La conmemoración del treinta aniversario de la guerra de Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur nos plantea una disyuntiva de hierro: o nos sumamos a la clarísima actitud del pueblo argentino y de los pueblos de la Patria Grande de asumirla como una causa anticolonialista, o nos rendimos a los dispositivos desmalvinizadores aún fuertemente arraigados en vastos sectores de las élites culturales vernáculas.
El debate historiográfico e ideológico sobre la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico “Manuel Dorrego”, fue ocasión también de polémica sobre si concebir a la causa de recuperación de Malvinas y demás islas del Atlántico Sur limitada a la ocurrencia de la guerra, y ésta al exclusivo ardid de la última dictadura cívico militar que padecimos los argentinos (y también la mayoría de los países latinoamericanos, valga recordarlo), o bien al desplazamiento de la confrontación Este/Oeste hacia el eje Norte/Sur.
Creemos que la interpretación unívoca de los que adhieren de derecha a izquierda a la desmalvinización, se encuentra atrapada –virtud que hay que imputarle a la habilidosa maniobra de guerra psicológica imperial-, en los bordes epistemológicos de la doctrina imperante hasta 1982, esto es, la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN).
Como saben bien los especialistas, y también los que aplicamos las categorías de análisis del realismo político desarrollado por Juan D. Perón y la Izquierda Nacional, a la DSN le sucedió en simultáneo, el “Programa Democracia” del Departamento de Estado de los EE.UU., consistente en reemplazar los gobiernos dictatoriales latinoamericanos por democracias “arrodilladas” (según el término acuñado por el talentoso ingeniero de las privatizaciones menemistas, Roberto Dromi).
Esto significó que los objetivos políticos y estratégicos alcanzados por las dictaduras cívico-militares implantados a sangre y fuego durante la década del ’70 en toda la región, esto es: el endeudamiento forzado, la desindustrialización, el desmantelamiento de las organizaciones populares, la subordinación estratégica-militar, el sometimiento al hambre de las inmensas mayorías nacionales y el truncamiento de las iniciativas de independencia científico-tecnológica de las periferias, continuasen en períodos de renovación democrática.
Estos objetivos se lograron plenamente durante las décadas de los ’80 y los ’90, períodos que profundizaron la obra de demolición de los proyectos nacionales y populares por parte de las dictaduras cívico-militares.
Aún permanece sin análisis profundo cuánto de esta maniobra imperial contiene la ejecución de la re-invasión de Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur por parte de las fuerzas anglo-norteamericanas en 1982. Porque si hay algo que permanece oculto a la mirada pública, son las causas del conflicto armado de 1982.
Se suele citar, sin demasiada reflexión ni fundamento, que la recuperación de la democracia argentina se la debemos a la derrota en la guerra del Atlántico Sur. Es cierto, si nos referimos a la democracia impregnada de derrotismo que sobrevino al 14 de junio; en cambio, la democracia que prometía el 2 de abril, de signo opuesto y aplastada por los misiles y bombas inglesas y yanquis, solamente se volvió a manifestar casi 20 años después, el 19 y 20 de diciembre de 2001, cuando el pueblo recuperó su protagonismo exigiendo “que se vayan todos” (los políticos ligados a la democracia de rodillas).
El advenimiento a la presidencia de Néstor Kirchner, primero, y de Cristina Fernández de Kirchner, después, significó un cambio de época.
Como hemos comprobado en las últimas elecciones, toda una generación de dirigentes políticos que sólo se animaron a administrar el orden imperial y profundizar nuestra dependencia, quedaron sepultados definitivamente en un pasado irredimible.
Cristina Fernández de Kirchner, más aún que su esposo, fue elegida como relevo generacional del último conductor genuino que tuvo el pueblo argentino: Juan Perón. Esto es lo que revela el análisis objetivo – y no por ello “desapasionado”-, de la última contienda electoral.
Sabe la Presidenta que las expectativas del pueblo no se limitan a una buena “administración”; se trata de algo mucho más trascendente, que Cristina Fernández de Kirchner quiere encarnar.
La causa de Malvinas es una de las cuestiones que están profundamente arraigadas en el corazón del pueblo argentino. Cristina, por su formación política e histórica, por su hogar patagónico, pero sobre todo por su inteligencia e intuición, comprende y comparte con el pueblo este sentimiento “malvinero”. Lo demuestra en cada uno de sus discursos, desde hace décadas.
Sin embargo, en el Estado Nacional y en múltiples ámbitos políticos e ideológicos, sobreviven muchísimos dispositivos subordinados al sistema neocolonial, que no sólo pueden desviar sino hasta contradecir abiertamente la voluntad malvinizadora de la primera mandataria.
Ya hemos referido oportunamente, la utilización de fondos públicos del CONICET para financiar a supuestos “investigadores” como Vicente Palermo, que además de contradecir abiertamente a la política del Gobierno en relación al conflicto de soberanía por los archipiélagos australes, también se arroga la facultad personal de desconocer e irrespetar la cláusula constitucional relacionada con la Causa de recuperación de Malvinas, adhiriendo a los postulados británicos en la materia.
Esta actitud de vasallo no sólo no le ha merecido reprensión alguna por parte de las autoridades gubernamentales; por el contrario, se le otorgó el Premio Nacional de Cultura por su libro “Sal en las heridas”, un bodoque insoportable de pésima prosa y nula cientificidad, destinado a “hacer estallar en mil pedazos la causa de Malvinas” (según confiesa en la página 25 de ese ensayo).
También nos hemos referido en abundancia acerca del profesor de historia Federico Lorenz, agente mediocre pero muy activo de la causa desmalvinizadora, funcionario del Ministerio de Educación de la Nación y docente invitado del ISEN (Instituto del Servicio Exterior de la Nación). Por lo cual me excuso en ahondar sobre este personaje típico de la burocracia al servicio inglés.
Sería tarea agotadora para el redactor, pero mucho más para el lector, listar a todos los funcionarios, escribas y “escaladores de la pirámide” que conforman el staff educativo, periodístico y cultural desmalvinizador. Bástenos advertir que están muy nerviosos ante la perspectiva de un festejo popular que reivindique la Causa de Malvinas como bandera de emancipación nacional, y que ora en Clarín, ora en Página 12, nos bombardearán con sus remanidos argumentos sobre los “chicos de la guerra” y la inscripción de la guerra de Malvinas como parte del accionar del Terrorismo de Estado, como única explicación del conflicto, desde ahora y en todo el transcurso del 2012.
La diplomacia es otro ámbito donde los intereses corporativos, se manifestarán opuestos a una política presidencial activa para acercarnos al objetivo de la recuperación de los territorios usurpados.
Desde hace meses, la Presidenta dio instrucciones claras al Canciller Héctor Timerman para constituir a través de la gestión de las representaciones diplomáticas argentinas, los Grupos de Apoyo a la Causa de Malvinas en el exterior. Solamente en Bolivia, Chile, Paraguay, Venezuela, Perú y México se ha logrado el objetivo, mientras la mayoría de los embajadores –con diferentes excusas-, han desoído y hasta se han opuesto a la instrucción. La nula afectación de recursos económicos o de personal con compromiso en abogar por la causa, conspiran para promover adecuadamente la iniciativa.
Tan clara es la subordinación de gran parte de nuestra diplomacia a la influencia británica, que Perón, para neutralizarla, creó las “agregadurías obreras” en las embajadas argentinas.
Todos estos sectores procurarán con la cooperación activa de los medios de prensa hegemónicos, vincular la conmemoración del 2 de abril con el 24 de marzo, para vaciar de contenido presente y futuro a la causa de Malvinas.
Se impone, pues, acompañar a la Presidenta de la Nación, en una política activa de reivindicación de la Causa de Malvinas en su sentido vigente, es decir, en bandera de unidad suramericana, y en síntesis de la paulatina y firme recuperación del patrimonio soberano del pueblo argentino.
Deberemos evitar la trampa de los provocadores anglófilos, que una vez más intentarán oponer la democracia y la defensa de los derechos humanos, a la defensa de la patria y de los derechos soberanos.
Por eso, la conmemoración de los treinta años de Malvinas deberá comenzar el 30 de marzo de 2012, fecha en que tres décadas atrás la Confederación General del Trabajo -bajo el liderazgo de Saúl Ubaldini- salió a la calle a enfrentar a los dictadores por la defensa de la soberanía popular, sin perjuicio que tres días después saliera a defender la soberanía nacional, diferenciando claramente a la dictadura de la gesta emancipadora en nuestras islas.
Hoy Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur no son solo un grupo de islas que guardan valor simbólico. Constituyen también un inmenso espacio de más de tres millones de km2 de territorios plenos de minerales estratégicos, riquezas hidrocarburíferas e ictícolas, vector geopolítico de pasaje interoceánico y proyección antártica. Son, además, una amenaza a la paz, mientras una potencia extracontinental sostenga tres bases militares de la OTAN, capaces de atacar cualquier capital suramericana en pocos minutos. Y también son bandera de unidad subcontinental.
La profundización del modelo en cuanto al objetivo de recuperar nuestros territorios usurpados – esperamos-, entrañará una titánica tarea por generar conciencia patriótica en cada escuela del país, en cada ámbito académico, desde cada espacio de producción cultural y de comunicación popular.
Supondrá una “sintonía fina” en cada ámbito de la administración pública, para dotar de coherencia a la herramienta estatal para el cumplimiento de la cláusula constitucional.
Demandará un ingente esfuerzo diplomático para profundizar el camino iniciado en “latinoamericanizar”, o al menos “suramericanizar” la estrategia de demanda pacífica para que el Reino Unido de Gran Bretaña entienda que no habrá posibilidad de negocios en nuestra región, mientras subsista el anacrónico enclave colonial.
Y, finalmente, deberá restituir el lugar que desde hace treinta años venimos reclamando los ex soldados combatientes por nuestros compañeros caídos, esto es, el lugar de Héroes, y no de víctimas. Y para nosotros, el de protagonistas de nuestra historia, y no de meros espectadores convertidos por la desmalvinización en minoría sociológica.
Así esperamos festejar con nuestro pueblo el año próximo, la Gesta que comenzó el 2 de abril de 1982.
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