Julio 2011
“Yo sé que esto le parecerá muy poco a los grandes ideólogos revolucionarios de la intilligentzia; pero sé que este programita sencillo y de vuelo corto los tiene en contra cada vez que se intenta, porque, como he dicho en otra parte, preocupados por volar muy alto, le sacan la escalera al que quiere subir un poco con la complacencia de los que quieren que no subamos nada”. Arturo Jauretche[1]
El rol del intelectual en los países dependientes, es el de contribuir a la formación de la soberanía científico cultural y a la emancipación de las organizaciones libres del pueblo.
La soberanía científica y cultural es un elemento central de la independencia económica. De la posibilidad o no de consolidar la independencia económica, dependerá la soberanía o la subordinación política del país. Ningún Estado es soberano si es dependiente económicamente. A partir de acá, que la posibilidad de que la comunidad nacional se gobierne a si misma dependerá del nivel de desarrollo de su estructura productiva. Con la industrialización del país estamos afirmando políticamente a la nación o como estableció Juan José Hernández Arregui “sin industrialización no hay independencia económica base de la soberanía nacional. Y sin soberanía nacional no hay autonomía cultural. Tal tarea sólo puede cumplirla el Estado Nacional”[2]. En este marco, los intelectuales deben ser los protagonistas de la producción científica y cultural para el proyecto nacional. Los desafíos y necesidades del proyecto nacional, implican la planificación de la inversión en ciencia y tecnología y el apoyo a aquellas áreas fundamentales para el desarrollo integral del país. Es el proyecto nacional el que marca las tareas y los desafíos históricos al intelectual y no viceversa. La afirmación de la voluntad colectiva del pueblo como planificación del proyecto nacional, es el marco a partir del cual se organiza la acción del intelectual.
La segunda función del intelectual es la de contribuir a la emancipación y consolidación de las organizaciones libres del pueblo en cada contexto y momento histórico. Dicha función del intelectual implica abandonar los supuestos vanguardistas de la intilligentzia. Las tareas a cumplir, las discusiones y agendas a entablar, dependen del enemigo, del adversario y del momento y el alcance histórico de las luchas políticas en las que interviene. El modelo del “intelectual supercrítico”, libre e independiente, eterno decidor de verdades o inimpugnable cuestionador de dogmas, se ha demostrado más útil para las operaciones de prensa de las derechas mediáticas, que para las construcciones colectivas de poder. No existe “la verdad” y el supuesto de que se debe ejercer una tarea crítica permanente, es parcial y generalmente, insatisfactorio para la construcción política popular. No se trata de “criticar desde afuera” como un científico de laboratorio, sino de contribuir desde “dentro”, a la solidificación de las organizaciones libres del pueblo. Cada espacio, sea social, cultural o productivo, introduce las tareas, los interrogantes y los desafíos para la práctica intelectual. Dicho punto de vista reconoce la necesidad de bajar al barro de la política y las luchas sociales, abandonando el impoluto trono de los intelectuales cagatintas.
[1] Arturo Jauretche (2006). El Medio pelo en la sociedad argentina, Ed. Corregidor, Buenos Aires. P 325.
[2] Juan J. Hernández Arregui (1957). Imperialismo y cultura, Ed. Amerindia, Buenos Aires. p 326
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