Cuando me senté a escribir este pequeño homenaje al General Perón y a Evita me sentí sobrecogida. No hay forma de hacerles justicia. Los que nacimos con el peronismo, con Perón, no tuvimos la dicha de vivir el 45, el 17 de octubre, el día que nacía por voluntad popular una nueva Argentina, la Argentina de la Esperanza. Crecimos y militamos bajo las anécdotas de los que vivieron esa época como protagonistas, como héroes nuevos de una revolución que cambiaría la Patria. Recorrimos con avidez todos los textos sobre aquel tiempo glorioso, y nutrimos nuestro espíritu con el de aquellos que marcharon decididos ofreciendo su sangre por su líder. Aprendimos que no hubo otra revolución como la nuestra. Nunca, en ningún lugar del mundo, los humildes y los trabajadores salieron a las calles unidos al grito de la vida por un hombre. Muchos nos precedieron en el mundo, ofreciendo su sangre por su patria o por su idea, pero en Argentina los peronistas salimos a la calle por Perón. La idea, la doctrina, un nuevo marco para una nueva vida, era Perón. Y el pueblo trabajador salió a las calles al grito de la Vida por Perón. En mi caso, que no soy peronista de nacimiento, sino por convicción, debo decir que me hice peronista leyendo, y preguntando, porque por aquel entonces, comienzos de la década del 70, no había mucha literatura disponible, era casi un delito todavía, tener libros del General Perón, o de la época. Recuerdo que le preguntaba a todo el mundo por qué era peronista o por qué era antiperonista. Y me encontré con que a los peronistas los unía el amor común y la esperanza, y a los antiperonistas los unía el odio. Los antiperonistas eran además una masa rara compuesta de grupos tan diversos, y de tan distintos sectores sociales y políticos, que era difícil creer que tuvieran algo en común: los viejos terratenientes y la vieja burguesía afrancesada, junto a socialistas, comunistas, académicos, escritores e intelectuales; como dice el tango, mezcla rara de Museta y de Mimi. Y sin embargo los unía el odio. Y lo une todavía Estos días publican en Internet, en la página de la Comisión de Afirmación de la Revolución Libertadora, su explicación de qué es el peronismo, y para ello han elegido frases de Ezequiel Martínez Estrada "Perón se dirigió a un sector numeroso del pueblo, el de los resentidos, de los irrespetuosos. Sector de individuos sin nobleza, con una opinión peyorativa de los grandes hombres y de los intelectuales en general y en bloque... A ese populacho.. se dirigió Perón. ... El peronismo es una forma soez del alma del arrabal... Eran las mismas huestes de Rosas, ahora enroladas en la bandera de Perón, que a su vez era el sucesor de aquel tirano.... Aquellos siniestros demonios de las llanuras, que Sarmiento describió en Facundo, no habían perecido". Esto son, para esta gente, los obreros de manos callosas, los herreros de piel lustrosa por el calor de las fundiciones o los peones de campo. Es difícil hablar de ellos sin sentir como un escalofrío, algo oculto y oscuro los ronda, para que sean capaces, en conjunto, de odiar hasta el extremo de pintar Viva el Cáncer, o regodearse por el peregrinaje del cuerpo de Evita. Ellos odiaban justamente todo lo que había despertado mi interés. Apenas tres o cuatro cosas bastaron para leyera todo lo que llegaba a mis manos: el centro de la doctrina en los trabajadores, el amor del pueblo por Evita y el odio visceral del antiperonismo. Desde niña tenía la sensación de que algunos nacemos con algo adentro que no nos deja ser felices con las cosas de la vida cotidiana, vivimos buscando algo más, sentimos que hay cosas que debemos hacer, como si tuviéramos una misión o un destino que nos hace vivir siempre en vilo, buscando y buscando nuestro lugar en el mundo. Sentía que algo andaba mal en el mundo y quería cambiarlo Me preguntaba si los soldados son soldados porque quieren ser héroes, o los médicos porque viven al impulso de salvar vidas. Con frecuencia me interrogaba si no era una persona rara, y no estaba muy segura de que esos sentimientos fueran buenos. No sabía discernir si quería hacer cosas por los demás o si buscaba ser protagonista. Fue recién cuando conocí a Evita que supe lo que me pasaba: me dolía la injusticia. Cuando conocí la obra de Evita supe que era peronista. Había nacido peronista y no lo sabía. A Evita le dolía la injusticia en el alma; le dolían los pobres, los desamparados, los humildes, los enfermos, los olvidados de la tierra. Y trabajó sin descanso, hasta morir, por reparar injusticias. Eso era Evita. Y tenía 27 años. Y tenía más poder del que nunca había tenido una mujer en esta bendita tierra. Y lo ejerció exclusivamente en beneficio de los humildes. Para comienzos de la década de los ochenta vinieron los años de ferviente militancia; duros por cierto, todos mis compañeros eran peronistas de cuna, tenían "chapa" de peronistas, conocían la historia del peronismo de primera mano. Nada del peronismo les era ajeno. Sus padres habían hecho el 45, y sus familias, ellos incluidos habían formado parte de la heroica resistencia, de los 18 gloriosos años de resistencia para la vuelta del general Perón. Mientras mis compañeros lideraban agrupaciones yo recorría unidades básicas; era un militante más, entre miles, de la última militancia a pura fe y a puro corazón que tuvo el peronismo. Aprendí de Evita que el peronismo tiene miles de héroes anónimos. Con Evita supe además que no era rara y que no buscaban protagonismo, buscaba mi lugarcito en la lucha por hacer un país mejor. De ella aprendí que en la lucha por una patria más justa y un pueblo más feliz, el último lugar es también un privilegio. ENVIADO Por Alicia de Sagastizabal Montevideo Uruguay victor ruben
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