“No somos europeos. Tampoco indios. Constituimos un pequeño género humano mixto. Somos suramericanos” [Simón Bolívar]
No es fácil definirla. Lo cierto es que no se nace con ella, sino se asume a través de un proceso de socialización. La identidad individual comienza por asimilar el nombre. La familiar supone incorporar apellidos y conocer y reconocer a los progenitores. La identidad parental induce a aceptar como “nosotros” a los “otros” que son consanguíneos o afines, pero ajenos a la inmediatez de lo hogareño. La sexual -de raíz genética- la acentúa el entorno que suprime ambigüedades en función de modelos. Aunque tales identidades sean de naturaleza distinta suelen complementarse. No obstante, si son de la misma estirpe se repelen o colisionan. Más allá de estos matices, lo que interesa ahora es la identidad nacional. Hay modalidades de ignorarla y también estrategias de negarla, minimizarla u olvidarla. Se propone un debate sobre la materia recurriendo a manifestaciones de allá y de aquí, del ahora y del ayer reciente o remoto. Pareciera urgente encenderlo para captar -en su exacta dimensión- la crisis de identidad que afecta lo que denominamos ugartianamente (1) Patria Grande.
Florecer y ocaso de identidades
Fuimos testigos de cómo nace, se impone y luego muere la identidad soviética. Varios decenios son insuficientes para internalizar en el alma de millones de habitantes del gigantesco Estado -que fundara Lenín sobre los escombros del Imperio de los Zares- aquella identidad cuya sustancia no es territorial ni étnica, sino política. Apenas sopla el huracán de la perestroika y del glasnost y nace la Mancomunidad de Estados Independientes MEI comienza el explosivo renacer de otras identidades de tipo nacional. Incluso el núcleo de aquella macropotencia vuelve a denominarse Rusia y como tal es conocida hoy y sus habitantes retornan a la arcaica toponimia, al himno tradicional y a la vieja bandera así como al gentilicio raigal y a la reinterpretación de la historia en la cual se exalta a los Romanoff y a los héroes zaristas. Ni que referirse a los “países bálticos” o a las nacionalidades del Asia céntrica donde, como paradigma, con el dedo en el gatillo la paradigmática Chechenia anhela el rescate de su identidad.
Yugoslavia -fundada como consecuencia de la I Guerra Mundial- es el caso típico de otro naufragio identitario. Las diversas repúblicas de esa confederación repudian la condición de “yugoslavos” que significa supraeslavos. La OTAN apoya la escisión que encabeza Croacia. Los croatas no quieren ser yugoslavos y tampoco los macedonios, los bosnios, los eslovenos, los kosovares… La Servia de Pasic y de Tito no procura privarlos de tal condición, sino sobreponer a ella otra de mayor envergadura. Sin embargo, de la repulsa pasan al quiebre. Se reedita así, en el siglo XXI, lo que la politología rioplatense denomina “balcanización”. Son los particularismos centrifugadores -aquellos analizados con precisión por Ortega y Gasset en “España invertebrada” los que se imponen. Se había marchitado la megaidentidad que, por un siglo, intentara imponer Belgrado.
¿Qué somos los hispanoamericanos?
Por 300 años somos españoles. Hubo españoles metropolitanos que podemos adjetivar como “peninsulares” o “europeos” y españoles americanos conocidos también como “ultramarinos” o “indianos”. En una esfera valorativa podemos manifestar que hubo españoles de “primera”, “segunda”, “tercera” un poco en función del pigmento y un mucho en relación con la ubicación en la pirámide social. No obstante, la españolidad se asociaba a la condición de “súbdito”. Sin embargo, la ocupación de la Península por Bonaparte y la acefalía del Imperio precipita la ruptura con Madrid. Entonces viene el rechazo a la identidad de origen y los patriciados de cada virreinato, capitanía, presidencia o cantón -nietos, bisnietos o tataranietos de la estirpe de los conquistadores, encomenderos o integrantes de la bisoña “aristocracia castellano-vasca” y, por ende, “blancócratas” -”gente decente” se dirá en Buenos Aires- dan rienda suelta a la leyenda negra lascasiana (2). Ello para legitimar el divorcio con el padre patria (3). Entonces se proclaman retoños de Montezuma, Manco Capac, Lautaro. Se enaltece el pasado indígena y desprecia la tricentenaria trayectoria hispánica.
Este indigenismo se estampa en textos escolares, aparecen en los himnos patrios, en banderas y escudos de Estados que intentan forjar, cada uno, su identidad en el yunque de la indolatría y del desprecio de lo ibérico. Esto inocula un potente complejo de inferioridad a Nuestramérica. Se trata del síndrome de la autodenigración. La Independencia se afirma entonces en un indigenismo que -a todas luces- es pura retórica porque las elites son españolas. Esclarezcamos, españoles que reniegan de su raíz originaria, es decir, abominan de su identidad primaria. A fin de acentuar aun más el quiebre se crean gentilicios nuevos que borran el antiguo. Así -por decreto- se establece que los habitantes de su país son “chilenos”. Al otro lado de la Cordillera de lo bonaerense se pasa a lo ríoplatense hasta que el Virreinato de la Plata se convierte en Argentina. Entonces los oriundos son argentinos. Es una identidad que se sobrepone a aquellas de tipo provincial. Lo mexicano no logra englobar al Virreinato de Nueva España y por el sur se desgrana en minirrepúblicas. Por el norte deberá soportar -apenas a tres decenios después- una guerra con EEUU que implica perder la mitad de su territorio (4).
Esa confusión suicida
Aquella identidad de españoles americanos se suplanta por esa de “americanos”, a secas. Ello hasta hoy es una trampa porque nos encasilla con estadounidenses y canadieneses sin el indispensable distingo. Tal maniobra permite que aparezcan, en pie de igualdad, Simón Bolívar y Jorge Washington y dar luz verde al panamericanismo o al interamericanismo. Esa maniobra se observa desde la emancipación misma. Los libertadores -salvo excepciones- comienzan a aludir a “americanos” sin la necesaria adjetivización. A veces, a título de excepción, se anota sudamericanos. El nulo rigor perdura hasta hoy y es frecuente que quienes promovemos la integración seamos etiquetados como “americanistas”. Reaccionan, afrancesadamente, al promediar el XIX el chileno Francisco Bilbao y el colombiano José María Torres Caicedo. Ambos aluden a América latina. Tras esa postulación está Napoleón III y su asesor Miguel Chevalier quienes exaltan la latinidad ante la hegemonía de Gran Bretaña y el ascenso de Alemania. La francolatría de ambos se marchita pronto ante la aventura colonialista gala en el México de Juárez.
Fuera de ambas posturas que anhelan rescatar el elán vital de los libertadores lo predominante es la manía del aislamiento. La fomenta cada oligarquía lugareña con cobertura del imperialismo de turno. Se olvida o rechaza aquella identidad que fue envolvente y aglutinante y se impone una propia de cada república. Se acentúa la balcanización al asignar a cada segmento el rango de nación y al comarcalismo se le sinonimiza como “nacionalismo”. En la Colombia santanderina escindida de la Gran Colombia de Bolívar surge -en el siglo XX- otro brote separatista que genera a Panamá. Allí la “panameñización” supone descolombianizar esa república nacida bajo protección de la US Navy. Con apoyo de Washington se expande el sistema escolar y si bien no se impone el idioma inglés como en Filipinas o Puerto Rico, se enseña Historia del bisoño Estado acentuándose las diferencias con el país del cual se secesiona. A ello se une pabellón, escudo, himno patrio, poemas, campañas de prensa y signo monetario. Lo más importante, hitos fronterizos, aduanas y FFAA. Estas son educadas en la noción que tras la frontera está el enemigo ante el cual sólo vale la “paz armada”.
Otras situaciones iluminadoras
Ahora mismo Taipé -a través de su estructura escolar- busca generar la identidad taiwanesa antagónica a la china. Pekín, de inmediato, protesta. Advierte que aquello es la rampa de despegue de la escisión. Se sabe que plasmar un pseudonacionalismo no es difícil. Se trata de una herramienta clave para legitimar el desmenuzamiento que hunde su raíz en lo cognitivo y lo emocional, es decir, cuaja en el ámbito psicocultural. Implica el cultivo de la adhesión al entorno inmediato y el desprecio por el tronco originario. Timor Oriental -una esquirla de Indonesia con apoyo de Occidente- se independiza de Djakarta en función de estimarse “diferente” a sus compatriotas. Su población -antaño cristianizados por Portugal- se juzga a si misma “distinta” y hasta “superior” a los millones de connacionales adscritos al Islam. Histerias parecidas sacuden a Vasconia y Cataluña. Comienzan demandando autonomía cultural y finaliza con terrorismo tipo ETA. En la Edad Antigua hubo quienes, en Atenas, se sienten más áticos que griegos. Tal polis se divide entre adversarios y adherentes al proyecto integrador de Filipo presentado por la publicidad como “invasor bárbaro” y por ende no helénico. La Persia imperial alienta a quienes se afanan por conservar las polis como Estados urbanos. Muy interesante, en el ámbito de Atenas, es el contrapunto entre Demóstenes e Isócrates. Son respectivamente, uno centrífugo y el otro centrípeto.
Nuestramérica: ¿naciones o nación?
Los promotores del latinoamericanismo -también denominado con mayor propiedad iberoamericanismo- estamos en la brega por rescatar una identidad evaporada o pisoteada que es meganacional y no supranacional. Resulta clave entender que la iberoamericanidad no es una identidad como la yugoslava, si no hunde su raíz en la comunidad de sangre y cultura. Eso no supone vulnerar las identidades particulares, pero si entender con Julián Marías (6) y Jorge Abelardo Ramos (7) que somos una nación desmembrada como lo estuvo la Italia pregaribaldina o la Alemania prebismarckiana. Imprescindible se considere este matiz. Asumirlo equivale en lo historiográfico un vuelco equivalente al tránsito del geocentrismo al heliocentrismo y ello con las consiguientes consecuencias políticas. En lo inmediato esta reintegración se estima palanca de liberación y desarrollo. En 200 años -desde aquel parto prematuro que es la Independencia y con el consiguiente fracaso de militares como Bolívar, OHiggins, San Martín o Morazán y de intelectuales entre los cuales se cita a Alamán, Bilbao, Vicuña Mackenna o Ugarte- el operativo logra éxitos sólo parciales. Parciales como la UNASUR y el MERCOSUR. Podrán evaluarse como logros insuficientes, pero ello, sin embargo, no invalida la bandera que para no pocos es divisa que conduce a suprimir el vasallaje y la pobreza. Al menos así lo sostienen quienes hoy se proclaman bolivarianos. Poseen vigencia -vale la pena advertirlo- antes del comandante Chávez. Lo ocurrido es que el Presidente de Venezuela lo reflota ahora como Perón en la década del 50. Está por verse qué dirección le imprime. La que la prensa informa -al menos desde nuestra perspectiva- es inadecuada (5).
La identidad nacional -según la escuela de Bolívar que también es la de Gabriela Mistral (8), Joaquín Edwards Bello (9) o Felipe Herrera (10)- sería aura que proporciona a un conglomerado convencimiento de origen común, motivación de pertenencia a un terruño y a una colectividad no restringido por los hitos fronterizos y ánimo de conservar o reintentar el aglutinamiento. Los elementos estáticos de la identidad, acorde con Renán son la raza -por cierto no concebida sólo como factor somático-, la lengua y la fe. El factor dinámico es la voluntad colectiva. Es un principio espiritual que supone comunidad de éxitos y de sufrimientos. Siempre siguiendo al mismo autor manifestemos que la identidad es plebiscito cotidiano así como la existencia del individuo es afirmación de vida (11). Se somete a referéndum, según Ortega un “proyecto sugestivo de vida en común” (12). En tal comicio -al menos hasta hoy- triunfan los atomizadores.
No obstante, en ya comenzado el siglo XXI, es posible que el elán vital de Bolívar renazca. Entonces, como Teseo, superará el laberinto aniquilando al minotauro. La empresa no es fácil, pero si posible.
Prof. Pedro Godoy P.
Centro de Estudios Chilenos CEDECH
www.premionacionaldeeducacion.blogspot.com
(1) Se alude a Manuel B. Ugarte quien, a comienzo del XX, rescata la tesis de Iberoamérica como nacionalidad desmembrada que, para sacudirse de la dependencia y del subdesarrollo, debe reintegrarse
(2) Referencia al P. Bartolomé de las Casas, sacerdote que, en el XVI, inicia campaña de defensa del pueblo indígena
(3) Enrique Zorrilla promueve referirse a España no como “Madre Patria”, sino “Padre Patria”
(4) Ver de Godoy, P.: “Bicentenario e identidad”
(5) Ver de Godoy, P.: “Socialismo del siglo XXI y otras páginas”
(6) “Sobre Hispanoamérica”
(7) “Historia de la nación latinoamericana”
(8) “El grito”
(9) “Nacionalismo continental”
(10) “Nacionalismo latinoamericano”
(11) “¿Qué es una nación?”
(12) “España invertebrada”
[Texto gentileza de Rolando M
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