En el año 1946 Manuel Ugarte, con 71 años, se encontró por primera vez con Juan Domingo Perón. Fue Ernesto Palacios quien, el 31 de mayo de aquel año, lo acompañó a la Casa Rosada. Luego del 17 de octubre de 1945, Ugarte había expresado en diversos medios periodísticos su entusiasmo por la nueva fuerza política que emergía en el país semicolonial. En declaraciones al periódico Democracia sostuvo: “…creo que ha empezado para nuestro país un gran despertar (…) democracia como la que ha traído Perón, nunca vimos en nuestra tierra. Con él estamos los demócratas que no tenemos tendencia a preservar a los grandes capitalistas y a los restos de la oligarquía…” (Galasso, 1974, T.II: 273). Rememorando el histórico encuentro declaró: “Manifestó que me conocía en términos que colmaron la inevitable vanidad del escritor…” (Galasso, 1974, T.II: 274). Luego de una larga charla donde debatieron de economía, geopolítica, de la necesidad del desarrollo industrial y los medios para lograrlo, Perón decidió nombrarlo Embajador Extraordinario y Plenipotenciario ante la República de México. Llegaba el reconocimiento a toda una vida dedicada a la prédica y la lucha por la unidad latinoamericana.
Pero, ¿qué tendrían en común aquellos hombres? Uno, pensador de la denominada Generación del 900 que había irrumpido con posicionamientos antiimperialistas y latinoamericanistas en pleno auge de los Estados oligárquicos; predicador de la unidad regional, precursor del socialismo nacional, deudo de Jean Jaurès, antiguo compañero del Partido de Alfredo Palacios y Juan B. Justo. Hombre de la bohemia –aunque al decir de Norberto Galasso una bohemia particular, sin hambre ni tuberculosos-. El otro, un militar que ingresó a la vida política participando del gobierno que puso fin a la década infame, un gobierno heterogéneo que le había permitido hacerse cargo del olvidado Departamento Nacional del Trabajo desde el cual convocó a los representantes sindicales proclamado mediante decretos-leyes los derechos por los cuales los trabajadores y las trabajadoras venían luchando hacía más de medio siglo.
Perón reconoció en Ugarte a un hombre con trayectoria intachable y una vida dedicada a la lucha por la unidad regional. Por su parte Ugarte, en aquel momento, asumió que aquel nuevo movimiento popular encarnaba los ideales que venía predicando hacía casi 50 años. De la palabra al programa político; de la declamación y enunciación mordaz, a la ejecución de un proyecto nacional en el cual la unidad continental era objetivo estratégico.
Construir el Estado Continental fue para Ugarte durante mucho tiempo, una utopía. Para Perón, política de Estado. Tal como reflexionaría Piñeiro Iñiguez , “al decir que Perón puso en práctica las ideas de otros con una articulación y contextualización propias se estaba diciendo que les dio vida, las transformó en acción” (2013: 24). Es que el peronismo constituye en sí mismo, un movimiento político de síntesis histórica donde se articulan tradiciones, identidades, luchas “viejas” con ideas y perspectivas filosóficas “nuevas”. En palabras de Cisneros y Piñeiro Iñiguez:
El peronismo surge a partir de 1943 como una nueva síntesis de elementos realidades de la sociedad argentina y de los ideales –viejos y nuevos- de su imaginario colectivo. Permite un nuevo protagonismo social de clases que se han madurado en la exclusión, y de ideas que están en los tiempos a las que el régimen hasta entonces imperante no permitían aflorar. Entre ellas, la idea de América (…) El peronismo no solo es una síntesis argentina sino también una síntesis desde la Argentina, con proyección latinoamericana (Cisneros, P. Iñiguez, 2002: 122).
Dentro de aquellos viejos imaginarios se encontraban las ideas de la Generación antiimperialista que, en un contexto adverso, se animó a denunciar los dispositivos del orden semicolonial. Manuel Ugarte había nacido en Buenos Aires en 1875 y a principios del siglo XX entró en contacto con personalidades del mundo de la literatura y la ensayística que circularon por Madrid y París, intercambiando reflexiones en torno a América Latina. Luego de su viaje a los Estados Unidos escribió una serie de artículos denunciando el imperialismo de dicho país (destacándose en 1901 El peligro yanqui) y, en 1911, publicó su primer ensayo dedicado al estudio de la región, El Porvenir de América Latina. Comienza allí su prolífera obra que incluyó títulos tales como Mi campaña Hispanoamericana (1922), La patria grande (1922), El dolor de escribir (1933), Escritores iberoamericanos de 1900 (1947), entre otros.
En ellas, analizó con profundidad aquellas características culturales de la región que le permitieron sostener que América era una Nación desmembrada y que, a pesar de su diversidad, no existían antagonismos que impidieran la reunificación del continente. Retomando el ideario sanmartiniano y bolivariano predicó hasta el cansancio la necesidad de la reconstrucción de la Patria Grande, nombre que acuñó para denominar a América Latina y el Caribe. La tarea inconclusa de la unidad, decía Ugarte, habían impedido el ejercicio de la plena soberanía: sin unidad, no habría soberanía.
Viajero incansable, recorrió cada uno de los rincones de la Patria para ratificar sus hipótesis y conocer de primera mano cómo vivían los pueblos latinoamericanos. Tal vez, eso marcó la diferencia con otros intelectuales de la época que, desde sus cómodos escritorios, teorizaban sobre una compleja realidad que, en verdad, no conocían.
La primera guerra mundial generó para Ugarte un cambio profundo en la óptica desde la cual pensar la realidad. Comenzó a analizar los problemas geopolíticos y económicos. Planteó la necesidad de la construcción de un orden mundial basado en el equilibrio del poder; advirtió que la abundancia de recursos naturales constituía una amenaza para la región por convertirnos en objetivo imperial y por condicionarnos al lugar de exportadora de materias primas: “…los que sólo exportan materias primas son, en realidad, pueblos coloniales. Los que exportan objetos manufacturados son países preeminentes”, sostuvo. (Ugarte, 1961: 28). En esta época denuncia la extranjerización de dispositivos fundamentales para el desarrollo de la nación: ferrocarriles, minas, tranvías, teléfonos, petróleo. “Cuanto debió ser nuestro, cayó en poder de empresas de otro país” afirmó en 1924 (Ugarte, 1961: 28). En este campo se diferenció de otros pensadores y activistas socialistas de la época ya que, con toda claridad, identificó que el modelo agro-minero exportador era la causa estructural de la dependencia y que se debía avanzar hacia el proteccionismo económico para obtener el desarrollo industrial. En 1915 cuando fundó su propio periódico La Patria –de muy corta duración- publicó un programa político dirigido a la juventud donde enunciaba: “propiciaremos ante todo el desarrollo de las industrias nacionales [que] sustituyan por fin a las fuerzas económicas que vienen del extranjero y vuelvan a él llevándose gran parte de nuestra riqueza (…) combatiremos los monopolios y los abusos de las compañías extranjeras; en política internacional nos opondremos (…) a todo acto de carácter imperialista”.
También denunció la presencia de lo que denominó el “coloniaje ideológico” producto del régimen de “sujeción semicolonial”. Tal como lo definía el autor. “… Nuestro Nuevo Mundo no ha sabido digerir las lecturas. Privado de expresión artística, está esperando aún que sus intelectuales, ocupados en cultivar predios ajenos, se decidan a roturar la propia heredad” (Ugarte, 1999: 76). En el mismo sentido reflexionó: “… no hemos tenido vida propia. Hemos vivido por cable, atentos igualmente a las cotizaciones y a las modas, como si alimentada por un cordón umbilical de direcciones supremas, la esencia de nuestro ser no hubiera salido a la luz” (Ugarte, 1999: 77).
Unidad continental, soberanía, industrialización, distribución de la riqueza, nacionalización de los recursos y servicios; ¡vaya que tenían temas para conversar aquel 31 de mayo cuando se encontró con el flamante Presidente de la Nación! El reconocimiento a una vida entregada a la militancia llegaba en sus entrados años de la mano de un militar que supo convertirse en el conductor de un amplio movimiento nacional. Otras serán las penas que lo llevarán a tomar la decisión de quitarse la vida, años después, el 2 de diciembre de 19511. Su trágico final, el silenciamiento de su obra por largas décadas, el desconocimiento que aún existe de su figura, siguen convocándonos a difundir su pensamiento porque allí se encuentran claves cardinales para pensar nuestro presente y construir un futuro donde sus sueños puedan concretarse.
Bibliografía
(1) El 2 de diciembre la policía francesa encontró a Manuel Ugarte sin vida producto de un escape de gas que, presuntamente, fue generado en forma intencional.
– Cisneros, Andrés; Piñeiro Iñíguez, Carlos. (2002). Del ABC al Mercosur. La integración latinoamericana en la doctrina y praxis del peronismo. Buenos Aires: Nuevo Hacer.
– Galasso, N. (1974). Manuel Ugarte. Buenos Aires: Eudeba. Tomo II
————- (2001). Manuel Ugarte y la lucha por la unidad latinoamericana. Buenos Aires: Corregidor.
———– (2005). Perón. Formación, ascenso y caída (1893-1955). Buenos Aires: Ediciones Colihue. Tomo I.
– Piñeiro Iñíguez, Carlos. (2013). Perón. La construcción de un ideario. Buenos Aires: Editorial Ariel.
—————————- (2014). Pensadores latinoamericanos del siglo XX. Buenos Aires: Editorial Ariel.
– Ramos, Jorge Abelardo. (1961). Manuel Ugarte y la Revolución Latinoamericana. Buenos Aires: Editorial Coyoacán.
– Ugarte, Manuel (1911). El Porvenir de la América Latina. Valencia: Editorial Sampere. Disponible en: http://disenso.info/wp-content/uploads/2013/06/El-porvenir de-America-Latina-M.-Ugarte.pdf [Recuperado el 7/4/2018].
———— (1922). La patria grande. Barcelona: Editorial Internacional.
————- (1922). Mi campaña Hispanoamericana. Barcelona: Editorial Cervantes.
———— (1961). La reconstrucción de Hispanoamérica. Buenos Aires: Ediciones Coyoacán.
———– (1962). El destino de un continente. Buenos Aires: Editorial Patria Grande.
————- (2014). Pasión latinoamericana. Obras elegidas. Lanús: Edunla.
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