Buenos Aires, 25 de julio (Télam, Por Leticia Manauta*). Tenía treinta y tres años esa muchacha rubia, de manos expresivas, de voz devenida ronca por la enfermedad, que ese 26 de Julio se la llevó bajo la lluvia, un día frío, seguramente más cerca de Dios y más lejos de “sus grasitas”, de “sus censistas”, de “sus muchachas peronistas”. Esos que lloraban sin consuelo, de rodillas en la calle, pidiendo al Cielo que se produjera un milagro y les salvara a su Jefa Espiritual.
Pocas cosas tan conmovedoras como el dolor de ese pueblo, cientos de miles que lloraban bajo la lluvia. Si uno mira las fotos de ese día y los que siguieron notará la cantidad de mujeres grandes, gastadas por años de injusticias y trabajos duros, llorando sin ocultar su dolor ni sus lágrimas.
Eran las que habiendo conocido otras épocas valoraban todo lo que esa mujer, en siete años, había peleado y concretado junto a ellas. La Ley 13.010, de los derechos políticos que convertía a las mujeres en ciudadanas de primera; que habilitaba la participación en la lucha, como siempre había sido, sino también en la posibilidad de ejercer cargos electivos y no sólo elegir a otros. Lo que significaba un Partido Peronista Femenino, que les permitía organizarse y reunirse sin la presión de los varones, pudiendo expresarse con total libertad.
Primero hasta el anuncio “Cumplimos en anunciar que a las 20,25, la Sra. Eva Perón ha pasado a la Inmortalidad”, en la radio, ese era el medio de comunicación por excelencia y allí en esa hora exacta se recordó día a día ese acontecimiento.
“El siglo nunca vio muerte más muerte” afirma María Elena Walsh en un poema inolvidable, escrito por alguien que nunca fue peronista. Pero retrata esas escenas de dolor y desamparo “Y el pueblo que lloraba para siempre” reafirma MEW, porque se había ido esa que no sólo dijo sino hizo; aquella que era del pueblo y jamás olvidó de dónde venía; esa que convirtió el propio dolor, la propia humillación en amor y entrega, en soluciones concretas para los que como ella siempre miraban el festín desde afuera.
Aquella que con una inteligencia mayor aún que su belleza, y es mucho decir, entendió y practicó un principio filosófico que le gano el odio de los privilegiados, siempre atentos a sus bolsillos, siempre dispuestos a arrodillarse ante los imperios, siempre listos para castigar a los pueblos, ese principio es “donde hay una necesidad hay un derecho”.
Breve, contundente, revolucionaria. Por eso el odio de los menos, por eso su cuerpo no descansó en paz, aunque en ese momento el pueblo no pensó lo que MEW nos sigue contando “sin prever tu atroz peregrinaje”. No les bastó la muerte debieron someterte a crueldades aún mayores.
Pero esos días fueron a partir del 26 de largas colas bajo la lluvia, soportando el frío, para despedirla, tan chiquita, parecía una niña dentro del féretro. Nadie abandonó la espera, la poesía lo sintetiza “Y el amor y el dolor, que eran de veras, gimiendo en el cordón de la vereda”.
No faltó ninguno/a de aquellos a quienes habías devuelto la dignidad, los que habían sentido y lo seguirían haciendo por mucho, mucho tiempo que vos y el General les hacían sentir que eran parte de una Patria maravillosa, de la que formaban parte y les correspondía la mitad de todo.
Días de Julio, para recordar, para homenajear, para reafirmar compromisos militantes, para reafirmar que no nos robaron tu espíritu, ni tu lucha. (Télam)
*Escritora
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