Creo que actualmente hay dos Argentinas: una en defunción,
cuyo cadáver usufructúan los cuervos de toda índole que lo rodean,
cuervos nacionales e internacionales; y una Argentina como en
Navidad y crecimiento, que lucha por su destino, y que padecemos orgullosamente
los que la amamos como a una hija.
Sobre Marechal, el poeta depuesto, podrá debatirse interminablemente; pero aún hoy, ningún elogio o referencia virtuosa y bien intencionada sobre él, alcanzará para poner justicia allí donde no la hubo ya que —por derecho y dignidad—le cabe indudablemente el título de primer magistrado intelectual del ser nacional. Su genialidad continúa lamentablemente cegando el destino que carga junto a otros y otras de su talla. No obstante, el misterio y la incomprensión respecto de su obra, nos invitan a revisitarlos con reflexiva pulsión.
Nació en Buenos Aires el 11 de junio de 1900. Hijo de la argentina Lorenza Beloqui y el uruguayo Alberto Marechal. Su mente incontenible e inconducible lo llevó escribir a los 12 años. Ya trabajando —con 13 años y en una fábrica de cortinas—impulsó a sus compañeros a movilizarse por mejores salarios y condiciones adecuadas de trabajo. Las consecuencias fueron inmediatas, fue despedido por incitar la revuelta. Era esa la matriz nutricia de un hombrecito que manifestaba tempranamente sus sensibilidades y preocupaciones que lo acompañarían hasta el último día de su vida.
Cursó en la Escuela Normal Mariano Acosta y trabajó durante veinte años en una escuela ubicada en la calle Trelles, entre los barrios de Caballito y Villa Crespo, este último le entregó el conocimiento de personajes míticos y paisajes surreales que lo llevaron en un abrazo eterno al baile del tango.
Marechal había nacido en el novecientos. Integrante de una extraordinaria pléyade que Juan W. Wally ha denominado como «generación décima». Participó junto a Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo y Raúl Scalabrini en el staff de la revista Martín Fierro. María Teresa Gramuglio —en un excelente artículo— sostuvo con certeza que, mientras asimilaba las innovaciones de las vanguardias, Marechal observaba con atención el mundo de la literatura criollista. Como otros de su progenie, en su juventud intercaló el vanguardismo con el ultraísmo más luego; tal como afirma Romano: «… cambió su poética y volvió a los modelos métricos, introduciendo motivos clásicos, en Odas para el hombre y la mujer, de 1929». Su pasión metafísica impulsó—sin duda alguna a instancias de Macedonio Fernández— su obra poética que fue transmutando como, tal vez, su vocación secundaria hacia la novela.
En su primer viaje a Europa (1926), alternó con Basaldúa, Pablo Picasso y Antonio Berni, destacados intelectuales y pintores del momento. De nuevo en París —triunfar en la ciudad de las luces, quintaesencia de la bohemia iniciada en el siglo XIX era, sin duda, triunfar en el mundo—; se estableció en Montparnasse y frecuentó a Raquel Forner, Alfredo Bigatti, Juan del Prete, Horacio Butler, a Víctor Pissarro y al escultor José Fioravanti (y que tiempo después esculpiría el busto del escritor en bronce). Ese año en la capital gala, comienza la que sería su novela fundacional: Adán Buenosayres, y que —por su cuidado, revisión y preciosismo—no vería la luz editorial hasta entrado el año 1948.
El itinerario de Marechal, nítido, puede ser entendido en el contexto de la particular experiencia argentina como el gran laboratorio de almas.Será su urbanidad plena, entremezclada con sus imborrables jornadas en la localidad de Maipú, residencia de su madrina, donde los chicos —dando cuenta de su procedencia— lo denominaban cariñosamente «Buenos Aires». Luego —entremezclándolos bailables de Villa Crespo a mediados de la década del veinte—entre el leguaje procaz,deglutidoentre códigos de rufianes y héroes mitológicos;y el refinado del Club San Bernardo —junto a Vicente Huidobro, Antonio Vallejo, Jacobo Fijman y Francisco Luis Bernárdez— alternó su asistencia a las conferencias de Macedonio Fernández.
Mientras algunos de sus antiguos compañeros de ruta viraban hacia el cosmopolitismo, el universalismo y el escepticismo, Marechal, paulatinamente, fue acercándose al nativismo, hacia lo religioso, lo místico y hacia la idea de un Creador y su Hijo que, hecho carne, inundó su vida y su obra. Su participación activa en los cursos de cultura católica organizados por la Acción Católica Argentina y sus colaboraciones para dos publicaciones afines:Ortodoxia y Sol y Luna, fueron fortaleciendo su adhesión a la doctrina cristiana. Además, como pocos, Marechal comprendió que la emergencia del peronismo aportaría una nueva vitalidad a nuestro pueblo y a la incorporación de algunos de aquellos valores propugnados por el cristianismo más comprometida con lo terreno. Consecuente con ello, acompañó todo el período participando en varios cargos vinculados a lo cultural —demostrando una particular laboriosidad— como señalaba Ben Molar en una antigua entrevista televisiva.
Poeta, novelista y autor teatral, pero por sobre todas las cosas: «poeta para siempre», formó parte, aunque negado por Borges,del mítico grupo Florida —al igual que otros notables escritores y pintores de su tiempo comoOliverio Girondo, Macedonio Fernández,Güiraldes, Borges, Xul Solar y Figari—cuya renovación en la literatura y la plástica fue, para el Río de la Plata, incuestionable y definitiva.
En cuanto a su obra poética aparece en 1929 Odas para el hombre y la mujer (Primer Premio Municipal de Poesía). Luego de Laberinto de amor (1936) y Cinco poemas australes (1937), obtuvo el primer Premio Nacional de Poesía con El Centauro (1940) y Sonetos a Sophia (1948).Galardonado con el Primer Premio Nacional de Teatro, se estrena en 1951 Antígona Vélez inaugurando la temporada del Teatro Nacional Cervantes. Su estreno fue accidentado: días antes, la actriz Fanny Navarro, extravió el único original existente. Enterada de la postergación, la señora Eva Duarte le solicitó a Marechal un nuevo original, apelando a su condición «de gran poeta y gran peronista». Marechal lo dijo con sus propias palabras:
Ganado por su encantamiento, me puse en la obra que me llevó todo ese día y su noche consiguiente. En la tarde siguiente leí la obra en el escenario del Cervantes, ante los actores y Enrique Santos Discépolo que haría la puesta en escena.
La obra se presentó finalmente el 25 de mayo de 1951, en condiciones precarias de tiempo, escenografía y ensayos, pero con gran éxito de público y de la crítica.A esta obra —consagrada en el acervo literario y aún evocada por la crítica actual— le seguirían Las tres caras de Venus (1952), La batalla de José Luna (1967) y Don Juan, publicación póstuma editada en 1983.
Su compromiso político lo condujo por un itinerario que atravesó primero el socialismo y luego el yrigoyenismo. Fermín Chávez sostiene que en 1927 fue vicepresidente del Comité Yrigoyenista de Intelectuales Jóvenes que presidió en ese entonces Jorge Luis Borges. Después del 17 de octubre de 1945, integró junto a Castiñeira de Dios, Arturo Cancela e Hipólito J. Paz, un comité pro candidatura del coronel Perón. En 1951 fue designado director del Departamento de Institutos de Enseñanza Superior y Artística.
Desde luego, la caída del peronismo lo llevó al silencio de su voz literaria, a la soledad y, finalmente, al olvido. Las dictaduras de Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu, lo proscribieron, pero persistió en su militancia acompañando —a su modo—a la resistencia peronista.
En 1956, Marechal realizó aportes a una proclama Al pueblo de la patria. Toda su obra —después de 1955— fue proscrita por la dictadura y desterrada de las librerías y de la literatura rioplatense. ?Perseguido con saña por la Revolución Libertadora, debido a sus continuas denuncias públicas y su definición política inclaudicable, no tiene más opción que exiliarse brevemente en Santiago de Chile.
Promediando la década del sesenta vuelve a publicar: en 1965 editó la novela El banquete de Severo Arcángelo y el ensayo La autopsia de Creso. En 1966 publicó Heptamerón y Cuadernos de navegación.
Las contribuciones más notables al género narrativo son aportadas por dos de sus novelas. La primera, El banquete de Severo Arcángelo de 1965. De ella dirá María Rosa Lojo: «un fascinante enigma alquímico-policial». Un verdadero viaje iniciático hacia lo trascendente, con claras alegorías sobrenaturales y que ha dado a las más diversas interpretaciones. Algunos refieren que su mordacidad recuerda, en muchas situaciones, a las tribulaciones de Don Quijote.
La segunda, sin duda,Megafón, o la guerra, publicada de manera póstuma en 1970 será, definitivamente, la obra en la que se exprese su maduro compromiso político. Sin eufemismos —pero sin perder el tono irónico que predomina en la obra—Megafón es una novela política que se desarrolla en los años posteriores a la caída de Perón,los fusilamientos de José León Suárez, la resistencia peronista y las sucesivas persecuciones que le siguieron.
Leopoldo Marechal deja como una estela un sinnúmero de obras sin editar: Alijerandro,El arquitecto del honor,El Mesías,Gregoria Funes, Tu vida en la balanza, Polifemo, Un destino para Salomé,El superhombre, La parca, Mayo el seducido, Muerte y epitafio de Belona, Don Alas o la virtud, entre otras.
En enero de 1970 viaja a Punta del Este y el 26 de junio de ese año —mientras trabajaba en una cuarta novela, El empresario del caos—muere víctima de un síncope en el mismo departamento de la calle Rivadavia, donde años antes falleciera su esposa María Zoraida.
No llega a tener en sus manos la más valiente y comprometida de todas sus obras editadas, Megafón, o la guerra —su tercera novela—sale de imprenta un mes después del fallecimiento del autor.
Es marcado el espíritu que guía a Marechal en cuanto a las aspiraciones colectivas de soberanía política y de soberanía económica y,además, la caracterización de una mayoría asimiladora, cuyo espíritu guarda la segunda capa de la piel de la serpiente y la minaría creadora. En su ponencia de 1949,La poesía lírica, lo autóctono y lo foráneo —texto leído en el primer ciclo de conferencias organizado por la Subsecretaría de Cultura de la Nación— dirá el poeta: «Yo diría que el arte se logra íntegramente cuando, al mismo tiempo, y sin incurrir por ello en contradicción alguna, se ahonda en lo autóctono y trasciende a la universal».
La idea del «arte situado» es expresada por Marechal con estas palabras:
“No hay duda que el sentimiento de muerte cantado por un poeta griego, un poeta inglés, un poeta hindú,y un poeta argentino se diversifica en matices ineluctables, matices que provienen de lo autóctono, de paisajes caras liturgias y ánimos diferentes, pero tal sentimiento se identifica en los cuatro poetas, mediante aquellos efectos que la presencia o la meditación de la muerte suscita en todos los hombres, vale decir mediante aquello que la muerte tiene de universal 2
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