LA POLITICA INTERNACIONAL DE PERON, por José Luis Muñoz Azpiri (p)

El artículo que  se transcribe  fue publicado en la revista PETROLEO ARGENTINO, órgano de la FEDERACION DE SINDICATOS UNIDOS PETROLEROS DEL ESTADO, nº 78, Mayo – Junio 1974, págs. 56/57. A pesar de la fecha formal de publicación, la revista salió con posterioridad al fallecimiento del Presidente Perón, y se trata de un número especial de homenaje al mismo. Ricardo G. Cardinali
GENTILEZA DE  RICARDO CARDINALLI
Con el advenimiento del gobierno peronista, en 1946, la política internacional argentina, caracterizada hasta entonces por el cultivo de enunciados nobles e ideales abstractos desasidos de la realidad, e impuestos, en ocasiones, por la moralina de exportación de las metrópolis, se orienta hacia el cultivo de sólidas realidades patrióticas, heredadas de las escuelas de Francisco de Vitoria, religioso español fundador del moderno derecho de gentes, y el diplomático imperial Diego de Saavedra Fajardo, codificador de “Empresas políticas” de renombre universal. Gran parte de las energías intelectuales y morales de Perón son puestas al servicio de esta magna empresa.
No olvidó el estadista desaparecido que la sociedad se basa en la persona y tiene como fin a ésta. En la sociedad debe verificarse constantemente un proceso de armonización entre el individuo y aquélla  en forma que el todo actúe en beneficio de la parte, y ésta, del  todo.
El pensamiento peronista promueve el respeto de la persona humana; su ordenamiento jurídico tiene siempre por objeto asegurar las relaciones armónicas tanto entre los individuos como entre las sociedades. La soberanía del Estado sólo goza de sentido político si sirve al destino humano y si constituye por tanto un servicio. Al alterar los principios de las doctrinas políticas ajenas a las cristianas, se alteran lógicamente las consecuencias. La decadencia de la civilización política a fines de la Segunda Guerra Mundial reconoció su origen en el Estado dominante; el peronismo abrió nuevos caminos a la civilización social al instaurar el Estado que sirve.
La política soberana del Estado justicialista respetó en todo tiempo los derechos de cada Estado para regirse a través de sus propias normas. Creó un nuevo sistema americano cuyas raíces ahondaban en la actividad pública de la Confederación Argentina fundada por Rosas y logró que la administración de justicia social que inició en 1946 se consagrara a servir el ideal de elevar el nivel de vida de los pueblos como fundamento de la paz.
Un cuarto de siglo más tarde, la Cátedra de Pedro, por boca de S.S. Pablo VI, recomendaría: “Si quieres paz, busca la justicia”. Agregados obreros y culturales, funciones diplomáticas creadas en dicho período y abolidas a finales de 1955, sirvieron al citado propósito tanto en los frentes mundiales de la inteligencia como del  trabajo. Una nueva palabra de fe y de vida regeneradora en el orden social nació con la diplomacia del peronismo.
Las ideas que citamos fueron sostenidas, una y otra vez, por los delegados argentinos en la Organización de las Naciones  Unidas, surgida en el año de la génesis peronista y en las reuniones generales y regionales americanas, a partir de la Novena Conferencia de Bogotá, en 1948, donde se firmó la Carta de la Organización de los Estados Americanos que rige actualmente la vinculacón entre los diversos gobiernos hemsféricos. Este organismo “casi no existe ya” según acaba de declarar el presidente de Méjico, Luis Echeverría, durante su visita a Buenos Aires. “Dejó de cumplir sus fines y habrá que rehacerlo”, estimó.
En épocas de oro de dicha asamblea, y a moción del delegado argentino, Juan Atilio Bramuglia, se votó una declaración con el fin de poner término al “coloniaje europeo por colonización de facto” en América. Tal medida precedió en un decenio a la famosa Resolución 1514 (XV) de la Organización de las Naciones Unidas por la cual se decidió la abolición absoluta del coloniaje cualesquiera fuese la forma en que se presentare en el mundo.
En el marco de las aspiraciones de la guerra fría, iniciada en el mismo año 1946 y movilizada a partir de 1949 cuando una explosión atómica reveló que la Unión Soviética se había también adueñado de los secretos de la guerra nuclear –era creencia generalizada entonces en la Europa aquélla donde residíamos de que los Estados Unidos poseerían el monopolio del arma hasta las puertas del siglo XXI- la diplomacia peronista anunció y llevó a la  práctica la política soberana de la “tercera posición”, teoría política, social y económica por la cual se exalta el concepto castellano de la dignidad filosófica del hombre en cada conglomerado nacional.
La determinación no dejaba de ser insólita en un universo adscripto a la bipolaridad; el embajador de la Unión en Buenos Aires expresa entonces ante el Departamento de Estado, según documentos que se han hecho públicos en estos días, su asombro y sorpresa políticos y solicita instrucciones al respecto; la respuesta es “wait and see”, esperar hasta que aclare, de acuerdo a las grandes tradiciones políticas de los estados metropolitanos. Los Estados Unidos, al igual que el Vaticano y la España monárquica denominan a sus cancillerías, ministerios o secretarías, “de Estado” por cuanto de ellas depende la condición de ser o no ser, de existir o no existir. Un solo error de táctica en el dominio de las relaciones exteriores en las cuales reposa la permanencia de la lucha y la defensa y se asienta, por tanto, la condición misma de la continuidad de la vida, pone en peligro la esencia entera del organismo colectivo. No hay otra política fuera de la exterior: toda nación se define a sí misma en su relación con las demás.
En estos días, Perón desafía al mundo, es decir, a “los compadres de Yalta” al romper el cerco internacional tendido contra España salvando de la humillación y la necesidad a la Nación del Descubrimiento. Una manifestación de medio millón de personas desfila (1947) por las calles de Madrid –ciudad de un millón de habitantes en ese entonces- protestando contra la política de intervención de a ONU y vitoreando a la Argentina. A la cabeza de la comitiva avanzan Gregorio Marañón, Jacinto Benavente y el duque de Alba. El abuelo del duque, el de Flandes, había dicho tres siglos atrás: “Lo que el rey desdeña vengar es deber nuestro reprimirlo”.
La política de la tercera posición nos enaltece ante el mundo. Embajadores argentinos en Europa reciben solicitaciones públicas de mejoras locales tal como se tratase de dignatarios del país que los aloja. En los puertos del Danubio, cada vez que se esgrime el salvoconducto “Argentnien”, los pobladores responden con deferente entusiasmo: “Perón” (así nos aconteció a nosotros con tropas de ocupación rusas en la frontera de Linz). En el Caribe, los faquines lucen “escuditos” peronistas y los exhiben presurosos ante los turistas de Europa mientras el claro nombre de Evita cubre de simpatía la tierra. La América española que no ha dejado de estar unida desde el grito de libertad civil de Mayo de 1810 –como lo estuvo, por lo demás, desde la  época de Alejandro VI y las Leyes de Indias- contempla a Perón como el Bolívar redivivo de sus derechos nacionales comunes en el siglo XX. No será extraño que, de aquí a un centenio se considere a nuestro caudillo como el alférez de las ideas continentales del padre de la Gran Colombia y el Congreso de Panamá en la época que vivimos. El siglo XXI nos encontrará unidos, no dominados. Tal fue el anhelo del presidente argentino.
Las ideas internacionales y de política exterior de Perón pueden investigarse y conocerse a través de las notas periodísticas que comenzó a redactar a partir de 1951 con el seudónimo de “Descartes” (el autor del “Discurso del Método” había sido también, militar y filósofo, y poseía el título nobiliario de “señor del  Perron”). En las mismas, se definen a la plutocracia y el comunismo como “entidades intransigentes y sin escrúpulos” 19-7-51; se interpreta como la mejor conducta internacional la que se inspira en la voluntad del pueblo,25-10-51; se denuncia al imperialismo como autor de la desunión de los pueblos sudamericanos (20-10-51) y eje del insulto a la dignidad de los pueblos (30-4-52) y se formulan una y otra vez los ideales de la tercera posición internacional, susceptibles de materializarse en una comunidad ajena a los intereses y presiones de los dos grandes bloques mundiales. Las soluciones no las provee “la destrucción sino la construcción”, había dicho ya el gobernante a los intelectuales americanos en el discurso del 25 de enero de 1948. Igual concepto sostuvo durante su tercera y última presidencia entre el mes de octubre último y el 1º de julio del año actual. Todo enfrentamiento militar o ideológico es improductivo de acuerdo a su tesis.
Perón interpretó la realidad internacional de 1974 como un suprasistema con tres focos principales de tensiones: la disputa entre la plutocracia y el marxismo, el avance de los nacionalismos en el tercer mundo y la búsqueda del desarrollo económico. El estado de la cuestión nacional y el proceso imperialista marcan el diapasón del tiempo presente. La Argentina se transforma en puente para que la causa de la tercera posición hermane al mundo africano y asiático con la América Ibérica, a la cual llaman “latina” el Departamento de Estado y el Politburó. La integración de los pueblos del tercer mundo permitirá que las comunidades menos ricas de la tierra y , a la vez, más sojuzgadas y desamparadas, recobren la libertad que fue bandera inalienable de los hijos de la selva y el desierto y los hijos de las llanuras pampeanas.
En la era de los viajes a la luna y las máquinas pensantes, Perón es el heraldo del nuevo sistema americano, concebido  con criterio de integración lingüística o religiosa dentro de un marco continentalista que se integra en el gran cuadro universal. Pero “esta historia, capítulo por sí propio merece”, como recomendaría el Quijote por lo cual nos limitaremos a dejar apuntado solamente su esbozo. Tal como expresara la señora presidente de la República en su discurso de España, debemos “retroceder ciento cincuenta años para adelantarnos en un siglo”, es decir, tenemos que volver a las consignas de la geopolítica sanmartniana y boliviariana para abrir las puertas al victorioso porvenir.
“¡Oh, capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha terminado” –escribió el poeta norteamericano Walt Whitman en la muerte del presidente Lincoln-. “¿Ha terminado, mi Capitán?”, preguntamos nosotros en la lluvia de Ezeiza del mediodía del 17 de noviembre de 1972 cuando vehículos con tropas armadas de fusiles y bayonetas rodeaban al viajero de Roma mientras cantábamos el Himno Nacional sus acompañantes secuestrados en el avión de la hazaña. En realidad, sólo ahora empieza. El viaje de Perón finalizará cuando la tierra y en especial América, hayan alcanzado el ideal de la vida próspera y libre por el cual bregara con pasión y energía. Dios será intérprete de esta pasión y esta prédica del capitán desaparecido.

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