Una preocupación central de los revolucionarios de 1810 fue recuperar la dignidad del trabajo, suprimiendo las diversas formas de explotación forzosa a que habían estado sometidos durante siglos los indígenas y los negros esclavos. La lucha por la independencia llamaba a la movilización de todos los sectores del pueblo para reconocerse como ciudadanos libres e iguales, en una sociedad donde el trabajo dejara de ser una condena para convertirse en el esfuerzo solidario por la causa común.
Mariano Moreno, que cursó sus estudios de abogado en Chuquisaca, había impugnado ya en su disertación de 1802 la tremenda iniquidad de la mita: “el insufrible e inexplicable trabajo que padecen los que viven sujetos a este penoso servicio… Se ven continuamente sacarse violentamente a estos infelices de sus hogares y patrias, para venir a ser víctimas de una disimulada inmolación… padecimientos que, unidos al mal trato que les es consiguiente, ocasionan que de las cuatro partes de indios que salen para la mita, rara vez regresa a sus patrias las tres enteras”. Nada más contrario al hombre libre, decía, “que la coacción y fuerza a unos servicios involuntarios y privados”.
En la “Representación de los labradores y hacendados” de 1809, Moreno exponía sus argumentos como vocero de los genuinos productores del campo, frente a los especuladores que se beneficiaban del monopolio comercial, planteando la dicotomía entre el “miserable labrador que ha de hacer producir a la tierra nuestra sustancia” y el “comerciante poderoso que el gobierno y ciudadanos miran como una sanguijuela del Estado”. El texto aquél denunciaba también el crimen del esclavismo; “gime la humanidad con la esclavitud de unos hombres que la naturaleza creó iguales a sus propios amos”.
La actuación de Manuel Belgrano en el Consulado de Buenos Aires apuntaba a promover la enseñanza gratuita y especial, incluso a las mujeres, asociando así la educación y el trabajo a fin de capacitar la mano de obra calificada que necesitaba el país.
El Plan de Operaciones de la Primera Junta, que Moreno redactó por iniciativa de Belgrano como una guía para la revolución continental, reclamaba establecer la igualdad de las castas ?indios, negros y mestizos?, la inmediata liberación de los esclavos de los propietarios realistas y el rescate de aquellos cuyos amos fueran del bando patriota.
La Junta abolió la mita y el servicio personal de los indios, tal como lo proclamaron Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo en la expedición al Alto Perú, convocando a las comunidades a ponerse en pie contra sus explotadores.
Belgrano, en su expedición al Paraguay, dictó el 30 de diciembre de 1810 el estatuto para los pueblos de las Misiones guaraníticas, en el cual, además del derecho a recibir gratuitamente tierras y educación, reglamentaba las condiciones equitativas de contratación y salarios para conchabar trabajadores y prohibía como delito, bajo severas penas, los castigos físicos a los naturales.
La Asamblea de 1813 sancionó la libertad de vientres, aunque lo más efectivo para emancipar a los esclavos fue, como proponía el Plan de Operaciones, su incorporación a los ejércitos patriotas, que se cumplió a menudo expropiando a los amos.
Una anécdota de José de San Martín muestra cuál era su visión sobre los cambios sociales que debía traer la revolución. Retirado en una estancia de las sierras de Córdoba para reponer su salud, oyó quejarse a un peón por los golpes que le propinara el mayordomo español, y le preguntó cómo era posible que, en esos años de revolución, un maturrango se atreviera a levantar la mano contra un americano; ¿es que éramos un pueblo de carneros? Los paisanos escucharon el mensaje. No pasaron muchos días cuando el mayordomo quiso castigar del mismo modo a otro peón y éste, según contaba un testigo, le dio “una buena cuchillada”.
Para forjar el Ejército de los Andes, San Martín convirtió a Cuyo en un gran taller aplicado a toda clase de producciones, desde los cultivos bajo riego hasta la fabricación de cañones, se ocupó de dirigir los trabajos e infundió a los hombres y mujeres que lo rodeaban la fe y la convicción de contribuir a una tarea solidaria. La victoria final en sus batallas fue el fruto de esa preparación, la inteligencia y la perseverancia en una labor colectiva. Él y los demás patriotas de la generación revolucionaria dieron el ejemplo de su desinterés y el testimonio de su infatigable compromiso, que otras generaciones no dejarían de seguir.
Fuente: Telam
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