EL PAPA FRANCISCO, EL PERONISMO Y LA ARGENTINA
(Intervención del compañero Pascual Albanese en la comida de la Peña Eva Perón realizada el pasado jueves 14 de marzo).
Después de esta magistral exposición de Miguel Angel Iribarne, que nos ilumina acerca de la enorme significación que tiene para la Iglesia y para el mundo entero la elección del papa Francisco, pretendo partir del punto donde él concluyó su intervención y avanzar en la interpretación de la dimensión estrictamente política que, independientemente del aspecto central, que por supuesto es eminentemente religioso, tiene también para nosotros este acontecimiento histórico mayúsculo que vive la Argentina.
El refrán dice “a Dios rogando y con el mazo dando”. Vamos ahora a agarrar el mazo, que es muy distinto, como me apuntan aquí al lado, que irse al mazo….
Este miércoles 13 de marzo de 2013 enterró varias supersticiones. En una fecha con dos números trece, en un día que por si faltaba algo es Santa Cristina, fue elegido el papa Francisco. Se trata de un hecho tan, pero tan, trascendente que estamos absolutamente convencidos de que todavía no estamos en condiciones de entrever las gigantescas consecuencias que este va a tener en el futuro de la Argentina.
Un joven compañero y amigo marplatense, Lucas Fiorini, me decía en la tarde del miércoles, pocos minutos después de conocida la noticia: “ahora me doy cuenta de lo que habrán sentido los polacos cuando eligieron a Wojtila”. No cabe ninguna duda que esa misma emoción profunda impactó ese día a millones y millones de argentinos.
Desde la vereda opuesta, quien también se dio cuenta fue Luis D´ Elía, quien escribió en Twitter que “Francisco es a América Latina lo que Juan Pablo II fue a la Unión Soviética: el nuevo intento del Imperio para destruir la unidad latinoamericana”.
Si se tiene en cuenta que la elección de cardenal Jorge Mario Bergoglio coincidió en el tiempo con la desaparición de Hugo Chávez, es más fácil entender lo que para D’Elía, defensor del acuerdo entre el gobierno argentino e Irán, es la “unidad latinoamericana”, que en su visión no es otra cosa que la amalgama de“chavismo”, el “eje bolivariano” y, en la Argentina, el gobierno de Cristina Kirchner.
Otro que, desde esa misma vereda, también se dio cuenta de lo que había sucedido fue Horacio Verbinsky, un difamador profesional que en su columna de “Página 12” multiplicó sus ataques calumniosos contra el Papa, a quien en los últimos años dedicó no menos de una veintena de artículos incendiarios y hasta buena parte de un libro, en el que lo acusa de complicidad con la dictadura militar y la violación de los derechos humanos.
Curiosamente estas invectivas de D’Elía, Verbinsky, intelectuales de “Carta Abierta” y otros epígonos del gobierno contrastan con las afirmaciones del mismo presidente venezolano, Nicolás Madero, quien llegó a hablar de la participación de Chávez en la elección del papa, lo que para Maduro es el máximo panegírico que se puede hacer de una persona y un acontecimiento, y del presidente ecuatoriano Rafael Correa. Ni hablar si se las compara con el tono del mensaje de Barack Obama…. Cuando se comparan estas expresiones con el estilo frío y protocolar de la carta enviada por Cristina Fernández de Kirchner, hasta cabría preguntarse si el Papa que se acababa de elegir no era venezolano, ecuatoriano o norteamericano….
La pregunta que se nos impone es el por qué de esta desesperación y furia contra el cardenal Bergoglio. La mayoría de los análisis políticos y de las interpretaciones periodísticas colocan el origen de esta furia en los años recientes, a partir del 2003. Sin duda que existen múltiples y comprensibles motivos para que así sea. Pero el origen de esta batalla es más hondo. Está mucho más atrás en el tiempo y se remonta a la historia argentina de la década del 70.
Hoy, cuando hasta la portada de “Clarín” de esta mañana habla de “Milagro argentino: un Papa peronista”, podemos examinar ya, sin pecar de sectarismo ni develar ningún secreto, esta suerte de “vidas paralelas”, en el plano político, entre el peronismo y el cardenal Bergoglio, con la aclaración de que, a diferencia de lo que sucede en la geometría tradicional, en la acción política las paralelas a veces también se juntan.
En el caso particular del cardenal Bergoglio y el peronismo, esas paralelas se unieron en 1973. Porque ahora se habla mucho, incluso livianamente, del “primer Papa jesuita de la historia”, pero se omite que en 1973 el padre Bergoglio fue designado Provincial de la Compañía de Jesús en la Argentina para enfrentar la penetración de una línea, identificada con una determinada interpretación de la Teología de la Liberación, que era tributaria del marxismo como ideología y partidaria de la violencia como método de lucha.
Pero ese gran combate del padre Bergoglio dentro de la Compañía de Jesús en la Argentina era simultáneo y concomitante con la lucha que, al mismo tiempo, se desarrollaba dentro del peronismo, cuando el general Perón respondía el desafío a su conducción expresado por los “Montoneros”. Vale apuntar que Bergoglio fue designado Provincial de los jesuitas en la Argentina el 31 de julio de 1973, 18 días después de la renuncia, por no decir la caída, de Héctor Cámpora.
En esa lucha simultánea, de Bergoglio dentro de la Compañía de Jesús y de Perón contra los Montoneros, contra sendos enemigos que – en realidad – eran el mismo enemigo, es que se produce el acercamiento entre el hoy papa Francisco y una enorme cantidad de cuadros del peronismo, pertenecientes a Guardia de Hierro y otros sectores que en ese momento enfrentaban la ofensiva de “Montoneros”.
Ese conflicto se libró en varios frentes, entre ellos en la Universidad del Salvador, donde Bergoglio tuvo que encarar un combate para evitar su completo copamiento por parte de ese sector de la “Teología de la Liberación” asociado a “Montoneros”.
En esa batalla, hubo algunos compañeros peronistas que cumplieron un papel muy significativo, entre ellos Francisco Cacho Piñón, a quien Bergoglio designó rector de la Universidad, cuya administración quedó a cargo de una asociación civil, que tenía entre sus directivos, por ejemplo, a nuestro compañero y amigo Jorge Castro.
En esa dura lucha contra enemigos comunes, aliados entre sí, que en el fondo constituían el mismo enemigo, se fue forjando la identificación del cardenal Bergoglio con el peronismo y con el pensamiento del general Perón.
No fue por supuesto una lucha fácil, sino un enfrentamiento duro y peligroso, físicamente riesgoso, como todos los de aquella época. Y tampoco fue gratis para el padre Bergoglio, quien más adelante sufrió una persecución dentro de la propia Compañía de Jesús, un ostracismo que se prolongó hasta que Juan Pablo II, en una de las decisiones más drásticas tomadas en la historia de la Santa Sede en las últimas décadas, decretó la intervención de la Compañía, para realizar dentro de sus filas, pero a escala global, una tarea similar a la que cumplió Bergoglio en al década del 70.
Después fue necesaria la intervención de un extraordinario hombre de la Iglesia, también amigo y compañero, que fue el cardenal Antonio Quaracino, quien se encargó de promover a Bergoglio como coadjutor en la diócesis de Buenos Aires, que constituyó el paso previo a su designación como cardenal, nombramiento que inicia la parte más reciente y conocida de su historia.
Hay que entender entonces al pobre Verbinsky quien en la década del 70 era subjefe de Inteligencia de Montoneros, donde fue introducido por el servicio de inteligencia cubano, probablemente la criatura más desarrollada que tuvo la KGB soviética, que entre otras cosas impulsó el intento de asesinato de Juan Pablo II.
No se trata entonces, compañeros, de una pelea de diez años, que empezó con Néstor Kirchner y continuó con Cristina. Es una lucha que ya lleva cuarenta años y parece que esta semana el pobre Verbinsky se dio cuenta que la perdió para siempre…
Hay que decir que, con las obvias diferencias que surgen de las distintas circunstancias históricas y del escepticismo y el estilo socarrón tan propios de la idiosincracia argentina, existe efectivamente una cierta semejanza entre el impacto de la designación de Bergoglio y la inmensa repercusión popular que tuvo en Polonia la designación de Carol Wojtila.
Sabemos que, ante esa analogía, algunos se preguntan “sí, pero dónde está Solidaridad?”. En primer lugar, hay que señalar que en 1979, cuando se ungió a Juan Pablo II, Solidaridad no existía y Lech Walesa era un dirigente sindical casi desconocido. En segundo lugar, en la Argentina, el equivalente de Solidaridad existe desde el17 de octubre de 1945. El movimiento obrero argentino es la organización sindical no marxista, sino inspirado precisamente en la doctrina social de la Iglesia, más importante de la historia, más importante aún que la propia Solidaridad, gracias a la extraordinaria misión evangelizadora que, como acertadamente señaló antes nuestro compañero y amigo Víctor Lapegna, cumplió el general Perón entre los trabajadores argentinos..
Por otra parte, tampoco exageremos, compañeros…. La tarea que nos aguarda a los argentinos, por ardua que nos pueda resultar, es infinitamente más sencilla que la que tuvieron que afrontar el heroico pueblo polaco, Solidaridad y Walesa en la década del 80.
Para la Argentina, en términos políticos, la elección del Papa Francisco significa una ampliación del campo de lo posible. Hay cosas que hasta ahora eran imposibles y ahora empiezan a serlo. En este año 2013, con el formidable aliento espiritual para el pueblo argentino que supone la elección del Papa Francisco, crecen las posibilidades reales de avanzar hacia la reconstrucción del peronismo, con una participación activa de las organizaciones sindicales, para enterrar los sueños de perpetuación en el poder del kirchnerismo y forjar una alternativa política para el presente y el futuro de la Argentina.
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