BUENOS AIRES. (Especial para Punto Uno). Conversando sobre la actualidad con Horacio Ghilini (dirigente sindical de SADOP y hombre clave en la flamante CGT Caló), me decía textualmente: “mi hipotesis de fondo es que la cuestión nacional (liberación o dependencia) se instaló hoy como la principal cuestión política, no la tradicional lucha de clases, ni el incipiente debate hegemonía vs contrahegemonía”. A usted la extrañará amigo lector esos términos (tan académicos, acaso) en boca de un activo dirigente sindical, pero déjeme entonces agregarle que Horacio Ghilini es también profesor de filosofía y –por sobretodas todas las cosas- un ávido y perspicaz lector. En ese mismo estilo y por el lado de la política, la figura de Antonio Cafiero me dio también reiteradas muestras de ser una de esas raras avis en nuestra clase dirigente. De mi parte le dije que -si bien había algunos indicios claros en ese sentido- no tenía la misma certeza acerca de la primacía de la denominada “cuestión nacional” en el actual debate político argentino. Es cierto que la presidenta (y su antecesor, Néstor Kirchner) señalan esa cuestión con mucha firmeza y que el espacio político que han conformado se identifica incluso con los términos “nacional y popular” (que ambos compartimos), pero también lo es que hoy esa denominación estaba lejos de ser “clara y distinta” (como exigía el francés Descartes para aceptar algo como evidente). Pero como ninguno de los dos éramos cartesianos ortodoxos, ni nostálgicos de ningún nacionalismo o populismo a la vieja usanza (a restaurar sin más), se impuso entonces una segunda vuelta de café para aclarar mejor los tantos.
DOS AGREGADOS IMPRESCINDIBLES
Apenas el mozo los dejó sobre la mesa, convinimos en circunscribir el campo de debate. Le propuse entonces dejar afuera (por definitivamente superados) los viejos nacionalismos románticos del siglo XIX, así como los totalitarismos del siglo XX que –bajo banderas supuestamente “nacionales”- desembocaron en fracasos ruinosos y genocidas (el nazismo, por caso más evidente). Como ambos habíamos leído a Ana Arendt, no tardamos en acordarlo. Él perspicazmente recordó además el carácter esencialmente antipopular y elitista de esos viejos nacionalismos y recordó la advertencia de nuestro Leopoldo Marechal: “era un nacionalismo especulativo que nunca conoció ni amo realmente al pueblo”. Por lo tanto no era esa la cuestión nacional que ahora renacía, sino un nacionalismo con decidida vocación popular. ¿Se trataba entonces de socialismos o nuevas formas de populismos? Aquí el colega se refirió a mis columnas sobre Gramsci y Laclau en “Punto Uno” (leídas seguramente por la web) y el debate volvió a tomar rápida actualidad. La cosa fue larga y de a dos, pero creo no traicionar la riqueza de esa conversación si la sintetizo en estos dos puntos claves: 1°) que en ellos la llamada cuestión nacional no es propiamente la central y que -aunque se diferencian en mucho de la ortodoxia- el “internacionalismo” sigue siendo el horizonte último de la construcción hegemónica; y 2°) que en las nuevas valoraciones de populismo (esta vez sin matiz el despectivo del término, sino como auténtica construcción política), si bien aquél internacionalismo estaba más atenuado aún, sin embargo las ideas básicas sobre los nuevos sujetos políticos y las formaciones hegemónicas, seguían muy enmarcadas en los debates europeos y americanos sobre esas misma cuestiones. Y esto claro, si bien no va en desmedro de su originalidad, ni de su utilidad teórica para nosotros, apunta la necesidad de dotarlos de una mayor situacionalidad latinoamericana. En consecuencia, si íbamos a plantear la cuestión nacional actualizadamente, eso de entrada nos implicaría un doble desafío: por un lado, unirla férreamente a lo popular, sin lo cual lo nacional es abstracto y, por otro, rescatarla del horizonte universalista dentro de la cual pierde para nosotros (países dependientes y periféricos) la fuerza que esta causa verdaderamente tiene. Por lo tanto lo nacional así entendido, pone en jaque las nociones clásicas de derecha/izquierda, a la vez que da primacía a la cuestión de las luchas de liberación (contra los imperialismos dominantes), en cada caso específico. Casi nada! Como caía la tarde, decidimos entonces seguirla en la próxima.
UNA BRUJULA PARA EMPEZAR
Llegué a casa y –rumiando como me quedé- fui directo a mi biblioteca. Pasé por alto el estante de los “clásicos” sobre la cuestión y encontré el librito de Jauretche que venía recordando: “Forja y la Década Infame” (Peña Lillo, 1973). Es el mismo que había yo comentado en el documental de mi amigo Julio Fernández Baraibar “La ceniza y la brasa”, cuando éste tuviera la gentileza de invitarme a participar. Se lo traigo ahora a usted, amigo lector, para sumarlo al debate. Allí don Arturo sintetiza, en unos pocos párrafos, por dónde empezar. Se pregunta primero qué es una posición nacional y responde: “Entendemos por tal una línea política que obliga a pensar y dirigir el destino del país en vinculación directa con: los intereses de las masas populares; la afirmación de nuestra independencia política en el orden internacional y la aspiración a una realización económica sin sujeción a intereses imperiales dominantes”. Y como para que quede más clarito todavía, agrega: “Esta posición no es una doctrina, sino el planteo elemental y mínimo que requiere la realización de una nacionalidad. No supone ni una doctrina económica y social de carácter universalista, ni tampoco una doctrina institucional, pues todas son contigentes al momento histórico y sus condiciones”. Pero tampoco se me asuste, ni lo acuse de relativismo o puro pragmatismo, pues Jauretche remata diciendo: “Esto no excluye la posibilidad de desarrollo de una doctrina, a condición de que ésta sea histórica, es decir: que nazca de la naturaleza misma de la Nación y que se proponga fines acordes con la misma”. Realismo puro, no?. Bueno, si le parece bien, la seguimos el lunes próximo.
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