Movimiento Nacional; una categoría de la periferia. Por Francisco José Pestanha*

(Publicado en revista “Escenarios” UPCN. Abril 2013)

“Los unitarios presumían desalojar todos los elementos primitivos de la nación política: los federales anhelaban domesticarles y filtrarles la luz gradualmente y dar al país formas estables y resistentes” José Manuel Estrada

Las formas de gobierno han ido mutando a lo largo de la historia de la humanidad como así también los modos de representación y legitimación del poder político. Si bien corrientemente suele sindicarse a la griega como la civilización que concibió la noción de “democracia” – en occidente – la emergencia de regímenes sustentados en la “representación popular” tal como los conocemos en la actualidad, comenzarán a surgir hacia fines del siglo XVIII merced a las aspiraciones de un sector social – la burguesía – que en la medida que acumulaba excedentes de capital, aspiraba a obtener espacios de representación en las instancias estaduales.

La necesidad de expandir su influencia, llevará a las burguesías europeas a emprender contra los regímenes absolutistas sustentados en componentes aristocráticos. Posteriormente, ya hacia fines del siglo XIX, la “cuestión social” originada en la explotación de grandes masas de trabajadores merced a la expansión capitalista contribuirá a crear – en un marco de profundas tensiones y convulsiones – un clima que inducirá a la posterior ampliación de los márgenes de representación.

Los libros escolares suelen dar cuenta de tales tensiones señalando  algunos hitos que dieron origen al surgimiento de las democracias sustentadas en la soberanía o voluntad popular. Así suelen citarse por ejemplo la declaración de los derechos del hombre (1776), la  sanción de la constitución de los Estados Unidos (1787) y la Revolución Francesa (1789). Algunos textos se animan también a referir a las tesis de Francisco de Vittoria sobre la soberanía popular y de otros integrantes de la escolástica española.

No obstante tales referencias, será el liberalismo clásico, cosmovisión derivada de la doctrina iluminista, el que desde una perspectiva individualista nutrirá “ideológicamente” la revolución burguesa en el continente europeo. Por su parte, en la medida que se fueron operando avances contra las autocracias, los partidos políticos irán consolidándose como mediadores en dicho sistema de representación.

Mientras tales circunstancias acontecían hacia adentro de una Europa que empezaba a sufrir transformaciones estructurales en sus modos de producción económica y en el sistema de construcción de legitimidades, otros fenómenos de igual o mayor importancia, incidirán no solo hacia adentro del continente sino hacia el afuera. Me refiero a las formas colonialistas e imperialistas.

Mientras que el colonialismo vulgarmente es definido como un sistema de sujeción de un estado o comunidad respecto a otro a través de formas violentas o sutiles, el imperialismo, según alguna de las doctrinas que suelen analizar sus caracteres esenciales, constituyó una fase superior del capitalismo – y en tanto – el origen de las formas imperiales para quienes sostienen esta tesis, será atribuido al proceso de acumulación y concentración de excedentes de capital y caracterizado, como un sistema de exploración, explotación y  conquista a través de la sutileza o la violencia de nuevos “mercados” que a fin de promover la reproducción de tales excedentes.

Reconociendo la existencia de profundas disidencias teóricas respecto al origen y a las características de ambos fenómenos, y haciendo expresa abstracción al sistema de relaciones de poder que caracterizaban el devenir de las distintas civilizaciones precolombinas, tanto el colonialismo y como el imperialismo Europeos, constituirán “objetivamente” formas de sujeción y dominación que – en lo que respecta a nuestra América – empezarán a manifestarse hacia finales del siglo XV merced al proceso de expansión de Europa hacia esta región.

En ese orden de ideas es menester señalar que un conocimiento cabal de la relación existente entre los acontecimientos históricos, políticos, sociales y culturales producidos en Europa en tiempos posteriores – en especial – el proceso de conformación del sistema capitalista y la consecuente acumulación y concentración del capital, la revolución industrial, las formas colonialistas e imperialistas que asumieron los estados europeos, el surgimiento de la burguesía como factor de poder, las reivindicaciones de ésta en cuanto a la modificación del régimen social y político y el surgimiento del capital financiero, bien pueden contribuir a dar cuenta de los conflictos y tensiones producidas en nuestra región respecto a las formas de construcción y legitimación del poder político.

La conformación del estado argentino a partir de la sanción de un texto constitucional, que – entre otras cuestiones – brindo un marco institucional a la argentina, no constituyó un acontecimiento precedido por sucesos placenteros. Muy por el contrario, nuestro estado nacional emergerá a consecuencia de décadas de guerras civiles y enfrentamientos entre facciones, donde una de ellas, ciertamente heterogénea, se impondrá sobre la otra consagrando un sistema de representación política similar al que las burguesías europeas habían instituido en el viejo continente a fin de garantizar su influencia en los estamentos estatales.

La entente triunfadora establecerá una forma “específica” de delegación del poder que receptará el dogma impuesto por el liberalismo. El artículo 22 de texto constitucional rezará entonces “El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución”. Los partidos políticos consecuentemente asumirán – como en Europa – el rol de mediadores en el marco de un esquema de representación limitadísimo. Habrá que esperar hasta el año 1994 oportunidad en que, los partidos, adquirirán rango constitucional consagrándose como “instituciones fundamentales del sistema democrático”.

Mientras el centro de las tensiones en el continente europeo irá girando primero en torno del conflicto burguesía – aristocracia, y posteriormente merced a la expansión capitalista, la explotación laboral y el surgimiento de las tesis marxistas y socialistas, entre el proletariado y la burguesía, en la periferia para los integrantes de una prolífica corriente de pensamiento argentino autodenominado “nacional” que integraron entre otros autores Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Fermín Chávez y Jorge Abelardo Ramos, la tensión (contradicción) principal estará vinculada en nuestro país a la presencia e influencia activa de otra metrópoli – Gran Bretaña –  no solamente en la economía también en la realidad política y cultural del país.

La pérdida para Inglaterra de sus colonias en América del Norte en 1776 y las condiciones establecidas por sus libertadores, determinaran inmediatamente a los ingleses a buscar nuevas extensiones geográficas donde  garantizarse la provisión de las materias primas necesarias para sostener su revolución industrial. La región de Sud América por sus condiciones naturales y por qué no políticas, comenzará a constituir para los Británicos un objetivo vital aunque ya previsto en algunos planes oficiales y extraoficiales muy anteriores a la independencia norteamericana. Los estrategas Ingleses desde tiempo atrás venían evaluando hipótesis alternativas que previeran la perdida de alguna de sus colonias – y su diplomacia – preparando el campo para tal eventualidad.

Las fallidas intervenciones militares de 1806-1807 en el río de la plata y la aplastante derrota en la Guerra del Paraná (1845) señalarán a los británicos que el camino de la intervención directa en esta región del mundo era dificultoso y altamente costoso en recursos y vidas humanas. Comenzará entonces a desplegarse una estrategia perspicaz que culminará no ya en la clásica formulación imperial directa mediante el establecimiento de un gobierno de facto. Merced a sutiles pericias caracterizadas fundamentalmente por el establecimiento de alianzas con los sectores mas privilegiados (terratenientes), Inglaterra impondrá en estos territorios un modo de imperialismo “informal” que presupondrá “…la transición gradual desde la dependencia sostenida por mecanismos de coacción política, a una dependencia económica basada en un conjunto de presiones ejercidas por la vía diplomática, y consolidada mediante la influencia comercial, cultural y económica británica en los países periféricos, cuya condición de existencia fue la activa colaboración de las elites locales, convencidas de la superioridad del sistema de libre cambio”[1]. Argentina representara de esta forma “…un caso  ejemplar donde el dominio británico se ejercía sin necesidad de coacción política”[2]

Bien vale recordar en ese orden de ideas que entre 1870 y 1941 el Reino Unido de Gran Bretaña liderará las inversiones externas en la región, constituyendo nuestro país, para los autores inscriptos en el liberalismo clásico,  en el “aliado” más importante del Reino Unido en Latinoamérica. Se sostiene con certeza que Argentina “…será el destino prioritario de los productos manufacturados británicos en la región, y el mayor proveedor de materias primas y alimentos. No sólo el volumen del comercio entre ambos países se había incrementado notablemente sino también su valor. Gran Bretaña había contribuido  en la caída del imperio español, seguido de su liderazgo en un nuevo sistema dominación global basado en la  acumulación de capital”[3].

Tal como lo acreditaron luminarias como Raúl Scalabrini Ortiz, José Luis Torres, y los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, el destino de nuestro país, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, comenzará a sujetarse a ignominiosos lazos de dependencia económica con la corona Británica, vínculos que no  circunscribirán “exclusivamente” al campo de las materialidades, sino que se extenderán al ámbito de lo cultural y lo simbólico.

Algunos intelectuales locales ejercitaran una feroz defensa este tipo de relación, argumentando que se sustentó en una “reciprocidad” que redundó en beneficio para ambas partes. Muy por el contrario otros, principalmente, latinoamericanos apelando a fundamentos disímiles afirmarán que se trató de un régimen de sujeción donde la beneficiaria absoluta será la Metrópoli. Así por ejemplo el intelectual brasileño Celso Furtado atribuirá el “…fracaso del  desarrollo económico latinoamericano al control británico de la tecnología y del capital. El estudio de Cardoso y Faletto sobre la economía latinoamericana en el siglo XIX se inscribirá en el mismo paradigma (…) También se destacaba que la fuerte dependencia argentina del mercado inglés provocó, en gran medida, las  dificultades experimentadas por nuestro país a partir del momento en la capacidad exportadora de Gran Bretaña comenzara a declinar[4].

Entre las corrientes intelectuales que impugnaron y combatieron esta relación que entenderán enmarcada en un contexto de asimetría absoluta, estará la ya mencionada corriente del pensamiento nacional, matriz que abrevará básicamente en la tensión establecida entre imperialismo y nación, y que determinará como corolario luego la dicotomía: liberación o dependencia. Radicalmente opuesta a las tesis sustentadas por la superestructura intelectual imbuida por un liberalismo acrítico que pregonaban las “bondades” de la relación descripta, y también a otras provenientes de vastos sectores de la izquierda vernácula que intentaban replicar en nuestro país la contradicción burguesía – proletariado proponiendo como vía de escape la revolución proletaria, el pensamiento nacional surgirá con una fuerte impronta anticolonialista y antiimperialista”[5].

Para los autores inscriptos en esa matriz el “país real”, después de las batallas de Caseros y Pavón, será gobernado por una elite oligárquica asociada a los intereses extranjeros que cultivarán una clara inclinación hacia prácticas librecambistas. Este entramado impedirá para alguno de los referentes de esta corriente la realización efectiva de un mercado interno, la emergencia de una clase burguesa dotada de conciencia nacional con aspiraciones industrialistas, circunstancias ambas, que entre otras, contribuirán a mantener una estructura de sujeción infranqueable.

Sus representantes más lúcidos sostendrán que la salida progresiva al conflicto inherente en las sociedades periféricas  y dependientes no será la lucha por la supremacía de una clase social sobre otra, sino la consolidación de un “movimiento” cultural, social y político que se planteará como objetivo primario la ruptura de los lazos de esa dependencia. Está noción con el tiempo irá madurando hacia una tesis que sostendrá que para que el proceso de liberación llegará a buen término, era necesaria la estructuración de un conglomerado integrado, entre otros factores, por la pequeña burguesía, sectores obreros organizados, el campesinado, cuadros políticos desencantados con los con las estructuras partidarias tradicionales, empresariado local, el ejército, la Iglesia y otras comunidades religiosas y empleados estatales.

El primer peronismo asumirá nítidamente la forma movimientista así como también algunos de sus precedentes como el primer Yrigoyenismo, conteniendo en su seno una impronta que emergerá de la contradicción Nación-Imperio.

Mientras que para los intelectuales comprometidos con el ideario republicano, centralista y oligárquico, los partidos tradicionales y los sectores de la izquierda cosmopolita, la noción de movimiento será asociada inmediatamente a regímenes como el fascismo o el nacional socialismo, desde el pensamiento nacional, la idea de un movimiento nacional estará asimilada a una épica emancipadora. La contradicción entre lo nacional y lo antinacional no hará más que refrescar aquella vieja tesis yrigoyenista orientada en la antítesis entre régimen y causa. Hernández Arregui integrante de esta corriente sostendrá en referencia a esta última afirmación que: “La causa –lo nacional- era el pueblo argentino sin distinción de clases que resistió las invasiones inglesas y en 1810 consiguió la libertad política.” [6] Bien vale señalar que la contradicción principal determinada por un sistema de sujeción al que autores como Abelardo Ramos caracterizarán específicamente como semicolonial irá determinando el surgimiento de formas novimientistas en otros estados latinoamericanos.

Argentina será uno de pocos países donde a pesar de los insistentes rechazos proferidos por el academicismo cientificista, el “movimiento”, irá adquiriendo paulatinamente status de “categoría conceptual”. A partir de ella se intentará dar cuenta de un fenómeno que no solo asumirá centralidad a nivel histórico y político como respuesta a las formas colonialistas o imperialistas, sino también se intentará explicar a la pertinaz crisis del sistema tradicional de partidos políticos.

El carácter movimientista del ese primer peronismo solo puede ser analizado y abarcado desde las circunstancias históricas y políticas concretas al momento de su surgimiento – es decir – en el marco de su raíz contextual – y además – a la luz de la propia tradición filosófica ibero-americana. Como brillantemente señala Armando Poratti “La imbricación de filosofía y acción resulta en nuestra América de su mismo carácter esencial de mestizaje. Fue el único lugar donde la expansión europea mezcló su sangre con las etnias nativas, a lo que agregaron los africanos y otras fuentes múltiples. El mestizo es en sí mismo una resultante no dialéctica, una unidad de diferencias reales y tal vez contrarias. La tarea de pensar nuestro continente no podía ser hecha desde afuera por la filosofía occidental, cuyo aparataje conceptual no estaba en condiciones de captar ni las profundidades originarias ni las peculiares contradicciones americanas. Pero tampoco por las sabidurías de los pueblos originarios, ajenas a la dinámica europea que también constituye al mestizo, y cuya alta cultura, por lo demás, la conquista había en buena medida anulado. Lo cual significa, inmediatamente, que no pueden excluirse ni las categorías filosóficas occidentales ni los saberes ancestrales, ni, puede agregarse, la resultante de los complejos saberes étnicos y populares que han confluido en nuestras tierras[7].Autores como Manuel Urriza sostienen con certeza que el peronismo surgió a la vida del país como una “genuina expresión de las luchas anticolonialistas de la época.

La épica anti colonialista que nutrirá el emerger de ese primer peronismo encontrara su génesis en diversas expresiones culturales. Será entonces desde la cultura popular desde donde germinara el núcleo de resistencia contra un régimen de dependencia disfrazado sutilmente bajo un manto de independencia ficticia y de instituciones republicanas excluyentes. Ya a fines del siglo XIX y principios del XX la cuestión identitaria y el anhelo de independencia comenzarán a aparecer en las manifestaciones artísticas, y posteriormente, en las producciones literarias. Este emerger irá in crescendo hacia mediados del siglo XX. Para Juan W Wally[8] en las primeras décadas de ese siglo un notable contingente de artistas e intelectuales comenzaran – mediante sus obras – a denunciar nuestra dependencia económica y cultural, y a formular diversas alternativas cuestionando firmemente, entre otros tantos factores, el sistema de  representación política consagrado por la Constitución. Este aspecto desgraciadamente poco abordado en nuestros claustros, llevara a Fermín Chávez a sostener que “…. desentrañar las ideologías de los sistemas centrales, en cuanto ellas representan fuerzas e instrumentos de dominación, es una de las tareas primordiales de los trabajadores de la cultura en las regiones de la periferia”. Esta tesis que esbozara en textos como “Historicismo e iluminismo en la cultura argentina” y en otras similares Chávez  sostendrá que la dependencia económica y cultural de nuestro país encontrará en la conciencia nacional un verdadero límite, señalando enfáticamente que es a través de la cultura popular donde la conciencia nacional ha resistido bajo formas ciertamente atípicas e imperceptibles inclusive para algunos consagrados hombres de ciencia.

Como señalamos anteriormente, el peronismo desde sus orígenes adquirirá una impronta movimientista y en tanto asumirá el desafío de convocar a todos los sectores que compartieran las grandes líneas orientadoras que seguiría su futura gestión. Así radicales, nacionalistas, socialistas y conservadores – entre otros tantos –  integrarán la infraestructura de un “primer peronismo” que si bien se expresará “formalmente” a través del Partido Laborista y la Unión Cívica Radical “Junta Renovadora”, luego a partir del Partido único de la Revolución Nacional, y finalmente a través del Partido Peronista, presupuso “algo más” que una simple estructura partidaria. Ese “algo más” determinará que el justicialismo “no adopte formas tradicionales de organización y adquiera una dinámica constitutiva más amplia, más significativa, mas inclusiva y más poderosa que una simple organización partidaria, cuyo objetivo principal se orientará fundamentalmente hacia la demolición de todos y cada uno de los lazos de dependencia. Tales circunstancias ocasionaran además que el peronismo como movimiento, sea dificultosamente encasillable dentro de los cánones conceptuales de la teoría política del viejo mundo[9].

El espacio donde operará el movimiento peronista será el de la comunidad integralmente concebida con una vocación totalizadora (comunidad organizada) donde la estructura partidaria será una institución más, a la que se apelara coyunturalmente. Nótese que Perón “hará especial hincapié en las organizaciones libres del pueblo (verdaderas formas de “autoorganización espontánea” de la sociedad) las que darán sustancia al movimiento y le imprimirán su dinámica liberadora”[10]. Así, el ideario anticolonialista que expresará el peronismo al decir de Urriza dará cauce a las masas populares pero no “por dentro”, sino “al margen” del sistema partidocrático tradicional.

A fin de comprender cabalmente este fenómeno bien cabe continuar citando algunas de las reflexiones de Urriza: “El objetivo de liberación es ideológicamente definitorio dada la implantación histórica de estos movimientos en un continente estructuralmente dependiente y trae como consecuencia que, como en toda empresa independentista nacional, los movimientos agrupen en función de la pertenencia a la nación más que de la pertenencia a una clase. Esta circunstancia los hace policlasistas y, aunque predominantemente se componen de los sectores populares y obreros, no están atados a dogmatismos de clase; es decir, son más nacionales que clasistas.  Precisamente, el contenido nacionalista que portan es criticado por ciertas perspectivas internacionalistas y esa característica, sumada mecánicamente a la circunstancia de que varios de los líderes populares provienen de las fuerzas armadas, basta para que algunas versiones los tilden de “militaristas”, “nazis” o “fascistas”.[11].

Recordemos que Perón con la vocación docente que lo caracterizaba alguna vez definió la dinámica del movimiento de esta forma: “Nosotros no somos un partido político sino un gran movimiento nacional, y, como tal, hay en él hombres de distinta extracción. Por mi parte, siempre cuento una anécdota de algo que me sucedió en la etapa inicial de nuestro movimiento. Cuando empecé a organizarlo había hombres que tenían una proveniencia de la derecha y en realidad eran de la reacción de la derecha (…) Del otro lado, había algunos de izquierda y hasta un poquito pasados a la izquierda (…) Pues bien: un día vino un señor de la derecha y me dijo: `General, usted está metiendo a todos los comunistas`. No se aflija -le respondí-: yo pongo a ésos para compensarlos con usted, que es reaccionario (…). Los movimientos populares y masivos como el nuestro no pueden ser sectarios. El sectarismo es un factor de eliminación y es poco productivo cuando un movimiento de masas comienza a eliminar prematuramente a aquellos que no piensan como el que lo forma. Vale decir, resulta necesario ver esa enorme amplitud sin ningún sectarismo. Los sectarismos son para los partidos políticos pero no para los movimientos nacionales como el nuestro”.

La desaparición física del conductor del justicialismo trajo aparejadas diversas consecuencias, y a la vez, numerosos desafíos para sus seguidores – en especial – aquellos que se refieren a la formulación de modalidades para la legitimación de las nuevas camadas de dirigentes. Han transcurrido más de tres décadas de tal acontecimiento, y  – para muchos-  el debate respecto la forma movimientista se encuentra pendiente. En aquellos que consideran que la fase emancipatoria de nuestro país no ha sido resuelta aún, perdura el debate respecto a si la organización a través de la figura del movimiento mantiene aun plena vigencia.

Cabe señalar que cuando el tres veces presidente de los argentinos al regresar definitivamente al país manifestó que para un “argentino no había nada mejor que otro argentino”, “que el año 2000 nos encontraría unidos o dominados” y que su “único heredero era el pueblo”, no solamente estaba indicando que había llegado la hora de establecer mecanismos para surgimiento de nuevos liderazgos, sino que enunció una serie de imperativos – que a su criterio – deberían orientar el futuro accionar del movimiento hasta entonces por él conducido. Entre ellos se encuentra la fina  advertencia que, más allá de las circunstancias coyunturales, debía darse continuidad a la épica emancipadora y preservar el carácter movimientista sea la forma o modalidad que esta asuma. En ese sentido debe recordarse que para Perón la técnica política es la “antitesis de la politiquería”. Nosotros sostuvo en alguna oportunidad “…queremos que cada Argentino conozca el panorama del país; que cada argentino este impulsado hacia los objetivos de la nacionalidad: que cada argentino se interese por la cosa pública como si se tratara de su propia casa, porque la patria señores, es la casa grande de todos los hermanos de esta inmensa familia argentina”[12]

Anticipamos en este trabajo en forma sucinta cuales fueron los antecedentes y algunos caracteres básicos que fueron constituyendo la idea de “movimiento” sosteniendo además que éste adquiere status de “categoría conceptual a la luz de la tradición filosófica latinoamericana”.

En posteriores intervenciones intentaremos descomponer esta “categoría” a fin de fundamentar con mayor profundidad lo aquí señalado.

* Francisco José Pestanha es docente y ensayista. Es Profesor Titular del Seminario “Pensamiento Nacional y Latinoamericano” en la Universidad Nacional de Lanús y Miembro de número del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego”.


[1] Norma Lanciotti y Andrea Lluch: Universidad de San Andrés.  “Gran Bretaña y Argentina: Inversiones, empresas y relaciones económicas (1870-1975c.). Balance historiográfico y agenda de investigación. En: http://www.udesa.edu.ar/files/UAHumanidades/DT/DT48-LANCIOTTILLUCH.PDF

[2] Norma Lanciotti y Andrea Lluch: Universidad de San Andrés…. Ibídem.

[3] Norma Lanciotti y Andrea Lluch: Universidad de San Andrés…. Ibídem.

[4] Norma Lanciotti y Andrea Lluch: Universidad de San Andrés…. Ibídem.

[5]Respecto a esta ultima matriz Jorge Enea Spilimbergo inscripto en la denominada Izquierda Nacional llamará al  fenómeno  “ley de Inercia”, que básicamente significaba transpolar la cosmovisión y las categorías europeas para analizar desde allí la realidad argentina.

[6] Hernández Arregui Juan José: “La Formación de la conciencia nacional”. Editorial Plus Ultra, 1973

[7] Armando Poratti: “Perón filósofo”. En www.nomeolvidesorg.com

[8] Wally, Juan W: “Generación Argentina de 1940: grandeza y frustración” . Editorial Dunken.

[9] Pestanha Francisco José: “Movimiento o partido”. En http://www.agendadereflexion.com.ar.

[10] Pestanha Francisco José: “Movimiento o partido”. ibídem

[11] Urriza Manuel: “Movimiento o partido”: El peronismo: en http://www.nuso.org/upload/articulos/1211_1.pdf

[12] Juan Perón; Discurso del  25-07-1949 . En “Juan Perón  el Peronismo y la Soberanía”. Cuadernos del Pensamiento Nacional. Fermín Chávez. Año 1991.

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