CULTURA, MILITANCIA Y MEMORIA

Por Oscar Castellucci

Si hubo una “década perdida” fue, indudablemente, la del “proceso” para los que transitábamos el denostado “campo nacional”. Por ahí anduvimos, desperdigados, con poca producción sistemática y, con alguna justificación, encerrados en nosotros mismos.
Si se trata de abordar el tema de nuestra cultura, es imprescindible referirnos a nuestra identidad y preguntarnos, entonces, qué nos anda pasando a los argentinos, a los que -parece- la globalización nos ha afectado tan negativa y severamente. No requiere de mayores demostraciones el que respecto de nuestra memoria andamos un poco amnésicos (y de varias otras cosas más también, pero no es el caso de abrumarnos de un solo viaje).

Vale la pena recordar, entonces, que quien no sabe de dónde viene, mal puede saber dónde está parado y, menos, hacia dónde va. Para decirlo más sencillamente, le resultará mucho más dificultoso manejar su propio destino, porque estará propenso a cometer los mismos errores que otros ya han cometido y se demorará mucho más en verificar cuáles son los aciertos (y prolongar sus efectos). Cabe preguntarse, entonces, si esta amnesia respecto de la historia criolla (el registro de nuestra memoria) es sólo una casual fatalidad. Creo que no, me inclinaría a pensar que, más bien, es un resultado inducido poco sutilmente que, como toda ignorancia, se multiplica con poco esfuerzo.

El último período en que, hasta ahora, las cosas de nuestro pasado cobraron relevancia para una generación joven fue entre las décadas del ´60 y del ´70. No es casual que fuera ésa la generación que se volcó a la militancia política para torcer, precisamente, el resultado de esa “historia oficial” que nos era machaconamente repetida desde el púlpito escolar.

No es casual, tampoco, que fuera esa parte activa de una generación de ideales y utopías (que -digo de paso- no han muerto sino que, simplemente, esperan otros en quien encarnarse) la que develara, una vez más, que, por lo menos, había dos historias: la que nos repetían aburridamente lo maestros, los profesores y los libros de texto, y la verdadera, la que bullía plena de vida y de claroscuros, y a la que había que descubrir, paso a paso, con el misterio de lo clandestino.

Esa parte de una generación de jóvenes -la mía- fue capaz de bucear en la otra historia, la escrita por los que estaban condenados a no ganar en esas cosas de la política sin pueblo. Y, por las nuestras, buscamos y encontramos a nuestros maestros: Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Juan José Hernández Arregui (su Imperialismo y cultura fue, en mi caso, la obra que puso en marcha el develamiento de un mundo apasionante y, por entonces, para mi absolutamente desconocido), José Luis Torres, Fermín Chávez, el “Pepe” José María Rosa, el “colorado” Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Ortega Peña, Salvador Ferla, Rodolfo Puiggrós y hasta el mismísimo Perón (a quien “descubrí” en una edición que circulaba clandestina como la Del poder al exilio). Con ellos, entre otros, reconstruimos, como pudimos, como “historiadores” autodidactas, nuestra propia memoria, una historia que no se enseñaba en ninguna parte (y se la negaba en todas), y por ese camino llegamos, muchos de aquellos jóvenes, al peronismo (los que no habíamos tenido la oportunidad de haber nacido en un hogar peronista donde, claro, para serlo, no hacían falta libros de historia).

Nosotros teníamos en nuestro poder la palabra mágica: Perón, y con ella estábamos seguros de poder abrir todas las puertas, no sólo las de la historia (donde todo estaba tan claro) sino también las del futuro. Y nos fortalecimos en el revisionismo al que, naturalmente, nuestro impulso transformador nos llevó en nuestras discusiones a actualizarlo progresivamente. Porque aquella primera revisión de nuestra historia, gestada allá por los años ´30, no alcanzaba a explicar totalmente esa realidad maravillosa y cambiante que nos tocaba vivir en los ´70.

A pesar de que percibimos claramente las falacias de la “historia oficial” y esas limitaciones del revisionismo que nos nutría, no fuimos capaces de detenernos a re-escribir (re-interpretar) la historia ; o no quisimos, porque, simplemente, sentíamos que la estábamos haciendo, día a día, nosotros mismos. Porque la revolución estaba tan ahí, tan al alcance de la mano, que bien valía la pena esperar para escribirla. Y así fue como la escribieron otros, y será por eso que hoy, todavía, de los ´70 se habla mal y poco. Si no fuera, por ejemplo, por la monumental obra de Anguita y Caparrós (los tres tomos de La voluntad) todo estaría explicado en la versión oficial de “los dos demonios” o, mejor, mucho mejor, en el silencio.

¿Quién recuerda en estos días a los maestros que mencioné más arriba (incluidos a Perón y Evita, naturalmente) sino melancólicamente? ¿Qué nos ha pasado? Entre otras cosas, que no en vano pasó el “proceso” (hasta me temo que hace falta decir que me refiero a la dictadura del período 1976/1983). Que no casualmente hubo en nuestro país un genocidio generacional. Que entre los miles de muertos y desaparecidos tampoco casualmente estaban aquéllos que habían sido capaces de descubrir la otra historia, la de los sueños, de los ideales y de las utopías. Y (les) cayeron a sangre y fuego.

Los otros, en cambio, los que dormían sin sobresaltos, se tomaron su tiempo. Y a su vieja historia decimonónica la remozaron sin demasiados remordimientos, empastándola con un poco de grises para atenuar su infantil maniqueísmo de buenos buenísimos y de malos malísimos, permitiéndose la exhibición de algún defectillo personal de los impolutos (los muertos siempre suelen ser un tanto más dóciles que los vivos a la hora de la interpretación) y con una pátina de academicismo “puro”, re-leyeron nuestro pasado y nos legaron una “nueva historia”. De esta manera, la “vieja historia” siguió ocupando el centro de la escena, pero en una versión “puramente académica”, para las minorías especialistas y estudiosas, y una, más o menos masiva, novelada, en la que podía decirse todo sin justificarse nada.

De este lado del mostrador, las cosas no anduvieron -es necesario que alguien lo diga, y asumo la responsabilidad- como debieran. Es cierto que sobran atenuantes: había demasiadas cosas por la que preocuparse (sobrevivir, entre otras), los espacios “académicos” estuvieron cerrados para nosotros, mientras los otros los usaban como auténticos cotos de casa (me refiero a las universidades, por ejemplo) y publicar era (casi) imposible (¿ha dejado, alguna vez, de serlo?).
Si hubo una “década perdida” fue, indudablemente, la del “proceso” para los que transitábamos el denostado “campo nacional”. Por ahí anduvimos, desperdigados, con poca producción sistemática y, con alguna justificación, encerrados en nosotros mismos. Durante mucho tiempo (demasiado) nos limitamos a reforzar nuestros códigos, a repetir lo que nos identificaba; es decir, nos la pasamos hablándonos a nosotros mismos y, creo, que hasta regodeándonos (también demasiado) de eso.

Pasó el tiempo después de la dictadura (mucho: veinte años), y las vicisitudes de la “política” siempre fueron postergando la actualización sistemática de nuestra historia (así, como siempre, la hicieron otros) y la valorización y el reconocimiento de los intelectuales capaces de llevarla a buen puerto (que los hay, créase o no, aunque no aparezcan en los “grandes” diarios y en la televisión). Es lógico, la política (la de los políticos) era más importante (para ellos), ¿qué importancia podían tener, entonces, unos libritos más o unos libritos menos?

Así, tras dos décadas de democracia, seguimos más o menos en lo mismo. Sencillamente nos quedamos un campo y medio atrás en lo que hace a la re-lectura de nuestro pasado, en la recuperación de nuestra memoria y, por lo tanto, en la comunicación de nuestro presente. Y por este camino nos vamos quedando solos (y, también, mudos).

No sólo no hemos sido capaces de encarar la escritura de nuestra propia historia desde nuestra irrepetible cosmovisión (que es una, pero tan válida como las demás) sino que, ni siquiera, la de nuestros maestros, a quienes le debemos lo que somos. Por este camino, lo nuestro se irá muriendo mientras se vayan muriendo los viejos (y nosotros vayámonos poniéndonos como ellos).

A pesar de todo, el principio de este nuevo siglo, es un tiempo interesante: porque, o nos ponemos manos a la obra, o, simplemente, habremos de ser cómplices de la desaparición de una corriente histórica, por la omisión y el escamoteo irreversible del gran relato de nuestra propia memoria. Quiero decir que, en parte (y es lo que debe importarnos), es nuestra también la culpa de las amnesias y de los olvidos.

Entre los que sin tapujos se ofrecen al mejor postor con armas y banderas; los que, entre el miedo y el esfuerzo por la supervivencia, fueron dejando entre los trastos viejos aquellas cosas de “muchachos locos” (los sueños y las utopías), y los otros tantos que, simplemente, optaron por subirse al tren de la multimediática filosofía del éxito (patéticamente aferrados al último pasamanos del último vagón) y del carpe diem (aunque los que carpen son siempre los otros), nuestra memoria se aja, se fragmenta y se diluye inexorablemente.

Sin embargo, nos queda, todavía, una a favor: la melancolía y la resignación son, por suerte, poco seductoras para los jóvenes que nos miran fijo mientras nos reclaman por lo que les dejamos.

¿Nuestra memoria? Mientras tanto, está allí, casi sola y esperando, como un espejo, esperando que nos miremos en ella para avanzar hacia nuestro futuro, que quizá vaya a ser un poco más light de lo que alguna vez imaginamos y, también, demasiado imperfecto, pero que habrá de ser nuestro. Porque como reza la máxima sanmartiniana, “serás lo que debas ser, o sino, no serás nada”. Pero para poder ser, tendremos que admitir la utopía. ¿Por qué? Porque como dice Eduardo Galeano: “Ella está en el horizonte, / me acerco dos pasos / y ella se aleja dos pasos. / Cuando camino diez pasos / ella corre diez pasos más allá. / Por mucho que yo camine / nunca la alcanzaré. / ¿Para qué sirve la utopía? / Para eso sirve: ¡para caminar!”

Propuestas para un Proyecto Argentino
Suplemento del diario Página 12
07/02/05

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