Es cierto, pero no por ello menos memorioso. Sucede que Fermín fue un conciudadano nuestro, en esta famosa Nogoyá. Alguien que uno piensa que Dios lo ha puesto en nuestro camino para congraciarnos con él.
Porque no es sino una bendición el tenerlo a Fermín cerca. El poder de saber que nos congratulamos con sus definiciones de teología y de política, de ética y de sabiduría, de postulaciones a favor de los humildes y de caridad por su situación, por cuanto siempre pensamos que el retorno a la potestad del hacedor les está estrictamente reservada. Nadie debe suponer que guardamos la verdad por lo mismo que nos está impuesta esa verosimilitud de descubrirla y sostenerla. La conservamos, más allá de lo necesario, para sustentarla y defenderla, sino para que se promulgue, que se difunda en todos los niveles de suponer su necesidad y su predominio.
Es que la verdad no es más que la definición de la creación. Y Fermín nos lo enseñó, con la congruencia de su gestión y la ideología peronista. Nos lo indujo y lo propuso como una instancia para el cumplimiento, tanto de la defensa de los marginados como del cumplimiento de la convergencia que se convierte en la de la patria. Porque eso era la convergencia de la defensa de los siempre colocados en el margen, en la diferencia de los que sienten la patria como propia aun en detrimento de la mayoría de sus trabajadores. Y este era el presagio de los sentimientos confiables en la curva de los evangelios. Porque esos eran, de alguna manera, los sentimientos naturales y cristianos de Fermín que se manifestaban en una expresa referencia a los textos sagrados, eran los preceptos de las parábolas que el propio Jesús había expresado en los sermones de la montaña, en las expresiones relativas a los asalariados, a los indulgentes de siempre, a aquellos que hacían la referencia de quienes eran los dueños del país.
Y siempre fue así, los dominantes, reservistas del capital extranjero, por sobre los marginados que eran, irremediablemente, los postergados para que la patria pudiera vivir de sus importaciones, con salarios baratos, percibidos por los dueños de la tierra de todos.
Y cuando hay que defenderlos entonces sí se sabe cuando se está en defensa de la patria y de sus congéneres, de sus habitantes de siempre, de los que deben ser los protegidos de la nación, de aquellos que son, en todo sentido, los dueños y ponen sus riquezas. Fermín nos alertó sobre aquella circunstancia, sobre la posibilidad de que se estuviera, en esta ocasión, por encima de la marginalidad social que se había hecho una confabulación estudiada en la Argentina de todas las instancias políticas. Y nos señaló, por sobre todas las cosas, que este país era una sesión definida de protección a sus trabajadores. Y nos lo dijo apuntando sobre la tesis de Perón, y nos lo anunció, amparado en la suposición católica.
Y allí está ahora: al lado de la inmensa sabiduría de Cristo y de la experiencia de Perón.
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