Por Fernando Del Corro (x)
El 30 de agosto de 1956, 55 años atrás, cuando todavía no había transcurrido un año desde que una conjunción de intereses económicos, políticos y sociales de corte antipopular derrocase al gobierno de Juan Domingo Perón, el presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu firmó los acuerdos de Bretton Woods.
Ello implicó que la Argentina se incorporase a dos organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), hoy más conocido como Banco Mundial, a lo que desde su creación en 1944 se habían negado las autoridades argentinas con el entonces presidente Edelmiro Julián Farrell y luego con el propio Perón.
Cuando se habla de la deuda inmediatamente se piensa en el Fondo Monetario Internacional, más conocido por su sigla, el FMI. Sus sucesivas autoridades son tan conocidas para el argentino medio como la mayor parte de los funcionarios locales de segundo nivel, aunque luego se los olvide tan rápido como a estos últimos. El FMI fue uno de los resultados de los acuerdos de Bretton Woods casi al finalizar la Segunda Guerra Mundial bajo la inspiración de lord John Maynard Keynes y otros famosos economistas de la época. Perón no aceptó incorporar a la Argentina a ese organismo y se mantuvo fuera de él durante toda su gestión.
Un organismo dependiente de las Naciones Unidas, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), con sede en Santiago de Chile, era regenteado por nuestro conocido Raúl Prebisch, antes y después funcionario de varios gobiernos argentinos. Desde allí, si bien dentro de cierta ortodoxia económica, se habían generado algunas ideas sobre el Centro y la Periferia, en el fondo entre países industrializados y proveedores de materias primas. El eje detrás del cual debe entenderse el problema central de la deuda de nuestros tiempos, como ya se ha dicho, sin olvidar todo lo de corrupción financiera y política que sirvió como detonante.
Prebisch había rechazado, por razones políticas, asesorar a Perón, cuando éste se lo había solicitado, pero aceptó cuando la oferta le llegó, apenas producido el golpe de septiembre de 1955, por parte del presidente de facto Eduardo Lonardi. Como este general nacionalista fue rápidamente desplazado por el ala gorila encarnada en Aramburu, su sucesor, y el vicepresidente Isaac Francisco Rojas, cuando llegó la hora de presentar sus informes, el economista cepalino lo debió hacer ante las nuevas autoridades militares.
Los tres informes respiraban más odio político que un serio análisis económico. En ellos se llega a sostener que la situación dejada por el peronismo era peor que cualquier otra del pasado del país, incluyendo aquella que le permitió a Nicolás Avellaneda decir lo suyo sobre el hambre y la sed de los argentinos; la de la crisis de 1890; e incluso lo que había sucedido como consecuencia de la gran recesión iniciada en Nueva York en 1829. Como bien señala el historiador económico Mario Rapoport, algunas de las afirmaciones contenidas en los informes fueron desmentidas por la propia CEPAL en su trabajo de 1958 titulado “El desarrollo económico de la Argentina”. Fue lo que se dio en llamar “una crisis apócrifa”[1].
De resultas de todo ello el gobierno militar concluyó firmando los acuerdos de Bretton Woods. Lo hizo el 30 de agosto de 1956, dos meses después de constituir el llamado “Club de París” en el marco de la Unión Europea de Pagos, donde los principales acreedores argentinos eran los países perdedores de la Segunda Guerra Mundial. Las deudas más importantes de la época alcanzaban a 158,5 millones de dólares estadounidenses con Alemania; a 133,5 millones con Italia; a 76,2 millones con Japón; a 75,2 millones con Reino Unido; a 34 millones con Francia, y a 25 millones con Países Bajos (PB). El total era de 450 millones más los intereses, correspondientes a once acreedores. Las cuotas para su cancelación se fijaron en 50 millones para los dos primeros años y en poco más para los siguientes hasta su cancelación.
En lo que hace al ingreso argentino en el FMI hay que señalar algo por demás interesante. Hoy el Producto Interno Bruto (PIB) argentino equivale a un 60 por ciento del correspondiente al estado brasilero de Sao Paulo y a un 30% del total del Brasil. Esto marca lo que pasó en la segunda mitad de los años 1900. Al ingresar la Argentina al FMI en 1956 se le fijó una cuota casi igual a la del Brasil lo que indicaba la similitud, por entonces, de ambas economías. Fue de u$s 150 millones de los cuales u$s 37,5 millones debió hacerlos en oro y los restantes u$s 112,5 millones en los viejos pesos moneda nacional. Así fue como en 1957 se debutó con el primer crédito por u$s 75 millones. Allí comenzó una historia de nunca acabar con un organismo que hasta ayer reclamaba que los 40 millones de argentinos paguemos con nuestros esfuerzos los resultados de las políticas que ellos prohijaron.
(x) Periodista; profesor de Historia por la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y docente en la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la UBA.
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