…las teorías solo elevan y engrandecen a los pueblos a la condición de no estar en pugna con las realidades y los hombres políticos deben mirar por sobre todas las cosas es la realidad del momento histórico en el que gesticulan.
En todas partes hay socialismo, y su presencia es hasta un síntoma feliz, porque solo en los países que han entrado o empiezan a entrar en la era industrial se advierte este fenómeno; pero en ninguna parte ha tomado el carácter de subversión fundamental y de antinacionalismo agudo como aquí.
Manuel Ugarte,1919.
Predicador de la unidad latinoamericana, precursor del socialismo nacional, deudo de Jean Jaurès, antiguo compañero del Partido de Alfredo Palacios y Juan B. Justo; hombre de la bohemia –aunque al decir de su biógrafo Norberto Galassouna bohemia particular, sin hambre ni tuberculosis (1974)- Manuel Ugarte fue, sin dudas, una de las figuras más destacada de la llamada Generación del 900.
En pleno auge del semicolonialismo y la presencia del imperialismo británico en América del Sur y de Estados Unidos en América Central y el Caribe, se gestó una generación que reflexionó sobre las raíces de “lo nacional” en cuanto latinoamericano. Nacidos entre 1874 y 1882 comenzaron a estudiar la historia regional y a rescatar los fundamentos que permitían ver a América Latina como una unidad: la herencia hispánica, el idioma en común, la cultura compartida y el sometimiento semicolonial a la cual había sido sentenciada constituían las bases de dicha unión.
En 1911 Ugarte sostuvo: “Nadie puede poner en duda que la frontera de México es un límite entre dos civilizaciones. Al Norte resplandece el espíritu anglosajón, al Sur persiste la concepción latina. (…) El problema de saber si los anglosajones de América deben reinar sobre el Continente entero o si los latinos, más mezclados con las razas aborígenes y más viejos en la ocupación, conseguirán defender de Norte a Sur su lengua, sus costumbres (…) No somos un pueblo independiente, porque tenemos aquí y allá una bandera en una asta y una demarcación en el mapamundi, sino porque dentro de nosotros existe una diferenciación, un alma fundamentalmente propia, y porque aún bajo el despojo, después de borrada la entidad nacional, conservaríamos los rasgos inalterables que nos personalizan” (Ugarte, 1911: 5).
Ugarte fue pionero en sostener la hipótesis de que la fragmentación regional era clave para comprender la dependencia latinoamericana. Para él, el desmembramiento estaba estrechamente relacionado con las otras tareas inconclusas de la etapa de la emancipación pues al crearse veinte países donde debía fundarse una sola nación, se habían constituido en semicolonias subordinadas al imperialismo. “Todo nuestro esfuerzo tiene que tender a suscitar una nacionalidad completa (…) respetando todas las autonomías”(Ugarte, 1911: 153-154) proponía. La reconstrucción de la Patria Grande –tal como denominaba a la región- era requisito fundamental para el ejercicio de la soberanía.
Pero esta unidad, para él, debía desarrollarse de la mano del socialismo. Por ello, desde joven militó en las filas del Partido Socialista en la Argentina pero su postura nacional y antiimperialista lo llevó a enfrentarse –en numerosas oportunidades- con la conducción. ¿Qué criticas le realizaba a Juan B. Justo y sus seguidores? Es “…evitar las absorciones económicas y mentales…” (Ugarte, 2014: 267), reflexionaba y desde esta advertencia, cuestionó la antirreligiosidad, el internacionalismo abstracto y la defensa del librecambismo realizadas por el Partido.
El carácter situado y atento a la realidad nacional del pensamiento de Ugarte –producto de combatir el colonialismo ideológico en el que reconocía haber sido formado- se contraponía al carácter universalista y el internacionalismo del PS. Dicho partido, estaba profundamente compenetrado con la concepción filosófica positivista (también racista y evolucionista), donde la fórmula civilización o barbarie estructuraba la forma de analizar la realidad latinoamericana en general y la argentina en particular. Afirmó Juan B. Justo en La realización del Socialismo: “los gauchos constituían una clase bárbara y débil, el paisanaje tenía que sucumbir” (citado en Galasso, 1991: 17). Las consignas electorales para enfrentar a la Unión Cívica Radical en los años ´10, mostraban también esta concepción: “Si usted es enemigo de la alpargata y amigo de la civilización, vote por el Partido Socialista” (citado en Galasso, 1991: 20). Cuando, en 1913, en ocasión del regreso de Ugarte a Buenos Aires luego de la realización de su Campaña Hispanoamericana el periódico La Vanguardia sostuvo: “…Ugarte viene empapado de barbarie, viene de atravesar zonas insalubres, regiones miserables, pueblos de escasa cultura, países de rudimentaria civilización… Y Ugarte no viene a pedirnos que llevemos nuestra cultura litoral al norte atrasado para extenderla después, si se quiere, a más (sic) al norte. No. Viene a pedirnos una solidaridad negativa” (Diario La Vanguardia, 31 de julio de 1913).
Esta adhesión del Partido Socialista a la citada dicotomía fundante del pensamiento argentino, “madre de todas las zonceras” al decir de Arturo Jauretche (1968), resulta fundamental para comprender las diferencias insalvables que presentó Ugarte. Jorge Spilimbergo, en su obra Juan B. Justo o el socialismo cipayo sostiene que el carácter antinacional del Partido se debe, justamente, a su matriz filosófica positivista: “…la distorsión ideológica justista provenía de una ausencia de concepto y de un errado concepto acerca del imperialismo. El imperialismo no existía para Justo, salvo algunas reservas (…) El hombre para quien en Inglaterra, la clase dominante comprende tanto como el pueblo las verdades del socialismo (sic), estaba penetrado de un reverencial respeto a la “civilizada” Europa (Spilimbergo, 1960: 62). Del mismo modo, señalaba otro pensador nacional, Rodolfo Puiggrós: “Justo se ubicaba en la línea liberal, en la línea de los unitarios contra los caudillos y las montoneras, de la “civilización” importada opuesta a la “barbarie” nativa. Y al marginar la historia argentina las expresiones espontáneas de la vida popular que no se ajustaban a su esquema racionalista, concebía el socialismo como el perfeccionamiento de la trasplantada sociedad capitalista…” (Puiggrós, 1986: TII p. 42).
Desde una concepción diametralmente opuesta, Ugarte cuestionó esta dicotomía del pensamiento antinacional y estimó positivamente el carácter de los pueblos latinoamericanos. Advirtió como el sofismo positivista de “civilizar a los pueblos atrasados” era una falacia al servicio de justificar la dominación colonial: “nada sería más funesto que admitir, aunque sea transitoriamente, la superstición semicientífica de las razas inferiores” (Ugarte, 2014:233). Por otro lado, identificó que el modelo agro-minero-exportador era la causa estructural de la dependencia y que se debía avanzar hacia el proteccionismo económico para obtener el desarrollo industrial. En este esquema, el libre comercio estaba al servicio de la dominación colonial.
Frente a las diferencias insalvables con el Partido al cual supo adherir, Ugarte sostuvo que era necesaria la conformación de una nueva fuerza política que llegara al poder y que impulsara el desarrollo de las fuerzas productivas, en el marco del avance en la resolución de la cuestión nacional. Pero, atento al estudio de la emergencia de los nacionalismos expansionista en la Europa de entreguerras, plantea la necesidad de construir un nuevo tipo de nacionalismo: “el nacionalismo cerrado y egoísta, como el internacionalismo ciego y disolvente, son ideas muertas, que nadie logrará galvanizar (…) el nacionalismo se hace democrático y la democracia se hace nacionalista en un sentido amplio y generoso, que acaso prepara, por el camino de las equivalencias, la soñada fraternidad” (Ugarte, 2014: 295).
Desde estas definiciones teóricas propugnóentonces un nacionalismo popular anticapitalista; “porque, así como el nacionalismo, que significa la preservación de la colectividad, no puede realizarse plenamente sin aceptar las tendencias populares, el gobierno en su amplio desarrollo, no logra sostenerse por ahora sin ayuda del nacionalismo” (Ugarte, 1999: 130).
Estas ideas pueden rastrearse tiempo antes, en 1915, cuando comenzó a editar el diario La Patria. En su primer número –el 24 de noviembre de 1915- le envió un mensaje a la juventud proponiéndole un programa político basado en la industrialización, la nacionalización de la riqueza, el desarrollo de la infraestructura nacional; convocó, además, a combatir al imperialismo, los monopolios y las compañías extranjeras y propuso una reforma educativa de carácter nacional (La Patria, 1915). El programa enunciaba: “1.Propiciaremos ante todo el desarrollo de las industrias nacionales, fomentaremos el crecimiento de las iniciativas argentinas y ayudaremos todo empuje que tienda a revelar o desarrollar fuerzas propias para que las iniciativas que nacen, evolucionan y quedan en el país sustituyan por fin a las fuerzas económicas que vienen del extranjero y vuelven a él llevándose gran parte de nuestra riqueza; 2. Lucharemos por que en vez de palacios y monumentos se construyan caminos, puentes, ferrocarriles, desagües y cuanto pueda valorizar el territorio y favorecer la explotación de sus riquezas; 3. Combatiremos los monopolios y los abusos de las compañías extranjeras” (Ugarte, 1915 citado en Jaramillo, 2016: 18-19).
En sus estudios –adelantándose a lo que luego estudiaría Raúl Scalabrini Ortiz- planteó que la diplomacia era un dispositivo fundamental para llevar acabo la dominación económica. En este sentido, desnudó que el accionar de las compañías extranjeras se encontraba íntimamente ligado a los intereses y el accionar del país del cual el capital provenía. Afirmó Ugarte: “… si por diplomacia entendemos una orientación, un plan, un propósito superior al cual se subordinan los individuos, las acciones y la marcha internacional del país, hay que confesar (que en América Latina) no existe…” (Ugarte, 2014:215).
En estas reflexiones se observa una constante interpelación a la dirigencia política de la época. Se preguntaba cómo era posible que la misma no dimensionara la importancia de la política arancelaria, del tendido ferroviario, del desarrollo de la infraestructura, en síntesis, de los elementos básicos que permitirían el desarrollo industrial de un país. Concluía: “salta a los ojos que el imperialismo no puede ver con complacencia que se levante en el Sur una fuerza capaz de difundir sus productos y de ser también núcleo de atracción en el continente. Todo su esfuerzo tiene que tender a inmovilizarnos políticamente y económicamente, a desviar o captar nuestra riqueza…” (Ugarte: 2014, 217).
En cuanto a la política social que debía acompañar el proceso de industrialización, Ugarte presenta una propuesta reformista: “un socialismo basado, no en la lucha de clases sino en la cooperación de estas” (Ugarte, 2014: 221), según su propia definición. En este sentido, no se trataba de cuestionar la propiedad privada sino de ponerla al servicio del crecimiento económico de la nación: “solo puede existir un proletariado feliz en una nación próspera” (Ugarte, 2015:222).
Todas estas ideas lo llevaron a adherir al movimiento peronista por considerar que constituía un proyecto que defendía el sentir y pensar en nacional. Con 71 años se encontró por primera vez con Juan Domingo Perón. Fue Ernesto Palacios quien, el 31 de mayo de aquel año, lo acompañó a la Casa Rosada. Luego del 17 de octubre de 1945, Ugarte había expresado en diversos medios periodísticos su entusiasmo por la nueva fuerza política que emergía en el país semicolonial. En declaraciones al periódico Democracia afirmó: “…creo que ha empezado para nuestro país un gran despertar (…) Más democracia que la que ha traído Perón, nunca vimos en nuestra tierra. Con él estamos los demócratas que no tenemos tendencia a preservar a los grandes capitalistas y a los restos de la oligarquía…” (citado en Galasso, 1974, T.II: 273).
Luego de su muerte, en 1951, la vasta obra del adalid de la unidad fue sumergida en el olvido. Demasiado “nacional” para los socialistas, demasiado “socialista” para el ala conservadora de la política argentina. Pero la fuerza y profundidad de su obra -anclada y construida desde y para la realidad latinoamericana- siguen tendiendo hoy más vigencia que nunca para aquellos que pensamos que el único camino hacia el ejercicio pleno de la soberanía sigue siendo la unidad regional.
Bibliografía
- Alberti, B. (1985). Conversaciones con Alicia Moreau de Justo y Jorge Luis Borges. Buenos Aires: Ediciones del Mar Dulce.
- Galasso, N. (1974). Manuel Ugarte. Buenos Aires: Eudeba. Tomo I y II.
- ————- (1991). Liberación nacional, socialismo y clase trabajadora. Buenos Aires: Ediciones Ayacucho.
- Jauretche, A. (1968). Manual de Zonceras Argentinas. Buenos Aires: Ed. Peña Lillo.
- Piñeiro Iñíguez, C. (2014). Pensadores latinoamericanos del siglo XX. Buenos Aires: Editorial Ariel.
- Puiggrós, R. (1986). Historia crítica de los partidos políticos argentinos. Buenos Aires: Editorial Hyspamérica.
· Ramos, J.A. (1961). Manuel Ugarte y la Revolución Latinoamericana. Buenos Aires: Editorial Coyoacán.
- Spilimbergo, J. (1960). Juan B. Justo o el socialismo cipayo. Buenos Aires: Editorial Coyoacán.
- Ugarte, M. (1911). El Porvenir de la América Latina. Valencia: Editorial Sampere. Disponible en: http://disenso.info/wp-content/uploads/2013/06/El-porvenir-de-America-Latina-M.-Ugarte.pdf [Recuperado el 7/4/2018].
- ————- (1943). Escritores Iberoamericanos de 1900. Santiago de Chile: Editorial Orbe. 1ª edición.
- ————- (1961). La reconstrucción de Hispanoamérica. Buenos Aires: Ediciones Coyoacán.
- ————- (1962). El destino de un continente. Buenos Aires: Editorial Patria Grande.
- ————-(1999). El dolor de escribir.Buenos Aires: Fondo Nacional de las Artes. 2ª edición.
- ————-(1947). Escritores Iberoamericanos de 1900. México: Vértice. 2ª edición.
- ————- (2014). Pasión latinoamericana. Obras elegidas. Lanús: Edunla.
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