A los pocos días de producirse el golpe de 1976 fui despedido de mi empleo en la Municipalidad de Tres de Febrero lo que me obligó a estar todo ese año sin trabajar dado que además de despedirme, un grupo de tareas fue a buscarme a la casa en la que habían transcurrido mi infancia y mi juventud, en la que, por supuesto ya no me encontraba.
Después de casi dos años, comencé a trabajar empleándome como colectivero en la línea de colectivos 80, que une al Barrio Sarmiento de los confines de La Matanza, con Barrancas de Belgrano, en la Capital Federal. Muchos compañeros de trabajo, colectiveros como yo, eran de Mataderos y por lo tanto hinchas de Nueva Chicago, club de los amores del gran compañero de militancia juvenil Hugo Viqueira, que vivía en el pasaje Pila de aquella populosa barriada. Esto hacía que de vez en cuando fuésemos con Hugo a compartir algún partido de sábado por la tarde que era cuando jugaban los abuelos de la B, como se llamaba socarronamente al club del barrio Los Perales, en virtud de haber permanecido tantos años en la segunda división del fútbol profesional argentino.
Tiempo después, habiendo dejado de trabajar en la empresa de colectivos, seguí algún tiempo acompañando a este equipo. Pero en aquellos días, otro motivo nos unía a Hugo y a mí en aquellas incursiones futboleras: en la cancha de Chicago se cantaba la marcha peronista, prohibida terminantemente por la dictadura cívico-militar de Videla y Martínez de Hoz. El canto de aquella marcha en las tribunas de Mataderos era toda una función, una ceremonia.
Cuando los equipos salían a la cancha, los hinchas de Chicago saludábamos con aplausos y vivas el ingreso de la escuadra, y con silbidos y agresiones la aparición del adversario. Después se gritaban los goles propios, se criticaban los ajenos, se insultaba al juez, todo normal. Hasta que en algún momento, desde la tribuna brava local, se comenzaba a tararear la introducción musical de la marcha Los muchachos peronistas: parará pa-pa-pa-pa; parará pa-pa-pa-pa; parará pa-pa-pa-pa-pa-pa-pa- ¡¡¡¡lo Muuuchachó Peronista!!!!… cantaba un grupo reducido, pero lo suficientemente abigarrado como para que lo escuchasen en toda la cancha. Cantaban sólo algunos versos, ya que cuando la policía se acomodaba para reprimir dejaban de hacerlo y seguían alentando al equipo.
Una tarde de octubre del año ´80 o del ´81, en la que creo que Chicago jugaba con Defensores de Belgrano, los uniformados esperaron pacientemente sabiendo que en algún momento íbamos a comenzar aquel juego, largando la marchita. Y cuando comenzó el primer parará pa-pa-pa-pa, cayeron velozmente sobre el improvisado coro, llevándose detenidos a un montón de hinchas. El asunto salió en los diarios, ya que al responsable del operativo policial no se le ocurrió mejor idea que trasladar a todos los detenidos, trotando por la concurrida Avenida de los Corrales, una de las arterias principales de Mataderos, hasta la comisaría Nº 42 que queda a algunas cuadras de la cancha. Una vez allí algunos abogados intercedieron por los detenidos logrando que salieran enseguida. Todos pensamos que ese tema quedaba concluido.
Pero no. El sábado siguiente, Nueva Chicago enfrentó como visitante a Atlanta en un partido vital para su clasificación. El partido lo ganó el club de Mataderos 2 a 1 con el agregado de que su arquero atajó un penal. Esto hizo que el retorno al barrio fuese más alegre y bochinchero y al pasar frente a la seccional en dónde habían sido detenidos los hinchas el sábado anterior, el grupo más aguerrido de la hinchada comenzó a tararear la introducción de la Marcha Peronista. Esto obligó a los menos beligerantes a huir de la escena, y a los policías a prepararse para reprimir. Y en el preciso instante en que se disponían a hacerlo, cuando terminaba ya aquella introducción coreada en plena calle: parará pa pa pa pa, pa, pa pa… la hinchada se despachó con una nueva letra:
Arroz con leche
me quiero casar
con una señorita
de San Nicolás…
Algunos vecinos presentes celebraron al humorada, los mismos agentes de la Policía Federal lo hicieron olvidando por un momento las órdenes de reprimir. Quizás en ese momento recordaron que ellos también eran personas.
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