En los últimos meses, la agenda política ha incluido como uno de sus ítems más destacados la cuestión de la “construcción del relato”, tema que adquiere una importancia superlativa en el marco de la elaboración de un modelo político, social y económico superador del proyecto oligárquico preponderante a lo largo de nuestra historia como país independiente
Sin embargo, y justamente por su resonancia en el universo político y social de la nación, esta cuestión en principio académica encuentra naturalmente su caja de resonancia en la opinión pública. Por ese motivo, afortunadamente, los debates históricos, y la historia en general, se han convertido en protagonistas activos de la vida pública nacional, en reemplazo de la pizza con champagne y las dolorosas relaciones carnales de los 90.
Es por este motivo que, en los últimos meses, la creación de un Instituto revisionista -el Dorrego- generó urticaria dentro de la prensa oligopólica, y sus obedientes intelectuales a sueldo, para quienes en 1983 la democracia “anidaba” en el pueblo, y ahora pasó a “anidar” en los intereses de los media de prensa más concentrados.
De este modo, los Sábatos, Romeros y Sarlos salieron a denunciar sin argumentos la iniciativa oficial, con argumentos vanos que encubrían la cuestión de fondo: el interés desembozado de las corporaciones por evitar explicaciones alternativas del pasado nacional, capaces de legitimar las bases de una sociedad realmente democrática.
En un capítulo siguiente de esa disputa, el profesor Romero denunció el autoritarismo de las autoridades del Conicet, calificando como aberrante una actitud naturalmente lógica: el directorio del Conicet se limitó a aclarar que las opiniones vertidas por los investigadores de la institución eran exclusivamente personales, y que sólo debían interpretarse como institucionales las expresiones formuladas por sus canales orgánicos. Romero fue aun más lejos, y alertó sin fundamentos sobre la similitud del comunicado con los emanados de la dictadura cívico-militar de 1976-83, materia sobre la cual Romero, ciertamente, conoce al dedillo. La ofensiva contra el nuevo relato incluyó, en los últimos días, un nuevo capítulo. La evaluación negativa de la presentación a carrera de un militante caracterizado de una agrupación de izquierda trotskista, motivó un revuelo considerable dentro de los medios oligopólicos. Confirmando aquello de que los polos opuestos se atraen, el modelo nacional y popular recibe ahora el ataque estratégico de parte de los extremos, unidos en una bizarra alianza en contra del modelo nacional y popular.
Los argumentos expresados por la comisión evaluadora, en este caso, han sido claros y fundados, a diferencia de las crípticas evaluaciones características del los tiempos del reinado de los intelectuales que hoy se expresan en las páginas de Clarín y La Nación. Frente a tales fundamentos, la vieja muletilla de la “persecución ideológica” fue la única razón que pudieron esgrimir los defensores del candidato denegado.
Llama la atención que la supuesta falta de transparencia en las evaluaciones de los expertos del Conicet se convierta en tema de debate de la opinión pública, cuando se afectan los intereses de un militante político, respaldado por una agrupación. No ha sido Harari el único postulante cuya presentación ha sido denegada por el Conicet desde su creación, pero, llamativamente, los media y las agrupaciones de izquierda pretenden hacernos creer eso.
En el día de hoy, una denominada Junta Interna de Delegados y Personal Agremiado ATE-Conicet ha dado a publicidad una declaración que a esos argumentos poco sólidos, suma un cuestionamiento sobre el buen nombre y honor de la Dra. Dora Barrancos: “Gran promotora del revisionismo en su disciplina -denuncian-, es la encargada del gobierno para oficializar la historia desde el CONICET”. ¿Cuáles son sus fundamentos? La supuesta persecución ideológica de Harari, la falta de transparencia, su condición de ?revisionista?, etc.
Esto es, un discurso panfletario de barricada, sin sostén académico o racional alguno.
El encarnizamiento con que los media oligárquicos y la izquierda más radical combaten la construcción de un nuevo relato histórico nos deja numerosas enseñanzas: la primera, la comunión de intereses entre ambos segmentos, para quienes la democracia nacional y popular constituye un adversario temido y formidable; la segunda, la falta de argumentos académicos y los ataques desmañados contra la honestidad de reconocidos colegas, que impugna in limine la validez de las acusaciones; la tercera, la necesidad de insistir en la construcción de nuevas interpretaciones sobre el pasado nacional: una democracia sólida requiere de una historia en clave pluralista y democrática, en reemplazo de los viejos relatos que justificaban los golpes de Estado cuando los intereses de los “dueños de la Argentina” se sentían perjudicados.
El cambio cultural está en marcha, y justamente es esa transformación la más temida por los beneficiarios del privilegio.
Ladran, Sancho…
*Doctor en Historia. Profesor titular regular (UBA).
Investigador independiente (CONICET)
Leave a Reply
Lo siento, tenés que estar conectado para publicar un comentario.