CON EL PUEBLO, AUNQUE TENGA SARNA *
Por ARTURO JAURETCHE
Napoleón era sarnoso. Con la maligna sarna de descamisado de los artilleros de Tolón. Un sarnoso que abatió todos los tronos de Europa, hizo el código civil y fundó el siglo XIX. Que invadió a España y creó el bloqueo continental, dos hechos, uno político y otro económico que produjeron la independencia de nuestra América en contra de España y a favor de Inglaterra. Dos contingencias no previstas por el sarnoso ni tampoco por sus contrarios. Y todo esto fue posible por la misma razón que motivo la sarna del héroe. Los descamisados. Si Napoleón se hubiera cuidado de no tener sarna, el encuentro de los descamisados y Napoleón no se hubiera producido y la historia sería otra.
Napoleón tenia veinticuatro años en el sitio de Tolón, y cuatro menos el `89. La revolución lo tomó en sus brazos antes de que hubiera teorizado sobre la revolución; la aprendió viviéndola y por eso no le asustó su horror. Porque a los teóricos de la Revolución, la Revolución los asusta cuando llega. La han soñado, y “como son más lindos que el mundo los mapas del mundo” – al decir del poeta, no encaja, cuando se produce en sus cuadros mentales. Es una acuarela que se despinta , y el lugar de los suaves tonos combinados aparecen manchas y manchas, puestas en confusión, sin orden, revolucionariamente, que sólo el tiempo se encargara de ordenar, de componer, para hacer un cuadro de todo eso.
“La Vanguardia” y los Descamisados
Estas reflexiones me los sugiere el releer esta mañana la “Vida de Napoleón” de Merejkoski y algunos artículos de “la Vanguardia”*. Esta revolución que tenemos por delante, aquí en el país es de más reducidas proporciones, por cierto, que la que estoy evocando. Pero también son de más reducidas proporciones los revolucionarios horrorizados de “La vanguardia”. Y va mucha diferencia de los violentos descamisados que cantaban ¨la Marsella ¨y el Caira¨, a los alegres y cordiales descamisados de “Patria hermosa”.
Frente a esa “multitud obrera, que no es obrera”, frente a esa masa inculta de los últimos extractos sociales, “La Vanguardia”´ sólo atina a refugiarse – lo que le cuesta bastante esfuerzo- en el olvidado mar y su “lumpen proletaria”, aunque no sabe qué hacer con el de Corrientes que habla guaraní, no frecuenta los fermentarios ni leen “la vanguardia”, y sin embargo vota la unidad. Pero es cosa de la política criolla, dirá Don Nicolás Repetto, que usa la muletilla para explicar lo que no entiende. Y me inclino a creer que en definitiva el descamisado molesta a “la vanguardia” mucho más que el Coronel Perón, ya que el Coronel Perón no estuvo nunca en los cálculos del partido, pero el descamisado sí.
Si no estuvo en los cálculos, pues que ya se había acostumbrado a especular con los votos burgueses y pequeños burgueses que votaban contra el radicalismo, estuvo por lo menos en los discursos. ¡ Miren que haber idealizado al descamisado durante cuarenta años en las tribunas para ahora salga con este domingo siete o domingo veinticuatro . Por eso los tribunos del descamisado se niegan a reconocerlo. Y es fácil de comprender. Para el Doctor Palacios por ejemplo el descamisado es un hibrido literario hecho de Espartaco y de 1789 , de “Vidas Paralelas” y La Martine , que nada tiene de común con el muchacho de las calles de Buenos Aires. En cuanto al Doctor Repetto, le resulta inconciliable la idea del trabajador y las mangas de camisa, porque el trabajador, el obrero, tiene que ser necesariamente un individuo de traje azul, todavía con el apresto recién comprado en la casa Róveda. Y si no, no es trabajador.
Les ha pasado a los tribunos del descamisado lo que al aprendiz de brujo. Empieza diciendo la palabra clave, primero con fe, en sus misteriosos poderes, después por mantener la ficción para los otros, y al último por hábito. Y hete aquí que por una concurrencia de circunstancias más misteriosa que la palabra, la brujería se produce. Y el primero que dispara asustado es el propio brujo que no creía ni en el poder de la palabra, ni en la aparición del genio ¡Abracadabra!
Es así como las revoluciones aunque sean pacíficas, en que aparecen los descamisados, cuentan en la primera línea de sus enemigos a los teorizadores de las revoluciones. La revolución pensada no se parece a la revolución hecha. Y menos aún haciéndose. Y todos tenemos nuestras vacilaciones para reconocer en eso que anda por la calle la maravillosa criatura que paseaba por nuestras cabezas, y esto lo digo no pensando ya en los socialistas, a los que ya hace muchos años no se les pasea nada, como no sea el alma por el cuerpo pensando en el pichuleo de la minoría. No, pienso en los estudiantes universitarios, a cuyo propósito recordaba los 24 años de Napoleón. El error de ellos frente a los descamisados es más imperdonable que el de los mayores, que como ya se los habían imaginado no los reconocieron, que diría el paradójico Mr. Pond.
El Estudiantado y sus Confusiones
¿Qué les pasa a los estudiantes en nuestro país?
Los estudiantes son en su gran mayoría, así lo aseguran los dirigentes reformistas, y yo lo creo, partidarios de los descamisados y anti-imperialistas. Lo dicen todos los documentos de origen estudiantil, se grita en todas las tribunas y se invoca en todas las ocasiones no revolucionarias. Pero en lo que llevo vividos, dos revoluciones ha habido en el país: la del seis de septiembre de 1930 y la del 4 de junio de 1943, y en las dos, los estudiantes estuvieron en contra de los descamisados y contra el país, como fuerzas de choque de la oligarquía y el imperialismo. Como creo sincero su amor a los descamisados y su antiimperialismo, tengo que preguntarme por qué se equivocan, porque de nada vale estar muy enterado de los problemas sociales y nacionales para confundirse cuando llegan las únicas ocasiones de poner en práctica los conocimientos. Esto es como aprender de nubes en el cielo tranquilo, para equivocarse en la tormenta, que es lo que decía un estudiante a quien se le enseñaban cuáles eran cirus, cuáles eran status, y comentó: ¿Qué hago con todo eso cuando el viento las embarulla?
La Universidad y la Realidad Nacional
Mucho tiene que ver con esta perturbación del estudiante la composición social de nuestra Universidad, gratis para que estudien los que pueden pagar, e inaccesible para el pobre. Su falta de contacto con la realidad nacional, el mal ejemplo de su cuerpo de profesores antirreformista señalando los caminos del arribismo social y económico, mal ejemplo del cuerpo de profesores reformistas, con su arribismo del prestigio periodístico –vedado a las causas de la plebe argentina, ahora como ayer con Yrigoyen- y una economía cuya estructura le señala al futuro técnico como posibilidad sólo la de la burocracia o la de las grandes empresas.
Esto y mucho más.
Pero hoy quiero circunscribirme a lo que tiene atinencia con el tema y es lo que se refiere a la formación de la conciencia histórica del estudiante. El estudiante ignora que Napoléon tenía sarna. No sabe que mariano Moreno era, para muchas de sus contemporáneos, un abogadillo pícaro o que San Martín conocía, todos los vituperios desde la imputación de toxicomanía a la de cornudo.
Porque la historia que se le ha enseñado es una, a base de héroes, como muñecos de cera, y batallas en campos de “aljófar y esmeralda” más propio para la descripción de los “cursiparlas” que de los historiadores.
Una historia de héroes solemnes y no de hombres de carne y hueso que en la hora convulsiva de las revoluciones los desubica porque no les deja ver más que los peros, cuando una revolución sin peros no es una revolución. Y es así como los estudiantes por remilgados se olvidan de los remilgos del día anterior y por “pudibundeces” frente al hecho actual, vienen a caer en manos de los que ofendían sus “pudibundeces” del día anterior.
Por eso es bueno recodar que Napoleón era sarnoso. La moraleja, no es que hay que ser sarnoso para estar con el pueblo. Es que hay que estar con el pueblo aunque tenga sarna y hasta por eso mismo. Que hay sarnas peores. Las de alma.
(Publicado en el Periódico Democracia. Viernes, 15 de enero de 1946)
* Publicación fundada por Juan B. Justo en 1894 bajo la cosmovisión del socialismo científico “defensor de la clase trabajadora”. Dos años después, se convirtió en órgano oficial del Partido Socialista de la Argentina. El periódico mantuvo una prédica crítica implacable durante el primer peronismo (1945-1955).
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