Cultura Nacional, Alpargatas y Libros I. Por Omar Auton

Algo hemos hablado de la subsistencia en los ámbitos académicos, muy especialmente en la Universidad de Buenos Aires de una mentalidad colonizada que se expresa por negar el estudio y/o análisis de los procesos como el peronismo y su origen e incidencia en el surgimiento de escuelas del pensamiento o limitarse e repetir incesantemente conceptos como que carece de entidad “científica” o, peor aún, incluirlo en algún contenido de las materias de sus carreras para descalificarlo a la luz de obras, de dudoso tenor científico por cierto, de algunos autores europeos o sus epígonos locales.

Debemos agregar que, lamentablemente, tampoco en las casas de estudio de muchas provincias o del conurbano, se incorpora a las diferentes carreras no solo el estudio del pensamiento político que ha marcado la vida del país durante 70 años sino de corrientes de pensamiento de indudable trascendencia como el constitucionalismo de Arturo Sampay, la teoría egológica del derecho de Carlos Cossio en filosofía del derecho, o la escuela de Moreno Quintana en Derecho Internacional, ni que hablar del pensamiento de Carrillo en Medicina Sanitaria o los aportes de los físicos José Balseiro y Enrique Gaviola, el ingeniero nuclear Otto Gamba o el astrónomo Juan Bussolino en el área de la ciencia y la Tecnología.

Es más, aún hoy se sigue repitiendo que el Conicet fue creado el 3 de febrero de 1958 por la dictadura de Aramburu, siendo su presidente el Dr. Bernardo Houssay y se ha borrado de la historia la creación del CONITYC (Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas), el 17 de mayo de 1951 por el gobierno del general Juan Domingo Perón, ello pese a que en el mismísimo decreto ley n° 1291/58 de creación del Conicet, más exactamente en su artículo 14, se deroga el Dec. 9695/51 de creación del Conityc y que más allá de cualquier consideración, si uno examina ambas creaciones la única diferencia es el cambio de “Técnico y Científico” en el primero, por “Científico y Técnico” en el segundo.

Ya hemos hablado también, y mucho, acerca de la falacia de la afirmación sobre un supuesto “Conocimiento Universal” que no es otra cosa que la “universalización” del pensamiento europeo, lo que conlleva, por ejemplo, a desconocer el pensamiento milenario de la China, la India o los árabes, salvo cuando se lo banaliza, esto es reciente, a través del “espiritualismo new age”.

Pero, además, niega la existencia de un pensamiento americano y ni que hablar de lo argentino, descartándolo por negarle rigor científico, calificarlo de primitivo o asimilarlo a la barbarie por no adecuarse a los cánones y/o categorías del pensamiento europeo o lo que es aún peor intentar desarrollar categorías propias.

Una anécdota muy risueña era repetida no recuerdo ahora si por Jauretche, aunque yo la escuché de boca de Jorge Abelardo Ramos, relata que en los tiempos en que Napoleón se enseñoreaba por toda Europa y derrotaba a las fuerzas prusianas, hasta ese momento la escuela dominante en materia militar, utilizando tácticas y estrategias nuevas, resultado del cambio en las categorías fruto de la revolución francesa, los altos mandos prusianos reflexionaban “Nos gana, pero no es científico”.

Los altos mandos mandos de las academias del pensamiento argentinas se comportan a la altura de los prusianos, pero aquellos al menos eran honestos y estaban sorprendidos mientras que éstos son simplemente los corifeos del coro miserable del pensamiento colonial para poner doble cerrojo a la reducción colonial de la patria.

Este debate tiene un doble carácter estratégico en la actualidad, en primer lugar, porque coincido plenamente con el embajador Archibaldo Lanús cuando afirma “Las creaciones estéticas, filosóficas y religiosas, brindaron al ser humano un inmenso vergel de riquezas para su enseñanza y solaz. Un pueblo sin historia, sin símbolos, amnésico, está condenado a la atonía…se valora la cultura del arraigo…El ser humano debe evolucionar a partir de lo logrado o emprender una aventura que no se sabe adónde va”. (1)

Bajo la supuesta necesidad de “deconstruir” no solo los valores y principios sobre las que se ha construido una comunidad sino del concepto mismo de “verdad” en aras de un multiculturalismo, individualista, hedonista y carente de arraigo, se esconde el proyecto cultural del mundo Global que propone el poder económico. Por eso es imprescindible recuperar la capacidad de pensar por nosotros mismos, recuperar nuestros mejores aportes culturales, políticos, científicos y fundamentalmente nuestros rasgos identitarios que constituyen el alma de una comunidad.

Por otra parte, es necesario enfrentar la denigración de lo propio, nacida en la tergiversación u ocultamiento de nuestra historia, en la desvalorización de nuestro pensamiento político, económico y social, como instrumento necesario para atornillar y asegurar el destino colonial de la patria y el dominio de las grandes potencias o del capitalismo financiero dominante.

Muchos compañeros se encuentran aturdidos y desmoralizados ante el aluvión de basura que se descarga día a día sobre las mentes y el alma de los argentinos desde los medios de comunicación oral, escrita y desde las aplicaciones modernas de la tecnología de la información, sienten indignación e impotencia, piensan que es una batalla, cuando no la guerra misma, perdida.

Asimismo, se encuentran desorientados o llenos de dudas respecto de la representación política del campo nacional. La dirigencia política se muestra alejada de las preocupaciones y deseos del pueblo argentino, si esto resulta natural en aquellos que trabajan al servicio de las minorías y de la dependencia nacional, resulta incomprensible en los que deberían expresar a nuestro pueblo, a los más pobres, a los trabajadores, profesionales, pequeños o grandes empresarios, comerciantes, mujeres y hombres que construyen el destino del país con su esfuerzo cotidiano.

El desafío de la hora es recuperar la política, una de las más virtuosas de las actividades humanas, como la define el Papa Francisco, imbuirla de nuestra identidad como pueblo, de nuestra historia como nación y de nuestro futuro como parte de la Patria Grande y para ello no hay otro camino que recuperar nuestra propia construcción de sentido, de ser, como decía Jauretche “Capaces de mirar al universo, con los pies enterrados en nuestro propio suelo”.

Si entendemos, de una vez, que nada es casual, que la política de banalización y superficialidad de los debates, la basura masificada, y la decadencia de la representación política, constituyen la contracara de la dependencia, la miseria generalizada y la decadencia nacional. Si descubrimos que si en Grecia “Barbarie” era lo de afuera, lo extranjero y “civilización” lo propio, lo local, esto ha sido invertido por el pensamiento académico dominante para asegurar la dependencia y obturar el camino de la liberación nacional, que no hay nada por error, ignorancia o ingenuidad en la acción del “pensamiento colonial”, llegaremos a la conclusión que la tarea de la hora es recuperar nuestra verdadera historia, la vida y compromiso de las mujeres y hombres, patriotas a carta cabal, que padecieron y padecen, el silencio, el ocultamiento, la denigración, por generaciones y desde ahí reiniciar el camino por la soberanía política, la independencia económica y la justicia social.

Fuentes de un pensamiento Argentino y Americano. –

A fines del siglo XIX nace la llamada Arqueología prehistórica, intentando tender un puente entre los tiempos geológicos y la historia, en paralelo a las exposiciones universales de 1867 y 1878 se realizaron sendos congresos antropológicos, el segundo llevado a cabo en Luxemburgo, contó con la participación de Vicente Quesada y Juan María Gutiérrez. Para esa época se consolidaba el “americanismo” tanto en los historiadores, diplomáticos, coleccionistas, políticos, etc. y pretendieron llevar esta visión al congreso.

Según Irina Podgorny “Se debatió la antigüedad del hombre en América y la terminología adecuada, “la calificación de “hombre prehistórico” que en Europa es el hombre antediluviano cuyos restos se buscan en las osamentas fósiles, en América es, por el contrario, el hombre “ante colombiano”, pues nuestra historia solo comienza en la época del descubrimiento del nuevo mundo” (2).

O sea, lo que Europa no conocía oficialmente simplemente no existía, esta es la seriedad “científica” del pensamiento europeo que forjó las escuelas de pensamiento que aún son hegemónicas en nuestros claustros universitarios. Es con esa profundidad que se permiten decidir qué cosa debe ser objeto de estudio y que no y además establecen la bibliografía “oficial” de cada cátedra.

Podríamos remontarnos a los albores de la conquista española para visualizar que hay un pensamiento “sobre” América que es absolutamente novedoso, se instaló la discusión sobre ¿Qué hacía España aquí y con qué títulos? Y ahí vamos a encontrar desde el cuestionamiento de Juan Mayor en París, las disputas en la Universidad de Salamanca y en la Junta de Valladolid, desde Pedro de Córdoba, Domingo de Soto, Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas hasta la recopilación de las leyes de Indias, más allá de su aplicación real o no, expresan un debate que jamás se dio en Inglaterra, Holanda o Francia.

Es más, la discusión acerca de la condición humana del indio, que escandaliza a los pensadores postmodernos, significaba nada más y nada menos que la imposibilidad de reducirlo a la esclavitud, ya que si era “hombre” había sido creado a imagen y semejanza de Dios, tema que no se discutió jamás en Inglaterra u Holanda que hicieron su acumulación originaria de capital con los ingresos del tráfico de esclavos.

Insisto, más allá de la distancia que hubo entre esta legislación y la realidad de la brutal explotación del indio mediante la mita, el yanaconazgo y la encomienda y que se repitió en América el esquema de señorío, expoliación, subordinación cultural y dependencia de la propia España, esas ideas sembraron en muchos patriotas la idea de la rebelión y se formaron en universidades de América como Charcas o Chuquisaca, donde fueron desarrollando ideas propias, a pensar esta patria común desde las entrañas de su tierra, un pensamiento mestizo ya que surge del encuentro  de las tradiciones precolombinas, con el pensamiento europeo de aquella época, eso es lo que lo hace diferente, propio, valioso e imprescindible.

De ahí nacen los Simón Rodríguez o Andrés Bello, luego Franz Tamayo o el paraguayo Juan Natalicio González. Siendo los dos primeros, figuras centrales en el esfuerzo por poder ir conformando una visión adecuada a la realidad de este continente y en el caso del primero nada más y nada menos que el hecho de haber sido el maestro de Simón Bolívar.

Fracasado el proyecto de San Martín y Bolívar de mantener la unidad política de la América hispana aunque fuera en base al esquema de virreinatos y capitanías existente, se extendió la balcanización de estos territorios, fruto de las oligarquías locales, muy en especial en Lima y Buenos Aires, y los localismos propios del atraso político y la falta de un poder centralizado que actuara como núcleo fundante, junto a ella llegó el liberalismo y el positivismo europeos que fue abrazado por gran parte de la intelectualidad.

Ahora bien, llegó el pensamiento de la burguesía europea conservadora y triunfante, pero en América no había habido revolución burguesa, no existía un desarrollo capitalista que era la médula del sistema europeo, cuando se abrió la caja, lujosamente preparada con sus cintas y oropeles, adentro no había nada.

Nace entonces un pensamiento, muerto antes de nacer, lleno de frustración y amargura, ¿Cuál era la causa del fracaso?, inmediatamente se la buscó en la ignorancia y el atraso de la población indígena y mestiza, en la “psicología” de los habitantes, de ahí nacen los Alcides Arguedas, los Ramos Mejía. Algunos como Sarmiento la llevaron al extremo proponiendo la eliminación lisa y llana de la población criolla y su reemplazo por la inmigración europea.

Al mismo tiempo, las ideas de la evolución, nacidas de la obra de Charles Darwin, generaron una interesante aplicación, si el evolucionismo era la explicación del desarrollo biológico, también lo era de lo social, político y económico, el primer Alberdi e Ingenieros, abrazaron esa posibilidad y afirmaron que si las sociedades industriales europeas constituían la etapa superior, la civilización, siendo una de las leyes que rigen la evolución social el triunfo de los más adaptados, por ende la superioridad europea era inevitable y necesaria.

Señalo el origen de estas corrientes de pensamiento porque en ella abrevará el pensamiento colonial, expresado en Argentina por derecha y por izquierda, desde Mitre y Alsogaray a Milei, Macri o Espert, aclarando que los primeros, al menos eran cuadros dotados de cierta inteligencia, cosa de la que carecen los segundos, desde Justo, Repetto y Ghioldi hasta Altamira, Del Caño y Bregman, con la misma salvedad de los primeros.

Esto es estudiado y aprendido en nuestras escuelas y universidades, sin embargo, no era el único pensamiento vivo en la América hispana, el colombiano José María Torres Caicedo o el puertorriqueño Eugenio María de Hostos, lucharon y sostuvieron en sus obras la idea de la unidad latinoamericana perdida. El joven Rubén Darío, el oriental Ángel Floro Costa y su compatriota José Enrique Rodó, sostenían con mayor o menor énfasis la idea de un alma americana.

Sin lugar a dudas, el hombre más importante de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, fue Manuel Ugarte. Parte de un grupo de jóvenes militantes del partido Socialista, junto a Lugones, Ingenieros y Palacios, intentaron rebelarse contra el puritanismo mediocre y el cosmopolitismo oligárquico de Juan B. Justo y Nicolás Repetto, Ingenieros y Palacios rápidamente se acomodaron a la serena militancia de la Argentina pastoril y anglófila, Lugones tuvo una deriva nacionalista que terminó con la consagración de “La hora de la Espada” con el golpe de Uriburu.

Ugarte, en cambio desarrolló una titánica lucha a lo largo y a lo ancho de Hispanoamérica, desde México hasta Argentina, escribió libros que son aún claves para entender la realidad de la Patria Grande, pero además recorrió pueblos y ciudades con su prédica de recuperar los ideales bolivarianos

Neutralista en ambas masacres interimperialistas, su cabeza figura en el mural que el pinto Guayasamin creara en la Universidad de Guayaquil, junto a las de Bolívar y San Martín, no llegó a ver uno solo de sus libros publicados en Argentina, recién en 1953 se publicó “El porvenir de América latina” en nuestro país y debimos esperar otros diez años para que entre 1961 y 1963 aparecieran “La Patria Grande”, “La Reconstrucción de Hispanoamérica” y “El Destino de un continente”.

Sin saberlo, quizás, uno de los más claros reconocimientos a su pensamiento y acción lo dio The Times, de Londres, que al comentar uno de sus libros, dijo “El autor habla como ciudadano de América del Sur, y defiende al conjunto de esos países con tanta elocuencia, que no sabemos a qué república pertenece” (3).

Pero su prédica no murió con su desaparición física, los Augusto Céspedes, José María Arguedas, la obre de Rufino Blanco Fombona, José Vasconcelos con su “Raza Cósmica”, Santos Chocano, García Monge, Mariátegui y posteriormente Vivian Trías, Luis Alberto de Herrera, Caio Prado Jr, Alberto Methol Ferré y tantos otros.

He dejado para otro artículo la vertiente local, de este pensamiento iberoamericano, pero no quisiera terminar sin señalar que esta obra valiente, seria y valiosísima fue germen del pensamiento de los tres americanos que más lejos llegaron en la lucha por recuperar el proyecto bolivariano, Víctor Raúl Haya de la Torre, Getulio Vargas y Juan Domingo Perón.

 

Bibliografía:

 

1)”Libertad o Sumisión, la condición humana en el siglo XXI”; Juan Archibaldo Lanús; Ediciones del Dragón; Buenos Aires; 2021.

 

2)”Florentino Ameghino y hermanos”; Irina Podgorny; Edit. Edhasa; 2021

 

3)”Los creadores de la Nueva América”; Benjamín Carrión; Ed. Sociedad General Española de Librería; Madrid; 1928

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