FUENTE: LA NACION
El 21 de mayo de 1982, las tropas inglesas desembarcaron en la Bahía de San Carlos, sorprendiendo a los generales argentinos Mario Benjamín Menéndez y Oscar Jofre, que habían descartado ese lugar porque “no ofrecía características favorables para la operación de los buques”. Menéndez y Jofre se equivocaron: ese 21 de mayo de 1982, los ingleses apostaron en la Bahía de San Carlos el transatlántico Canberra, los buques Fearless, Intrepid, Sir Percival, Sir Tristram, Sir Geraint, Sir Galahad, Sir Lancelot, Europic Ferry, Norland, Fort Austin y Stromness, el destructor Antrim y las fragatas Ardent, Argonaut, Brilliant, Broadsword, Yarmouth y Antelope.
En pocas horas, 4000 combatientes británicos iniciaron su marcha hacia Puerto Argentino. En el lugar, sin armamento pesado ni apoyo aéreo, se encontraba el teniente primero Carlos Esteban, que lideraba una sección de 62 infantes con armas livianas y una voluntad a prueba de balas.
“Los ingleses ya estaban cerca; oímos los helicópteros y veíamos los lanchones. Ocupamos las posiciones; tenía que mandar y hacerlo bien, tenía que cumplir la misión, tenía que salvar a mi gente y tenía que volver a ver a mi hijo. [?] El primero en aproximarse fue un helicóptero Sea King, con tropa y un chiringuillo de municiones. Abrimos el fuego y lo incendiamos; saltaron chapas por doquier, había heridos pero el piloto pudo apoyar la máquina sin destruirla. (?) De inmediato un helicóptero de ataque Gazelle se dirigió a nuestras posiciones. Apuntamos, hicimos fuego reunido y lo derribamos; se hundió en las aguas del río San Carlos. Los soldados tomaban coraje. Otro Gazelle viene directamente hacia nosotros. Repetimos la concentración de fuego y se desploma totalmente en llamas. No hubo chance de que se salvara nadie de la tripulación. Aparece un tercer Gazelle abriendo fuego. Creo que a estas alturas mis soldados se sentían invulnerables. Era un blanco perfecto. Vemos cómo cientos de proyectiles hacen impacto sobre él. Se incendia, y el piloto, con una hábil maniobra, logra posarlo detrás de una altura”, describió el teniente primero Esteban cuando se le preguntó cómo había sido su enfrentamiento con las tropas inglesas.
Pocos conocen la actuación valerosa de Esteban, y siempre se hace referencia a la cobardía del torturador Alfredo Astiz en las islas Georgias, que se rindió sin disparar un tiro. En este punto, funciona el prejuicio: es más fácil y contundente contar que Astiz fue un cobarde que describir las acciones bélicas protagonizadas con valor por otros oficiales de la Armada.
El portaaviones Invincible era una pieza clave en la estrategia bélica de Gran Bretaña. Hundir al portaaviones era un golpe maestro contra las fuerzas inglesas y la estabilidad política de Margaret Thatcher.
El 30 de mayo de 1982, seis aviones de la Armada y la Fuerza Aérea volaron a la caza del Invincible. Pasado el mediodía, el capitán de corbeta Alejandro Francisco enciende el radar de su avión Super Etendard, detecta el blanco y dispara el último Exocet que le quedaba a la Armada. Con la estela del misil como guía, a 30 metros del agua, cuatro A-4C SkyHawk de la Fuerza Aérea avanzaron sobre el portaaviones para disparar sus cañones. Una columna de humo negro y naranja ya asomaba sobre el Invincible, evidencia irrefutable del daño provocado por el Exocet.
En ese instante, un misil Sea Dart impactó al SkyHawk del primer teniente Jorge Vázquez, lo parte en dos y termina con su vida. Segundos después, cae también el SkyHawk del primer teniente Omar Castillo, alcanzado por la artillería enemiga del buque Exeter. No fue en vano, el portaaviones Invincible quedó fuera de combate y regresó a Inglaterra sin honores.
La dictadura militar fue a la guerra para postergar su caída, su juicio histórico y su condena perpetua. Pero en las islas Malvinas hubo oficiales, suboficiales y soldados que fueron héroes. Se trata de una verdad que no puede negarse ni desaparecer con el paso del tiempo y las circunstancias políticas.
© La Nacion
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