Por Francisco José Pestanha
Entre otras definiciones, suele apelarse al vocablo conciencia para señalar a aquella propiedad o condición del espíritu que le permite al ser humano reconocerse en sus “atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta”. Mediante dicha actividad psíquica, el sujeto “se percibe a sí mismo en el mundo” y aspira al conocimiento exacto y reflexivo de las cosas.
Para quienes anhelamos continuar con el desarrollo de esa epistemología que se ha autodefinido como “pensamiento nacional”, resulta innegable que los pueblos – en tanto sujetos históricos – participan de experiencias cognitivas comunes, y que en ese sentido, sus integrantes, comparten o aspiran a compartir un proceso común de conocimiento respecto de lo propio y de lo ajeno.
Reconocemos además que tal percepción tanto en su aspecto individual como en su faz colectiva no transcurre en un marco de asepsia intelectual, sino muy por el contrario, en un universo dinámico donde las relaciones desiguales de poder interactúan e interfieren permanentemente.
El fenómeno de la conciencia colectiva o de la conciencia nacional ha sido abordado en nuestro país desde las más diversas perspectivas. Hay autores como Manuel Ortiz Pereyra quien a principios del siglo pasado en dos textos ya señeros “La tercera Emancipación” y “Por la redención cultural y económica”, describía lúcidamente las modalidades que asumía en nuestra propia realidad un “mecanismo de importación acrítica de ideologías y de productos culturales desde los países centrales”, y además, detallaba como ellos eran reproducidos por ciertas elites locales como “valores universales”.
Fermín Chávez uno de los tantos autores olvidados, consagró su vida entera a desentrañar las ideologías de los sistemas centrales, ya que para él, eran “fuerzas e instrumentos de dominación que obstruyen o impiden el desarrollo de esa percepción colectiva”. Fermín enseñaba que a pesar del tremendo poder de penetración que poseían tales ideologías, la conciencia nacional actuaba como un verdadero límite, señalando enfáticamente que es a través de la cultura popular donde la conciencia nacional resiste bajo formas a veces atípicas e imperceptibles inclusive para algunos consagrados hombres de ciencia.
La conciencia nacional suele manifestarse entonces, primariamente, en la cultura popular para luego desplazarse a la faz sociopolítica. Recientes estudios sobre los orígenes del Yrigoyenismo y del Peronismo dan cuenta de éste prodigio que aun no ha sido del todo bien analizado en nuestros claustros universitarios.
Por tal razón no debe sorprender que las ultimas grandes movilizaciones callejeras, y en especial, la del 24 de marzo pasado, haya contado con una considerable y activa participación juvenil que hace pocos años estaba recluida en la campo de la producción cultural, y que hoy se encuentra en plena etapa “desplazamiento” hacia la participación activa en el campo de lo socio – político.
Sea esta una enseñanza más de una fructífera historia, que a pesar de los necios, continúa reescribiéndose día a día.
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