pensamiento latinoamericano”. También plantea la función alienada y alienante de la filosofía imperial y de la filosofía eurocéntrica y también propone tratar el tema de la dependencia.

Si bien Poratti con su profunda honestidad reconoce que esa filosofía de liberación tampoco tuvo el necesario vuelo, y ahí encuentra que fue mayor quizá la influencia paralela de la Teología de la Liberación, igualmente estima que fueron dos sucesos que contribuyeron a retomar la cuestión que estaba en juego.

Después viene un capitulo, que lo voy casi omitir, que se llama “La filosofía en las comunidades desorganizadas”, porque son los momentos terribles de la dictadura en los que todos los participantes de alguna discusión filosófico-política que tuviera que ver con el poder popular corrían realmente riesgos de exilio o de muerte.

Después, analiza brevemente como fueron los ejes teóricos y filosóficos de la reconstrucción de la democracia. A su juicio Alfonsín instala un eje político y teórico ligado a la socialdemocracia europea, pero no obtiene comprensión de su condición de posibilidad, que son las nuevas condiciones globales del capitalismo y “la masividad planetaria de las nuevas formas del poder”..

Y aparece una serie de cuestiones ligadas al tema de la globalización financiera, del ingreso de Internet, y de cómo la actividad filosófica no pudo evadirse de este asfixiante panorama globalizador.

Para Poratti el pensamiento crítico ha sido desactivado por la obscenidad del poder contemporáneo. Se bifurca entre una cierta derecha filosófica que ejerce una visión pesimista del mundo y un progresismo que cae en la moral o alivia su impotencia con bellos gestos y bellas palabras. Armando constata “que no hay un pensamiento a la altura de los fenómenos actuales”. Anota finalmente que “la actualidad periodística ha sobrepasado a la filosofía”, acallando a los claustros universitarios donde en los siglos XVIII-XIX, estuvo la gran matriz de los proyectos de las naciones y también de los imperios.

Los tres capítulos finales contiene lo que para mí es la parte más valiosa de esta lectura de Armando Poratti sobre el texto de Perón, porque aporta una mirada muy valiosa para el capítulo de las vigencias y las herencias del Proyecto de la Justicia Social y del propio justicialismo como filosofía de vida.

Lo que va a tratar Armando Poratti de enseñarnos aquí es todavía cierta vitalidad fundamental que habita en un texto para algunos ya superado porque dicen que ya no hay “tercera posición”. Geopolíticamente existiría actualmente una sola. Él nos va demostrar que todavía hay en este texto fundante cuestiones filosóficas que no han perdido su sentido y su vitalidad práctica.

El capítulo séptimo se llama: “Comunidad y organización en el pensamiento de Perón”. El capítulo IX del texto peroniano une “en un arco” la guerra hobbesiana de todos contra todos y la noción marxista de la lucha de clases, y Poratti cita al líder justicialista cuando dice: “no existe probabilidad de virtud, ni siquiera asomo de dignidad individual donde se proclama el estado de necesidad de esa lucha que es por esencia abierta disociación de los elementos naturales de la comunidad”. Acá estamos viendo a un Perón que tiene la idea que las confrontaciones o las luchas por el poder, si son de una magnitud extraordinaria, disocian la comunidad. Es como si hubiera un fondo, un manantial comunitario en los pueblos, que la disociación deteriora o destruye.

Yo escribí en mi libro Estrategias y juegos de dominación una frase que tiene que ver para mí con este juego: “El símbolo organizativo de la comunidad es la fraternidad y el símbolo organizativo de la sociedad es el poder”. De manera que hay una cuestión entre fraternidad y poder, y entre comunidad y sociedad que está viva en la reflexión del texto de Perón.

Poratti reflexiona así la cuestión. Dice: “comunidad es una palabra donde aparece privilegiado lo común, lo que tenemos en común, lo que compartimos. Sociedad en cambio, viene de socio, que en la antigüedad eran los aliados militares y modernamente son los aliados comerciales, gente que está separada y que se junta sólo a fines de atacar o defenderse o bien a fin de obtener lucros”. Hace notar que en la sociología alemana de fines del siglo XIX e inicios del XX, dos pensadores, Ferdinand Tönnies y Max Weber le dieron a estas palabras un sentido técnico muy preciso; “La comunidad es orgánica, tradicional, natural, espontánea, se corresponde en líneas generales con el mundo precapitalista. La sociedad en cambio, es artificial, mecánica, reflexiva, calculadora, es paradigmáticamente la sociedad capitalista con su racionalidad propia”.

Aquí encontramos un hallazgo importante de Armando al abordar el tema. Estima que cuando Perón habla de “comunidad organizada” no es porque quiera volver al pasado. No es un pensamiento reaccionario. Quiere proyectarse al futuro pensando en la dignidad de los pueblos. Si para la sociología europea en general, comunidad y sociedad resultan términos opuestos y excluyentes, esto no es así para Perón. Para él sociedad y comunidad no son conceptos excluyentes sino que más bien son organizaciones complementarias. La época y América los hace complementarios. No se puede volver atrás, no se puede hacer una comunidad pura, pero tampoco se puede aceptar una sociedad que disocie los elementos naturales de la comunidad, que destruya la fraternidad entre los hombres.

De manera que la tarea de organización de Perón, del pensamiento estratégico de fondo de Perón, que es organizar este juego doble entre comunidad y sociedad, es armonizarlos; armonizar a la comunidad con la sociedad y a la sociedad con la comunidad. Es un pensamiento realmente superior y novedoso. También es valiosa para mí la lectura que hace Armando de esta cuestión, porque en realidad rara vez ha sido un tema pensado con esta profundidad, como él la enseña.

También estima que la organización y la unidad social no pueden ser el resultado de acuerdos presentes, ni la actualización de un ser nacional originario que siempre estaría desgarrado sino que sólo puede ser el resultado de un proyecto, es decir, para él, para que tenga vida esta unión posible entre sociedad y comunidad es necesario un proyecto nacional. Nuevamente reaparece uno de los temas obligados del pensar justicialista, pero en otra encarnadura orgánica.

Él menciona además un texto del ´51, donde Perón dice; “La comunidad organizada es un juego donde está un gobierno, un Estado y un pueblo, (unidos en lo básico en una tarea común). Orgánicamente cada uno debe cumplir una misión vinculante. Hay que establecerla y organizarla para cumplirla. La finalidad la marca la doctrina, encarnada en el alma colectiva de la comunidad. Las formas de ejecución corresponden a la teoría, ambas son expresadas respectivamente en la constitución de 1949? Y Perón agrega; “A la organización del gobierno y del Estado ha de seguir la del pueblo”. El justicialismo concibe así la “comunidad organizada” como una especie de sistema de poder, pero que contiene socialmente y que al hacerlo no destruye el elemento fundamental de la fraternidad. Evita así la disociación. Agrega: “Concibe al gobierno como el órgano de la concepción y planificación, y por eso es centralizado, al estado como organismo de la ejecución, y por eso es descentralizado, y al pueblo como un elemento de acción, y para ello también debe estar organizado”.

Existe un discurso de Perón bastante conocido al que se lo suele llamar como el de “las organizaciones libres del pueblo”, donde afirma: “El pueblo para tener libertad debe también organizarse” y organizarse afuera del estado. Subraya bien Armando aquí la diferencia organizativa esencial entre el peronismo y el fascismo. El fascismo cree en el estado totalitario. Nada afuera del Estado, dice Mussolini. El peronismo, al contrario, critica al Estado totalitario, al Estado “fáustico”. Por eso favorece la creación de sindicatos con poder propio. Tienen que ser organizaciones de los trabajadores, no del Estado, para que puedan participar del sistema de poder de la “comunidad organizada” armónicamente.

Acá continua un párrafo que también es importante subrayar. “Organizado” no es un concepto aislado en Perón. Forma parte de una estructura cultural con el correspondiente nexo con el de “conducción política”. Él siempre decía; “tenemos que organizarnos”; pero cuando Perón decía organizarnos no lo decía tanto desde el punto de vista material, sino, lo decía desde el punto de vista mental, cultural; porque si el pueblo se pone inorgánico, es decir, no comunitario; es decir, si se disocia, es muy difícil gobernarlo.

Perón repetía: no se puede gobernar lo inorgánico. Entonces, la conducción política es organización de lo organizable. De manera que hay una tarea político-cultural donde el pueblo libre tiene una importancia enorme.

Cuando más organizado culturalmente está un pueblo, más fácil es para el conductor político realizar un proyecto nacional junto con él.

El capítulo que sigue también es muy importante, se llama “Las grandes líneas de la comunidad organizada” y acá también hay subrayados hechos por Armando Poratti de notorio interés.

Perón señala en primer lugar “la degradación de la filosofía” como auxiliar de la vida comunitaria. Proceso que desde la mitad del siglo pasado no ha dejado de acrecentarse. También subraya como una deriva histórica negativa que “el progreso técnico no haya sido acompañado de un correspondiente progreso moral”.

Más adelante aparece una cuestión central en el pensamiento de Perón, que es el referido a la cuestión de la “norma” que es un tema que nunca ha resultado fácil de abordar, incluso para sus seguidores. Para Poratti se presenta con “un aire de verdad metafísica”. De las grandes verdades puede deducirse una “norma”, “una pauta última que es la clave de la articulación de un cuerpo social, de la organización de la comunidad, justamente, y que permite un criterio para regular y orientar la vida social y la operatividad política del conductor”. Creo que Armando logra una interesante comprensión para el tema que a veces es difícil de captar. Uno puede decir: donde hay norma común que regule la vida de un pueblo hay normalidad. Esto es muy claro. Norma y normalidad son términos que permiten pensar una situación social armónica. Pero es importante entender que para construir una norma, que como dice Perón no es una ley y tiene un fuerte contenido ético comunitario, la misma es imposible realizarla políticamente en forma exclusiva “desde arriba. De allí el valor que le otorga a la creatividad inmanente del pueblo y a sus organizaciones libres, al papel del pueblo no en tanto masa, sino en tanto constructor de culturas fraternas y vinculantes.

Perón pensaba que a pesar de la situación mundial tan compleja que ofrecía el fin de la guerra, había un hombre más libre y con una conciencia más capaz y esto permitía buscar nuevos equilibrios y también, digamos, nuevas políticas prácticas.

Armando señala una cuestión vital de este proceso de conformación de una normalidad. Dice para Perón, antes que la redistribución de la riqueza propiamente dicha era necesaria una “redistribución de la dignidad”. Esto me hizo acordar cuando mi padre hablaba de lo que fue el Estatuto del peón de campo. El Estatuto vino antes que los aumentos de salarios y antes que las vacaciones pagas. Era necesario que el peón de campo dejara de ser considerado como una especie de esclavo o de siervo feudal de los estancieros y tuviera un pleno respaldo en su actividad desde el punto de vista del reconocimiento de su importancia dentro de esa revalorización general del trabajo hecha por el justicialismo. La idea de “redistribuir dignidad”, piensa Armando, es la antípoda del asistencialismo, que es lo que tratan de hacer tanto Perón, como Evita. Se suele tomar al peronismo como si hubiera sido un puro asistencialismo eficaz. Como enseña Poratti debería vérselo básicamente como una redistribución de la dignidad del trabajador. Hay un texto de Nimio de Anquín que fue uno de los mayores filósofos justicialista que afirma: “La autoconciencia del hombre argentino basada en la sacralidad del trabajo es la obra mayor de Perón y de Evita”.

En el espíritu filosófico de la “tercera posición”, no se condena al comunismo en nombre del capitalismo, tampoco se condena al capitalismo en nombre del comunismo, sino que se condena a ambos como manifestaciones de una concepción de la vida basada en la confrontación, en el odio, en la disociación de lo comunitario. Son concepciones que han perdido toda comunicación con la fraternidad.

Toma él una frase de Perón que dice; “La libertad, la que ha atendido el proceso histórico moderno, no se sostiene sin la base ética que culmina en la política, el camino de esta realización ética es la corrección del egoísmo”. Una ética que pueda ocupar un lugar junto a la política tiene que ser una ética de extraordinaria importancia cultural y social. Tiene que ser básicamente una “norma ética” que esté mucho más allá de las cambiantes decisiones jurídicas.

Y Armando subraya con mucha lucidez que finalmente lo que Perón termina haciendo carne en el pueblo es una “norma ética” poderosa: la “justicia social”. Previo al paso del justicialismo por el gobierno. A muy pocos le parecía injusto que no hubiera justicia social. Después de 1955 ya no fue así y la norma ética argentina se convirtió en un valor y en un criterio popular para juzgar la acción de los sucesivos gobierno. Antes de la llegada del peronismo, la gente pobre, creía que la pobreza era obra del cielo. Después que pasó la gobernabilidad peronista todos se dieron cuenta que en medida muy significativa, la pobreza era obra de los malos gobiernos. Es decir, la idea de justicia social no existía en la Argentina como norma ética. Se adquiere justamente a partir de este juego filosófico y metafísico que une a la comunidad/sociedad con su organización.

Abordamos finalmente el último capítulo del ensayo de Armando Poratti, lleva el título clásico que identifica muchas veces al justicialismo que es la “tercera posición” y que sirve de conclusión a esta introducción filosófica a la lectura de La Comunidad Organizada, y aparece entonces la “tercera posición” que, estima Armando, es generalmente trivializada por consignas de momento. La gente decía: ni yanquis ni marxistas, peronistas; era una cosa ni, ni.

Nadie se atrevía a considerarla como una alternativa superadora, de las ideologías y formas de vida de uno y otro bloque. Pero, en realidad, no era un oportunismo histórico, sino que era una opción con un trasfondo filosófico preciso. Y aquí también se revela, digamos, como Perón trabajó estos temas ya desde al año 1944 públicamente. En la Doctrina Peronista, varias veces Perón insiste en que tanto el individualismo extremo, como el colectivismo extremo son formas que dificultan la vida comunitaria de los pueblos, la disocian.

La idea de “tercera posición” para Armando, era una línea ligada a la idea de la evolución, que el último Perón va a desarrollar en una filosofía de la historia que ya aquí está anunciada. Cita al Perón que dice: “Lo que nuestra filosofía intenta establecer al emplear el término armonía, es cabalmente el sentido de plenitud de existencia. Al principio hegeliano de organización del yo en el nosotros, apuntamos la necesidad de que ese “nosotros” se realice y perfeccione en el yo”.

Este es un tema vital para comprender al justicialismo. Perón estima que el individuo, para acceder a la plenitud de esta organización comunitaria y a su vez también societaria, que no elude las cuestiones materiales ni los conflictos por ellas provocadas, alcanza su punto más alto cuando aprende a engendrar y a crear en lo colectivo. Pone la elección de su ser libre en engendrar en lo colectivo. De manera que el perfeccionamiento del individuo se opera en una tarea comunitaria. Esto lo saben bien algunos artistas populares, también algunos dirigentes sociales y algunos sacerdotes. Hay gente que entiende que su tarea es social y la vive con alegría; es decir, la vive como una experiencia realizadora, no la vive como una experiencia empobrecedora.

De manera que ese engendrar en lo colectivo, esa perfección del yo en el nosotros, es un alma también del justicialismo como la norma ética. Creo que esta bien subrayar estas cuestiones para la comprensión más acabada de una cultura justicialista.

El tercerismo de Perón expresa una posición geopolítica de los años 50, pero, como sabemos los justicialistas, expresa también una posición filosófica. Ha sido muy popular en el campo internacional. Los argentinos no terminamos de saber cuán valorada fue por los pueblos de la negritud y por los países del Tercer Mundo en general esa visión estratégica de Perón que enseñaba, a través de la tercera posición, a no alinearse con ninguno de los dos grandes imperios. Los norteamericanos y los soviéticos con ambiciones de ampliar sus espacios de poder. El capitalismo donde gobiernan de hecho los más ricos y el comunismo donde sólo tienen autoridad los burócratas de la Nomenklatura. Perón les advierte que procuren salir del conflicto entre los dos nuevos imperios nacidos al término de la Segunda Guerra Mundial.

Esa guerra fría, sólo va a ser fría en los territorios de EE.UU. y Rusia, pero va a ser caliente en los pueblos del Tercer Mundo si la adoptaban como propia. Perón enseña el no-alineamiento, y lo enseña quizá prematuramente, porque estaba muy solo en ese momento posbélico. Pero el no-alineamiento fue una gran bandera mundial. Cuando se constituye en Belgrado el Movimiento de Países No Alineados a comienzos de la década del 60, con el Pandit Nehru, con Sukarno, con Mao, con Tito, llegan en multitud los países descolonizados a las Naciones Unidas. Si nosotros no vivenciamos integralmente esa experiencia tranformadora mundial era porque unos años antes Perón había sido derrocado por una dictadura militar y en el país se ocultaba o reprimía a la cultura justicialista que iluminó con su geopolítica ese gran proceso histórico.

Fíjense ustedes una cosa que también es interesante, ayer murió Eric Hobsbawm, sin duda un historiador extraordinario. Ahora, yo he leído la historia de Hobsbawm del siglo XX; en esa historia no figura como hecho trascendente y anticolonialista mundial la creación del Movimiento de los Países No Alineados, en Belgrado. Ese suceso que fue fundamental y que terminó dando vuelta a las naciones unidas con 77 naciones nuevas, que ya no eran coloniales, para el historiador marxista inglés no fue tan importante. Esta también es la diferencia a veces de saber en qué mundo uno vive, en qué lugar, en qué geopolítica, o a qué geocultura, diría Kusch, uno expresa existencialmente.

Vayamos ahora al núcleo del último capítulo. Se encuentra en esta frase de Perón, quizá la más conocida de todo el texto de La Comunidad Organizada.

“Nosotros somos colectivistas, pero la base de ese colectivismo es de signo individualista y su raíz es una suprema fe en el tesoro que cada hombre por el sólo hecho de existir representa”.

Aquí con gran precisión filosófica Poratti nos indica que, en general, se ha pensado esto como si fuera una síntesis dialéctica. Bueno, son un poco colectivistas, es decir socialistas, pero son también un poco individualistas, es decir, liberales. Mal cabe aquí, afirma Armando, aplicar una síntesis dialéctica. Para él, Perón piensa más bien, en el “termino medio aristotélico” basado en la inteligencia de salir de los dos extremos, pero no concediéndoles valor dialéctico. Queda muy claro lo que marca Poratti. No es una síntesis dialéctica, porque en realidad los dos extremos son equivocados; no son buenos. Si uno sintetiza dos cosas malas no saca una buena. Un término medio aristotélico es otra idea.

La otra cosa que queda por tratar y que Armando también la va a subrayar, es la cuestión de la democracia. En ese momento de pesimismo posbélico Perón salía de “el hombre es una pasión inútil” de Sartre y veía a la democracia como un punto de esperanza y de realización colectiva para el ser humano. Leemos en La Comunidad Organizada: “El problema del pensamiento democrático del futuro está en resolverlos a dar cabida en su paisaje también a la comunidad, sin distraer la atención de los valores supremos del individuo; acentuando sobre sus esencias espirituales, con las esperanzas puestas en el bien común.”

Y más adelante: “lo trascendental del pensamiento democrático, tal como nosotros lo entendemos, está todavía en pie, como una enorme posibilidad en orden al perfeccionamiento de la vida.”

Esto es significativo porque Perón no tenía la idea de que la democracia liberal era el fin de la historia. Era un tránsito. Había que seguir perfeccionándola sin cesar; y jugar a ese perfeccionamiento era para él una tarea que le daba al hombre un sentido histórico trascendente, en una época donde predominaba el sentimiento de que el ser humano no tenía sentido. Esa revalorización de la democracia, pero no como un punto final, sino como una etapa que está en proceso de permanente transformación, permitía pensar que desde el lejano prólogo griego de la democracia directa, estamos en una afirmación de una democracia, representativa, indirecta, pero que debe ser permanentemente perfeccionada.

Armando va a terminar su estudio con una elección interesante. Él selecciona los dos párrafos que más le han gustado de todo este texto. Son los siguientes:

“Nuestra comunidad, a la que debemos aspirar, es aquella donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto, en que exista una alegría de ser, fundada en la persuasión de la dignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no sólo su presencia muda y temerosa.”

Y este otro párrafo; “La justicia no es un término insinuador de violencia, sino una persuasión general; y existe entonces un régimen de alegría, porque donde lo democrático puede robustecerse en la comprensión universal de la libertad y el bien general, es donde, con precisión, puede el individuo realizarse a sí mismo, hallar de un modo pleno su euforia espiritual y la justificación de su existencia.”

Armando Poratti termina escribiendo: “lo que queremos subrayar aquí es la aparición de la palabra alegría, dos veces en una sola pagina; “alegría de ser”, “régimen de alegría”.

Él dice; por sobre el rostro ceñido y cada vez más siniestro de la historia de las políticas imperiales contemporáneas, esta convocatoria a la alegría que está en el texto de La Comunidad Organizada, nos retrotrae a una sabiduría de Jauretche, sabio él también, que tiene que ver con la época en que vivimos. Decía Jauretche: “El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Hay que combatir por el país alegremente porque nada grande se puede hacer con la tristeza.”

Creo que esta introducción filosófica a La Comunidad Organizada con la que terminamos nuestro ciclo de pensadores y filósofos justicialistas, es un texto muy rico que permite advertir todavía cuanta fuerza y cuanta sabiduría política hay todavía en estas páginas que tiene más de sesenta años de existencia. Poratti nos invita a valorar el gesto de Perón, el gesto de asumir una filosofía liberadora que esté ligada a un Proyecto Nacional y también ahora Sudamericano. Creo que este es un buen término para nuestro curso de filósofos justicialistas.

Jorge Bolívar

Be the first to comment

Leave a Reply