“El colonialismo es la codificación de valores antinacionales puestos a la vista del colonizado como nacionales” Juan José Hernández Arregui
Hace algunos días, pudimos observar como una parte de la sociedad porteña sacó sus cacerolas a pasear por las calles de los barrios más acomodados de la ciudad y llegaron a Plaza de Mayo con sus reclamos. Sus manifestantes –que para los medios hegemónicos eran ciudadanos que defienden sus derechos- pretendían darle al reclamo un carácter nacional, de ahí que pudo verse alguna bandera Argentina dando vuelta entre tanta bota acharolada. Esta situación nos lleva a pensar en la disputa en torno al nacionalismo, sus tensiones teóricas, practicas y las luchas por la construcción de un imaginario hegemónico acerca de un concepto que varía según la clase social que lo enarbole, y un fenómeno que sólo puede ser comprendido a partir de sus ambivalencias.
Los reclamos del norte de la ciudad fueron amplios pero se centraron principalmente en las dificultades para adquirir dólares, además de mencionar la presión tributaria al campo, la inseguridad desde una óptica represiva, la corrupción, el clientelismo político y reclamos civiles difíciles de comprender como la falta de libertades individuales y la vinculación de este proceso político a una dictadura o su equiparación a lo que consideran gobiernos populistas y comunistas que cercenan libertades, curiosamente ubicados en Latinoamérica. Encontramos asimismo, manifestaciones viscerales que acuden las expresiones “estoy harta” o “es un horror” para demostrar el estado de ánimo.
La parcialidad del reclamo la observamos en el hecho de que no existen manifestaciones contra la extranjerización de la economía, el envío de remesas al exterior de las empresas extranjeras o la usura financiera, con lo cual el tan mentado patriotismo de parte de estos sectores parecería la negación misma del nacionalismo, una separación entre teoría y práctica.
Otro de los rasgos que se pudo en televisión fue el rechazo hacia los sectores populares integrados por el actual gobierno a la economía formal orientada al mercado interno y a la creación de puestos de trabajos después de décadas de desidia que mutilaron derechos sociales, el acceso a bienes materiales y simbólicos. Ésto es algo que parece ofuscar a los caceroleros, con lo cual comienza a derrumbarse el postulado de su “nacionalismo aporteñado”; no existe teoría nacionalista que prescinda de las masas, como dice Hernández Arregui, “es en el pueblo, no en los poderes extranjeros, donde las oligarquías ven a los enemigos”.1
Queda claro que detrás de un reclamo de pretensión “nacional” está solapada la idea de confundir la parte con el todo, esto es, querer hacer pasar como general los reclamos de un sector menor de la sociedad. Pero como es sabido, las ideas que tienen éxito son las que expresan intereses de clase. El núcleo duro de este sector lo tiene en claro y para poder generalizar su visión deben extender su capacidad de impugnación al gobierno nacional y armar un frente que incorpore a otros actores, con lo cual apuntan a seducir a una clase media débil en conciencia deseosa de emular a la oligarquía en práctica y distinción, así también como a un sector del movimiento obrero últimamente confundido que pretende separarse del frente nacional. El caso que nos compete demuestra que hay un interés de clase manifiesto en el rechazo a un proyecto de gobierno al que consideran antagónico y confiscatorio, que demuestra en términos nacionales tratar de nivelar las diferencias sociales que comenzaron a manifestarse en el ’76 y se concretaron de manera efectiva en los noventas.
Dentro de las voces que concurrieron a Plaza de Mayo en los últimos cacerolazos, la más paradigmática fue la del señor que solicitaba la intervención de Estados Unidos ante el “caos” generado por el populismo y se presentaba como miembro de un colectivo de ciudadanos dignos y amigos que cree en el libre comercio y ve a los Estados Unidos como un país democrático. Quizás la luz de la cámara lo llevo a omitir que todas las invasiones y bombardeos imperialistas de la actualidad tienen a Estados Unidos como punta de lanza, como también olvidó que lejos de ser una sociedad que cuide las formas institucionales allí se respira un “totalitarismo democrático” que cercena libertades individuales tanto de sus ciudadanos caídos en la pobreza como de la gran masa inmigrante. Esta persona representa el sentimiento de frustración de quienes asistieron a la convocatoria porteña, un pensar en colonia que conduce a declaraciones irreflexivas como por ejemplo “Estoy harto de la dictadura”, reclamando la tutoría de una potencia “democrática” producto de un sentimiento de inferioridad. Ésto último forma parte de una de las herramientas preferidas que la oligarquía gerenciadora del imperialismo supo construir a través de la superestructura cultural.
La admiración por el “gran país del Norte” es la otra cara de la moneda con respecto a la percepción que estos porteños tienen de las naciones sudamericanas, consideradas atrasadas y repúblicas bananeras, y este sector sigue dando la espalda al continente.
Sin duda, la gran frustración a nivel económico que embargó a esta pequeña clase media emuladora de la oligarquía fueron las dificultades a la hora de conseguir dólares. Los sectores parasitarios más acomodados desde tiempos remotos nunca se caracterizaron por reinvertir sus excedentes y de ahí erigirse como clase burguesa, sino que prefirieron dedicarse a malgastar en champagne, viajes y placeres, evitando cualquier instancia que suponga una responsabilidad impositiva como cualquier hijo de vecino. Hoy, al no poder acceder a dólares frescos, se encuentran imposibilitados de transferir sus excedentes líquidos a inversiones inmobiliarias u a otras formas de especulación financiera; sus diarios de cabecera les aconsejan sobre inversiones en ladrillos y qué recaudos tomar para sacar sus dólares afuera del país, mientras que del otro lado del mostrador se anuncia un plan de viviendas destinado a más de 400.000 personas.
Otra de las criticas del nacionalismo ligado a los sectores privilegiados tiene que ver con la protección aduanera promovida por este modelo económico mediante la cual se busca evitar el ingreso de manufacturas que puedan ser producidas por la industria local protegiendo, de esta manera, las fuentes de trabajo del mismo modo que alienta al mercado interno en medio de una turbulenta crisis de capitalismo, la cual afecta a los países centrales. Nuevamente se critica argumentando que este gobierno atenta contra las libertades individuales, y vale recordar que el proteccionismo económico es una de las herramientas políticas cuyo objetivo es cualquier país que avance hacia un proceso de liberación nacional. El deseo de acceder irrestrictamente a productos importados forma parte de la ideología de los sectores medios metropolitanos, que creen estar más cerca de Europa por tener un objeto producido en el viejo continente. Sucede que el sueño de ser un gran depósito de mercaderías no hace más que reproducir la división internacional del trabajo que nos coloca como granja de las metrópolis y almacén de sus manufacturas y en este berretín subyace una crítica a un proyecto que pretende un salto hacia la industrialización. Tal como lo dice Arregui, “un país que carece de independencia económica ha extraviado su nacionalidad, y en definitiva es parte devaluada de la nación más avanzada que lo ha incorporado a su sistema de dominio”.2
Este nacionalismo de los sectores acomodados que no es más que la reverencia a los valores coloniales, no sólo puede considerarse como un fenómeno meramente económico, sino como un dispositivo invisible que tiene en la cultura su arma más poderosa. Los medios de comunicación conforman esta arquitectura diseñada para mantener los privilegios de un pequeño número de funcionarios del imperio que desde los canales de noticias, los diarios y las radios instalaron una agenda mediante la cual se denuncia públicamente al gobierno por la falta de dialogo, por la corrupción, por la limitación de las libertades de expresión, el desacierto en las medidas económicas. Precisamente, estas cuestiones son tomadas por los caceroleros que acaban confluyendo con los reclamos mediáticos. Si algo saben exacerbar los monopolios mediáticos cómplices del genocidio es el moralismo de los sectores medios, su protesta moral desnuda el temor a perder sus privilegios y refuerzan una pirámide rígida sin posibilidad de ascenso social, funcional a los intereses oligárquicos los cuales lograron la construcción de valoraciones cohesivas que son el garante de la dominación y de una conciencia de sí engañosa. Es así que terminan esgrimiendo argumentos viciados de realidad, tal es el caso de “Este gobierno es peor que una dictadura”.
Al parecer, los ruidos del teflón tuvieron escasa repercusión y meramente consiguieron reeditar en forma de farsa las aspiraciones destituyentes que saborearon luego del no positivo de Cobos. A medida que se profundice el proceso de transformación iniciado en el 2003 se generarán más heridos que pueden llegar potencialmente a engrosar las filas de la reacción, por lo que es menester desarrollar una programática dentro del movimiento nacional que incluya en sus filas a la mayor cantidad de sectores, así como evitar que el núcleo de la pequeña burguesía no cierre filas con la reacción, generar propuestas que contengan a algunos sectores obreros confundidos y así, desbaratar cualquier intento de la clase dominante por quebrar el frente nacional.
1- Juan José Hernández Arregui, Nacionalismo y Liberación, Buenos Aires, Peña Lillo, página 70
2- Ibídem pp. 130
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